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Francisco


Cuando leí aquella carta sentí un pánico inexplicable. Reviví cada momento, cuando Gerardo iba a las marchas; ese miedo y esa sensación de que algo malo pasaría en cualquier momento regresó a mí en forma de un nudo en el estómago.

Me senté en el borde de mi cama con el papel en la mano. Esta vez no traía flores ni chuches, solo palabras de un chico que claramente lo estaba pasando fatal.

"Querido Fran:

Ni siquiera sé cómo comenzar a escribir esta carta. En primer lugar, lamento no haberte escrito antes, es que no lo he estado pasando nada bien.

Hablar de la muerte no es lo mismo que verla justo frente a tus ojos. Ver las manifestaciones en la televisión tampoco es lo mismo que estar metido en una. Sé lo que estás pensando pero no, no fui a una manifestación, simplemente las circunstancias hicieron que estuviera en el momento y en el lugar equivocados.

Soy consciente de que tú lo sabes, pero lo que están diciendo en la televisión es completamente falso. No son los manifestantes los que van armados a marchar, es la policía la que les dispara sin ningún tipo de miramiento. Vi morir frente a mis ojos a un chico de más o menos nuestra edad, le dieron tres tiros en el pecho solo porque estaba intentando salir de la nube de gas lacrimógeno en la que yo también estaba envuelto. No puedo dejar de pensar en que ese chico pude haber sido yo. Tal vez tú hubieras pasado el resto de tu vida preguntándote por qué no volví a escribirte más cartas.

No puedo dejar de pensar en ese chico, en su mirada inerte, en los gritos de la policía. Yo pude sobrevivir, puedo contarte esta anécdota como lo que es, un terrible recuerdo que se va a quedar para siempre en mi memoria, pero ese chico... Ese chico jamás va a poder abrazar a su madre, o a su amor nunca más.

Lamento mucho que esta carta sea tan triste, pero tú eres la única persona a la que necesitaba contarle mis sentimientos.

Ahora más que nunca quisiera que estuvieras aquí.

Te extraño mucho,

J."

Cuando terminé de leerla tuve la sensación de que alguien me estaba estrujando el corazón. Comencé a llorar en silencio al imaginar el miedo que sintió Joaquín en esos momentos. Lo terrible que tuvo que haber sido para él enfrentarse a la muerte y salvarse por los pelos. Y el haber visto morir a un chico... Uno de tantos que seguramente va a figurar como una víctima anónima de esta sociedad enferma y retorcida con un concepto muy desdibujado de la justicia.

Doblé el papel, lo metí dentro del sobre y lo guardé en el cajón, junto al resto de las cartas. Luego me senté en mi cama, solté una gran bocanada de aire y me sequé las lágrimas con el puño del jersey que llevaba puesto.

A veces a mí también me daba miedo.

Yo no quería morir, solo quería amar con libertad. Era aterrador pensar que el precio por amar a alguien podía ser tu propia vida. Y nosotros, unos niños de dieciséis años, tan insignificantes que nadie sabía de nuestras existencias, que ni siquiera éramos capaces de alzar la voz para luchar por nuestros derechos, ¿qué podíamos hacer? Solo sentarnos a esperar que todas esas muertes valieran la pena. Pero ni siquiera la libertad era un pago justo por todas las vidas que se habían perdido gracias a esta lucha absurda.

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