Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CAPÍTULO 21 - MARTES

Elena ha enviado las invitaciones digitales a quienes vendrán a nuestra celebración anual. Creó un evento en Facebook y añadió a las personas que yo suponía que iba a incorporar: Tristán, Julián (al final, acepté su solicitud), Gabriel (no sabía que ella lo tenía entre sus amistades digitales) y mi hermano. Además, Julián se ha tomado la libertad de añadir a Totto y a su novia. Reviso los datos a gran velocidad para corroborar que mi mejor amiga no haya cambiado nada. Me cuesta un poco leer en el bus.

Nos encontraremos el sábado al mediodía en la entrada central del parque de diversiones, porque a varios eso les queda mejor que tomar el bus desde el centro. Cada uno deberá pagar por su boleto —aunque Julián ya se ha apresurado a comentar que él me obsequiará el mío—. Pasaremos la tarde entre las diversas atracciones y luego iremos a cenar. También hay un archivo online para que anotemos nuestros números telefónicos en caso de que nos separemos en el parque.

Dibujo una sonrisa en mi rostro e invito a Víctor y a Miguel, que los añadí a mis amistades ayer por la noche. Todavía no le conté a Elena sobre nuestro encuentro, quiero sorprenderla. Tampoco le dije sobre mi conversación seria con Julián. Sé que pronto me buscará por toda la escuela para que le cuente lo que ocurrió ayer.

Me quedan algunos minutos de viaje en el bus, así que aprovecho para ver qué más se ha posteado en el evento. No tardo en encontrar la lista de regalos de Eli, que enumera casi cincuenta libros que quiere leer y añade algunos enlaces a Amazon para ropa en colores y tallas específicos. Lo que yo le he comprado no aparece por ningún lado: la sorprenderé.

Ahora, la gran pregunta es: ¿qué quisiera recibir yo? Me gustaría poder armar mi propia lista, pero no tengo idea de lo que podría colocar. Libros, obvio, pero ¿cuáles? Hay demasiadas novelas que muero por tener entre mis manos y sé que no hay chances de recibirlas todas.

Empiezo a listarlas en un nuevo post. La gran mayoría nacieron en alguna plataforma online y pertenecen a autoras pequeñitas; hay que encargarlas por internet porque no llegan a todas las tiendas. Añado un par que sí están en todos lados, pero son minoría.

Cuando tengo unos quince títulos, sonrío y publico la lista. Sé algunas ideas más cuando regrese a casa y pueda revisar mi archivo de "Libros que quisiera comprar, pero que son demasiado costosos para mis pobres bolsillos", pero este es un buen comienzo.

Es hora de bajar del bus.

Entro a la escuela sin prisas. Todavía me quedan unos cuantos minutos antes de que comience la primera clase. Llevo un trabajo que debo entregar en mi morral y tengo lo que necesito a mano, así que no hay motivo alguno para pasar por mi casillero, ¡ya ni siquiera debo preocuparme por las misteriosas cartas!

Sonrío y, casi sin pensarlo, comienzo a silbar una canción.

—¡Mila! —llama Gabriel a mis espaldas.

Interrumpo la melodía y volteo para saludarlo. Trota hacia mí con sus rulos mojados, recién salidos de la ducha, que rebotan contra sus hombros y salpican gotas de agua por el pasillo.

—¡Hey, Gaby! —lo saludo con cierta euforia. No lo he visto en días.

Cuando me alcanza, se acerca a mi oído y comienza a susurrar. Varias miradas curiosas se posan sobre nosotros.

—No me creerías lo que pasó anoche. Bah, seguro que sí me lo crees porque debe de tener algo que ver contigo —se contradice—. ¿Podemos hablar un minuto?

Lo alejo con una sonrisa porque está empapándome la ropa con su cabello. No quiero ser descortés, pero me asusta pensar que demasiada agua sobre mi piel pueda enfermarme justo antes de mi cumpleaños. Soy paranoica con esto de los resfríos.

—Claro, pero tengo apenas unos minutos —respondo.

