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La siguiente carta tardó un poco más de lo habitual.
No pude evitar sentir un poco de pánico al principio. ¿Qué tal si la había encontrado mi padre o mi madre? O si había caído en manos de cualquier persona que pudiera dejarme en evidencia.
nosotros nunca nos mencionábamos ni dábamos detalles sobre nuestro género. Cualquiera que leyera las cartas podría pensar que solo eran cartas de amor entre un chico y una chica, nada sin mayor importancia. Yo no solía hablar sobre mi vida amorosa con mi familia jamás, así que nadie sabía si yo estaba saliendo con alguien.
Sin embargo, el miedo siempre estaba allí.
Cuando encontré el sobre blanco dentro del buzón, me lo guardé en el bolsillo y entré corriendo a mi casa. Estaba deseando leerlo.
Querido Joaquín:
¿Ya mencioné lo mucho que me gusta que acortes mi nombre? Quisiera escucharte llamarme Fran cuando nos encontremos de nuevo. Imagino que debe sonar bonito si tú lo dices.
Supongo que te estarás preguntando por qué tardé tanto en responderte. A veces necesito tomarme un tiempo para que las palabras lleguen y fluyan de manera natural. Este es el único medio de comunicación que tenemos así que no quiero desperdiciar ni un instante. Me gusta pensar que, de alguna manera, estas cartas nos conectan y nos acercan un poquito más. Me gusta imaginarte a ti escribiéndome, doblando el papel y guardando el sobre en el buzón a hurtadillas. Amo el hecho de que estés haciendo todo eso por mí.
Con respecto a lo que me contaste, no me gusta que estés peleando con gente. Comprendo que hay personas que merecen que les partan la cara, pero te puedes meter en un gran problema por eso y créeme cuando te digo que esa clase de gente no vale la pena. No desperdicies tiempo enojándote con ellos, porque ellos ya tienen suficiente con su miserable vida y con el odio que tienen alojado en su corazón.
Por otro lado, me agrada ese asunto de las fantasías. A la tuya agrego una noche estrellada y una fogata a la orilla de la playa. Tú y yo recostados en la arena, buscando las constelaciones y conversando sobre tonterías. Luego, un beso profundo, otro y otro más. Tantos que en un punto ambos queremos regresar a mi auto para tener un poco más de privacidad. El resto lo dejo para que tú lo sigas.
Espero que te esté yendo bien en la escuela, yo también empecé pero todavía no me agarré a golpes con nadie.
Te mando un gran abrazo.
Con amor:
F."
Siempre sonreía como un tonto cuando leía sus cartas. Leía cada palabra en mi mente con su voz y por momentos me daba la sensación de que él estaba junto a mí, hablándome. Comprendía a la perfección ese asunto de la conexión entre nosotros; yo me sentía exactamente de la misma manera.
En ocasiones me costaba entender que fuera posible sentirme tan unido a alguien. No tenía idea de que llevaba tan poco tiempo enamorarse de la esencia de una persona. Pero Francisco era fascinante y mágico. Él logró quitarme todas las dudas y los miedos que tenía de un tirón solo con una sonrisa, un abrazo y un beso. La mezcla exacta de lo que perfectamente podría ser considerado parte de un conjuro de amor.
Hasta ese momento solía creer que la magia no existía. Pero conocer a Francisco me hizo darme cuenta de que no solamente existe, sino que incluso, puedo llegar a tenerla entre mis manos. En ese preciso instante me di cuenta de que en verdad uno se vuelve un tonto cuando se enamora. Pero a veces, ser un tonto no es necesariamente algo malo. Jamás me había sentido tan bien en mi vida. Si ser un tonto significaba eso, entonces prefería serlo por siempre.
Había apartado un espacio para guardar todas las cartas de Francisco. Las había acomodado dentro de una caja de zapatos y esa caja la había escondido en el último cajón dentro de mi armario. Nadie se metía a mi habitación, además yo tenía el hábito de pasarle llave cuando me iba al colegio. Fue una manía que comenzó siendo una protesta silenciosa contra mis padres, una especie de lucha por mi privacidad, pero con el tiempo, acabó convirtiéndose en una costumbre que ellos nunca cuestionaron; supongo que fue porque dentro de todo comprendían que tenían un hijo adolescente viviendo en su casa. Gracias a eso, mi habitación se había convertido en mi pequeño rincón seguro. Todo parecía ser menos doloroso cuando estaba allí; un acto tan simple como recostarme boca arriba en mi cama y mirar el techo para mí era un momento a solas conmigo mismo. Mi rincón sin mamás, sin papás, sin hermanas mayores y sin homofobia. Era el único sitio donde me sentía con plena libertad de expresar mis sentimientos sin ningún temor. Lloraba si tenía que hacerlo, me reía o solo me acostaba en mi cama a pensar en algo, o a no pensar en nada.
En ese momento todo lo que deseé fue que Francisco estuviera allí conmigo. Quería enseñarle mi pequeño rincón y compartirlo con él, así como él compartió el suyo conmigo. Allí fue cuando supe que, aunque la magia existiera, no era tan fácil como chasquear los dedos o mover la nariz. La magia estaba dentro de uno mismo, pero actuaba de formas muy misteriosas.
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