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2

—Algún día volveré —susurro para mí, refiriéndome a Cairnholm—. Me han mantenido trece años alejada de esa isla, y al final he conseguido volver. Algún día, pase lo que pase, voy a volver a esa isla y voy a vivir en ella.

—¿Qué clase de mantra es esa? —refunfuña Enoch, agarrándose al bote.

La marejada nos lleva de un lado a otro y hace ya un buen rato que creo que damos vueltas en círculos. Pero, al igual que los demás, carezco de medios para confirmar o desechar mi teoría. Entre la niebla, se ve menos que si estuviéramos en plena noche. Me cuesta ver incluso las embarcaciones contiguas, y eso que estamos apenas a la distancia de los remos de las barcas donde van, respectivamente, Bronwyn y Víctor, y Jacob, Emma, Horace, Millard, Hugh y Fiona.

Miro hacia el cielo, casi esperando una solución mágica para nuestros problemas que sé que no va a llegar. La única persona capaz de ayudarnos en esta situación desesperada, nuestra directora, está transformada en pájaro. No hay forma de que pueda ayudarnos en esa forma, y no tenemos ninguna manera de devolverla a su estado original. Necesita la ayuda de otra Ymbryne, muy probablemente, y no disponemos de ninguna. Si es que aún queda alguna en libertad, ya que según tenemos entendido, están todas en posesión de los wights.

La barca se balancea de pronto de tal modo que me veo obligada a agarrarme con fuerza. Nuestro universo, antes relativamente tranquilo a pesar de la marejada, se ha transformado en apenas un instante. El viento sopla con más fuerza de lo que nunca lo he sentido (tal vez porque con este clima yo suelo estar en mi casa, con chocolate caliente) y las olas comienzan a hacerse cada vez más grandes, tornándose espumosas en las cimas.

Siempre he sabido que este mar es engañoso, que este estrecho se ha tragado a bastantes barcos como para que los marineros prudentes quieran evitarlo. Pero nunca había pensado que su humor cambiante me llevaría hasta esta situación. Supongo que, en realidad, nunca había pensado que me llevaría a nada, ya que odio subir a barcos, y no me gusta entrar a mar abierto. Pero estamos aquí, y mis temblores son cada vez más fuertes y no se deben al mal tiempo.

Víctor, notando mi ansiedad y miedo, entrelaza su mano con la mía. Lo miro durante unos instantes y después mi mirada va hacia Taima, que es quien está a los remos. Luego vaga hacia Claire, que se abraza a Enoch a tal punto que éste hace muecas de desagrado. No soy la única asustada, y esta gente depende ahora de mí. No puedo mostrarme débil, por mucho que lo desee. Acomodo a la pequeña Olive, que sigue tumbada sobre mí regazo y tiembla, aun con mi chaqueta por encima.

—Tranquila, pequeña —le sonrío—. Llegaremos sanos y salvos, ¿sí? No tienes que tener miedo, yo cuidaré de ti.

La niña se calma y tiembla un poco menos después de ese comentario, y así sé que no voy desencaminada en mi intento. Estos niños han vivido toda la vida con un pilar sabio y fuerte para sostenerlos. Una Ymbryne. Nuestra Miss Peregrine. Y ahora, lo que necesitan de mí es que sea un pilar, en ausencia de ese que les ha mantenido a salvos en un paraíso creado a partir de un día idílico.

Esta nueva visión del papel que tengo que intentar representar, tanto por su bien como por el mío, me inquieta. Nunca he sido un pilar para nadie, ni tan siquiera para mí misma. Más al contrario, siempre he sido yo la que ha necesitado un pilar, alguien en lo que apoyarse para seguir adelante. Pero ahora, frente a mí, tengo a dos niñas de no más de diez años, de hecho, de menos de esa edad, al menos físicamente. Dos niñas que están sentadas en una barca, mirándome con sus ojazos bien abiertos. Que están aterradas, y esperan de mí una protección que sé que no puedo darles.

Es demasiado para mí. Mientras lo pienso de manera consciente, me sobrepasa. Pierdo valiosos segundos sin reaccionar, y cuando reacciono no consigo hacer nada más que volver a sonreírles como un intento de calmarlas. Incluso a mí me ha parecido patético, y no me hace falta mirar hacia Enoch para saber que tiene una sonrisa socarrona en el rostro. Una vez más, todo mi cuerpo tiembla.

—¡Dirigid la proa contra las olas! —grita Bronwyn, cortando el agua con los remos—. ¡Si nos cogen de costado zozobraremos!

