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11 - "Corazón delator"

Algo molesta por la luz, refregué mis párpados.

Me dolía un poco el cuerpo y sin dudas, estaba manifestando los primeros síntomas de una gastritis. Con la acidez aguijoneando mi esófago, abrí más grande los ojos para notar que no había nadie más en la habitación.

—¡¿Mitchell?! ─recordando que debía mantener la voz baja, pregunté firme. Corrí las sábanas de lado, estaba vestida con mi camisón de abuela de bosque encantado. Sonreí al recordar cuando Mitchell le dio semejante nombre.

Caminé hasta el baño y golpeé con mis nudillos.

No obtendría respuesta. Miré la hora en un reloj de pared. Las tres de la tarde.

Me retrotraje entonces, a dilucidar lo vivido en las últimas horas.

"Vestirme como chica fácil, ir a Poupée, darme un beso de telenovela con mi centinela personal (merecía capítulo aparte), coquetear con el rubio asesino, coquetear con el moreno, raptar (o algo parecido) a Jeannette quien nos mostraría su cicatriz desagradable e inquietante, devolverla a las proximidades de su casa (que Mitchell bien había averiguado) y de vuelta, al hotel."

Regresar a mi cabeza lo ocurrido con la chica de la barra me hizo regurgitar: de regreso al Mustang, Mitchell había tenido la deferencia de bajar la ventanilla para que el aire golpee el rostro descompuesto de Jeannette. Pálida, solo mostró la cicatriz, alegando que al poco tiempo de ingresar a Poupée, Martin la obligaría a ser parte de sus huestes.

Ella había aceptado el trabajo y su demostración de lealtad se resumía en la atracción que le profesaba al moreno.

Sin solicitar mayores detalles, le dimos paz interior y silencio. Exhausta, tras el raid de la madrugada me dispuse a dormir.

Y profundamente.

Con ropa decente, bajé al comedor del hotel y recorrí las instalaciones rogando que Mitchell anduviera caminando por allí. Pero no. Seguramente, estaría operando sin mi compañía.

El muy bastardo aprovechaba mi estado de inconsciencia para escaparse y trabajar solo. Meneé la cabeza.

"El zorro pierde el cabello pero no las mañas."

Tomé el móvil anterior y tecleé su contacto en el nuevo, con la esperanza de que me atendiese.

Lógicamente y como era de esperar, no lo hizo. De vuelta a la habitación, sintonicé un canal de noticias. Pura cháchara que sólo serviría para llenar el ambiente de ruido. Caminando, aburrida, la curiosidad me atrapó al notar su bolso sobre la silla de falso cuero negro, escondida bajo el escritorio.

Me relamí con timidez, perdiendo la batalla contra la indiferencia.

Como una criminal en plena fechoría, miré hacia ambos lados, inútilmente, ya que no había nadie a mi alrededor.

Con lentitud abrí la cremallera para encontrar...¿¡sólo ropa!? Un par de polos oscuros, un pantalón y algo de ropa interior. Tragué fuerte con el recuerdo de sus labios posesivos sobre mí durante la madrugada. Desdoblando un suéter liviano y llevándolo a mi nariz, el perfume masculino que emanó me envolvió.

Se olía suave, seco y estremecedor. Cómo él.

¿Qué secretos guardaba bajo ese escudo protector? ¿Qué pasado ocultaba tras su oscuro mirar?

Pasé la mejilla por la tersura de la cachemira, imaginándome el roce de su pecho.

¿Por qué me atraía tanto? Era petulante, malhumorado y con graves problemas de comunicación.

Sin explicaciones que apaciguasen mis dudas, regresé la ropa a su sitio para cuando una fotografía cayó sobre la cama, presumiblemente escondida entre sus pertenencias.

Un niño de unos diez años, era el protagonista de la imagen que tenía frente a mis ojos. Aun desde lejos se notaba el gran parecido con Mitchell. ¿Sería él de pequeño? Los tonos de la imagen daban cuenta de una toma medianamente actual.

¿Un hermano?¿Su hijo? A mi mente vino aquel comentario malicioso en el que mencioné que no me extrañaba que no tuviese familia.

Quizás sí la tenía y por un motivo desconocido, la había perdido.

—Lección numero tres ─su voz repiqueteó en la habitación; acto seguido la puerta se cerró con violencia tras él. ¿En qué momento ingresó? Era sumamente sigiloso. En ese preciso momento, recordé su profesión ─:¡Nunca y bajo ningún concepto, debes revisar el equipaje de tu compañero! ─avanzando tres pasos con aquel gruñido al aire, me quitó la foto de la mano y cogió el bolso con virulencia. Estaba enojado y probablemente, vendría un repertorio de insultos y palabras desagradables que bien merecidas me los tenía.

—P...perdón ─fue la única cosa que pude decir. Temblaba por su represalia.

—¿Por qué Maya? ¡¿Explícate por qué?! ─lejos de mis pronósticos, Mitchell sólo buscaba mi respuesta. No me trataba como a una niña chismosa. Parecía solo interesarse por los motivos de mi curiosidad.

—Perdona Mitchell, quise saber más de ti y bueno...no pude evitar la tentación ─levanté mis hombros como una novata. Jalé de las mangas de mi jersey, inocentemente.

—Y lo que has visto... ¿te ha aclarado el panorama? ─irónico, dejando el bolso de lado, se puso frente a mí, masticando malestar y persiguiendo mi reacción.

—N...no. Esa foto no decía mucho.

—¿Realmente quieres saber quién soy? ¿Estás segura de querer saber más de mí? ¡Te sugiero que ni siquiera oses averiguarlo! ─su dedo índice fue puesto entre mi nariz y la suya, como señal de alerta. Pero lejos de ver agresividad, vi dolor. Una herida en el alma imposible de cicatrizar. Mitchell presionó su mandíbula, casi al punto de quiebre.

—No creo que seas tan malo como dices ─sostuve su mirada ─.Me estás protegiendo por fuera de toda necesidad y protocolo. Si no tuvieras un poco de sentimientos, hubieras cobrado el dinero que te di y me hubieses abandonado a mi destino. Sin embargo, escogiste cuidarme.

Mitchell tragó interpretando mi punto, porque sabía que yo estaba en lo cierto y descubrirlo por él mismo, quizás representaba una traición a su propio carácter.

—Mitchell ─temerosa, subí mi mano temblequeando hasta posarla sobre su mejilla, encendida por el enojo. Él aceptó mi tacto. Miró mi movimiento, estudiándolo ─,esta situación es una completa mierda. Estoy sola en este mundo, luchando contra fantasmas ajenos y personales. Quiero que sepas que por más que este sea tu trabajo, yo de todos modos estaré agradecida por lo que haces por mí.

—No puede pasarte nada Maya.

—No pasará nada porque estarás tú para protegerme.

—No sé si lo logre ─su voz era inestable; su ceño en forma de V compuso una sola ceja.

—¿Desde cuándo te rindes?

—Jamás lo haré, pero no puedo asegurarte que esto no salga de control.

—¿Por qué?

—Porque desde el momento en que ingresaste a mi vida con tus faldas almidonadas y tus ojos tristes no ha pasado una puta hora en que no me haya prometido cuidarte. Me he alejado del objetivo principal; nada me importa menos que el dinero. Me has arrastrado a un punto de negligencia semejante que he dejado en tus manos muchos de los detalles de este caso.

—Me has subestimado ─logré sacarle una sonrisa, esas que entregaba a cuentagotas.

—No hagas que me arrepienta de seguir adelante con esto ─súplica y directiva se mezclaron en esa frase.

—Te lo prometo.

Mitchell tomó mi mano, plantó un beso en mi palma y la puso al costado de mi cuerpo.

—¿De dónde vienes? ─pregunté a su halo, cuando se separó de mí rumbo a la ventana.

—De investigar.

—¡Pensé que te habrías ido de compras sin mí! ─burlé, pero sin obtener gesto de su parte. Mi "happy hour" acababa de finalizar.

—Necesitaba hablar con algunos contactos para que averiguase ciertos detalles ─regresó la cortina a su lugar ─.¿Comiste algo? ─no me miraba y eso, me causó una extraña pena.

—No.

—Pues vayamos a almorzar aunque sea un poco tarde. Esta noche debemos regresar a Poupée.

—¿Otra vez?

—Sí.

Bufé frunciendo mi rostro.

Otra noche más en que los santos tendrían que taparse los ojos.

_______

Para cuando estuvimos a unas calles cercanas a Poupeé, un oficial de policía vestido como tal, custodiaba la puerta.

Algo olía mal. Y mucho.

—Mantente aquí dentro ─Mitchell abrió su puerta y salió. Súbitamente apareció por mi lado para golpear el vidrio. Lo bajé ─. Pon seguro a las puertas y por cualquier cosa, hay una copia de la llave del Mustang bajo la alfombra de tu lado ─miré instintivamente hacia abajo.

—Prométeme que volverás, Mitchell.

—Lo haré.

Se evaporó de mi vista y subí el cristal. Haciéndole caso, presioné el pestillo de la puerta.

Lamentablemente, la adrenalina recorrió mi cuerpo con velocidad. No era bueno que la policía estuviese allí a menos que Martin África tuviera algún tipo de acuerdo favorecedor.

Mordisqueé mis uñas armando vagas conjeturas.

A menos de diez minutos de haber partido, Mitchell regresó. No demostraba absolutamente nada. Sus gestos, congelados, me intrigaban.

—¿Y? ─entró y fue mi primera pregunta.

—Debemos regresar al hotel.

—¿Pero qué ha sucedido? ─insistí, removiéndome en mi asiento y absorbiendo la inercia de la marcha del automóvil ─.¡Mitchell! ¡Por Dios!¡ Lo único que logras es ponerme paranoica!

—No me cargues con tus defectos de fabricación ─farfulló, con una generosa ironía.

—¿Por qué eres...tan...? ─retrotraje mis pensamientos, dejándolos en la puerta de salida y gruñendo al techo, como si fuese el cielo.

—¿Soy qué? Si pretendes decir pedante, ególatra, pues te ahorro las palabras. Ya sé que lo soy.

—No...iba a decir otra cosa ─hice puchero, relajándome un poco.

—¿Sinónimos, quizás?

—Estaba por decir que eres tan irritante como encantador ─mi voz de deshizo con el paso de las letras.

—¿Encantador? ¡Vaya que es todo un descubrimiento!

—Tienes un lado blando. No lo niegues.

—No te daré herramientas para que las uses en mi contra. "Un amigo ofendido es el más encarnizado enemigo."

—¿Citas a Thomas Jefferson?

—Exacto ─parpadeó sorprendido por mi conocimiento sobre el origen de aquella frase.

Volteé mirando hacia adelante, intentando procesar el alcance de mi confesión. ¿Con qué objetivo la habría hecho? Por más que intentase, nada lograría enternecer al recio Gustave Mitchell, excepto por aquella misteriosa y enigmática fotografía encontrada entre sus ropas.

Quizás, ese era su único talón de Aquiles. Pero no lo sabía y continuar removiendo una aparente herida, era injusto y cruel.

Cuando arribamos al hotel, reseguí su paso trotando un poco. Un joven se encontraba en recepción; nos detuvo al llamar a Mitchell por su nombre de fantasía.

—Señor Rex, esto ha llegado para usted ─entregándole un sobre de manila, el muchacho me miró de arriba hacia abajo. Me abracé a mi misma como si aquello me dotara de dignidad y ocultara mi vestuario inapropiado para una chica de influencia católica.

—Gracias ─sujetando mi mano, me desplazaría de mi eje para subir correteando por las escaleras.

—¿Sospechas qué es lo que tiene dentro? ─agitada por el repiqueteo de mis tacones sobre los escalones curioseé, intuyendo su respuesta.

—Sí.

Silencié. Hasta que Mitchell no hablase era estúpido cuestionar.

Una vez dentro de la habitación me quité el abrigo dispuesta a comenzar a desvestirme y cerrar el capítulo de fulana en ese preciso instante.

—No contamos con mucho tiempo. Tenemos que irnos cuanto antes de aquí ─presuroso, metió sus pertenencias en el bolso.

—Pero... ¿por qué?

—Ponte otra cosa y nos vamos ─movió las manos apurándome.

—¡Mitchell! ─grité caminando por la habitación interrumpiendo su marcha ─.¿Qué pasa? ─tragué fuerte, exigiendo ser parte activa de sus planes.

—Las cosas se han complicado.

—¿Por qué?

—¡Vístete, Maya!¡Por favor, coge prisa! Dejemos estos jueguitos de lado; en el viaje te pondré al tanto.

—¿Viaje? ¿Adónde nos vamos ahora?

—A Charlotte.

Sin brindar demasiada información y mucho menos dispuesto a hablar, clavó sus ojos en los míos dándome órdenes en silencio.

Resoplé arrojándole mis zapatos directamente a sus brazos, impactando de lleno en ellos.

—¿Por qué no me hablas? ¿Por qué no me haces partícipe de lo que tienes en mente?

—Lo he hecho. Te dije que te vistieras tan pronto como pudieras y que te prepares para ir a otro sitio.

—No te hablo de eso. ¡No me dices por qué tenemos que estar como locos, huyendo de aquí! ─ puse mis brazos en jarra.

—¡Maya, no hagas las cosas más difíciles! Tendrás las respuestas en el momento indicado.

—¡Las quiero ahora mismo! ─clavando los pies en el piso, sin acatar directivas, espeté.

Como una locomotora, Mitchell me abordó. Arrinconándome contra la pared cercana al sanitario, rememoró la postura de la vieja escena en Poupeé.

—Escúchame, niña insoportable. Esto no es un juego de espías y sabuesos ni una de esas series televisivas que sueles ver. Esta es la realidad: hay gente que quiere verte diez metros bajo tierra y está convencida de lograrlo. Y yo no voy a permitirlo. Para eso, necesito que cooperes y no seas tan terca e infantil. ¿Tanto te cuesta comprender que si te sucede algo no me lo perdonaría?

Bajé la mirada. Su ruego, su temor, se colaban en mi oído.

—Cámbiate de ropa antes que sea demasiado tarde ─socavó en mi mente.

—¿Tarde?

—Si continúas vestida así, puedo garantizarte que te arrancaré ese top con mis propios dientes ─su mirada de lobezno me fagocitó. Sobreviviendo a la situación, se apartó dejando en plena taquicardia a mi traicionero corazón.

Recapacitando, incorporando algo de oxígeno quitado en manos de Mitchell, tomé ropa nueva y me fui al tocador con una idea instalada en mi cabeza: quizás yo sí deseaba realmente que probase su dentadura en mi ropa.

Censurando sus manos no me acarició, por el contrario, las cerró en dos puños sumamente contraídos por la rabia de sentirse dominado por una extraña sensación de afecto.

Porque eso es lo que me transmitía a su pesar: algo más que la estima. ¿Me sentirá una amiga? ¿Una hija? Cualquiera de las dos ideas me indignaban.

Era inevitable reconocer que me sucedían cosas con Mitchell, cosas sin nombre, sin rótulo y sin sentido, pero estaban dentro de mi cuerpo, latiendo independientemente de cualquier directiva de mi parte. Nunca había estado así de protegida; porque aunque más no fuera por un par de billetes, él no sólo me custodiaba sino que velaba por mí ante cualquier mal.

Como gallos en media noche, nos escapábamos de un presunto peligro; él no habría abierto el sobre de papel, acrecentando mis temores.

_________

Yo no conocía Charlotte, de hecho no conocía mucho más que el centro de Nashville por algún que otro viaje laboral.

Con David nunca se podía prever nada; solía tener conferencias en otros estados a los que yo no lo acompañaba porque según él "me aburriría". A la distancia, logré comprender que solo perseguía la libertad de acción...lejos de mí.

—No sé si quiera saber qué está pasando por esa cabeza ─flanqueando la madrugada dentro del Mustang, en plena carretera, Mitchell rompió el silencio. Bostecé obscenamente antes de responder.

—Nada interesante, por cierto ─mentí.

—¿Tú? ¿Con la mente en blanco? ─chasqueó su lengua ─.Ni tú te lo crees.

Obvié hablar. Estaba cansada, abrumada y con más preguntas que certezas.

—Sé que no soy un buen compañero. No sé trabajar en equipo...mejor dicho, hace mucho que no lo hago ─se retractó de lo segundo.

—Sinceramente, no lo imagino. Los grupos no parecen ser lo tuyo.

—He pasado muchas horas de mi vida rodeado de gente, estudiando casos, viviendo vidas ajenas ─relataba con parsimonia, sin despegar su vista de la Interestatal 85.

—¿Acaso no lo disfrutabas?

—Sí, pero resultaría proporcional al abandono que le ocasionaría a mi propia familia.

Como si me golpeasen con un martillo en el medio del pecho, esa confesión me ahogó. De repente mis ojos se abrieron de par en par; Mitchell, a pesar de su gesto impávido me mostraba lo que yo sospechaba: poseía un trocito de corazón.

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