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5 - "Un largo viaje"

Vencida por el cansancio y el dolor, logré conciliar el sueño en el mullido sofá de la sala. La habitación de mi madre continuaba cercada con la desagradable banda de "no pasar" y el estómago se me revolvió de inmediato.

¿Por qué semejante saña? ¿Por qué mi hermana? ¿Por qué mi madre? ¿Por qué probablemente vendrían por mí?

Sin poder pasar bocado, con el té compartido junto a Mitchell como único alimento en horas, descansé sin noción del tiempo hasta que el teléfono sonó estruendosamente. Con algo de pereza y lentitud, atendí para encontrar una voz regañona del otro lado.

Coordinando las preguntas rápidas del investigador, lo único que me quedaría en claro de esa situación era que Mitchell deseaba protegerme enviándome a otro sitio. Obligándome a armar algo de equipaje, debí acudir a mi cuarto para escoger alguna que otra prenda de vestir lo suficientemente versátil teniendo en cuenta que no tenía la más mínima idea de cuándo regresaríamos a nuestro día a día.

Hacía mucho tiempo que no reparaba en la ropa horrible y de mujer de la tercera edad que colgaba de las perchas. Grises, azules y negros, con alguna camisa blanca con grandes cuellos y volados en los puños, eran todas las opciones disponibles.

Quería vomitar, pero si no lo había hecho al ver a mi madre muerta a pocos metros de mí, menos lo merecía un guardarropa soso.

Lloriqueando, aun sin tomar la dimensión correcta de la realidad, separé algo de ropa íntima y cerré mi pequeño bolso. Acto seguido, me senté a esperar para cuando obtuve un segundo llamado por parte de Mitchell.

Siendo poco agradable en sus modos, me indicó (para no decir graznó) que aguardase por él. Desanimada por hacerlo en el interior de mi casa, supuse que no tendría nada de malo sentarme a tomar algo de aire fresco en el cobertizo.

Cerciorándome de echar cerrojo a todo lo posible, con la sapiencia que ninguna puerta había sido violentada (la policía lo aseguró pruebas oculares mediante) me dispuse a esperar perdiendo mis ojos en mi bello automóvil. Debía abandonarlo por un tiempo, malherido. Con el capó destruido, se le sumaría de seguro un problema en el radiador, siendo ese el menor de los males.

Mirando hacia ambos lados de mi casa, todo era prado y arboleda. La casa de los vecinos, los Wilson, se emplazaba a varios metros de aquí. De hecho, ya se habían acercado más temprano para averiguar lo sucedido gracias a la alharaca de las sirenas y la presencia policial. Amablemente, Mitchell les dijo que ladrones interrumpieron en la vivienda aprovechando que mi mamá estaba sola, hasta darle muerte, robando un par de objetos personales. Él lo llamaría un "simple hecho delictivo", dando fin al cotilleo y a las especulaciones.

Exponiéndose más de la cuenta, agradecí su intromisión. Yo no estaba para atender a los dos periodistas que supieron de la macabra noticia y mucho menos para lidiar con la policía y los vecinos que se preocupaban (y otros que sólo vendrían por morbo).

Levantando el capó del Chrysler, el panorama era peor de lo esperado: las mangueras de refrigerante estaban en pésimas condiciones, explotadas con el gas escabulléndose por doquier; el ventilador del radiador no respondía y además, como si fuera poco, se encontraba desplazado.

Mirándome las manos sucias, engrasadas por averiguar qué le sucedía a mi carro, recordé cuando mi padre me hablaba de ese sinfín de válvulas, tuercas y nomenclaturas mecánicas que yo me negaba a aprender. Si embargo, él solía repetirme que yo no podía salir a la carretera ignorando el funcionamiento de mi coche.

"No siempre harás ojitos lindos y tendrás un hombre en la mitad de la nada dispuesto a revisarte el automóvil, mi niña"; nada resultaría más acertado.

Dos veces pincharía un neumático y jamás encontraría a un hombre disponible.

—¿Qué estás haciendo? ─como un trueno, la voz de Mitchell sacudió mi cuerpo, echándolo hacia atrás del automóvil.