—Alcanza y sobra. Ven. —Gabriel me toma por la muñeca y me guía a través del pasillo hasta la entrada del auditorio. Esta zona siempre está desierta cuando no hay eventos escolares.

Una vez allí, toma aire y busca su teléfono. En silencio, lo desbloquea y pasa su dedo por la pantalla hasta encontrar algo. Luego, lo voltea y me muestra un mensaje.

—Mira esto. Lee y dime si no es increíble.

Susurro en voz baja las palabras a medida que intento descifrarlas.

—"Hola soy julian. disculpa x los insultos dl otro dia q m pac d la raya. e stado refleccionando sobre muchas cosas tontas que hic y necesito q hablemos y q agamos una tregua para el pximo finde . T parec mañana dsps d clases en l parq d siempre????? Ya sabes cual digo no?????? tpo 4 stare x ahí." —Concluyo la lectura y me río. He leído hasta los errores en voz alta. En vez de leer "hic" como "hice", lo pronuncié "ik". Me siento estúpida, pero he comprendido a qué apunta el asunto.

—¿Le diste mi número? ¿Tienes algo para decir? —consulta Gabriel. Arquea una de sus cejas y me observa con curiosidad. Luego, añade—. Solo no me digas que intentas jugar a Cupido con nosotros porque no funcionará.

Estallo en carcajadas y él me imita, aliviado.

—No, para nada. No sé cómo tiene tu teléfono... pero tiene que ver conmigo, sí. Me enfadé mucho cuando me enteré de lo mal que te trató, así que le pedí que me contara qué problema tenía contigo y... bueno, no sé, lo obligué a ver las cosas desde tu punto de vista supongo. No sé si esto lo haga porque de verdad haya reflexionado o porque tiene miedo a ganarse mi odio. —Me encojo de hombros—. Pero sea cual sea el motivo, me parece genial.

—Prometo que te llamaré esta noche para contarte qué ocurre —asegura Gabriel mientras se lleva una mano al corazón—. Espero que al menos podamos evitar golpes e insultos, aunque no podamos volver a ser amigos.

—¿Seguro? Yo ya comenzaba a sospechar que andas con los rulos mojados y una camisa linda porque te vas a tomar la reunión como una cita —bromeo, señalando su aspecto. Se lo ve mejor vestido que de costumbre.

El timbre suena antes de que él me conteste. Nos despedimos con un saludo improvisado y tomamos caminos diferentes hacia nuestras respectivas clases.

Sé que me pasaré el resto de la jornada con la reunión entre ambos en mi mente. Por momentos, voy a pensar que todo saldrá bien y que recuperarán su amistad. Otras veces, seguro voy a imaginármelos a los golpes. Y claro, no puedo dejar de admitir que una parte puede imaginarlos a los besos, como los fanfics malos. 


Pongo una alarma en mi teléfono para medianoche, así podré enviarle un mensaje de feliz cumpleaños a Elena antes de irme a dormir. Su obsequio lleva varios días en mi casillero, listo para poder dárselo mañana. Espero que le guste.

Bostezo. Guardo mis libros y cuadernos en el morral y sonrío, satisfecha por haber concluido con las tareas y trabajos para el resto de la semana, incluso lo que debería haber hecho con Julián y que él parece haber olvidado por completo. No quiero tener que preocuparme por la escuela durante mi cumpleaños.

Me duele mucho la cabeza.

Decido quitarme los lentes de contacto, ducharme y colocarme las gafas comunes por unas horas. Dejo los cristales sobre mi escritorio y prometo guardarlos en su estuche antes de acostarme.

Me aseo sin prisa para relajar la mente y el cuerpo. Siento los hombros contracturados, la vista cansada y tengo una terrible jaqueca. Me pasé las últimas cuatro horas en el escritorio y ya no lo tolero más.

Al no encontrar mi camisón verde, opto por ponerme una vieja camiseta de mi hermano que me queda enorme y shorts deportivos, luego, regreso a mi habitación y me arrojo sobre la cama.

