10 - "Bajos instintos"
Como un animal en celo, la aprisioné contra la pared. Protegiéndola del presunto asesino, la escondí bajo mis garras no menos peligrosas.
Mi cabeza deseaba actuar pero mi cuerpo se salió de libreto.
En un comienzo el beso fue sutil, pretendiendo simplemente distraer la vista del rubio. Pero mis labios prontamente buscaron más: mi lengua acarició la suya, bebiendo de su aterciopelada superficie, mi mano derecha se dejó llevar por la curva de su cintura pequeña y cada poro de mi ser se nutrió del perfume de su delicada piel. Corrompí entonces, la inocencia de su boca con la infamia de la mía, perpetrando quizás el mejor de mis besos.
Maya era una bomba a punto de detonar.
Enfundada en ropa de fulana, sumergida en un papel que le disgustaba probar, me encendía de un modo descomunal. Era hermosa aún bajo esas faldas espantosas, demostrándome un atributo aún más sexy: su integridad.
A sabiendas de su disgusto, ella era capaz de matar por el amor y la lealtad hacia su familia; lealtad que yo había corrompido muchísimos años atrás.
Su grito de auxilio era conmovedor; para entonces yo hacía tiempo en la fila de acceso al bar nocturno. Pero la señal de alerta era inminente: no podía dejarla en las fauces del lobo feroz. Adelantándome, fingí conocer a unas muchachas con las que prontamente me pondría en contacto. Apelando a otra identidad, les saqué sus números de teléfono envolviéndolas en palabras presuntuosas.
Fue fácil: al entrar me dispuse encarar la búsqueda; como un gatito temeroso, Maya estaba siendo arrinconada por el rubio de la fotografía quien contaba con la ventaja de que nosotros no sabíamos si él ya la conocía o si era una atracción deliberada y una maniobra de seducción sin más.
Apretando mis puños, soportando ver su aliento cerca del de Maya, reprimí mi ira y me dispuse a observar. Ella lo disuadió y él salió en dirección la barra, abandonándola a su suerte...y a su chillido. Su grito se perdería en la música circundante y sus labios dentro de los míos.
Aún encendido, limpié rastros de labial de mi boca y de la suya. Bajé la mirada avergonzado por el arrebato y constaté rápidamente que el rubio se hubiese evaporado. Por su aspecto, era alguien importante dentro de ese lugar, oscuro y atestado de gente. Se destacaba por sobre el resto en cuanto aspecto, andar y altura.
—Intenta mantenerte lejos de él. Necesito tiempo para averiguar algo más ─distante, susurré a su oído y ella me dedicó una mirada ardiente que replegó bajo sus pestañas con premura ─. Sabes que con un grito, enseguida estoy a tu lado.
—¿Con que así funciona? ─apeló al sarcasmo y respiré aliviado. Lo que menos deseaba era que las cosas entraran en una línea confusa de la que no pudiéramos salir ilesos.
—Tampoco te abuses del recurso ─en señal de advertencia, me aparté.
Dejándola cerca de la zona de los sanitarios confié en su instinto de conservación. El rubio no había vuelto y África tampoco aparecía en escena. Cadenciosamente me acerqué a la barra de tragos.
Una joven de cabello largo y mechones de colores verdes, rosas y lilas, muy bonita y simpática, tomó mi pedido.
—Una soda de dieta. Cola ─ordené y ella sonrió repreguntado ─.Sí. Una soda ─repetí y se inclinó nuevamente hacia atrás para ir hacia la nevera de exhibición y obtener una pequeña botella de vidrio, la cual destapó.
—Aquí tienes ─pestañeó y agradecí, sin moverme de mi lugar.
—¿Siempre está así de concurrido este sitio? ─pregunté, captando su rápida atención.
—Generalmente, sí.
—¿Y cuál crees que es la clave del éxito?
—Ryan prepara buenos tragos y es agradable. A las chicas les gusta eso de los malabares, los tatuajes y los buenos músculos ─sonrió abiertamente.
—Tú tienes tus encantos, bonita. No te subestimes ─clavé mis ojos en los suyos, pero me fue imposible no recordar los de Maya, encendidos minutos atrás.