—¡Me has asustado! ─regañé con un grito un tanto desmedido.

—¿No te he dicho que me aguardes dentro de tu casa?

—¡Óyeme que no soy una niña! ─con la voz en alto, bajé la chapa hecha un bollo de papel.

—Pues obedece y no serás tratada como una.

—¡No me extraña que no tengas hijos! ─solté con la misma acidez con la que me hablaba.

Pero su semblante se oscureció. Más de lo habitual. O al menos, más de lo que me demostraría en esas veinticuatro horas de haberlo conocido.

—Lávate las manos y recoge tu equipaje.

—¡Sí, papá! ─volteé los ojos. Pude ver una mueca simpática en sus labios aunque se negase a entregarla.

Abriendo el grifo de la cocina, llené mis manos de jabón. Mitchell se mantenía por detrás. ¿Acaso verificaba que lo estuviese haciendo correctamente? Guardé un bufido para mí.

—Evidentemente tu madre conocía al menos a uno de los que ha entrado aquí el día de ayer.

—¿Lo dices por las cerraduras sin forzar?

—Exacto.

—Nadie venía a casa. Me sorprende que precisamente durante mi ausencia, se acercaran las visitas.

Escribiendo en una pequeña agenda de tapa negra, Mitchell se hacía preguntas por lo bajo, en tono inaudible.

—¿Tu hermana tenía amigos?

—No.

—¿No?

—No.

—¿Nadie?

—No.

—¿Ni mujeres?

—Ni mujeres.

—¿¡Pero es que esa mujer iba del trabajo a su casa!? ─lució exasperado.

—Pues...sí ─elevé mis hombros.

—¿Cuántos años tenía? ¿Mil? ─no pude evitar dar una carcajada estruendosa. Yo solía decirle lo mismo a mi hermana, pero ella era tan cerrada, que no admitía que yo estaba en lo cierto.

—Creo que más ─deslicé con ese recuerdo en la mente ─.Liz era muy bonita e inteligente, podría haber tenido al hombre que quisiese.

—¿Tampoco tuvo parejas?

—El joven rubio de la fotografía me dio la impresión que quizás tenía algo con ella.

—¿Por qué?

—Cuando de adolescentes mirábamos alguna serie juvenil, solía expresar su simpatía por los rubios y altos ─frunció la boca. Evidentemente mi comentario no aportaba nada serio.

—¿Y siendo mayores?¿Nunca hablaron de hombres? ─su incredulidad se apoderaba de cada gesto suyo.

—Yo no he estado aquí por un tiempo ─dibujando inconexamente con la punta del dedo sobre la mesa lustrosa de madera, dejé suspendido en el aire.

─Oh...vaya...

—Estuve en pareja por más de un lustro. Hasta que me separé y regresé a vivir aquí, con mi madre y hermana.

—Comprendo ─anotó algo. ¿Pero qué?  ─.O sea que nunca ha venido con hombres, amigos...─ hizo un además, bolígrafo en mano. Una pluma resplandeciente y elegante, de hecho.

—Nada de hombres. Y casi nada de amigas mujeres. Mi hermana era muy pacata y sumamente reservada.

—Evidentemente, sí.

—¿Has podido averiguar algo más?¿La fotografía te ha sido de ayuda?

—Prefiero que no lo hablemos aquí. Vayámonos lo antes posible.

Mitchell tomó mi bolso, galantemente. Agradecí con una sonrisa complacida. Cerré la puerta de la entrada y el ronroneo de Tom, el gato de los vecinos, me hizo bajar la vista. Enredándose entre mis piernas, parecía despedirse de mí, intuyendo el escape.

—Debo irme, Tom ─cogiendo al bonito gato, lo acaricié llenándome de pelos grises.

—¿¡Qué demonios...!? ─agazapado, habiendo dejado mi bolso en el Mustang, Mitchell regresó.

—Sabe que me estoy yendo. Es su forma de decirme adiós ─parpadeé insistentemente como una niña.

—¿Puedes apresurarte? ─ofuscado, puso cara de asco ─.Y por favor, sacúdete el abrigo. No quiero cabellos felinos en el tapizado de mi carro.

Haciéndole caso, conteniendo alguna de mis respuestas cargadas de ironía, me quité todos lo que pude friccionando mis palmas en el abrigo de paño negro.

—¿Así está bien? ─abrí mis brazos y di una vuelta.

—Vamos ya... ¡entra al automóvil de una vez por todas!

Cabalgué por los cinco escalones que me separaban del breve jardín, bajé la tranca de la verja de madera blanca y subí a su vehículo para ubicarme del lado del acompañante.

—¿Adónde vamos?

—No te lo diré.

—¡Si voy a pagar hospedaje, al menos quiero saber en qué lugar será!

—Ya lo sabrás. Eres experta en leer carteles.

—Ja. Muy gracioso ─le saqué la lengua y pareció divertirse a su pesar.

—Es un lugar a escasísimos minutos de aquí. Debes estar medianamente cerca para continuar con cualquier trámite que requiera la ley y no levantar sospechas.

—Está bien, es una buena idea.

—¿Cómo...te sientes? ─luciendo contrariado, preguntó.

—Creo que simplemente "estoy".

Asintió admitiendo que no era una pregunta muy fácil de contestar, pero agradecí sus buenas intenciones. En este momento, distaba de comportarse como un ogro. ¿Por cuánto tiempo le duraría ese efecto?

—¿Cuántos años tienes? ─pregunté iniciando mi cuestionario improvisado.

—Más que tú, seguro.

—Eso no responde mi pregunta.

—Nunca dije que te daría una respuesta que te satisfaga.

—¿Por qué insistes en ser tan irritante? Comprendo que no necesitas amigos, y créeme que yo tampoco, pero no es necesario que te comportes como un patán.

—Maya, yo soy así. Y me funciona. Necesito y me agrada ser inexpresivo, asocial, no saber contar chistes ni escuchar música popular.

—¿Te gusta ser la figurilla difícil de álbum?

—No me gusta serlo sino que simplemente lo soy sin proponérmelo.

Corrí la boca de lado. Pensé si era mejor estar bajo su protección o entregarme a lo que podía pasarme estando sola. Conservando mi instinto de supervivencia, opté por lo primero.

—No creo darme por vencida ─dije virando el timón. No avanzaríamos en nada con respecto a su personalidad. Y sinceramente, me interesaba nada. 

¿O no?

—¿Con respecto a qué?

—A encontrar a los culpables de los asesinatos. Como que me lleve la vida, lo haré.

—Lo haremos ─confirmó.

—Más te vale, lo firmaste. Y me he traído las servilletas por cualquier...cosa.

—¿Por cualquier cosa? ¿Sigues pensando que desapareceré de la faz de la tierra por unos mugrosos mil dólares?

Lo había enojado y mucho. Sin gritar, pero con un fuerte registro de voz, Mitchell acusó.

No respondí, era mejor decantar y probar suerte con otro tema. Seguí conservando mi amor hacia la vida.

—¿Por qué te has retirado del FBI?

—Porque había concluido una etapa de mi vida.

—¿Para qué suelen contratarte?

—En general, para investigar casos de posibles infidelidades.

—Oh ─exclamé pasmada ─,pues tendría que haberte conocido dos años atrás; aunque fueron tan obvios que los descubrí sin pagarle a nadie.

—¿A qué te refieres?

—A que he tenido una pareja que me engañó. Por mucho tiempo lo he sospechado pero ciega, no lo quise reconocer. Hasta que mi hermana me abrió un poco los ojos y terminé por confirmarlo por mí misma.

—¿Lo has descubierto in fraganti?

—En plena faena.

—¡Qué situación incómoda embarazosa para ti!

—Realmente desagradable.

—¿Y cómo has asumido la separación?

—David era un idiota. Supongo que al fin de cuentas me ha hecho un gran favor ─replegándome, me zambullí en la ventanilla para quedar en silencio.

Como experta en leer letreros sobre la carretera, tal como sagazmente indicó mi centinela personal, ingresábamos a Oak Hill. Efectivamente, quedaba a poca distancia de mi domicilio.

Aparcando frente al Twelve Oaks Motel, supuse que ese sería nuestro destino por quién sabe cuánto tiempo.

—Podría haberte reservado un lugar mejor, pero no soy tu administrador de finanzas ─sin abandonar el tono cortante, resopló bajando de su automóvil.

Lo cierto es que aquel hospedaje distaba de ser el Hilton, pero a fines de protección, bien lograría pasar desapercibida.

Con los balcones y la extensa escalera que conducía hacia la planta superior pintada de un verde estridente, este tenía la impronta del típico motel carretero de película de bajo presupuesto. Perdida en la fachada colorida, sentí el arrebato de mi bolso: Mitchell me lo quitó de la mano abruptamente.

—Primera lección: a partir de ahora debes estar atenta a tu alrededor ─levantando su ceja, adoctrinó manteniendo su semblante recio.

Asintiendo a desgano, supe que él estaba en lo cierto. Odiaba tener que darle la razón a cada paso que marcábamos pero admitir que Mitchell era el experto y me protegía, a su modo, me otorgaba un manto de sosiego.

—Déjame las formalidades. Mantente sonriente, pero no seas exagerada. Tímida, pero sin ocultarte tras de mí. Deben creer que somos una pareja que estamos de paso.

—¿Otra vez con el cuento de ser pareja?

—¿Puedes dejar de cuestionarlo todo? ─deteniéndose de golpe, se apostó frente a mí. Eclipsándome por la diferencia de alturas, Mitchell sí que sabía sonar amenazante ─.Si hago esto es porque corres peligro, y mucho ─masculló con la quijada tensa ─.Por un motivo que desconozco, no puedo dejarte sola. Llámalo ataque de conciencia, paternalismo o cómo mierda desees, pero si no descubrimos quién o quiénes están detrás de esto, tú te mueres.

—¡Y tú no cobras un centavo!¿Verdad?  ─abrí mis ojos muy grandes, lejos de amedrentarme. ¿Por qué me comportaba como una insana? ¿Lo estaba enfrentando aún desde mi metro cincuenta y seis?

—Buen punto, Maya ─aflojando sus hombros, dio un paso hacia atrás ─.Ahora mismo no es buena idea que demos un espectáculo aquí fuera. Hay muchos coches aparcados y el tráfico es constante. Mantengamos el perfil bajo. ¿Estás segura de poder hacerlo?

—Correcto ─acepté sin chistar, ignorando sus constantes ironías.

A menos de un metro por detrás de Mitchell, ingresamos a este nuevo refugio atravesando una puerta de madera alta y del mismo verde chillón que la escalera de la fachada.

—Buenas tardes ─saludó mi compañero, con una sonrisa que pocas veces habría visto la luz ─,tengo una reserva a nombre de Bruce Wings ─dejando mi bolso en el piso me extendió su mano. Comprendiendo que debía unirme a él, la acepté, incorporándome a su lado.

En un gesto que me tomó por sorpresa, pero que bien supe disimular, besó la cima de mi cabeza, donde mi cabello se dividía en dos. Sonreí, siendo integrante del plan.

—Bienvenido señor Wings ─la señora regordeta de recepción parecía contentarse con los nuevos clientes ─, señora... ─dejó suspendiendo la frase.Por un segundo, dudé en decirle mi nombre pero la mano de Mitchell, apretando la mía por debajo del mostrador de ingreso, me recordó que no debía abandonar el personaje.

—Cynthia...Cynthia Wings ─solté afable. Y mentirosa.

—Bonito nombre... ─añadió y cogió un enorme libro de tapas duras. Pasando sus hojas, cargadas de nombres, números telefónicos y datos, comprendí que era el cuaderno de registro de pasajeros.

Hábil y veloz, como si esto fuera parte de su vida cotidiana, Mitchell soltó mi mano para hacerse cargo de la situación con destreza: empuñando el bolígrafo de tinta azul, plasmó su nombre de fantasía junto a una firma inventada, la cual distaba de la ofrecida en mi servilleta contractual.

Una vez terminado este procedimiento, sacó de su bolsillo una identificación: efectivamente, era Bruce Wings. Una identidad falsa...

¡Waw! Yo estaba viviendo una película de espías en vivo y en directo.

—Perfecto, señores. Espero que tengan un buen descanso. Mañana, de 7 á 10 hs., se sirve el desayuno en el salón que se encuentra al fondo del corredor ─constatando los datos escritos con los presentados en su tarjeta personal, la mujer devolvió la licencia de conducir falsa de Mitchell y guardó su libro ─.La de ustedes es la habitación 115, la quinta puerta desde el inicio de la escalera en la planta superior ─detalló.

—Gracias, será hasta mañana ─saludó él ─.¿Vamos cariño? ─yo me acoplé con una sonrisita, de esas que le escaseaban a Mitchell.

La habitación era pequeña, con una cama matrimonial y un sofá pequeño bajo la ventana, paralelo al sentido de la carretera. Instantáneamente miré a mi centinela personal.

—Dormiré en el sofá, no enloquezcas antes de tiempo ─dijo sin perderle detalle a mi rostro reprochante.

—Loca, preguntona, obstinada... ¿algo más que te haya quedado en el tintero?

—La nómina es larga, pero no quiero agotarla hoy mismo ─sarcástico, respondió manteniéndose a raya. Aunque juré haber visto su labio temblar escondiendo una sonrisa maliciosa.

Chasqueé mi lengua y de brazos abiertos caí desplomada en la cama.

—¡Ouch! ¡Este colchón es durísimo! ─expresé sentándome de inmediato ─.Y el cobertor no huele muy bien─ fruncí la nariz.

—La idea es pasar la noche aquí para pensar a corto plazo y no desviar dinero innecesariamente, al menos, hasta que tengamos en claro qué hacer.

—¿Tienes un plan en mente? ─irguiendo mi espalda, me quité las botas de abrigo y soné los dedos de mis pies, flexionándolos de adelante hacia atrás.

—Por lo pronto, tendrás que decirme de cuánto dinero dispones para ubicarte en un hospedaje decente más adelante. En segundo lugar, una vez alojada, permanecerás allí hasta que yo lo considere necesario.

—Espera, espera... ─levanté mi mano deteniendo la contundencia de su discurso ─.¿Pretendes tenerme encerrada en un hotel?

—Encerrada no. Protegida.

—Deja la semántica de lado, Mitchell. ¿Quieres que vegete entre cuatro paredes hasta que salves al mundo y vengas por mí?

—No, pero como sabrás entender, yo trabajo solo. Estar contigo me representa no solo un gasto adicional, sino darte detalles que no corresponden.

—Te pagué mil dólares por algo, ¿no lo crees?

—Sí, Maya, lo sé. Pero las cosas se complicaron contra cualquier pronóstico. Ya no se trata de buscar a alguien y entregártelo envuelto para obsequio; tu madre acaba de morir por algo que ninguno de los dos sabe, pero que si estuviera tu hermana viva, probablemente sí.

—¿Quieres decir que mi madre tenía una leve sospecha de lo que ha sucedido con Liz? ─el asco subió a mi garganta, atrapándola. Me acaricié el cuello, asimilando el lazo con el que Mitchell ataba sus conclusiones.

—Las puertas no estaban forzadas ni se registró robo alguno. A ti te interceptaron en la carretera, con ánimos de lastimarte. Dudo que estén seguros que no hayas muerto.

—¿Querrían matarme?

—Intuyo que esa ha sido la intención. Y probablemente, ir a lo de tu madre, también fue premeditado.

—¡Oh, Santo Dios! ─llevé mis manos a mi boca y unas lágrimas de angustia salieron de mis ojos sin contención.

—Maya, la situación es compleja. Llevo menos de veinticuatro horas intentando comprenderlas ─hablando con voz rasposa, corrió de lado a la cortina de la ventana, mirando hacia el exterior y sin registrar mi tristeza.

La noche avanzaba, al igual que mi miedo.

Limpiando mis mejillas mojadas por mi sollozo, me puse de pie, descalza.

—Quiero ayudarte ─poniéndome frente a él, exigí. Volteó la mirada.

—¿A qué?

—A encontrar la verdad.

—No puedes. Ya me has pagado para que lo haga yo.

—¿Por qué?

—Ya te he dicho que trabajo solo.