Con los lentes puestos, abro un ebook. Lo cierro. Abro un blog de reseñas. Lo cierro. No estoy con ánimos de leer —situación poco común—, pero tampoco estoy cansada. No sé qué hacer. Las pocas cosas que quisiera ver en Netflix tienen subtítulos así que también me vería obligada a leerlos. Necesito descansar la vista, pero sin dormirme.

Clavo la mirada en el fondo de pantalla por un rato. Luego, abro la galería y paso por las fotos sin muchas ganas. Tomo pocas. Debería aprovechar la salida del sábado para usar la cámara con mis amigos.

Apunto a mi rostro y me tomo una selfie. Otra. Otra. Son todas espantosas, pero no tengo nada mejor que hacer. Las llevo a una app de edición para ponerles efectos y stickers, pero no tienen arreglo. Me veo fatal.

Las borro.

Podría descargarme un juego, aunque eso también me cansaría la vista.

"Tal vez podría buscar un audiolibro". Sí, eso es una buena idea.

Me incorporo hasta sentarme con la espalda contra las almohadas. Intento hallar algún clásico gratuito que pueda ayudarme a pasar el rato. Entonces, recibo el llamado de Gabriel.

Recuerdo su promesa y atiendo. Es un buen momento.

—Buenas noches, angelito —bromeo—. ¿Qué tal tu cita?

—¡Que no era una cita! —responde entre carcajadas nerviosas—, pero bien. Mucho mejor de lo que esperaba. ¿Estás muy ocupada, Mila?

—Cuéntame. Tengo hasta medianoche. —Me deslizo bajo las mantas y cierro los ojos mientras conversamos.

—Me encontré con Julián en el parque —menciona—. Es un sitio importante para ambos, porque ahí jugábamos cuando éramos pequeños, ¿sabes? No es importante para lo que ocurrió hoy, pero me sorprendió que escogiera este sitio. Es donde se rompió nuestra amistad.

Noto que le está dando muchas vueltas al asunto. No se lo diré. Prefiero que me lo cuente a su ritmo.

—Ajam —asiento.

—Llegué temprano y me senté en una banca vacía cerca de los columpios y toboganes. Cuando digo temprano, hablo de casi una hora antes de lo pactado. No tenía nada mejor que hacer y no valía la pena regresar a mi hogar por apenas unos minutos... y estaba nervioso —continúa explicando él—. Puse la radio en mi teléfono y empecé a mirar notificaciones en las redes sociales mientras lo esperaba. Perdí la noción del tiempo, no sé qué me pasó.

—¿Estabas revisando redes sociales en general? ¿O estabas viendo el perfil de Julián? —bromeo—. Seguro andabas revisándole las fotos, como hace Elena.

—¡Oye! No soy así. Solo vi las últimas tres que subió la semana pasada y seguí con mis asuntos —asegura, es un pésimo mentiroso—. Pero bueno, la cuestión es que me distraje con las redes sociales. En un momento, noté que ya era tarde y que él no había llegado. O eso pensé. Levanté la vista para buscarlo con la mirada entre los caminos del parque y, ¡¿adivina dónde estaba?!

—No sé, no conozco el parque —admito—. Dime, ¿dónde?

—¡Sentado a mi lado, mirando su propio teléfono! No sé cuándo llegó, ¡pero no me dijo nada! Se estaba burlando de mí seguro.

Estallo en carcajadas. Eso definitivamente suena a algo que Julián haría.

—No es chistoso. Me asustó y me puso muy incómodo porque, ¿y si notó que en algún momento ingresé a su perfil y le revisé las últimas fotos? No me dijo nada, pero ¡¿cómo puedo estar seguro de que no lo vio!? No imaginas cuánta vergüenza sentí.

Continúo riendo. No puedo detenerme. Mis lentes se empañan porque estoy llorando a causa de la risa. Por fortuna, no es tan tarde y a mi hermano no le molestará el ruido.

—¡Mila! ¡Esto es serio!

—Lo siento —murmuro entre carcajadas—. Pero no me puedes culpar, tú también te ríes de mis infortunios. Cuéntame qué pasó luego.

Gabriel suspira del otro lado del teléfono.