—Eres un parlanchín de primera. No me extrañaría que fueses abogado.
—¿Por qué me prejuzgas?
—Porque conozco a los de tu tipo.
—¿Y cómo son los de mi tipo? ─incliné mi torso sobre la barra, provocándola, con el objetivo de sacar algo más.
Para cuando hubo de responder, el tal Martin "África" interrumpió mi maniobra: de una puerta lateral que prontamente cerró, salió, apostándose a la par de la muchacha. Posesivamente, abandonó un beso en su sien izquierda. Ella se removió algo inquieta, no obstante aceptó el contacto.
—¿Todo bien Jeannette? ¿Alguien te está molestando? ─el moreno me miró por sobre su hombro, displicente.
—Por supuesto que no. Lo mismo de siempre ─agregó falsamente. Lo identifiqué en los músculos tensos de su mandíbula y en el modo obsesivo de secar un vaso de trago largo.
—Perdóname, no sabía que tenías novio ─fingí compasión al verlo irse de su lado.
—Él no es mi novio. Se comporta así con todas las chicas del club.
—Parece cuidarlas.
—No creo que cuidar sea la palabra adecuada.
—¿Por qué lo dices?
—Mejor déjalo así. No quiero tener problemas ─lucía pavorosa, temblequeando su voz.
—Mira...quizás pueda ayudarte.
—¿Ayudar? ¿De qué hablas? No entiendo ─pestañeó mirando hacia los costados, con la obsesión de ser observada, probablemente con algún tipo de fundamento: quizás habría alguna cámara filmando.
—Me gustaría conversar contigo...si no te es molestia ─fui sutil ─.Mi nombre es Bill.
—No lo tomes a mal...pero...
—Lo sé. Tu jefe es muy...
—¡Como sea! Puede ser peligroso que me vean contigo aquí dentro. No dejas de ser un cliente y yo, una camarera. La política, no lo permite.
— ...como prefieras, cariño ─dulcifiqué mi tono, deseando seducirla.
—Por cierto, soy Jeannette y mi turno termina a las cinco ─meta cumplida. ¿Dónde había quedado la política de la empresa?
—Te esperaré fuera ─sin levantar sospechas, los diálogos eran concisos.
—Me agradaría mucho ─cambiando la postura, siseó entre dientes, rogando no ser descubierta.
Bajando de la banqueta, me aseguré dejar las cosas como estaban y esperar hasta la hora señalada.
Maya no había vuelto a pedir socorro; a pesar de flirtear con la chica de la barra, yo sólo obtendría susurros y respiraciones agitadas por parte de mi compañera. Me dispuse a buscarla para cuando la ví bailando animadamente con una bebida en su mano...y a Martin África girando a su alrededor como una polilla en torno a una bombilla de luz.
Él la miraba con lujuria.
Eso podía ser un gran problema o un gran acierto, dependiendo del modo en que se lo pensara. Como una pantera, la rodeaba. Nadie se acercaba al cortejo.
Maya movía su cabeza compulsivamente y zarandeaba su cuerpo de un lado al otro, poseída por alguna suerte de espíritu maligno. Acercarme para marcar territorio sería meterme en la jaula del león. Nuevamente me mantuve expectante: al menor zarpazo desubicado de su parte, el moreno conocería mis garras.
Atento a los movimientos de ambos, seguí a la mano libre de Martin cuando colocó una tarjeta en el escote del top de Maya y dar media vuelta para marcharse sin más.
Ella le entregó una sonrisa generosa y plena. Mi sangre bulló.
—¡Listo, ha picado el anzuelo! ─orgullosa, no abandonaba su descoordinada danza.
Sin moros en la costa, avancé entre la gente y la rapté por un instante. Arrastrándola hacia una zona reservada de oscuros y bajos sofás, nos sentamos para continuar adelante con el plan.
—Entrégame esa tarjeta ─mascullé a su oído, perdiendo disimuladamente mis ojos en la línea superior de sus pechos, la cual asomaba bajo el top ligeramente bajo por su enajenado movimiento.
Se inclinó hacia mí en una sofocante proximidad. El corazón me latió fuerte. El infarto, maduraba.
