
CAPÍTULO 18 - SÁBADO
Subo corriendo por las escaleras mecánicas del centro comercial porque estoy llegando tarde al punto de encuentro, en la puerta de la librería. Por suerte, no hay tanta gente en mi camino. El sitio se llenará recién después del almuerzo.
Me gusta decir que soy puntual, pero dependo del transporte público y eso suele complicar mis cálculos en lo que respecta a traslados. Yo salí a horario de casa. ¡La culpa es del bus de las nueve y media, que pasó casi a las diez y cuarto!
Diviso a mi mejor amiga a lo lejos. En lugar de hallarse donde quedamos, está sentada con un helado entre sus manos en el sector de comidas. Me saluda con uno de sus brazos en el aire mientras se lleva el cono a la boca con la otra.
"Si pudiera vivir a base del helado de este lugar, lo haría", sonrío. Siempre que pasamos por aquí, ella pide un sabor que se llama Magia del bosque, que es de fresa con pedacitos de chocolate y de otros frutos.
Verla comer hace que se me antoje helado a mí también, pero tengo poco dinero para almorzar y necesito guardar mis ahorros para el fin de semana de nuestro cumpleaños.
—¡Perdona! —Saludo y me acomodo frente a ella—. Juro que salí a horario.
—No te preocupes, Mi. Lo importante es que no me dejaste plantada. —Alza las cejas—. Ahora, vayamos a lo importante: cuéntame sobre esa cita del otro día, que me vienes esquivando desde entonces.
Niego con la cabeza mientras río por su apuro. Y, sin más, le comento sobre la tarde en InkStrike. Luego de responder a sus preguntas
Aprovechamos lo que queda de la mañana para conversar sobre temas varios. Le comento sobre mi logro en League of Legends y otros asuntos menos importantes, como los avances del relato sobre ángeles que me tiene bloqueada desde hace dos meses porque no sé cómo terminarlo.
Casi a la una de la tarde, nos turnamos para comprar el almuerzo. Ella escoge una hamburguesa gigante y yo voy al puesto de comida china que probé con Julián. Me ha encantado. Lo hacemos de esta forma porque el centro comercial está más concurrido y no deseamos perder la mesa.
—Entonces —comienza a decir Eli, con una papa frita en su boca—. ¿Parque de diversiones?
Asiento.
—¿Nos juntamos en la puerta de la escuela para tomar el bus? —consulta ella—. ¿O directo en nuestro destino?
—Mejor en el parque, creo. —Hago una pausa—. Seríamos nosotras dos, Tristán y Alan, como siempre, ¿verdad?
Sé lo que me va a responder, no quiero oírlo. Y, aunque podría darle un discurso completo sobre mis motivos para negarme, comprendo que Eli no lo aceptaría. Cuando se le cruza algo por la mente, no se detiene hasta lograrlo. Es casi imposible debatir con ella.
—Y Julián —añade— Es más, si vamos a festejar, hagámoslo a lo grande. Invitemos a Gabriel y a los amigos de tu chico, esos dos que fueron a la cita con ustedes. ¡Y a tu chico de la mala gramática! Para ese día seguro sabremos quién es —bromea. Extiende sus brazos como si quisiera abarcar a veinte personas más en su cálculo.
—Eli, cálmate —pido—. Gabriel y Julián se odian. A Totto y a la novia apenas los conozco. Y no sé quién demonios es el chico de la mala gramática.
—Todo eso tiene solución. Gabriel y Julián pueden amigarse. A la gente que no conoces los invitas justamente para conocerlos más, ese es el punto, ¡duh! Son simpáticos y lo sabes.
—¿Y el admirador secreto?
—Si averiguo quién es, será fácil invitarlo. Si no lo hago, quizá se sienta tan honrado de que le digas de ir que decida por fin dar la cara. Es un plan perfecto —asegura ella, orgullosa—. Ahora, lo que hay que pensar bien es cómo reconciliar a Caspian con Rulitos.
—Es imposible.
—Julián te adora, seguro puedes convencerlo —repite Elena—. Vale la pena intentarlo. Además, tú tienes un no sé qué con las palabras que seguro hallas la forma de que se vuelvan inseparables. O, en el peor de los casos, le dices a tu príncipe azul que Gabriel irá de todos modos porque es más importante y que él puede escoger entre acompañarnos y comportarse o quedarse en su casa solito.
—¡Estás loca! —exclamo en medio de una carcajada.
—Y por eso mismo es que soy tu mejor amiga —bromea—. Vamos, será como otra súper mega híper cita grupal. O algo así. Podemos shippear a Gaby con Alan. O con el chico de la mala gramática. ¡O hacer un triángulo amoroso entre los tres!
—Eli, no voy a salir con Julián.
—Yo sé que te gusta. Que cada vez te gusta más. Aunque quieras negarlo, mi querida amiga. Soy como Sherlock y veo las señales. Las pistas.
—Para nada. Estás loca —insisto.
—Al comienzo te cayó mal. ¿Cómo no? Si se portó como conquistador barato de película juvenil de bajo presupuesto. Y te quedaste aferrada a eso, a pesar de que poco a poco empezó a demostrarte que realmente te quiere —cambia el tono de su voz como si estuviera narrando—. Cegada por la primera impresión, te esfuerzas por ver solo lo negativo en él. Tu mente repite que debes rechazarlo y alejarlo, pero tu corazón lo acepta cada vez más —exagera—. Cuando te invita a salir, aceptas. Y, cuando sales, lo pasas genial. Disfrutas de su compañía.
—Como amigo —interrumpo.
—¡Ja! Seguro, Mi. Seguro. Lo que digas —se burla Elena—. En el fondo, mueres por invitarlo. Esperabas que yo lo propusiera porque sabes que será más entretenido el cumpleaños con él allí. No querías mencionarlo tú, pero confiabas en mi buen juicio de mejor amiga observadora.
—¿Había vodka en el kétchup de tu hamburguesa? ¿Estás ebria? Lo que dices no tiene ni pies ni cabeza.
—Blah, blah, blah —se burla con un movimiento de su mano—. Lo que importa es que lo invitaremos. ¿No?