—¡No quiero quedarme encerrada en ningún lado! ─bufó inflando sus mejillas, liberando el aire con lentitud al escuchar mi aullido desbordado.

—Perdona la grosería ─anticipó ─,pero me eres un...estorbo.

—¿Estorbo? ─repetí y largué aire por la nariz ─.Al menos no me has dicho dolor de pelotas; supongo entonces que ha sido todo un halago de tu parte ─crucé mis brazos sobre el pecho.

—Quise ser sutil.

—Pues gracias, lo has logrado.

—Maya, por favor... ─ acortando las distancias entre ambos, posó, vacilante en principio, una mano sobre mi hombro. Un leve cosquilleo recorrió mi brazo asumiendo la electricidad de su atrayente contacto ─,me has contratado para hacer un trabajo. Prometo cumplirlo, pero a mi modo. Y mi modo, es trabajando unipersonalmente. ¿Está claro?

—Claro está, pero a sabiendas que las cosas se complicaron, pues... ¿por qué no replantear otro modo de proceder?

—Maya, ni soy Batman ni tú Batichica. No tienes idea cómo hay que manejarse en estos casos.

—¡Enséñame!

—No presido una academia de agentes, ni doy clases exprés ─gracioso pero sin emitir más que un gruñido, aclaró ─.Me ha llevado muchísimos años de mi vida hacerme de contactos, de una reputación y de un modo de operación. Soy un agente encubierto, Maya, no un tutor de Instituto.

—¡Pues seamos dos los que investiguemos!

Elevando sus manos al techo, se apartó de mí.

—Hasta ayer estaba completamente convencida que llamarte había sido un gran error. El dinero con el que te pretendo pagar, es el de mi despido. Hace tres semanas estoy sin trabajar y he pensado en destinar cada dólar a esclarecer este crimen. A partir de lo sucedido con mi madre, pocas horas atrás, supe que contactarte fue el mejor plan que tuve, que el dinero será el mejor invertido de toda mi vida y que no estoy dispuesta a perder ni un minuto más hasta no saber quién las asesinó. Esto es algo más que personal, Mitchell ─decidida, no se me movía un músculo. Ni a él, un mísero pelo ─.Antes, quería sólo a un hombre. Ahora, quiero ir por todo y por todos ─conteniendo un nuevo llanto, busqué su mirada esquiva. Hasta que finalmente la encontré ─.Quiero cooperar, prometo obedecer y no cuestionar nada. El dinero estará disponible en cuanto lo precises.

—No es cuestión de dinero, Maya... ─susurró, visiblemente molesto.

—Pues tomémoslo así ─con convicción, le dije ─,hasta hace veinticuatro horas, estaba dispuesta a pagar por tus servicios como investigador privado. Pues ahora, además del caso asignado, te pagaré como a un centinela, por ser mi guardaespaldas.

—¿Estás loca? ─chilló.

—¿No manejas armas? ¿No manejas contactos? ¿No has protegido gente antes?

—Sí, sí y sí ─afirmó a cada cuestionamiento.

—Pues yo estoy necesitando todo eso. Y estoy segura de abonarte hasta el último centavo que me pidas. ¿Aceptas o no?

Mitchell elevó la mirada. Mordió su labio en un gesto desestabilizador para mis neuronas. Sus rasgos duros, adustos, junto a su experiencia y temperamento, lo convertían en un hombre interesante y perturbador. Atrayente como pocos, Gus Mitchell manejaba una fuerza centrípeta indescriptible.

Le extendí la mano, dispuesta a cerrar el trato.

—Aceptaré ─finalmente, bajó sus barreras ─,pero con una condición ─con el dedo en alto y su palma a mitad de camino, aclaró ─:tendrás que firmarme un papel en donde aseguras que contratarás todos mis servicios profesionales a cambio de mantener tu bocota cerrada.

Di una carcajada estruendosa que probablemente se escucharía hasta en Corea.

—Lo de mantenerme callada será un desafío.

—¡Eso o nada!

Asintiendo con mi cabeza, él aprovechó para estrechar su mano contra la mía y sumergirnos en una aventura tan peligrosa como particular.

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