—Tómala ─en una rápida maniobra la quitó de su escote pecaminoso y me la colocó al dorso de la mano. La escondí en el bolsillo de mis pantalones, palpitantes y envueltos en un gran problema delantero.
—Debemos esperar hasta las cinco de la madrugada.
—¿Por qué? ─alejándose de mí, dejando su halo dulce en mi nariz, preguntó mirando a mi boca con un descaro inusitado. Evidentemente el alcohol la liberaba más de la cuenta.
—Porque Jeannette, la chica de la barra, sale a esa hora.
—Oh ─sus labios, aun con algo de color carmín, delinearon.
Bajé mi mirada para ver sus zapatos, condenadamente sexies.
—Ahí está África ─señalé, ella volteó la mirada y la regresó a mí ─.Pero no es necesario que te expongas nuevamente. Podemos dejar que el tiempo pase aquí mismo.
La miré con hambre. Corrí un mechón de cabello tras su oreja pero me contuve ante mis bajos instintos.
—Debes leer la tarjeta ─ dijo─.Quizás diga algo importante.
—No quiero irme y que te quedes sola. No perderá oportunidad de abordarte.
—Es importante que lo hagas Mitchell ─aterciopeló su voz con rastros de alcohol. No logré quitarle mis ojos de su boca.
—Será tan sólo un minuto, iré al tocador ─me puse de pie, con la esperanza de que estas locas ganas por poseerla carnalmente se borraran de mi desquiciada mente ─.Mantente alerta ─ repetí como una ley marcial.
—Lo haré. Tengo a un buen maestro ─guiñó su ojo, barriendo mis defensas.
Dejándola en el sofá, vi su contorneo para acomodarse y cruzar sus piernas. Eran delgadas y con esos tacones lucían más largas de lo físicamente posible.
Escabulléndome como estaba acostumbrado, ingresé al sector de aseos. Trabé el cubículo y me senté sobre el retrete. Finalmente, descubrí que en la tarjeta decía: "Martin Zuloa" y un número telefónico.
¡Vaya que esta chica sabía obtener información! ¿Pero a qué costo?
Yo estaba acostumbrado a frecuentar toda clase de lugares, desde finos y elegantes hasta sombríos y pestilentes; con pocos escrúpulos, conocía a gente de la peor calaña. Maya no pertenecía a ese mundo, a mi mundo. Y arrastrarla a ser mi cómplice, representaba un despropósito.
¿En qué estaba pensando cuando aceptaría que colaborase? Ahora era demasiado tarde... ¿o no tanto?
Quizás decirle que obtendría de esa tarjeta nada de relevancia la mantendría al margen y, por lo tanto, resguardada de cualquier inminente peligro. Optando por mantener esa postura, simplemente afirmé que nada habríamos obtenido de ese papel más que información sin fundamento: un cumplido, o tan sólo su nombre de pila, el cual ya conocíamos.
Salí del sitio disimuladamente, como si nada hubiera pasado allí.
Sin embargo, afuera, sí habrían sucedido cosas: el rubio permanecía sentado con ella, hablando y dándole de beber de su Cosmo. Ella reía a carcajadas, grácilmente. Él disfrutaba de una Maya desinhibida pero igual de inocente que como la había conocido yo. Conectando mi auricular, la música conspiraba contra mis ansias por oír con claridad de qué hablaban; acercarme, representaría un suicidio.
Eran pasadas las 4:30 a.m. y pronto tendríamos a Jeannette fuera del bar. Debía interceptarla y llevármela lejos de allí, sin comprometer su integridad. Sin embargo, cualquier plan se iría al demonio si Maya no reparaba en el horario y se apartaba del presunto asesino de su hermana, el mismo que en ese preciso instante le estaba comiendo la boca y el cuello con una mirada ampulosa.
Con discreción, me retiré a tomar oxígeno aproximándome a la puerta de acceso; tecleé su contacto, pero el estruendo y su visible diversión, sesgarían cualquier posibilidad de ser atendido por ella.
Mascullé maldiciones y debatí sobre lo que tendría que hacer.
Con una idea poco ortodoxa a cuestas, me dirigí a gran velocidad a la cabina del joven poseso con aspecto rastafari que pasaba música sin cesar. Golpeé su vidrio blindado y tras ademanes sordos, le pedí que abriese. Cuando lo hizo, susurré a su oído aquella ayuda que necesitaba de su parte.
Rogué que diese el resultado esperado.
Disponiéndome nuevamente en la cercanía de la salida, escuché por el altavoz: "A la señorita Laura de Texas, se le pide que se dirija a la zona de entrada del bar. Un joven llamado Clinton ha encontrado sus documentos."
Froté mis manos esperando que el estado etílico ya notable en su cuerpo no le hubiese nublado la audición ni la cabeza; al menos no lo suficiente como para no darse cuenta que era ella a quien se dirigía el llamado.
El reloj marcaba las 4:50 a.m. y Maya no daba señales. Yo irradiaba furia por mis narices, hasta que divisé que inestablemente se colocaba la chaqueta de piel blanca y que a los tumbos, se acercaba hacia mí. Sin esperar palabras, la sujeté por el codo y susurré a su oído:
—Ve ya mismo hacia el Mustang ─le puse las llaves en su mano y las cerré en su puño ─.Debemos salir ahora y no pueden vernos juntos ─ella giró su mirada cargada de molestia, pero optó por un sano silencio.
4:55. a.m.: con suerte estaría sentada, babeando o con la boca abierta como durante nuestro regreso tras su incidente en la carretera dos días atrás.
¿Sólo habrían pasado poco más de cuarenta y ocho horas? Todo transcurría vertiginosa e intensamente. Como ese beso robado.
Caminando con prisa fui en dirección al Mustang. Tomé asiento de mi lado, con un regaño en la punta de mi lengua.
—Dos cosas ─apretando la mandíbula subí mis dedos, dispuesto a enumerar. Maya se mantenía imperturbable bajo su piel de conejito y su maquillaje de fulana─:primero, ¿cómo no se te ocurre poner cerrojo en el auto?¡Cualquiera podría haberse subido y dado arranque quién sabe hacia dónde! ─ella pestañeó culpándose internamente por no haber reparado en aquel tonto pero más que importante detalle ─.Y en segundo lugar, habíamos quedado a las cinco aquí fuera. Debí recurrir al chico de la música porque tú andabas...fregándote con ese rubio siniestro ─iracundo, más de lo necesario, acusé como si ella acabase de ejecutar dos planes malignos.
Maya lucía asustadiza, su labio inferior temblaba privando a un llanto de salir.
—No me di cuenta lo de la puerta porque estoy acostumbrada a la seguridad de Brentwood─ justificó con un hilo de voz, sin mirarme, observando sus manos blanquecinas.
—¡Pues no estamos allí!
—¡Ya lo sé! ¡No soy idiota! ─disparando dolor, dijo entre sollozos ─.Y tampoco me refregué de ganas... ¡quizás haya sido el único modo de acercarme a ese patán! ¿No lo has pensando así? ¡Jamás podría estar con un asesino! ─atragantándose con sus lágrimas, Maya era puro desgarro.
Yo la había arrastrado a ese sitio de tropiezo y malestar. Sintiéndome un hijo de puta con todas las letras, extendí mi mano dispuesto a apoyarla sobre su muslo, pero detuvo su marcha con determinación.
—¡Ni se te ocurra tocarme! ─espetó con furia.
Retrayendo mi accionar miré hacia adelante, conteniendo miles de insultos hacia mi persona.
—Allí está tu chica ─con un movimiento de cabeza, indicó que Jeannette estaba fuera del bar, doblando sobre Baker St. NW e intentando encender un cigarro en dirección opuesta a la ventisca.
Poniendo en marcha el automóvil, quejumbroso por arrancar con una temperatura tan baja, avanzamos a paso lento.
—Ella sabe algo de Martin. Nos será de ayuda. Le diré que estamos atrás de una investigación pesada; de seguro cooperará.
—¿Piensas persuadirla con tus encantos? ─arrastrándose unas lágrimas con la punta de los dedos, inoculaba veneno.