—No. No lo invitaremos.
—Sí. Ya me lo agradecerás luego, algún día en el futuro. Cuando estén casados y viejitos en el porche de su casa, con un gato encima de tu regazo y un perro a los pies de él.
—¡ELENA! —grito, avergonzada.
Ella estalla en carcajadas y cambia de tema.
—¿Qué es lo peor que puede pasar si invitamos a todos esos? ¿Qué haya un duelo a muerte entre tus pretendientes? Quizá hasta sea mejor. Te quedas con el que gana y ya.
—¡No soy un trofeo! —me quejo—. Y preferiría evitar muertes en mi cumpleaños.
En eso, una mano se posa sobre mi hombro y un mal presentimiento me indica de quién se trata. Cierro los ojos por un instante y trago saliva; ojalá que no haya escuchado nuestra conversación.
—¡Chicas! ¡Qué sorpresa! —saluda Julián, efusivo.
"Mierda, mierda, mierda, mierda", pienso.
—Hey! —contesta Eli con efusividad—. ¡Qué grata sorpresa! Justo hablábamos de ustedes.
"¿Ustedes? ¿No está solo?" Quiero voltearme, pero no lo hago porque mi rostro debe seguir sonrojado.
—¿De mí? —pregunta Totto.
—Sí. El fin de semana que viene vamos a festejar nuestros cumpleaños en el parque de diversiones y queríamos hacerlo con amigos. Ya les contaremos más el lunes o el martes, pero están invitadísimos.
—Suena bien —admite Julián—. Cuenten conmigo.
—¡No! —alzo la voz. Me llevo ambas manos al rostro y contengo las ganas de golpear mi cabeza contra la mesa—. Todavía no decidimos nada. Ni la hora, ni si se cancela por lluvia, ni si... no sé, nada. La celebración no se ha confirmado, es solo una idea por el momento.
—Bueno, sí... —Eli me sigue la corriente—. Pero, en el caso de que los planetas se alineen, estarán invitados.
—Genial. Avísennos apenas sepan —responde Totto.
—¿Qué demonios hacen aquí? —pregunto—. ¡¿Julián, me estás siguiendo?!
Todavía no me volteo.
—Calma, no eres el centro del universo —asegura él—. Íbamos a jugar un partido de fútbol y se nos ocurrió detenernos aquí para comer algo primero.
—Lo siento, es que ayer te dije que... —comienzo a disculparme, avergonzada por lo que acabo de insinuar.
Casi al instante, sin embargo, Julián me detiene con una palmada en mi hombro.
—Es broma, boba. Obvio que sugerí almorzar acá porque esperaba verte —susurra—. Tenía la esperanza de que me permitieras acompañarte a la librería, así me dices qué otros títulos te interesan. Me anotaré uno para tu cumpleaños. Lo prometo.
Por fin, me giro hacia él, frustrada ante su declaración. Abro la boca, lista para insultarlo, pero no logro decir nada. Fue sincero, después de todo.
—Te puedo mandar mi wishlist por mensaje luego —respondo de mala gana unos segundos más tarde.
—Prefiero que me muestres las tapas así no las olvido —insiste Julián.
—Existe Google —refuto—. ¿O piensas ser de esos que van a la tienda y dicen "busco uno de tapa azul"?
—Esta chica es inteligente, me agrada —remarca Totto—. Tus estrategias infalibles para conseguir novia no funcionan en ella, ¿eh? Es inmune.
—Lo sé, es un hueso duro de roer —admite Julián como si yo no estuviera presente—. No sé qué más hacer. Me falta llegar a su puerta con flores, chocolates y unos mariachis mexicanos que le canten. ¡Y no tengo tanto dinero!
Elena y yo estallamos en carcajadas. Al principio, intento contenerme, pero me es imposible.
—La verdad es que el plan original era almorzar primero sin que nos vieran, y acercarnos a saludar luego. Pero no encontramos mesas vacías, ¿nos podemos sentar con ustedes por un rato? —pregunta Totto—. Muero de hambre y solo tenemos una hora para ir a tomar el bus.
—Claro —responde Elena—. Vayan a comprar sus almuerzos que nosotras los esperaremos aquí. ¿Qué van a comer?
—Pizza para mí —dice Julián.
—Y después te quejas cuando subes de peso —se burla Totto—. Para mí una ensalada o algo liviano. No quiero que me duela el estómago en medio del partido.
—Te acompaño —murmura Eli—. Justo estaba pensando en algo frutal.
Mi mejor amiga se pone de pie y se marcha con ellos. Me dejan sola. Sospecho que mi mejor amiga tiene algún motivo para ello. Quizá quiera interrogar a Totto sobre el asunto del chico de la mala gramática o sobre el ojo morado de Julián. Sí, seguro es algo de eso.
Mi día no transcurre con la tranquilidad que había anticipado, pero no está tan mal tampoco. Logro cambiar el libro que me obsequió Julián por otro que me interesa más sin mayores inconvenientes, e incluso me queda suficiente crédito en la librería como para llevarme un par de marcapáginas bonitos.
Julián y Totto se marcharon hace algunos minutos, con cierta prisa, rumbo a su partido de fútbol. Quedamos tan solo Elena y yo, como lo planeamos en un comienzo. Es hora de regresar a nuestra agenda.
Hemos perdido nuestra mesa y sabemos que eso significa que nos tomará un buen rato encontrar otra, así que nos rendimos sin siquiera intentarlo. Es, después de todo, sábado por la tarde. Y eso es sinónimo de grandes multitudes en todos lados.
Caminamos por el centro comercial sin prestarle atención a nada porque apenas si tenemos un poco de dinero con nosotras. Aunque quisiéramos comprar ropa o accesorios, nos es imposible. Además, ya lo recorrimos hace un par de semanas y hay pocas novedades.
Conversamos mientras nuestros pies avanzan por las dos plantas del edificio una y otra vez. Me alegra haberme colocado un calzado cómodo para la ocasión. Algunas veces opto por algo más bonito para salir en fines de semana, pero suelo preferir la practicidad por encima de la estética. Elena, en cambio, se queja cada cinco o seis pasos porque sus zapatos con tacón se le tuercen y la hacen perder el equilibrio.
Avanzamos tomadas de la mano. Muchos curiosos deben vernos con la ceja alzada, quizás asuman que somos novias. La verdad es que, si no sostengo a Elena, se va a caer.
—¿De qué hablaste con Totto? —Voy directo al grano.
—De muchas cosas —responde Eli, con una sonrisa en su rostro—. Primero que nada, ¿quieres saber qué le pasó a Julián en el ojo? Es una buena historia que prometí no contarte y que, claro está, no puedo esperar a que oigas.
—Te escucho. —Me dejo llevar por la intriga.
—Parece que, en la clase de Gimnasia, los chicos tuvieron un deporte a votación y escogieron fútbol americano. Sí, lo sé, no te sorprende, pero la cosa no termina ahí —insiste ella en un intento por mantener el misterio oculto por tanto tiempo como le sea posible—. La cuestión es que, en medio del partido, de alguna u otra forma, Gabriel tacleó a Julián con fuerza y lo hizo caer —hace una breve pausa—, pero eso no fue lo que causó el ojo morado.
—¿Entonces? —consulto. Tengo poca paciencia para estas cosas.
—Cuando Julián se levantó, agarró a Gabriel del cuello y empezó a insultarlo. Me dijo Totto que estaba irreconocible, que nunca lo había visto tan enfadado. No quiero ni repetir lo que se supone que le gritó porque es muy feo. Lo peor de todo es que aseguró, frente a todos, que quería aprovecharse de ti para darle celos a él. ¡Casi lo hizo llorar!
—¡Es un imbécil! ¿Ves? Ni loca salgo con alguien así —me quejo—. Por favor, dime que Gabriel le dejó el ojo morado.
—No, ¡ojalá! Sé que le respondió algo que lo hizo enfadar más, pero Totto no llegó a escucharlo.
—¿Y qué pasó luego? —Me giro hacia ella, expectante.
—Totto le dio un golpazo a Julián. Por estúpido —Afirma Eli—. Según sus palabras, y te diría que tomes esto con pinzas, Caspian aseguraba que el tacleo de tu angelito fue intencional y la gota que rebalsó el vaso. Que desde chicos Gabriel intenta arruinarle la vida una y otra vez... que se hace pasar por un buen chico cuando es un monstruo. Y que nadie lo nota.
Abro mis ojos y me detengo en seco.
—Espera, ¿qué?
—Eso que dije. Julián acusó a Gabriel de ser el chico de las cartas. De ser el que intenta alejarte de él. Que seguro te llena la cabeza con mentiras para que lo odies y yo qué sé cuántas tonterías más. —Elena alza una ceja con sarcasmo—. Parece que Totto se enfadó por lo injusto de la situación y se agarró a golpes con Julián en medio del partido para hacerlo entrar en razón. O, al menos, eso me contó él. Aseguró que tu príncipe estaba como poseído por la ira, pero que después se le pasó. Fue como que explotó por un montón de cosas.
—Eso no lo justifica.
—Lo sé, yo solo repito lo que me contaron.
Asiento para que ella pueda terminar con el relato.
—No sé cuánto de esto es cierto y cuánto no. Toda historia tiene más de una versión, y no necesariamente porque alguien mienta, sino porque las personas vivimos las mismas situaciones desde diversas perspectivas. Es como cuando admiras un paisaje. Depende de desde dónde lo observes, resaltará algo diferente. Por eso, me parece que antes de sacar conclusiones habría que hablar con ambos. Con Gabriel y con Julián. Según lo que entiendo, tienen visiones opuestas sobre una misma cosa de su pasado. Falta comunicación entre ellos. ¿No crees? Esa puede ser la clave para que hagan las paces de una buena vez.
—No sé si quiero saber lo que tienes en mente —niego con la cabeza—. Más fácil es no invitar a ninguno al cumpleaños y ya.
—¡Mila! Piénsalo bien. Si ambos ven sus errores, se disculpan y comienzan a tolerarse, tal vez podrías dejar de rechazar a Julián para darle una oportunidad. Y podríamos formar un grupo muy bueno para las salidas de fines de semana sin excluir a nadie.
—Eli...
—No, no. Escúchame. A ver si estoy comprendiendo bien. Gabriel estaba enamorado de Julián y lo besó. Julián se lo tomó muy mal por algún motivo que Gabriel desconoce y que necesitamos averiguar. Ese suceso avergüenza mucho a Julián y es el motivo por el que detesta a Gabriel. Como él mismo ha dicho, homofóbico no es. Se lleva bien con otros chicos gay de la escuela. El problema es Gabriel. Solo él. ¿Por qué? ¿Cómo es que un simple beso le importa tanto, siendo que él seguro tiene mucha experiencia no solo con eso, sino también con...?
—Basta. No quiero oírlo. —La detengo—. Ya entendí. Sabes que no me agrada hablar de esas cosas. Me dan pudor.
—Entrendido. Pero, entonces ¿qué dices de intentar hablar con Caspian para averiguar su versión de lo sucedido? Con ambas partes a nuestra disposición, será más fácil juzgar lo que pasó y encontrar la forma de solucionarlo.
—Supongo...
—Tenemos solo una semana para lograrlo. ¿Crees poder hacerlo?
—No —afirmo.
—¡Mila! Al menos inténtalo —ruega Eli.
Suelto un suspiro extenso.
—Si sale el tema o si tengo la oportunidad, haré el esfuerzo. No te puedo prometer nada.
—¿Te puedo contar otro secreto que me dijo Totto? Juro que es lo último y podemos dejar el tema de lado.
—A ver, te escucho.
—Aparentemente, hace algunos días, Julián se puso a llorar... por ti.
—¡¿QUÉ?!
Elena suelta una carcajada ante mi reacción. Y casi se cae. Debe sostenerse del muro.
—Supuestamente, tiene muchas inseguridades porque cada vez le gustas más. Bah, dice que te quiere en serio y que no entiende por qué tú no lo aprecias a él.
—Sí que lo aprecio, solo que no de la forma que busca —contradigo.
—Eso mismo dije yo cuando Totto me contó, pero él insiste en que Julián no lo ve. Que está convencido de que lo odias y que solo respondes sus mensajes porque te compra cosas.
—¡Ay, no! No quise dar esa impresión. —Me cubro la boca con ambas manos—. ¿Estás segura de que no te dijo eso solo para dar lástima y que intentaras convencerme de que salga con él?
—Ni idea. —Eli se encoje de hombros—. Asumo que es verdad que estaba tan desanimado que se puso a llorar. Ahora bien, lo que pasaba por su mente en ese instante es algo que solo el mismísimo Julián sabe. ¿Cómo es que hay tan poca comunicación entre ustedes? ¿De qué mierda hablan cuando salen? ¿O tienen las bocas demasiado ocupadas como para conversar?
—¡Eli! —exclamo, sonrojada—. Ya te dije que nunca nos besamos. Y... no sé, hablamos sobre... ¿cosas?
—Wow, qué descriptiva. Gracias. Si así va a ser tu novela, dedícate a otra profesión, ¿cómo que hablan sobre "cosas"? ¿Qué demonios son "cosas"?
—Y yo qué sé. Pero eso no viene al punto.
—Sí que lo hace —insiste ella.
—¿Por qué?
Sin darnos cuenta nuestros pies nos llevan de regreso a la librería. Es costumbre, supongo.
—Lo primero de todo: Julián nunca antes había golpeado o intentado golpear a nadie.
—No quisiera un novio maltratador y violento —respondo.
—Deja de interrumpir y escucha —continúa ella—. A su manera, Julián está demostrando cuánto le importas. No solo eres un enamoramiento pasajero, sino que te quiere mucho y que no sabe cómo lidiar con eso que siente.
—Pues que lo averigüe y luego hablamos. —Me cruzo de brazos mientras ella revisa las mismas estanterías que hace un rato.
—Ya sabes que los hombres suelen ser así. Te guste o no, se portan como animales de vez en cuando. Es algo social, creo. No conocen otra forma de lidiar con sus emociones. Tristán también ha golpeado a otros chicos que me han molestado. Es normal, algo tan naturalizado como que a nosotras nos encante maquillarnos y vernos bonitas al espejo. Bueno, a la mayoría. A ti eso tanto no te agrada. —Se rasca la nuca—. A lo que voy es a que las personas merecen segundas oportunidades. Esto va para todos. Julián actuó mal, pero no es algo usual en él. Perdió el control de sus emociones, como le podría pasar a cualquiera, y reaccionó como reaccionan otros hombres a su alrededor: con violencia. Se equivocó, en algún momento reconocerá su error y se disculpará, o eso espero. Y perdonarlo no me parece mal.
—Si es que se disculpa.
Esta conversación no está llegando a ningún lado. Me cuesta mucho entender la perspectiva de Elena al respecto de la situación. No hay emoción alguna que justifique que un chico golpee a otro o que lo insulte cuando no es en defensa personal. Claro, si te atacan te defiendes. Pero Gabriel no hizo nada, salvo jugar bajo las reglas de ese maldito deporte.
—No eres perfecta, ¿sabes?
—Obvio que lo sé —respondo, irritada por la pregunta.
—Te equivocas. Puede que lastimes a otros sin darte cuenta. O que alguien malinterprete tus palabras. O que lo que digas suene... hiriente y bruto. ¿Verdad? ¿Nunca te has arrepentido de algo?
—Claro que sí.
—¿Y no te gustaría que las personas, en lugar de comenzar a odiarte, escucharan tu versión de lo ocurrido, permitieran que explicaras cuál era tu intención y te dieran una chance de disculparte, si fuese necesario?
Tomo un libro entre mis manos para fingir que lo reviso y hago un mohín.
—Pues sí, sería injusto si no me dejaran hacerlo.
—Entonces, Mila, dale la maldita oportunidad a Julián de contarte su versión de las cosas. Porque, hasta ahora, solo estás viendo tu perspectiva y lo que te ha dicho Gabriel. No te estoy diciendo que le comas la boca a besos a Caspian sin previo aviso ni que lo empujes contra el muro para arrancarle la ropa. Te estoy recomendando sentarte a tener una conversación real y significativa en la que escuches su visión de las cosas sin prejuicios y que, después de eso, saques tus conclusiones. No antes.
Sé que tiene razón, pero odio admitirlo. Soy pésima para expresar lo que siento y tengo la mala costumbre de guardar rencor cuando una primera impresión que alguien me deja es negativa. Me encierro en mí misma, con escudos y barreras que protegen... ¿qué cosa? ¿Mi estabilidad emocional? ¿Mi seguridad y mi rutina?
No soy buena para lidiar con los cambios, y Julián representa justamente una sacudida que me aleja de mi zona de confort. Así que, inconscientemente, busco excusas y estrategias que me permitan regresar al momento previo a conocerlo. Le digo que seamos amigos. O intento quitarlo de mi vida. Hago de cuenta que las mejores cosas de él no existen, me concentro en lo malo como pretexto para no tomar riesgos.
Lo sé. Todo eso lo sé porque me conozco y porque muchas noches me quedo despierta hasta tarde analizando lo que hago y lo que digo.
Elena dice la verdad. Aunque la actitud de Julián hacia Gabriel es horrible y nada justifica la violencia, lo mínimo que puedo hacer antes de juzgarlo es escuchar su versión. ¿Y si mi angelito realmente le hizo daño, a propósito o sin querer? No conozco los detalles del pasado de ninguno de los dos.
Tal vez Julián siente que lo del beso fue abuso, una muestra de afecto forzada y contra su voluntad. Quizá tenga una situación familiar que respalde ese miedo y ese dolor. Yo qué sé. Especular no me dará las respuestas.
No voy a justificar jamás los golpes o los insultos no provocados. Pero, si logro comprender bien qué sucede, existe la posibilidad de que mi perspectiva cambie. Y eso me asusta.
—¿Hablarás con él? —insiste mi mejor amiga.
—Lo voy a intentar —afirmo, todavía pensativa.
