18
Uno no tiene idea de la magnitud de un trauma hasta que comienza a experimentar las secuelas. Eso era precisamente lo que estaba sucediendo conmigo. Estaba sumergido en aquel momento, a tal punto que la sola idea de salir de mi casa me causaba un terror inmenso. Y por si fuera poco, la tortura no solo sucedía cuando estaba despierto, sino también cuando dormía.
Comencé a tener pesadillas espantosas donde se repetía aquel instante en el que el chico caía muerto frente a mí una y otra vez. Incluso sentía la sensación de ardor en mis ojos y en mi garganta. Simplemente no podía desprenderme de aquel recuerdo espantoso.
Mi padre se contactó con un colega suyo que era psicólogo. Era un tipo amable y bonachón con muchísima paciencia. El problema no era él en realidad. Yo no quería seguir hablando del tema con nadie porque cada vez que lo hacía, revivía el momento con lujo de detalles.
Así que, luego de varias sesiones fallidas, terminé diciéndole a mis padres que ya no quería verlo más.
Yo realmente quería superar toda esa situación por mi cuenta. Quería ser fuerte y afrontar lo que había pasado. En ocasiones sí que lo conseguía, pero entonces regresaba la imagen de ese chico a mi cabeza y todo volvía a empezar.
Yo sentía que aquello era un especie de recordatorio. Yo viví toda la vida en mi burbuja donde veía las cosas terribles que pasaban por la televisión pero nada de eso me afectaba. Aquel día fui arrancado de la seguridad que me brindaba mi estatus social, fui arrojado a la cruda realidad que tantísima gente estaba viviendo y pude ver la injusticia y la impunidad frente a mis ojos. Pude sentir el terror de ese chico justo antes de que le arrancaran la vida. Yo tenía una noción de lo mal que estaba el mundo, pero aquel día pude comprobar que era incluso peor de lo que yo pensaba, porque quienes se supone que debían protegernos estaban matando.
—Deberías regresar al colegio, Joaquín.
Mi padre hizo el comentario mientras almorzábamos.
—La semana que viene —contesté sin ganas.
—Hablé con los directores, están al tanto de lo que pasó. Con tu madre decidimos que vamos a llevarte e irte a buscar hasta que te sientas seguro. ¿Eso estaría bien para ti?
—¿Y qué tal si no me siento seguro nunca más?
Mi madre me sobó la espalda. Tenía un semblante triste.
—Las cosas malas suelen quedarse en nuestra mente durante mucho tiempo. Dan vueltas y vueltas hasta que llega un momento en el que ya no pueden afectarnos más, entonces desaparecen. No estoy diciendo que te vas a olvidar de lo que pasó, pero vas a mejorar. Vas a ver.
Mi padre se levantó de la mesa para apretarme el hombro con gentileza.
Él no solía decir nada, las palabras bonitas siempre estaban a cargo de mamá, pero, de alguna manera él estaba allí, apoyándome de manera silenciosa. Ya no veíamos las noticias en las mañanas, no hacía comentarios acerca de las manifestaciones o el VIH. Él no decía nada, solo, de vez en cuando, me apretaba el hombro y asentía con la cabeza.
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