—Veremos si funcionan ─supliqué por un momento de tregua. Al menos, hasta conseguir lo que deseábamos─.¿Has obtenido algo del rubio misterioso?
—Es casi mudo ─con ello, afirmó lo dicho por el viejo Carrick más temprano.
"Andaba mucho con él (con África) pero no decía nada. Siempre estaba impecablemente vestido. Como un ejecutivo."
—¿Nada de nada? ─insistí.
—Sólo ha dicho que yo le recordaba a alguien...─cargada de significado, con aquella frase se me erizó la piel.
—¿Realmente piensas que él haya tenido algo que ver con la muerte de Liz? ─en un extraño cambio de roles, me permití conocer su opinión.
—Todos serán sospechosos hasta que se demuestre lo contrario, ¿no? ─inteligente, más repuesta, me miró con desaire y soltó.
Fuimos poseídos por un espeso silencio, hasta que no tuve más alternativa que darle ciertas directivas:
—En ese sitio ─señalé la gaveta delantera─,hay una pequeña grabadora. Necesito que la enciendas con disimulo apenas Jeannette se siente aquí atrás.
Maya asintió. Poniéndonos a la par de Jeannette, mi acompañante bajaría el vidrio de su ventana para chistarle, llamándola con disimulo.
—Jeannette ─susurró, pero la pelilarga no escuchó─. ¡Jeannette! ─con mayor ímpetu pero sin levantar sospechas, provocó que la chica girase en nuestra dirección.
Inclinándome sobre Maya, me asomé para que la muchacha me viera.
—¿Qué significa esto? ─Jeannette miraba hacia ambos lados de la acera, sosteniendo el cigarro con una mano y manteniendo guardada la otra dentro de su chaqueta de paño.
—Necesitamos que vengas con nosotros ─dijo Maya, sensualmente.
—¿Yo? ¿Con ustedes dos? ─la muchacha del bar pestañeó.
—¡Vamos...sube! ─dijo animada mi partenaire, y por un momento, mi mente machista y libidinosa se puso en modo encendido al pensar en un ménage a trois.
Tragué ignorando los deseos de mi entrepierna y con una sonrisa de lado, vi que sin cuestionar nada más, Maya salió del coche para que Jeannette acceda al pequeño (y desusado) asiento trasero.
Dando un leve golpecito a mi volante, hice cómplice a mi Mustang de mis pensamientos y mis anhelos más calientes.
—N...no estoy acostumbrada a estas cosas ─dijo la joven de pecas, reacomodándose en ese incómodo sitio. El Mustang se caracterizaba por ser un modelo de coche para poco uso de multitudes.
—Pronto lo harás ─sostuvo Maya, continuando con el papel asignado para esta historia mientras reclinaba su torso hacia nuestra invitada.
Manejé raudamente por la 85, custodiando nuestras espaldas. Ni una luz de frente, ni una luz por detrás. Estábamos los tres solos. Y el cuestionario, a punto de comenzar.
De reojo observé a Maya sosteniendo el pequeño aparato de grabación. Era una buena pupila.
—Jeannette, verás...en realidad no te hemos invitado con ánimos de hacer un trío ─dirigiendo mi mirada hacia el espejo central del coche, dije para su enorme sorpresa.
—¿Es un...secuestro? ─revolviendo compulsivamente sus bolsillos, buscaba lo que imaginé: un teléfono.
—A esta altura de la carretera no tienes señal. Pero descuida, no te estamos raptando ─sin conseguir aquietarla, su pecho se inflaba para buscar oxígeno.
—Jeannette, queremos que nos ayudes ─la voz de Maya era calma ─, eres nuestra salvación ─suplicante, se anticipaba. Pero quizás, entre mujeres, aquella situación nos llevaría a mejor puerto.
—¿Y si no quiero ayudarlos? ¿Por qué tendría que hacerlo? ¡Ni siquiera los conozco! ─acusando, elevaba los hombros con nerviosismo.
—En realidad, no tienes por qué hacerlo. Es cierto que no nos conoces, pero de todo corazón es que te estamos pidiendo este grandísimo favor.
Jeannette hundió su mirada en el piso.