Ella sonríe y relaja los hombros.
—Ah, y otra cosa. Estuve pensando en lo del chico de la mala gramática, Estoy convencida de que no es Julián. Y casi casi sé quién es.
—¿Qué te hace decir eso, Sherlock? —interrogo, mi voz denota el alivio. Aprecio el cambio de tema en la conversación.
—Repasé en mi cabeza el chat que tuviste con el chico este y, salvo que te estuviera mintiendo, él afirma que su mejor amigo averiguó tu nombre gracias a un pariente suyo. Pero me habías comentado que Julián dice haberte conocido a causa del charlatán de mi novio. Así que, o uno de los dos está mintiendo o son personas diferentes. Y creo que Julián es demasiado bobo como para mentir tan bien.
—Buen punto —admito. Salimos de la librería sin comprar nada y vamos hacia unas bancas vacías que están a varios metros de allí—. Pero entonces, ¿quién es?
—Tengo un par de opciones en mente, pero quiero que esperes hasta chatear con él de nuevo antes de sacar conclusiones. El lunes me vas a mostrar la conversación completa. Textual. Creo que con eso podré decirte quién es tu admirador secreto. Digamos que estoy noventa por ciento segura de la identidad.
—¿Es alguien que conocemos?
Elena niega con un movimiento de su cabeza mientras se sienta y se quita los zapatos.
—Si es la persona que yo creo que es, puedo entender por qué no se anima a presentarte ante ti.
—¡Ya dime! ¿Qué es lo que lo acompleja para no presentarse? ¿Es feo, gordo, petizo y con el rostro lleno de acné? ¿Le falta la nariz como a Voldemort? ¿Tiene diez años? ¿Es un vampiro? —ruego—. Me pasé toda la semana jugando el maldito coso ese en la computadora. Merezco respuestas. ¡Vamos, Eli! No me puedes ocultar algo como esto. —La sacudo.
—Es que no estoy segura. Todavía hay otras posibilidades. Espera un poco más —pide ella— Te prometo que sabrás su identidad antes de tu cumpleaños. Será parte de mi regalo.
—No es justo —suspiro.
—Al menos, te he dicho que no es Julián. Eso es importante, ¿o no? —insiste Eli.
—Ni Gabriel —asiento—. El problema ahora es otro, ¿qué demonios hacemos con nuestro cumpleaños? No podemos invitar a dos personas que se odian, ¿o sí?
—Ya te dije. Deja que yo me ocupe del admirador secreto. Tú hazte cargo de Caspian y el ángel.
Subo al bus poco antes del anochecer. El paisaje se tiñe de rojos y naranjas, de luces y de sombras en alto contraste. He decidido que me tomaré el resto del día para leer mi nueva adquisición y que dejaré las obligaciones para mañana.
Me acomodo en el único asiento libre que encuentro y tomo mi teléfono; desbloqueo la pantalla para revisar notificaciones y avisarle a mamá que estoy regresando. Luego, abro la lista de contactos y busco a Gabriel. Poso mi dedo en su número y pienso que quiero llamarlo para ver cómo se encuentra. Temo que la culpa me ha golpeado a mí, casi tan fuerte como el Totto ha golpeado a Julián. Sé que es mi culpa que Julián lo haya atacado, aunque no haya sido intencional. ¿Debería disculparme con Gaby? Deseo hacerlo, pero todavía no tengo suficiente confianza con él.
Bloqueo la pantalla otra vez. Cuando lo vea en los pasillos, hablaré con él. O mejor aún, le diré a Julián que es un idiota y que, si vuelve a ponerle una mano encima a mi amigo, no le hablaré nunca más.
Estoy indecisa.
El camino a casa es largo, así que vuelvo a encender la pantalla del teléfono unos minutos más tarde... y me arrepiento por segunda vez. Si me quejo con Julián, sabrá que alguien me ha contado lo que ocurrió. Si asume que ha sido Gabriel, eso alimentará su odio. Si asume que es el Totto, capaz fracture su amistad.
No sé qué hacer.
"Al demonio, no puedo hacer nada por ahora", me digo con resignación. Toda opción me parece pésima, cada posible curso de acción se presenta con consecuencias negativas y forzado. Mejor dejaré que las cosas fluyan.
Abro mi libro y comienzo a leer. Tengo casi una hora de viaje. Lo disfruto, pero intento no distraerme demasiado. Cada tanto, alzo la mirada para ver por la ventanilla del bus cuánto falta para llegar. No quisiera pasarme.
En algún momento, llega un mensaje de texto de Elena.
"¡Miiii! ¿Te puedo pedir un favor enorme? Dice papá que se rompió el no sé qué en casa y que por eso no tendremos luz hasta mañana. ¿Me dejarías quedarme esta noche contigo?"
Necesito limpiar mi habitación un poco, pero sé que a mi familia no le molestará que haga planes con Eli. Les envío un mensaje a mis padres para que sepan que regresaremos juntas, así podrán preparar suficiente comida para la cena. Luego, respondo a mi mejor amiga:
"No hay inconvenientes, pero tengo una condición: dime de quiénes sospechas. P.D. Te espero en la parada del bus cuando me baje, así llegamos juntas. ¿Cuánto tardarás?"
Guardo el libro en la bolsa. Para este momento, ya ha pasado casi la mitad del tiempo de viaje. No vale la pena que intente seguir leyendo.
Pronto, recibo un nuevo mensaje de mi mejor amiga.
"A lo primero: lo pensaré. Por lo demás: Mira por la ventana trasera. Estoy en el bus que le sigue al tuyo =p. Me subí antes de preguntarte porque sabía que dirías que sí. No tendrás que esperarme. Lo único es que voy a tener que pedirte es ropa prestada."
Ahogo una carcajada y bloqueo el teléfono sin responder. Ya podremos seguir conversando en un rato.
—¡¡¡Ahhhhhhhhhh!!!
Me cubro las orejas con ambas manos cuando mi mejor amiga decide gritar por la emoción. Debí haberlo esperado cuando vi a mi padre entrar con una bolsa de la pastelería que queda cerca de su trabajo, pero, por algún motivo, tardé demasiado en reaccionar.