—Conversamos como personas civilizadas —asegura—. No me atreví a mirarlo a los ojos en ningún momento. Me quedé ahí, sentado a su lado, con la mirada clavada en un árbol que teníamos enfrente. Creo que él hizo lo mismo, ya sabes, para evitar la incomodidad.

—¿Qué te dijo? —quiero saber.

—Muchas cosas —responde Gabriel—. Primero, se disculpó por lo que de la semana pasada. Le dije que no lo perdonaría, pero que me alegraba saber que se arrepentía.

—¡Golpe bajo! —contesto—. Hay que tener coraje para decir algo así en esa situación. Ojalá yo pudiera hacerlo, a mí me daría vergüenza no aceptar una disculpa sincera. ¿Qué te contestó?

—Se rio —hace una pausa—. ¡¿Puedes creerlo?! Julián Ward se rio de algo que yo dije. Es increíble. Hasta pensé que estaba hablando con su hermano gemelo bondadoso o algo así. Pero bueno, después de la disculpa fallida, admitió que estaba celoso de que yo fuera tu amigo y de que tú rieras tanto a mi lado. ¡Es un idiota! —enfatiza Gabriel.

—Lo sé.

—Me preguntó si lo hacía para hacerlo enfadar o si me gustabas o qué. Y le dije la verdad: Mila es una buena amiga que me ayuda a no repetir de año. Para que se quedara tranquilo, le dije que tengo mis ojos puestos en un chico que atiende en el gimnasio cerca de la escuela. —No puedo verlo, pero imagino su expresión exasperada—. Por cierto, eso es verdad. No digas nada —añade por si acaso—. Creo que le tranquilizó oírlo. Para él, soy cien por ciento gay y no bisexual. Tuve que mentirle porque temí que, si no lo hacía, me miraría con desconfianza. Quizá más adelante se lo confiese, cuando haya más confianza entre nosotros.

—Pero los ángeles no mienten, Gab.

—Es una mentira temporal. Lo prometo —asegura él—. Entonces, después de eso, hablamos un poco sobre nuestra infancia. Fue... ¿lindo? No sé. Recordamos algunas tardes que pasamos juntos y anécdotas chistosas.

—¡Yo quiero oírlas! —pedí, ansiosa.

—Otro día te las contaré.

Asiento con un movimiento de mi cabeza.

—¿Mila? —me llama Gabriel.

—Lo siento, sí, me parece perfecto. —Soy una idiota, por un momento olvidé que él no puede verme a través de la llamada—. ¿Y qué más pasó?

—Entre una anécdota y otra, llegó el momento de hablar del motivo de nuestra enemistad. Bah, de su odio infundado hacia mí. Me explicó todo de una forma que yo jamás hubiese pensado. Cuando me dijo cómo se sintió y por qué, me atraganté. Pensé: "Soy el peor amigo de la historia de los amigos" porque en el momento del incidente, no lo pude ver de esa forma. Me dijo que...

—Lo sé —interrumpo—. La verdad es que a mí me lo contó también, y yo le recomendé que usara las mismas palabras contigo porque de seguro ambos vivieron el evento como algo totalmente diferente.

—¡Lo sabía! Esto fue culpa tuya.

—Nunca lo he negado —bromeo—. ¿Qué más pasó? Vamos, cuéntame de una vez.

—Cada cual contó su versión y se disculpó con el otro. Ambos aceptamos las palabras que dijimos, nos dimos las manos en un gesto de paz y prometimos no odiarnos. Claro que esto no significa que seamos amigos ni nada, solo que no habrá más hostilidades. —Gabriel toma una bocanada de aire—. Él no se quejará de que seas mi amiga y yo no buscaré taclearlo a propósito en los partidos. ¡Ah! Y dijimos que ninguno volvería a hablar mal del otro. Es increíble. Parecía otro Julián. Si esto ha sido cosa tuya, Mila, te amo... como amiga, claro. Pero te adoro, no sé qué le hiciste para que usara su cerebro y se le bajara el ego. Eres la mejor. Gracias. Quizá tú seas el ángel aquí.