Taima me mira fijamente, e intenta maniobrar con la barca. Pero es una suerte que haya aprendido tan rápido cómo remar, ya que en su pueblo no había remeros, y no podemos pedirle que aprenda a maniobrar de la nada. La ola, tan gran que se me antoja un tsunami, nos embiste como un muro de agua. Rompe sobre nosotros, dejándonos a todos calados hasta los huesos de un agua tan fría que me nubla los sentidos.

Y esa ola viene seguida de otra, y de pronto ya no siento nada más que agua bajo mis pies. Estoy rodeada de cosas que han caído de cada una de las barcas. Grito hasta que me duele la garganta, y me obligo a nadar. Las olas rompen a mi alrededor e incluso sobre mí, y está todo tan nublado que no consigo ver las barcas. Trago agua, mucha agua, y el cuerpo se me entumece cada vez más.

Los gritos que me llaman me parecen más del otro mundo que de éste, pero me dirijo hacia ellos, esperando encontrarme con los demás. No puedo morir ahora, no después de prometerle a Miss Peregrine protegerlos. Los gritos se oyen cada vez más cerca, y en algún momento, cuando ya no puedo dar una brazada más, veo la sombra de una barca cerca, aunque quizá no lo suficiente.

—¡Víctor! —consigo exclamar, con la voz ronca de tanto grito.

Y, como por arte de alguna magia benévola, siento unos brazos fuertes rodeando mi cuello, un pecho masculino contra el mío, subiéndome a una balsa. Miro al rostro de mi rescatador esperando encontrar a mi hermano, pero no es así. Es Enoch, que está empapado a tal punto que se le pega toda la ropa al cuerpo. Me ayuda a colocarme con cierta comodidad y por fin puedo respirar como es debido de nuevo, bajo la atenta mirada de todos.

—¿Cómo están los demás? —pregunto.

—La barca de Victor y Bronwyn también a zozobrado —me explica Taima, apenado—. Los dos están bien, aquí tienes a Victor y Bronwyn está en la otra barca, aquí al lado. La mayoría de nuestro equipaje se ha ido al traste, pero Enoch ha sujetado bien vuestras mochilas a nuestra barca y siguen en su sitio.

—Algo es algo —suspiro—. ¿Está bien todo el mundo? ¿Nadie más ha caído al agua?

—Todos estamos bien —afirma Victor quien, con ayuda de su hermana, está atando los dos botes.

—Eso es bueno —me estiro y me vuelvo a mirarlos—. ¿Alguna idea de dónde estamos? ¿O de si hacemos algo más que remar en círculos?

—Yo he visto tierra cuando casi me voy volando —dice Olive—. Tu hermano ha agarrado la cuerda a la que estaba atada justo a tiempo, pero he podido ver por encima de la niebla. Estamos muy cerca.

Nos miramos unos a otros, y cuando mi mirada conecta con la de Enoch, nuevamente sé que el mismo pensamiento amargo está pasando por nuestras mentes. Y es que, ¿de qué nos sirve saber que estamos cerca de tierra? No sabemos en qué dirección está.

—Podría elevarme —sugiere la niña—. Volver a flotar sobre la niebla y guiaros hasta la orilla.

—No —respondo, tajante—. Eres una niña, y estás bajo mi cuidado ahora. ¿Miss P está bien? —los niños asienten—. Ahora es vuestra misión cuidarla, especialmente para ti, ¿sí, Olive? —la niña asiente—. Me subirán a mí, y yo os guiaré. Eres una niña muy valiente y no dudo de que puedas hacerlo, pero estoy aquí para evitar que a ninguno os pase nada dentro de lo que cabe. No te voy a dejar que subas allá arriba, sin saber si puedes irte volando. En el peor de los casos, yo puedo dejar de utilizar tu peculiaridad y caer. Tú no puedes.

Taima se apresura a atarme una cuerda alrededor de la cintura, y yo me elevo de inmediato por los aires. Hasta ahora, las veces que he usado este don estaba tan ahogada en la necesidad de hacer las cosas bien y rápido, que ni siquiera me he dado cuenta de la liberadora sensación de ligereza que conlleva flotar. Lo cierto es que, hasta cierto punto, da gusto flotar en el aire como lo harías por el agua, mirarlo todo desde arriba, y quizá verlo desde otra perspectiva. Refresca, en cierto punto, las ideas de una persona. Te hace ver que tus problemas no son tan grandes.

Finalmente, traspaso la niebla. Siento como la cuerda termina de tensarse, impidiendo que me eleve más. Miro a mi alrededor y veo tierra, cerca de nosotros, a uno o dos kilómetros de distancia.

—Seguid recto —grito—. No hay mucha distancia.

Lo cierto es que los dos kilómetros que debe de haber hasta la tierra más cercana (que no es el puerto al que nos dirigíamos en un principio) me parecen una distancia insalvable. Quiero decir, en el estado de agotamiento total que presentan ahí abajo mis compañeros peculiares, no sé cuánto tiempo tardaremos en llegar.

Les grito instrucciones que no sé si oyen del todo bien salvo cuando las siguen, y la mayoría de mi cuerpo vuelve lentamente a una especie de estado de atontamiento. El frío y las ráfagas de aire heladoras, capaces de traspasar incluso el alma de una persona, a las que debo atenerme, me dejan temblando. No pasa mucho tiempo antes de que deje de sentirlas, mi cuerpo deja de reaccionar y dejo de poder controlarlo.

Escucho un chapoteo por debajo de mí y me esfuerzo por mirar hacia abajo, pero incluso mi cuello ha quedado rígido por el frío y no consigo moverme. Alguien tira de la cuerda para bajarme, y poco a poco siento como la temperatura va subiendo. Llego a tierra, aunque todavía casi incapaz de moverme. Víctor aparta a Taima, que me está quitando la cuerda de la cintura y me abraza con fuerza.

—Estamos vivos —susurra—. Helena, lo has conseguido. Estamos vivos.

Yo solo consigo asentir. Mi hermano parece sentirse increíblemente alborozado, pero mis sentimientos ni siquiera se asemejan. No puedo evitar ponerme a pensar, no solo en el futuro inmediato, sino también en el futuro a largo plazo. Y la cosa pinta mal. Muy, muy mal. Apenas sí debemos tener comida y agua, aunque hayamos salvado la mochila de Enoch y la mía. No sabemos dónde diantres estamos, ni dónde queda la ciudad más cercana. Y además, sospecho que estoy a punto de tener ese colapso nervioso, ataque de ansiedad o ambos a la vez que no he tenido durante las luchas contra el hueco y los wights ni durante ese espacio de tiempo en el que he temido por mi vida en el océano.

Me siento en el suelo respirando rápidamente. Mi hermano parece entender de inmediato lo que me está sucediendo. Se apresura hacia mi mochila para darme algo pero niego. No hay ningún medicamento que me pueda tomar tan pronto después de la dosis de ayer. Tendré que esperar al menos hasta mañana, sino me podría sentar fatal, y lo último que necesito es terminar enferma o peor, adicta a los medicamentos.

"Estamos bien, encontraremos refugio agua y comida, somos peculiares, podemos conseguirlo. Y algún día volveré nuevamente a Cairnholm, tanto si al destino le gusta como si no, y me estableceré allí para siempre —me digo, y lo último, más que una mantra, es una promesa—. Estamos bien y encontraremos tanto agua como comida. Los wights no podrán con nosotros, somos tan poderosos que podemos resucitar a los muertos. Solo tengo que encargarme de que Enoch siga con vida y tenga una provisión de corazones, y tendremos oportunidad".

Por alguna razón que no me molesto en analizar, el último pensamiento ronda mi mente durante unos instantes. Es verdadero, nada más que verdadero, pero también es positivo, quizá solo la consciencia de nuestra mejor baza. Enoch y yo podemos resucitar a los muertos. Siempre y cuando él esté provisto de corazones, podemos traer de vuelta a nuestros amigos.

Niego con la cabeza y me levanto de la arena, donde mi hermano me ha ayudado a sentarme hace unos momentos, al empezar mi crisis. Tenemos mucho que hacer y no podemos perder el tiempo. No seré yo la razón por la que estos chicos tengan menos oportunidades, si puedo evitarlo.

—Taima —llamo, y él se vuelve hacia mí—. Nos vamos de caza. Enoch, cuida de los demás, buscad un refugio mientras tanto. Fiona y Hugh, que son más mayores, podéis ir a traer madera. Venga, no hay tiempo que perder chicos.

Y sin más, me acerco hasta mi mochila, saco mi kit de supervivencia y me alejo junto a Taima en dirección al bosque. Enoch ni siquiera se molesta en mirarnos. Se vuelve hacia Victor y le dice algo en voz baja, a lo que el hermano de Bronwyn asiente y levanta una de las balsas como si nada. Enoch le señala algún punto en la roca y supongo que habrá visto alguna abertura utilizable.

Al menos, parece que las cosas empiezan a marchar bien para nosotros, mientras me interno en el bosque con la única compañía de un cazador prehistórico. 

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