—¡Eli! Me vas a dejar sorda —me quejo.
—Es que... Es que... ¡Mira eso! ¿Acaso es? Sí, tiene que ser... —conjetura—. El olor es inconfundible.
Papá esboza una sonrisa de satisfacción. Se supone que está a dieta, pero ama los dulces con pasión y la estadía de Elena ha sido la excusa perfecta para comprar algo que no debería siquiera probar.
—Cheesecake de frambuesas, y helado de vainilla para ponerle por encima —anuncia él con orgullo, inflando el pecho.
—¡Aaaaahhhhh! —Elena vuelve a gritar. Sacude sus manos en el aire—. ¿No quisieran adoptarme? En mi casa nunca hay cosas como esta para el postre.
Me encantaría tener a Elena como hermana, siempre y cuando no tuviéramos que compartir una misma habitación. Ella tiene la mala costumbre de invitar a Tristán cuando no hay nadie en la casa, y odiaría pensar que hacen cochinadas en el cuarto en el que yo debo dormir. Salvo por eso, creo que sería genial poder tener a mi mejor amiga las veinticuatro horas del día cerca.
—Solo ha comprado el pastel por ti —explico—. Pero podrías venir más seguido si es que quieres dulces. Siempre que tenemos invitados, hay postre.
—Claro, encantada. Me dices cuándo y vengo —responde ella, todavía efusiva.
—Puedes venir cuando se te ocurra Eli, no necesitas una invitación. Verdad, ¿pa? —busco su aprobación.
—Claro. Solo avisa con algo de tiempo por si la casa está muy desordenada. Sabes cómo es Mercedes: una obsesiva de la limpieza. —Se lleva ambas manos al estómago y deja escapar una carcajada. Ni papá ni yo entendemos la insistencia de mi madre con el orden. Claro que nos encanta ver la casa en buen estado, pero si hay cosas fuera de lugar, no nos molesta—. Hablando de ella... —añade con un movimiento de su cabeza.
Elena y yo nos giramos en dirección a la escalera. Mi madre baja con una bolsa de residuos casi llena y varios elementos de limpieza dentro de una cubeta de plástico.
—Buenas tardes —saluda mi mejor amiga con cordialidad.
—¡Oh! Elena, pensé que llegarías más tarde. Disculpa que estoy en pijamas, es que no quería arruinar mi ropa mientras limpiaba el cuarto de Mila. Iré a darme una ducha si no les molesta. La cena ya está en el horno.
—¿Qué estás cocinando? —pregunta papá al instante. Siempre piensa en comida. De él heredé la mala costumbre.
—¿¡Pero mi cuarto estaba bastante ordenado!? —me quejo yo al mismo tiempo.
Mamá suspira. Se lleva la mano con la bolsa a la cintura y nos contesta a ambos con cierto desgano.
—Costillitas de cerdo en salsa barbacoa —dice primero. Luego, me mira—. Y no, no estaba para nada ordenado. Mira esto. —Alza la bolsa—. Botellas de agua vacía, pañuelos usados, calcetines sin par y una tonelada de polvo. También junté suficiente ropa sucia como para llenar la lavadora dos veces, ¿o te parece ordenado dejar tu ropa interior colgando de una silla? ¿No crees que tu amiga se espantará con tanto desastre? ¡No sé qué harás el día que consigas novio!
Elena estalla en carcajadas. Como ella vive solo con su padre, la casa es un basural constante. Nadie limpia, salvo que sea estrictamente necesario o que la mugre se vuelva intolerable. Más de una vez Tristán se ha puesto a asear la cocina de su novia.
De hecho, siempre recuerdo la vez que preparamos arroz y no encontramos ni un solo plato limpio. Terminamos sirviéndolos en vasos de plástico descartables y comiendo con cucharas porque los tenedores estaban todos enterrados debajo de pilas de utensilios sucios.
No me agrada ir a su hogar por varios motivos, la suciedad es uno de ellos, pero Eli insiste en que quiere devolver la hospitalidad que mi familia le brinda.
—No me importa, estoy acostumbrada al caos —explica ella en pocas palabras—; no tendría que haberse molestado, pero aprecio el gesto.
Mi madre asiente. Baja las escaleras y desaparece por la puerta trasera con sus artículos de limpieza. Elena y yo decidimos quedarnos en la sala de estar mientras vemos Stranger Things por quinta vez.
Lo mejor de tener a una mejor amiga como Elena es que no necesitamos ni palabras ni miradas. Ambas sabemos que tendremos que esperar hasta después de la cena para conversar sobre los asuntos de chicología que nos esperan.
—Comí demasiado —me quejo por tercera vez consecutiva—. Me va a salir helado por las orejas en cualquier momento.
—Sí, Mi, te oí las primeras veces que lo dijiste. Y yo también comí mucho, pero es que no podía permitir que sobrara cheesecake. Le estaba haciendo un favor a tu padre nada más —bromea—. Y si todavía quedasen dulces, los comería, aunque luego deba ir al gimnasio por cien horas consecutivas para remediar el daño.
A pedido de Elena, nos acomodamos frente a mi computadora. El escritorio es pequeño, así que esto resulta un tanto incómodo. Mi mejor amiga se esfuerza por mantener la tensión y el misterio. Le da vueltas a sus explicaciones y termina por no contarme nada. Aún no.
Esperamos con paciencia a que se encienda todo. Aprovecho el silencio para interrogarla.
—Cuéntame, entonces, ¿quiénes son los sospechosos?
—Los dos chicos son un poco más jóvenes que nosotras. Uno de ellos por apenas un año, el otro creo que está en el último año de la primaria, pero porque perdió un curso —bosteza—. No he tenido el tiempo suficiente como para buscarlos en internet, eso haremos hoy: stalkearemos sus redes sociales para ver si encontramos las pistas definitivas. Imagina que podría darte el regalo de cumpleaños adelantado esta noche. —Sonríe—. ¿Tú no has visto ninguna actividad sospechosa? Me comentaste que el chico de la mala gramática ha revisado tu vida online, ¿no has notado seguidores extraños? ¿Solicitudes de amistad raras?
Niego con un movimiento de mi cabeza, pero enseguida me arrepiento. La veloz sacudida me ha mareado un poco; temo que la comida pueda regresar a mi boca. Me esfuerzo por tragar saliva y completo mi respuesta.
—No. Y puse todo como privado después del asunto del imán con mi rostro. Ni siquiera he aceptado la solicitud de Julián —murmuro mientras vuelvo a tragar.
Elena me observa de reojo por apenas un parpadeo. Se ha apoderado del teclado y del mouse. Ella será la guía en todo el asunto. Vuelve a fijar su mirada en la pantalla y abre mis redes sociales. Sin mirarme, suspira.
—¿En serio? Eres más tonta de lo que pensé. ¿No se te ha ocurrido que, si lo aceptas, podrás stalkearlo también a él? Vas a ver qué hace, a dónde sale, quiénes son sus amigos, cuándo miente, quiénes le comentan, cuáles fueron sus exnovias y si siguen en contacto, etcétera. Las redes sociales pueden ser tus mejores amigas si sabes cómo utilizarlas. Mira que yo me la paso viendo en qué demonios etiquetan a Tristán.
—No lo había pensado —admito. Pronto, añado—, pero tampoco me interesa. Después de lo que me contaste sobre Gabriel, Julián ha perdido muchos puntos conmigo. Jamás saldría con un homofóbico que golpea a otros. Estoy segura de que no quiso decirme nada porque sabía que me iba a enfadar. Ahora ni quiero invitarlo a nuestro cumpleaños, ¿para qué demonios le has dicho sobre eso?
—Mila... ¿en qué quedamos hace unas horas?
—En que hablaré con él y que le daré la oportunidad de explicar su versión —suspiro—. Y en que dejaré de buscar pretextos para no arriesgarme a relacionarme con otras personas que no tienen tantos gustos en común conmigo. Que dejaré de prejuzgar y de sacar mis propias conclusiones sobre cosas sobre las que no sé —repito, como si acabase de recibir un sermón de mi madre—. Igual, eso no quita que si resulta que es homofóbico, lo rechazaré. Y que nada de lo que diga hará que deje de estar enfadada por su reacción violenta, porque me asusta. Imagina que intento salir con él y se enoja conmigo, ¿me golpeará?
—No lo haría. Jamás había actuado así. Creo que explotó nomás. Si se vuelve reincidente y ocurre otra vez, es una alerta roja. Pero un desliz podría ocurrirle a cualquiera —defiende ella—. Además, si vamos a ser técnicas, no golpeó a nadie. Solo lo tomó del cuello...
—Con la intención de golpearlo.
—A veces, la intención no es mala. Tristán se ha peleado con chicos que me atacaron. Recuerdas la vez que...
—Lo sé, Eli, pero son cosas distintas –interrumpo—. Ese día, Tris te estaba defendiendo de una persona que quería ponerte las manos encima. Te salvó. Julián tan solo se puso violento con alguien por un ataque de celos sin sentido. Si no acepta que yo pueda ser amiga de otros chicos, no lo quiero cerca de mí. —Respiro hondo—. Si él no acepta, aunque sea a uno solo de mis amigos, entonces yo no lo voy a aceptar a él. Es lógico, ¿no? —Busco aprobación en su mirada. Luego, continúo—. Julián llegó a mi vida de repente, tiene que aprender a tolerar con quienes que ya formaban parte de mí desde antes de su arribo.
—Tienes toda la razón. Solo... dejemos ese asunto para otro día. Cuando se enfríe un poco la cosa y luego de que hablen con seriedad. —Cambia de tema—. Volvamos al chico de la mala gramática. Recuérdame en dónde tenías subida la foto del imán.
—Instagram y Facebook —me apuro a decir, casi en un acto reflejo e involuntario—. Fue mi imagen del perfil hace bastante, ¿no te acuerdas?
—No —admite Eli—. Cambias tus fotos tan a menudo que ya he dejado de prestar atención. —Se encoje de hombros—. Lo que importa es que es allí donde encontraremos a tu chico de la mala gramática. A ver, deja que busque sus nombres.
Elena abre mi perfil de Facebook primero y luego toma su teléfono. Revisa varias notas y recordatorios hasta que halla el que busca. Se asegura de que yo no pueda ver la pantalla todavía. Una sonrisa asoma en su semblante. No es su típica sonrisa de felicidad, sino un gesto que preludia una travesura, algo que técnicamente no es correcto pero que hará de todas formas sin remordimientos.
Bloquea con prisa la pantalla del teléfono y coloca el teclado sobre su regazo. El cable apenas alcanza, pero a ella no le importa. Eli mueve sus dedos en el aire por unos instantes y luego escribe el primer nombre a gran velocidad. Tiene la habilidad de una secretaria y no necesita siquiera observar lo que presiona. La envidio. Yo me paso muchas horas intentando escribir y, cuando dejo de mirar las teclas, mis textos salen como "errsd'zaghján-".
Un nombre aparece en la barra de búsqueda: Bruno Lionne. Nunca en mi vida he conocido a alguien que se llame así.
Quiero preguntar algo, pero Elena maldice de repente y golpea el escritorio. Vuelvo a pasar mi vista por la pantalla y veo que la búsqueda arroja doce resultados. Cinco de ellos no dicen de dónde son, tampoco poseen fotos de la persona. Las imágenes son tan pequeñas que no logro entenderlas.
Mi mejor amiga abre esos cinco perfiles en pestañas nuevas y realiza otra búsqueda: Víctor Eric Harrison.
Nada. Ni un solo perfil responde a ese nombre.
—Debe usar solo uno de sus nombres —asegura Elena.
Comienza a probar apodos y combinaciones varias. Está frustrada. Sus orejas se han tornado rojas y está sudando un poco. Sin decir nada más, vuelve a revisar el teléfono para buscar lo que lleva escrito. Lee varias veces y pone otro nombre. Teclea con tanta ansiedad que pareciera martillar el aparato. ¡Si lo rompe, lo tendrá que pagar!
—Si no lo encuentro por su nombre, encontraré a su supuesto mejor amigo —asegura. Entra a un nuevo perfil con confianza, con seguridad. Sabe que es la persona indicada porque allí mismo dice que asiste a nuestra escuela—. Si son tan cercanos como nosotras, seguro se comentan cosas de vez en cuando. Tenemos que revisar sus posts.
Suspiro. Esto de ser un espía digital no es lo mío.
Casi dos horas más tarde, terminamos de tomar nota de lo que nos ha llamado la atención en los perfiles de los doce Brunos. Solo uno de ellos podría, quizá, ser el indicado porque tiende a compartir noticias sobre videojuegos, pero no veo nada sobre League of Legends así que no estoy convencida. Además, no escribe tan mal. Claro que le faltan tildes por aquí y por allá, pero sabe usar puntos y mayúsculas.
—¿Y si te equivocaste y no es ninguno? ¿O si se trata de un bromista? —sugiero entre bostezos. Ya ha pasado la medianoche y la espalda comienza a molestarme por la incomodidad.
—No, tiene que ser uno de estos. O es Bruno o es Víctor. Y ruego que sea Bruno —añade, sin explicar el motivo.
Conozco a Elena. No se detendrá hasta encontrar la respuesta que busca. No importa si le toma toda la noche o todo el fin de semana. Y lo peor es que no me dejará dormir a mí tampoco hasta ese momento. Necesito concentrarme.
—Probemos con el supuesto mejor amigo del otro chico, de Víctor —pido—. Creo que estos Brunos no nos llevarán a nada.
Eli asiente y pasa a otra pestaña. Su frente se arruga con cierto temor que no se atreve a compartir conmigo.
El chico de la foto tiene piel morena y sonrisa contagiosa. Sus ojos están como achinados por la felicidad. Sostiene un trofeo de algo, pero no sé de qué es. Viste de negro. Su nombre es Miguel... algo. Su apellido es tan extenso y raro que no podría repetirlo ni pronunciarlo. Parece polaco o alemán o ruso o algo así. Entre paréntesis dice un apodo: Ellegionario Delmal.
—Creo que estamos en la pista correcta —susurro. Por fin, siento la adrenalina recorrer mis venas. Tengo ansiedad. Estoy muy cerca de saber quién es el chico de la mala gramática—. Tiene un apodo online. No me suena, pero puede que sea él.
—Ahora, solo debemos hallar a su mejor amigo para asegurarnos. Y créeme, Mi, espero que estés equivocada —repite mi mejor amiga mientras comienza a revisarle el perfil. Por fortuna, tiene todo público.
—¿Por qué demonios nadie usa su nombre? ¿O una maldita foto? —se queja Eli luego de unos minutos, mientras mira comentarios—. O sea, mira estos usuarios: Itsmore Thanreal, Asmodaean King, Dragon Tamer94, ¡así nunca lo vamos a encontrar! Esto es Facebook, no un foro de rol.
No puedo evitar reír. La verdad es que no me parece tan sorprendente el asunto.
—Busca un LordoftheDarkRealms001, ese es su usuario en el juego. —Se me ocurre que debe usar lo mismo en todos lados para que lo reconozcan, pero parece que me he equivocado porque no vemos señales de ningún "Lord".
En algún momento nos tomamos un descanso, preparamos café y palomitas. Encendemos el televisor para tener ruido de fondo mientras Eli se prueba la mitad de mi ropero a ver qué lucirá al día siguiente y, cuando el atuendo está separado, nos proponemos continuar. Ya son casi las cuatro de la madrugada.
Retomamos la búsqueda.
—Capaz no usa Facebook —murmuro entre bostezos. Me quiero ir a descansar.
—¡Casi todo adolescente usa Facebook! —reprocha Elena—. En especial los chicos, prefieren esto antes que Instagram.
—No es cierto y lo sabes. Lo mejor será irnos a dormir y preguntarle el lunes a este chico. —Señalo la foto de Miguel con el puntero del ratón y, accidentalmente, la presiono. La imagen se amplía frente a nosotras. No tengo ni idea de quién es esta persona. Jamás lo he visto—. ¿Y en qué año me dices que están estos chicos?
—Último año de primaria, así que... —Elena se interrumpe a ella misma. Luego, deja escapar un grito—. ¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!
—¡No hagas tanto ruido! —me quejo, sin saber muy bien qué le ha pasado.
—¡MIRA! ¡MIRA! —insiste ella todavía sin bajar el volumen de su voz. Con el dedo señala la pantalla—. ¡Lo encontramos! ¿Por qué no miramos su foto de perfil antes? —En seguida, su expresión cambia—. ¡Oh no! Esto es malo. Mila, dime que no es él.
Y, en efecto, entre los comentarios de la fotografía del perfil, hay un LordOfThe DarkRealms001 así, separado. Y no quedan dudas de que se trata del chico de la mala gramática. Su mensaje lee: "te felisitoamigo es merecido muchisimo eso porel esfuerso!!!!!!!!! me hencantaria a ver estadio en del torneo!!!!!!!!!"
—¡Eli! ¡Presiona sobre su usuario! ¿Qué esperas? —La sacudo por los hombros. Ahora soy yo la que está a punto de gritar. Todo mi sueño se ha desvanecido como por arte de magia.
Entramos a su perfil y lo revisamos de arriba hacia abajo. Pasamos por sus imágenes de perfil y fotografías, no hay ni una sola en la que se le vea el rostro. Solo aparecen ilustraciones de videojuegos.
—Esto no puede ser, ¿nadie lo ha etiquetado nunca? —me quejo.
El sol ya comienza a asomar entre las construcciones.
—Es que... —Elena se muerde el labio—. Mila, yo sé quién es este chico y me preocupa pensar en cómo lo vas a rechazar sin que te tachen de superficial.
—¿Por qué lo dices?
—Es una historia un poco extensa, ¿estás segura de que quieres que te la cuente ahora? —pregunta Elena.
—No podré dormir hasta haberlo escuchado todo —afirmo.
¡Hola! Hoy les dejo esta bella ilustración de Mila. La hizo cownee_design (la buscan así en Instagram).
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