—Para nada, me das más crédito del que merezco —menciono con honestidad—. Al menos, me alegra saber que no se golpearán a muerte el sábado.

—Buen punto.

—Entonces... —comienzo a murmurar—. ¿No hubo besos ni romances apasionados como en las películas? ¿No fue un encuentro como el de Elizabeth y Darcy bajo la lluvia?

—¡No! —responde Gabriel con un grito agudo. Sé que se ha sonrojado.

—¡Qué decepción! —bromeo—. Y yo que pensé que me quitaría a Julián de encima de esta forma. Lo siento, seguro a ti también te ha desilusionado la falta de pasiones prohibidas en público. Con lo bonito que estabas vestido y todo...

—Mila, ya cállate. Te dije que me gusta otro chico —asegura. No suena enfadado. Después, baja la voz como si fuese a contarme un secreto—. Nos añadimos a Facebook mutuamente.

—¡Yay! —grito—. Ahora podrás mirar sus fotos sin sentirte culpable.

—¡Te digo que no hago esas cosas! —insiste—. ¿Por qué estás tan empeñada con esto del romance de repente?

—No lo sé. Se me ocurrió esta mañana y no me lo he podido quitar de la cabeza —admito—. Debe ser porque hace poco leí una novela homosexual muy tierna que tenía a un personaje que me recordó a ti. ¿Quieres que te la preste?

—No, sabes que me aburre leer. Pero si sale la película, podemos ir juntos —promete—. Debes olvidar el asunto y lo sabes. A mí me encanta el chico del gimnasio y Julián muere por ti. Eso, sin importar cuánto lo intentes, dudo que lo puedas cambiar.

Suspiro, decepcionada.

—Lo sé, lo sé. Ah, antes de que me olvide. Hablé también con el chico de las cartas. Irá a mi cumpleaños, así que lo vas a conocer. Necesitaré de tu ojo experto para que me digas qué piensas de él la próxima semana.

—¡Cuéntame! —pide él.

—Nah, otro día. Ya es casi medianoche y tengo que llamar a Elena por su cumpleaños. Gracias por avisarme de lo que ocurrió. Me alegra mucho saber que la situación ha mejorado. Nos vemos por los pasillos de la escuela. ¡Adiuuuuus!

—¿En serio? ¡Yo te cuento todo y tú me dejas con la duda! Esto no es justo, Mila Isabel Cano. Pero te lo perdono porque, gracias a ti, ya no tendré más enemigos. Buenas noches. Mándale un abrazo a tu amiga de mi parte. Bye bye.

Cuelgo.

Dejo escapar un bostezo, faltan ocho minutos para medianoche.

Mi teléfono vibra. ¿Un mensaje? Lo abro. Es de Gabriel.

Dentro, hay dos fotos. La primera es una foto de otra foto medio desgastada, muestra a dos niños sonriendo; tienen los rostros cubiertos de helado. Gaby se ve igual que ahora, con sus rulos rebeldes sueltos al viento, enredados. A su lado hay un pequeño de cabello oscuro y corto al que le falta un diente; asumo que es Julián.

La segunda muestra su reunión de esta tarde. Es el mismo parque. Puedo reconocer un tobogán rojo en la lejanía de ambas imágenes. Gabriel tiene lentes, pero sonríe de la misma forma que en la imagen anterior. Julián apenas si esboza un arco con sus labios y alza las cejas como si dijera: "No sé por qué demonios me estoy tomando esta foto".

El mensaje de Gabriel lee:

"¿Se enfadará mucho si las subo juntas a Facebook?"

Sonrío y le respondo con prisa:

"Sí, seguro que sí. Pero es una buena prueba de la tregua. Me encantan. Las guardaré ;)"

Me encanta sentir que Gaby y yo ahora sí somos amigos, que nuestra relación va más allá de la de compañeros de escuela que deben trabajar juntos. Disfruto de nuestras conversaciones y espero que el lazo siga creciendo.

La alarma suena. Es hora de hablar con mi mejor amiga.



Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro