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CAPÍTULO 13 - LUNES

Hoy desperté decidida a hacer muchas cosas. No recuerdo lo que soñé, pero por algún motivo me levanté con la mente despejada. Tengo que organizar la semana para conversar con seriedad con varias personas y acomodar las piezas del rompecabezas. He pensado, pensado y pensado en cada palabra y en cada asunto. En mi cabeza resuenan incluso posibles discursos y conversaciones que quizá nunca se llevarán a cabo.

Hoy es lunes y, a pesar de ello, tengo el presentimiento de que las cosas comenzarán a marchar pronto con más claridad. Cabe la posibilidad de que algunos pasos sean difíciles e irritantes, pero son necesarios para alcanzar mi meta: una vida tranquila.

Estoy harta de preocuparme por todo. A veces incluso no me reconozco a mí misma. Me pregunto dónde habrá quedado la Mila disparatada a la que nada la importaba más allá de aprobar sus clases y de leer. No entiendo qué ha pasado con esa versión de mí misma. Temo que se ha escurrido entre mis dedos.

Necesito que mi confianza salga a flote una vez más. Debo enfrentarme a aquello que me incomoda. He estado huyendo de las soluciones por miedo a lo que pueda ocurrir en el camino, y he comenzado a odiarme por ello.

"Recobraré el control sobre mi vida".

No quiero más miradas de reojo en la escuela, tampoco obsequios que intentan comprar mi cariño. Me cansé de sentirme un trofeo y el objeto de chisme de mis amigos. No quiero escuchar más "hacen una linda pareja". No quiero más citas dobles. No quiero oír más indirectas. Solo deseo averiguar quién es el maldito chico de la mala gramática para poder hablar con él en persona y pedirle que deje de acosarme. ¡Y que se vayan todos al demonio! Quiero que me dejen en paz. Soy una persona solitaria desde que era pequeña, me cuesta mucho interactuar con otros y forjar lazos. Prefiero que se alejen. No sé cómo manejar las relaciones con las demás personas.

Creo que todo este asunto del romance no es para mí.

El plan que tengo para hoy es hablar con Elena después de clases. Es el mejor comienzo organizativo que podría desear. No hay nada como una buena charla con tu mejor amiga para despejar cualquier duda y obtener segundas opiniones. Además, sé que ella puede ayudarme a seguir el rastro del joven misterioso. No conozco a nadie con mejores habilidades deductivas que las de Elena. No será Sherlock, pero siempre que leemos un libro o miramos una película policial, ella descubre al criminal y sus motivos incluso antes que el protagonista. Confío en que logrará hallar la conexión entre el chico de la mala gramática, su mejor amigo y mi profesor. No puede ser tan complicado, ¿o sí? Él me pidió que no lo buscara, pero yo nunca accedí a ello. Y soy curiosa.

Mañana intentaré hablar con Julián y con Gabriel, claro está, por separado.

Al primero de ellos le voy a aclarar mis sentimientos y mi rotunda negativa. Le pediré que deje de hacerme regalos y le agradeceré por los que me ha entregado hasta el momento. Seré tan sincera como me sea posible, pero intentaré no sonar demasiado ruda. Espero que las palabras no se me queden atragantadas otra vez. Quiero que Julián comprenda que es una gran persona, pero que necesita dejar de esforzarse tanto porque no está obteniendo resultados. Ojalá no se enfade conmigo, no es un mal chico. Las cosas están como están porque me cuesta decirle que no a la gente. Y sé que soy bruta para hablar. Me cuesta poner filtros y mis palabras hieren a los demás sin que esa sea mi intención. Justamente por ello es que es mejor para mí seguir sola.

Con el segundo necesito discutir consejos para jugar a League of Legends. Quizá pueda incluso programar una clase práctica al respecto. Quiero llegar a nivel cinco lo antes posible. El juego no me interesa en lo más mínimo y tan solo deseo cumplir con la estúpida promesa que hice. Todo sea por ganar tiempo y averiguar la verdad. El único impedimento es que Gabriel siempre parece ir con prisa de un lado al otro. Tal vez lo llame por teléfono después de clases. Espero que me atienda.

Estoy lista.


El día transcurre sin mayores eventualidades y, de alguna forma, logro evitar que mi camino se cruce con el los demás. Al menos, dentro de la institución.

Huyo por los pasillos apenas termina mi última clase. No quiero hablar con nadie que no sea Elena. Esquivo a otros alumnos en un zigzag desequilibrado que desborda de adrenalina. Mis agujetas están desatadas y sé que en cualquier momento puedo tropezar, pero no me importa. Tengo que llegar a la parada del bus sin que mis otros amigos me detengan en el camino.

Atravieso el umbral que conecta con el exterior y dejo escapar un suspiro. Tengo la respiración entrecortada, aunque sé que no debería detenerme todavía. Tomo una gran bocanada de aire y troto hasta la esquina. No espero que el semáforo cambie; miro hacia ambos lados y cruzo apenas tengo una oportunidad.

Me detengo al llegar a la parada del bus. Estoy a salvo.

Ahora sí, decido agacharme para amarrar las agujetas. Nunca he sido muy buena en esto; a veces hago nudos terribles que mi madre debe cortar con tijera. Otras veces, como ahora, hago moñitos suaves que se desarman cada diez pasos. Extraño los días de escuela primaria cuando Alan me ayudaba todas las mañanas a ponerme las zapatillas. La vida era más fácil con su constante asistencia.

—¡Mila! Al fin te encuentro.

"No, no. Por favor, ¡no!".

La voz de Julián llega desde la esquina. Tomo aire y levanto la mirada. Busco a Elena por todos lados. Necesito que se apure y me rescate. No quiero hablar con este chico, pero parece que no tendré otra opción.

—¡No te he visto en todo el día! ¿Sigues enfadada? No contestaste a mi último mensaje —dice él casi sin aliento cuando llega a la parada del bus.

—No, pero tenía sueño así que dormí como oso polar y todavía ni he mirado mi teléfono —miento—. Estoy esperando a Elena. No tengo mucho tiempo.

—¿A dónde van?

—Al centro comercial. A tener una tarde de chicas.

—¡Genial! Oye, quería hablar contigo para disculparme de nuevo por lo de la otra noche. También quería preguntarte si te gustó el obsequio de ayer, pero veo que sí. Lo llevas puesto ahora.

Asiento. Me llevo una mano al dije de Alicia en el país de las maravillas y sonrío. No quería aceptarlo. No quería lucirlo, pero era demasiado bonito como para arrojarlo a la basura o esconderlo.

—Gracias, está precioso. Y lo siento, pero llevo prisa. ¿Necesitas algo? —pregunto de mala forma. No es que quiera discutir con él ahora, pero preferiría conversar primero con Elena.

—Tengo un regalo para ti hoy también —insiste Julián.

—Escucha —le pido—; debo hablar seriamente contigo y no tengo tiempo en este momento. Lo mejor será que no me des nada ahora. Déjalo para otro momento, ¿sí?

—¿Pretendes que me quede con la intriga? ¡Ni por casualidad! Es un hecho científicamente comprobado que cuando una mujer dice "tenemos que hablar", significa que el hombre ha hecho algo malo y que una horrible maldición caerá sobre él —bromea—. Dime, ¿qué hice mal ahora?

—Eres un idiota —río—. Lo siento, pero es en serio. No tengo tiempo para hablar en estos momentos. No te odio, si eso es lo que quieres saber.

—Supongo que puedo conformarme con eso. —Se encoje de hombros—. La verdad es que yo también estoy apurado, tengo que ir a trabajar. Pero salgo a las ocho y no estoy tan lejos del centro comercial. ¿Por qué no me esperas en el patio de comidas? Te invito a cenar y conversamos. Tú me dices lo que sea que me quieras decir y yo te doy el regalo del día junto con tu queso rallado, ¿trato?

Me muerdo el labio. No creo que sea una buena idea.

—Julián, escucha —explico—. Es lunes. No puedo salir hasta tarde porque tengo que hacer mi tarea, me quiero duchar y, además, debo dormir. Mejor dejémoslo para mañana. —Hago una pausa—. Por cierto, ¡no me digas que tienes el maldito pote de queso en tu mochila!

Su respuesta es una sincera sonrisa que corrobora mi afirmación. Es un idiota.

Dejo escapar un suspiro exasperado que intenta disimular mis ganas de soltar una carcajada.

—Sabes que quieres aceptar. Estaré ahí a las ocho y media a más tardar, comemos algo rápido, conversamos y te llevo a tu casa en taxi. Justo hoy me van a pagar así que no será un problema. —Todavía sonríe, pero su voz es un ruego.

Comienzo a dudar. Sé que es un error estar de acuerdo con su propuesta, pero detesto decirle que no a las personas. Quiero gritar.

—No lo sé —admito luego de varios segundos. Es lo mejor que puedo contestarle.

Me odio.

—Hagamos algo —sugiere Julián—. Yo voy a salir corriendo del trabajo para ir al centro comercial lo antes posible. Si quieres esperarme, ¡genial! Pero si llego y te has ido, lo entenderé —asegura él—. No me prometas nada ahora. Tómate tu tiempo para decidirlo. Estaré en el área de comida apenas pueda. Y, si se van temprano de allí, solo me mandas un mensaje de texto cuando estés de camino a tu hogar así yo me ahorro el viaje.

Abro la boca para responder, aunque no estoy segura de lo que pueda decirle. En eso, noto que Elena se acerca sin prisa por la vereda. No puedo verla, pero la oigo reír a carcajadas, debe estar al teléfono con su novio.

Por fin, podré librarme de Julián.

—Trato hecho —afirmo—. Por cierto, ¿no se te hará tarde?

—No, todavía tengo unos minutos, pero entiendo la indirecta. Nos vemos esta noche, Mila. —Posa una de sus manos sobre mi mejilla por apenas un instante a modo de despedida.

Y antes de que pueda quejarme, Julián comienza a caminar en silencio. No me volteo para verlo partir.

Si bien algunas de sus actitudes me desagradan, me agrada pasar tiempo con él cuando es sincero y actúa con naturalidad. Creo que, si se quitara la máscara de conquistador barato, podría convertirse en un amigo excelente.

—¿Interrumpo algo? —pregunta Elena cuando por fin me alcanza.

—No, al contrario. Me has salvado —respondo—. Tengo que contarte un montón de cosas.

—Muero de la curiosidad. ¿Qué tal tu chico de la mala gramática? ¿Te dijo su nombre? ¿Te envió alguna foto? ¿Hicieron una videoconferencia?

—No quiere que sepa nada. —Niego con un movimiento de mi cabeza.

—¿Qué te ha dejado hoy? —pregunta mi mejor amiga.

—¡Olvidé revisar! —exclamo. Estaba tan apurada por marcharme que ni siquiera me detuve frente al casillero. Y no pienso regresar ahora—. Pero ayer me ha dado un par de datos. Creo que, entre las dos, podremos descubrir su identidad.

Elena dibuja una media sonrisa traviesa. Se nota que le encanta la idea.

Ni mi mejor amiga ni yo cargamos con demasiado dinero. Las mesadas que nos dan son pequeñas y, aunque intentamos ahorrarlas, ambas tenemos la mala costumbre de gastarlo todo en libros que queremos leer y que luego intercambiamos para que la otra no deba comprarlos también. Nos hemos prometido que el próximo verano buscaremos empleos de medio tiempo, en lo posible en el mismo sitio.

Caminamos de un lado al otro del centro comercial mientras conversamos sobre la conversación que tuve con el chico de la mala gramática. Cada tanto, nos detenemos frente a alguna tienda a ver qué está de moda y, si vemos carteles con ofertas, entramos a revisar qué hay.

—Entre más me cuentas sobre él, más convencida estoy de que tiene que ser un niño pequeño. —Asegura Elena desde el probador—. No digo de seis o siete años, sino como de trece.

—Puede ser.

—O sea, ¿recuerdas cuando teníamos esa edad y nos la pasábamos mirando a los chicos del secundario? Todos nos parecían atractivos. —Suelta una carcajada y abre la cortina para mostrarme como le queda una blusa que halló en liquidación—. ¡Ta-da! ¿Qué tal?

Elena gira sobre su eje varias veces.

—Me gusta —admito—. La temporada se está por acabar, así que la usarás más que nada el próximo año. Pero me gusta. Marca bien tus curvas, pero sin mostrar nada. Las mangas te quedan un poco largas nomás.

—Sí, pero eso lo puedo arreglar. Y por este precio... —Se aproxima y me muestra la etiqueta—. Me la llevo.

—Me parece perfecto.

Aguardo a que vuelva a cambiarse de ropa y a pagar por la compra antes de continuar con la conversación.

—No sé si sentir alivio o qué al pensar que ese chico es apenas un niño —murmuro.

—¿Por qué lo dices? —Tomamos las escaleras a la siguiente planta del centro comercial.

—Claramente lo voy a rechazar. No quiero tener una relación con nadie, eso no es para mí...

—¿Y Julián? —interrumpe Elena.

—Dije "con nadie" —repito—. La idea de tener novio me genera rechazo por un montón de motivos que no me voy a poner a listar en este momento.

—Porque te asusta. Porque no tienes casi experiencia con algo así y tienes miedo a los besos y al sexo —suelta ella sin filtro alguno.

—Sí. Y porque no le tengo paciencia a las personas. Me irrito muy fácil, contesto mal sin querer, etc. No soy material para el amor.

—A mí me tienes paciencia —refuta ella, y señala la zapatería que está algunos metros por delante.

—No es lo mismo. Tenemos muchísimo en común, es fácil llevarme bien contigo. Pero con otra gente... —busco las palabras indicadas—. ¿Cómo ponerlo? Me pone histérica hablar con alguien y que no entienda mis referencias. O sea... si no puedo conversar con ellos sobre lo que me gusta, ¿de qué más vamos a platicar? Nosotras hablamos de libros, de moda, de música... ya sabes. Pero me ocurre hasta con Gabriel, que me menciona videojuegos y es como si me hablara en chino. O Julián y Tristán con sus deportes, ellos se entienden, pero a mí me suena a otro idioma. No sé cómo relacionarme con personas con las que no comparto pasiones.

—Mm... ya veo. Y entiendo, tiene sentido. —Entramos a la zapatería y vamos directo al anaquel de rebajas—. Pero hay millones de personas en el mundo, no puedes simplemente poner un escudo de fuerza para que solo se te acerquen otros lectores. Eso es absurdo.

—Lo sé. —No se me ocurre qué más decir, así que tomo un par de zapatillas azules en mi talla y las inspecciono aunque no las vaya a comprar.

—¿Eli? ¿A ti nada ni nadie te asusta? O, mejor dicho, ¿qué cosas son las que te dan miedo en la vida?

—Ufff, pregunta profunda. —Mi mejor amiga se sienta en una banqueta y se quita sus botas para probarse otro par—. Me da miedo arrepentirme; llegar a viejita, mirar para atrás y darme cuenta de que desperdicié oportunidades por ser cobarde; que me até a lo seguro y que no me arriesgué nunca o que hice caso a lo que otros querían en lugar de a lo que decía mi corazón y que, por eso, no fui feliz. ¿Y a ti? ¿Qué es lo que más te asusta?

—No sé. —Me siento a su lado porque los pies empiezan a dolerme de tanto caminar—. Me asusta pasar por el mundo sin dejar una huella. Que, cuando muera, nadie me recuerde. Quiero ser buena en algo, resaltar. Quiero escribir un libro, publicarlo aunque sea malo, y que otros lo lean. Que en cien años alguien encuentre una copia vieja y gastada, que lo lea. Que vea mi nombre en la cubierta y se pregunte quién fui. Me asusta mucho el olvido.

—Nop. Muy ajustadas. —Eli se vuelve a poner sus propias botas—. Mila, el primer paso para que alguien te recuerde es dejar de alejar a las personas de tu vida. Antes de pensar en extraños, tendrías que considerar la huella que vas a dejar en la gente que te rodea. En tu familia y tus amigos. En tus hijos, si los tienes, y en tus nietos. Si escribes ese libro, más valioso es que un niño lo lea y diga "esto lo escribió mi abuela, es mi tesoro", ¿o no?

Salimos de la zapatería sin comprar nada y decidimos ir rumbo a nuestra última parada: la librería. Es donde más tiempo perdemos y está justo frente al Starbucks.

—Quizá...

—¿Cómo es que llegamos a esta conversación? Estábamos platicando sobre el chico de la mala gramática siendo muy joven.

—Cierto, perdón —sonrío—. Te decía que saber que es pequeño me ayuda a confirmar lo que ya sabía: voy a rechazarlo. De todas formas, quiero saber quién es para agradecerle por las cartas y los obsequios. Es posible que yo sea su primer amor y no quisiera arruinarle la experiencia con un mal trago. Aunque le diga que no me interesa, lo menos que puedo hacer es agradecerle. Quizá invitarlo a tomar un helado para conversar, no sé.

—Me parece correcto. —Sin pensarlo, nos dirigimos a la estantería de fantasía juvenil para ver qué novedades hay—. Por cierto, Julián me preguntó qué libros querías leer. Iba a decirle un par que se me ocurren a mí, pero es más práctico si me das los títulos directamente.

—No le digas. Tiene que detenerse con esto de los obsequios diarios. No hay nada mejor que un libro gratis, pero él está usando el dinero de su empleo para conquistarme, y a mí no me puede comprar. El cariño no tiene precio. Y yo no soy un trofeo para ganar. Me dejé llevar porque... ¿quién no adora los regalos? Pero ya abusé demasiado de sus buenas intenciones.

—Ay, mírate qué tan madura estás hoy —ríe Eli—. Aprovecha un poco más. Además, yo creo que Julián sí te gusta.

—Nop —niego con la cabeza y tomo una novela de portada naranja para leer la sinopsis.

—Soy tu mejor amiga, a mí no me engañas. Aunque quieras engañarte a ti misma. Sé que cada vez te agrada más, se nota.

—Me cae mejor que al comienzo, eso no te lo voy a negar.

—Estás escondiéndote detrás del libro porque no puedes verme a los ojos y decirme que Julián no te gusta —insiste—. Mila, te conozco.

—Jamás podría sentir algo por un chico que habla mal de otros como Julián lo hace con Gabriel. Tampoco me enamoraría de una persona que cree que tener novia es un juego, que puede tomar el corazón de una persona y descartarlo como pañuelo usado a la semana. —Hago una pausa—. Porque eso es lo que todos dicen que él hace.

—Pero...

—Pero admito que me cae mejor que antes. No es tan superficial como creía. Y me encantaría que pudiéramos ser amigos —finalizo.

—Eres una aburrida. Esta es la mejor edad para experimentar cosas nuevas, ¿sabes? Para cometer errores y demás. Creo que darle una oportunidad a Julián sería, en el peor de los casos, una oportunidad para aprender sobre lo que es tener novio y qué cosas te agradan o no al respecto. Incluso podría servirte para escribir tu futuro libro —ríe—. Si no funciona, el año que viene ya estaremos en la universidad y no tendrás que volver a verlo.

—Mejor hablemos de otra cosa —pido. Tomo el teléfono de mi bolsillo y anoto el título de una historia que llama mi atención—. ¿Crees que podrías ayudarme a averiguar quién es el chico de las cartas?

—Puedo intentarlo, sí. Me diste bastantes datos, pero sería más fácil si me pasaras la transcripción de la conversación que tuvieron.

—No sé si el juego la guarda, cuando llegue a casa me fijo —afirmo.

—Dale.

Continuamos recorriendo la librería en silencio, cada una sumida en sus propias preferencias. Elena está leyendo bastante novelas paranormales con elementos eróticos, dice que le encantan. Está especialmente obsesionada con una autora que se llama Amanda Ashley. Yo prefiero las historias sobre aventuras en mundos inventados, al menos en estos momentos. El año pasado me la pasé metida en policiales victorianos.

Son exactamente las ocho de la noche. Estoy sola en el centro comercial desde hace un buen rato. Elena me abandonó para ir a cuidar a su primo menor, yo le dije que me quedaría allí porque iba a dar una vuelta a solas para ver si se me ocurría un buen regalo para ella. Es una mentira creíble; después de todo, el cumpleaños de Elena es la semana que viene, apenas tres días antes que el mío.

No sé por qué no me atreví a decirle que estaba indecisa sobre lo que haría esta noche. Es la primera vez que le oculto tantas cosas a mi mejor amiga. Hemos hablado durante horas sobre el chico de la mala gramática y hemos debatido también todo el asunto de Julián, aunque omití ciertos detalles.

Los consejos de Elena no me han ayudado en nada, por el contrario, me han complicado más la vida. Ella dice que tengo que dejar de buscar la perfección idealizada en una pareja y que debo conformarme con una persona común, con sus defectos y virtudes. Insiste incluso con la idea de que Julián es ideal para alguien con tan poca experiencia romántica como yo y que, según Tristán, ya ha pasado más tiempo enamorado de mí que de todas sus novias pasadas, así que debe quererme de verdad. Elena asegura que, gracias a su entendimiento en chicología, puede afirmar que Julián es mucho mejor de lo que ella esperaba y que hacemos una buena pareja.

Pensé que Eli me entendería, que me daría la razón y que me diría algo como: "Solo ve y rómpele el corazón en pedazos". Pero no, me dijo todo lo contrario. Incluso me hizo un listado de razones por las que debería darle una oportunidad a Julián. Las escribió en una servilleta y me dijo que las lea tranquila en casa y que reflexione al respecto.

Por eso no le conté sobre la posible cena.

Cinco minutos han pasado desde las ocho. Corro hacia el baño del piso superior, cerca del patio de comidas. Me encierro en un cubículo y me concentro en la lista:


Mi Teléfono suena un rato más tarde. La pantalla dice que ya son casi las ocho y media. No necesito leer para saber quién me está llamando: Julián.

Lo ignoro.

Todavía no sé qué haré. Capaz pueda quedarme encerrada en el baño hasta que se marche. O quizá pueda correr muy muy rápido y desear que la suerte esté de mi lado para que no nos crucemos en alguna de las escaleras.

"Maldición, debí haberme ido a casa cuando tuve la oportunidad".

¿Quiero verlo o no? Me quedé aquí sabiendo que vendría, ¿para qué? Ahora me arrepiento.

A veces no me entiendo a mí misma. Esta mañana me había decidido a poner un punto final a todo, pero entre más lo intento, más me enredo con mis propios errores.

Lo peor del caso es que soy impaciente. Sé que no podré aguantar mucho más tiempo encerrada en el cubículo del baño.

Suspiro.

Tiro la servilleta al cesto y abandono mi escondite con cierta prisa. Que pase lo que el destino quiera que pase.

Me detengo en seco cuando alcanzo el umbral: Julián está sentado en una de las mesas, no muy lejos de allí. Tiene la mirada fija en mí. Me sonríe.

Trago saliva y avanzo hacia él. No sé si estoy lista para nuestra conversación seria, me pone nerviosa el solo pensarlo. Iba a ocurrir mañana, en realidad. Se suponía que tendría la noche entera para practicar un discurso en mi mente.

—No me digas, soy una chica así que asumiste que estaba en el baño retocando mi maquillaje —me quejo a modo de saludo.

—Para nada. Pero como no te vi aquí y no me mandaste un mensaje, se me ocurrió que podrías estar en el baño —Julián se encoje de hombros—. No te preocupes, no voy a interrogarte sobre lo que hacías ahí dentro.

—¿Me creerías si te digo que intentaba llegar al Ministerio de Magia?

Julián alza una ceja porque no entiende mi referencia, pero tampoco se molesta en preguntar. Sé que no le interesa oír mi explicación.

—Me esperaste —vuelve a sonreír—. Eso significa que no me odias tanto.

—Eso ya te lo dije en la parada del bus. Te esperé porque quiero una cena gratuita —le corrijo—. Tengo hambre.

Una de las cosas que me prometí a mí misma en la mañana fue que dejaría de aceptar que él gaste en mí. Y aquí estoy, pidiéndole que pague por la cena, ¿quién me entiende? Fue lo primero que se me ocurrió decirle porque estoy nerviosa.

Julián se pone de pie y analiza las opciones a nuestro alrededor. Casi todos los sitios ofrecen comida chatarra.

—¿Qué se te antoja?

—¿Comida china? —sugiero.

—Lo que quieras, vamos.

Julián me agarra por la muñeca y me arrastra entre la pequeña multitud, queda poca gente en el centro comercial a esta hora.

Siento como la contradicción me golpea. Odio tenerlo tan cerca de mí, pero al mismo tiempo me siento cómoda de esta forma.

Aguardamos a que sea nuestro turno de hacer la orden. No hablamos todavía, creo que él también está nervioso. No deja de mover uno de sus pies con impaciencia.

—¿Qué quieres? —pregunta y señala el menú.

—Me gusta todo, lo que sea que pidas tú —sonrío.

—¿Segura?

—Sí, en serio —afirmo.

—¿Quieres buscar una mesa y esperarme allí entonces? —Parece tenso.

—Claro. —Me alejo.

Escojo un espacio contra el ventanal lateral. Ya es de noche en el exterior, las luces de la ciudad se ven como luciérnagas detenidas en el tiempo o pintadas sobre un lienzo. Hay pocas personas en esta parte, así que estaremos más cómodos para hablar sobre cualquier cosa.

Aprovecho a mandarle un mensaje a mamá diciéndole que cenaré con Eli en el centro comercial y que luego iré a casa. Prometo que llegaré antes de las diez para poder ducharme. Es lunes, después de todo.

Algo que adoro de mis padres es que ellos no son estrictos. Si mis notas en la escuela están bien y cumplo con mis obligaciones, soy libre de irme a acostar a la hora que quiera. Puedo salir con amigos con la condición de que no beba ni use sustancias ilegales, obviamente. Mientras no haga nada malo ni baje el rendimiento académico, soy libre. Les he demostrado que pueden confiar en mí.

Mamá me responde con un "okey" y una carita sonriendo, también pide que le avise cuando esté de camino así no se preocupa. Le pongo que claro que lo haré y guardo el teléfono justo cuando Julián está por sentarse frente a mí con la bandeja que lleva la cena.

Ya son casi las nueve de la noche. Necesito volver pronto a mi casa.

No comprendo por qué he dicho tantas falsedades en las últimas semanas. Oculté varias de mis salidas con Julián a la gente que me rodea. No es como si estuviese viéndome con un chico a escondidas para hacer cochinadas. Son solo pequeños momentos a solas con un compañero de escuela, después de todo. Y, sin embargo, los escondo.

Mi mente divaga mientras comemos casi en completo silencio. Agradezco no ser interrumpida mientras le doy miles de vueltas al asunto.

—Me impresionas. Eres la primera persona que conozco que se puede terminar su cena antes que yo. ¡Y mira que soy veloz! —reconoce Julián cuando ya ambos hemos acabado.

—Es una mala costumbre que tengo. Siempre creo que estoy apurada —admito—. No es intencional.

—No me molesta. Al contrario, me alegra. No sabes lo aburrido que es ir a cenar con una chica que solo pide ensaladas, que come como si intentara perder en una carrera de caracoles y que, para peor, deja la mitad de su plato sin tocar para que quede claro que está a dieta. Las detesto —menciona con asco—. Mi madre siempre dice que uno aprende más de su pareja cuando cenan juntos que en la intimidad —bromea—. Y creo que estoy de acuerdo.

No sé qué demonios contestarle. No me molesta que hable de sus chicas anteriores ni nada de eso, pero tengo la mente en blanco. Estoy un poco distraída.

Improviso.

—Entonces, ¿cómo me describirías según el modo en el que acabo de cenar?

—Sincera. Atrevida. Una persona sin miedo a hacer lo que quiere y a dejarse llevar por emociones. No te importa el modo en el que otros puedan comer a tu alrededor. No te esfuerzas por ir con la corriente. Alguien que no espera impresionar a otros con estupideces. No sé, esas cosas —admite Julián—. ¿A ti que se te ocurre pensar del modo en el que ceno?

—Pienso que entiendo por qué has aumentado dos kilos en el último año —bromeo. Luego añado—. No lo sé, no te he prestado demasiada atención. Tenía la mirada puesta en mi arroz.

Ambos sonreímos.

Hacemos la bandeja plástica a un lado porque sabemos que nos queda poco tiempo y todavía hay varias cosas para conversar.

—Antes que nada, debo darte tus cosas —anuncia Julián—. Luego, me dices lo que sea que quieras decirme.

Asiento.

Coloca la mochila sobre su regazo y rebusca con ambas manos por unos segundos.

—Primero, toma tu queso rallado. Supongo que debería habértelo dado antes de que terminaras de comer el arroz. —Se disculpa y me pasa la bolsa del supermercado chino—. Después, te tengo un pequeño regalo. Extiende tu mano.

Obedezco, pero dudo. No quiero aceptar. Lo tomo porque ya lo ha comprado y no quisiera ser ruda.

Julián coloca un tubo metálico que se siente como desodorante sobre mi palma, luego, me obliga a cerrar los dedos a su alrededor como si quisiera ocultarlo de la vista.

Acerco la mano hacia mi rostro y abro los ojos, sorprendida.

—¡Esto es ilegal! —exclamo. Enseguida, me tapo la boca con la mano y bajo la voz—. ¿Por qué demonios me das gas pimienta? ¿Estás loco?

—Calma —susurra él—. Sé que a veces sales sola y que no puedo andar cuidándote todo el tiempo, así que quise darte algo para que te sientas segura. Tenlo siempre contigo y no dudes en usarlo si te sientes amenazada. Se me ocurrió la otra noche.

—No sé cómo se usa, ¿y si me lo arrojo a mis propios ojos? —me quejo.

—Te diría que practiques conmigo, pero mañana tengo un examen —bromea.

—Justo en eso pensaba. Mira que ganas no me faltan. La próxima vez que te me acerques demasiado o que digas que soy tu chica, te arrojaré gas pimienta en el rostro. Supongo que en ese sentido es un buen regalo. Podré protegerme de ti.

Cruzamos una mirada confusa entre broma y certeza. Ninguno de los dos sabe si esa afirmación ha sido una ironía o no.

—Ahora, dime, ¿de qué querías hablar? —pregunta Julián para romper el breve silencio.

Abro la boca y noto que me he puesto nerviosa. Me sudan las manos y mi pie derecho no deja de moverse en su sitio.

—De ti. Y de mí. Pero no de nosotros. No sé cómo expresarme. AHHHH, se me traban las palabras. Quiero decir que necesito pedirte que, en realidad es que... —Golpeo la mesa con el puño—. Maldita sea, tenía todo un discurso planeado.

—Lo sé, lo sé. Entiendo. Quieres decir que estás locamente enamorada de mí, que quieres salir conmigo y que mueres por un beso, ¿cierto? —puntualiza con sarcasmo—. ¿Qué? ¿No es eso? Y yo que hasta tenía planeada una frase para corresponderte. Es algo cursi, algo así como: "Siempre supe que éramos el uno para el otro."

Me río a causa de los nervios.

—Julián, detente. Déjame concentrarme. Es algo importante —ruego.

—¿Por qué no me lo pones por escrito? No voy a quejarme de tu gramática —añade. Creo que intenta hacerme reír para que deje de temblar como gelatina.

Me abrazo a mí misma, tomo aire y lanzo una cuasi-mentira.

—Hice un trato con el chico misterioso que me deja cartas en el casillero —murmuro a gran velocidad—. Hablé con él por chat y le prometí que, hasta el mes que viene, no iba a salir con nadie. Me dijo que en un mes va a contarme quién es. Y hasta me dio algunas pistas. Elena está investigando. —Hago una pausa para respirar—. Así que, hasta que averigüe su identidad, quiero que dejes de hacerme regalos y de pedirme que salga contigo. Temo que, si nos ve juntos, nunca me dirá quién es. Y soy una chica curiosa.

—O sea que me estás rechazando por un chico cobarde al que no conoces. —Julián arquea una ceja. No parece estar enfadado ni nada. Solo se le nota incrédulo.

—No. Sí. No sé. Quiero tener la oportunidad de hablar frente a frente con esta persona para agradecerle por sus obsequios y para pedirle que deje de acosarme. Para aclarar las cosas. —añado para no ser interrumpida—. No me interesa el chico y pienso rechazarlo. Pero quiero averiguar su identidad. Por eso te pido un tiempo de paz y de tranquilidad, sin connotaciones románticas.

—Déjame ver si entiendo, ¿pretendes que te ignore por un mes? —consulta.

—No exactamente. Solo te pido que dejes de actuar como si fueras mi novio, porque no lo eres. Mi primera prioridad es averiguar quién es el chico de las cartas; de hecho, le voy a pedir ayuda a Gabriel con esto. Quizá tenga una respuesta esta misma semana.

Julián se sacude como si hubiese sentido un escalofrío. Recuerdo la anécdota sobre su primer beso y sonrío. No ha sido mi intención traer el tema a colación.

—Mira, haz lo que quieras, Mila, pero no puedes decirme lo que debo o no debo hacer. —Por primera vez desde que lo conozco, su semblante denota seriedad—. Prometo no ser pesado ni molestarte con mis comentarios en la escuela, pero ni te creas que podré ignorarte. Me gustas Mila, me gustas demasiado y lo sabes. Voy a saludarte en los pasillos, te daré un regalo para tu cumpleaños y seguiré siendo el mismo Julián de siempre. No puedes prohibírmelo.

—Pero... —comienzo a decir.

—No, sin peros. Ya te he dicho lo que siento en más de una ocasión. No puedes pedirme que todo eso desaparezca de un día para el otro simplemente porque sientes curiosidad sobre la identidad de otro chico. Te quiero, Mila. —Baja la voz—. Te he prometido que seré lo que tú quieras y cuando tú lo quieras, pero solo si eres sincera al respecto. Y algo en mi interior me dice que en este instante estás mintiendo, que en el fondo no deseas que te ignore y que sabes que te arrepentirás si te digo que lo haré.

—¿Y tú qué sabes? No puedes leer mi mente —replico.

—No, y tampoco brillo bajo el sol. —Por primera vez, Julián hace una referencia a un libro, aunque asumo que solo ha visto la película. Sonrío, su estúpido comentario me ayuda a calmarme un poco.

—¿Entonces?

—Lo leo en la forma en la que actúas a mi alrededor. ¿Me dirás que no sientes absolutamente nada por mí? ¿Nada? ¿Ni un poco de aprecio? ¿Ni el más mínimo interés? ¿Ni siquiera un poquitincito de cariño?

—No —digo sin pensar.

—Respuesta equivocada. No la aceptaré de esta forma. Si realmente quieres rechazarme por completo y decirme que me odias, que deseas que deje de hablarte, lo aceptaré, pero te pido que me mires a los ojos mientras lo dices —ordena—. Si lo haces, si puedes afirmar con sinceridad que deseas que desaparezca de tu vida ya sea por un mes o para siempre, aceptaré que no hay nada que pueda hacer para entrar en tu mundo y te dejaré en paz. Yo cumplo con mis promesas.

Me muerdo el labio con fuerza. Me duele que pida algo así.

No me atrevo a alzar la mirada. ¿Qué debo hacer? ¿Llorar? ¿Gritar? ¿Darle un puñetazo? Quiero decirle que lo odio, pero no es cierto. Con el paso de los días, he aprendido a aceptar tu presencia orbitando a mi alrededor como un satélite. Se ha vuelto parte de mi rutina, de lo cotidiano. Lo aprecio. Es solo que no estoy enamorada y que me incomoda que él sí lo esté.

"¿Por qué demonios no puedo poner esto mismo en palabras?".

—Mila —vuelve a pronunciar mi nombre—, asumo que esto significa que no me odias. Me alegra saberlo. —Deja escapar un suspiro de alivio—. Por un minuto, pensé que ibas a mirarme a los ojos y arrojarme gas pimienta —bromea—. Gracias por no hacerlo. ¿Puedo preguntarte algo?

—¿Qué? —respondo, cortante.

—¿Por qué no te animas a darme una oportunidad? Sé que cometí un error en nuestra primera salida, ¿es que acaso todavía no me perdonas?

Otra vez, me quedo muda. Repaso en mi mente la lista de Elena. Soy incapaz de hallar una respuesta concreta. Simplemente no creo poder enamorarme de él. ¿Acaso hay una explicación lógica para ello? Tristán me ha dicho que en realidad lo mío es pura negación, que digo: "no me gusta porque no quiero que me guste" y que, en el fondo, si me agrada la idea, aunque intente bloquearla.

No tengo más ganas de pensar en el asunto. Odio las cosas complicadas.

—Porque, en este momento de mi vida, no estoy interesada en enamorarme ni en salir con nadie. Quiero pasarla bien con amigos. Quiero disfrutar de lo que queda de la secundaria. Me caes bien y disfruto de pasar ratos contigo. Como amigos. —Hago una pausa—. No quiero lastimarte.

—"El problema no eres tú, soy yo", —ladea su cabeza—. ¿Eso ibas a decir?

—No —aseguro—. Los dos somos un problema. Hay cosas de ti que no me gustan. Y hay cosas de mí que tampoco. No seríamos una buena pareja, lo siento. Por favor, deja de insistir con eso. Concentrémonos en aprobar Biología y luego... luego ya veremos. —Sonrío—. No quiero que te alejes y que me ignores. Quiero ser tu amiga.

Julián bufa.

—No me agrada, pero lo acepto. Te quiero, y respetaré tu decisión —hace un gesto con sus manos.

—Gracias. No quiero hablar más sobre esto, no me gusta —pido—. Y es tarde, necesito regresar a casa.

—Yo también. Vamos. —Se pone de pie y me tiende una mano. En su rostro hay una sonrisa triste, pero sincera—. Te llevaré en taxi. Es tarde, sería peligroso que fueses sola, incluso con el gas pimienta.

¿Cómo va la lectura? 

Quiero aprovechar para invitarlas a unirse a mi grupo de lectores en Telegram. Allí hay anuncios especiales, adelantos de historias, sorteos exclusivos y mucho más. Pueden pedirme el enlace por privado =)

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