—Martin está metido en problemas. Y si tú estás al tanto de las cosas turbias que él está haciendo, pues eso te convierte en cómplice ─imprimiendo presión, yo resultaba insidioso.
—¡Yo no tengo nada que ver con él! ─gritó sin tener escapatoria. Mi auto, no tenía puertas traseras para permitir su huida y a mitad de carretera, era imposible.
—Pues yo no vi lo mismo allí dentro. Cuando hubo de besarte esquivaste responder por qué él se comportaba poco cuidadoso con las chicas.
—Fue una simple expresión... ─susurró.
—Yo creo que hay más...y lo estás ocultando.
—Pues no.¿Ustedes son policías?
—No ─respondí tomando el timón del cuestionamiento ─.Pero para el caso, es lo mismo.
—¡No tengo por qué responder! ─dispuesta a no colaborar, Jeanette demostraba ser contra mi vaticinio, un hueso duro de roer.
Maya tragaba, sus ojos se llenaban de lágrimas. Sospeché que quería decir abiertamente cuál era la situación; la miré, dándole la autorización que necesitaba para hablar.
—Dilo. Pero con prudencia ─ordené ─.Poco detalle. ¿Está bien? ─afirmó con un movimiento de cabeza.
—Jeanette ─ rotó su torso, mirando hacia atrás─, yo sospecho que Martin está involucrado en la muerte de un ser muy querido para mí ─con tono quebrado, inconstante, Maya dio el primer paso.
Con mi mano libre, la que no sujetaba el volante, tomé la suya, la de su anillo, para besarle los nudillos. ¿Por qué caería en ese detalle? No lo sabía, pero había nacido desde el fondo de mi ser.
—¿De qué...hablas? ─consternada, la camarera frunció su nariz con asco.
—De sospechas. Hace mucho tiempo que estamos tras él ─aclaré ─.Hemos dado con su paradero recién esta noche. Pero no pudimos obtener nada bueno ─Maya me miró y yo negué con un leve meneo. Le mentí en referencia a la tarjeta en su escote, con la necesidad de protegerla.
—¿Y qué les hace pensar que yo sé algo de eso?
—No he dicho que lo supieses; tan sólo quiero que me digas lo que sepas sobre él ─agregué.
Jeannette miró hacia la ventanilla, evaluando si hablar o no.
—Yo hace poco menos de un año que trabajo en Poupée. No he tenido mucho contacto con él. Viene a menudo, vigila el movimiento y se va.
—¿Mantiene algún vínculo cercano contigo? ─cuestioné.
—¿Acaso eso importa?
—Sólo para sugerirte que tengas cuidado ─fui paternal.
—Gracias, pero sé hacerlo sola.
Nuevamente apareció el silencio que no nos conducía a nada. Pero Maya, volviéndose experta en enfrentar situaciones complejas, tomó el mando de la escena.
—Mi hermana era maestra en un instituto de enseñanza inferior ─sin mirarla, jugueteaba con su anillo, hablando hacia su regazo ─,era buena, agradable y muy bonita. Me llevaba tres años ─ aclaró con una sonrisa nostálgica ─.Pero una tarde, al momento de su regreso, desapareció. De golpe. Nadie supo dónde estaba; desprestigiándola, los medios de prensa local y algunas personas hicieron hincapié en que había escapado con un hombre.
Jeannette permaneció atenta pero sin emular gesto.
—Finalmente ─un nudo de angustia, trenzó sus cuerdas vocales. Tosió despejando malestar ─,ella apareció muerta a la orilla de un río a pocos kilómetros de nuestra casa. Liz fue ultrajada, vejada, muriendo indignamente.
La pasajera trasera llevó sus manos la boca. Conmovida, la barwoman no pudo hablar.
—Tras algunas investigaciones, creemos que Martin tuvo que ver con aquel acontecimiento ─ sumé dándole tiempo a Maya para procesar ese mal recuerdo una vez más.
Las manos de Jeannette temblaban. Olí que estaba a punto de descomponerse.
—Necesito tomar aire ─rogó, pero la amenaza de una huida, era un lujo que no podíamos darnos.
—Aguanta. Falta poco para la próxima salida...
Cumpliendo con mi palabra, bajamos hacia un lado despejado de la carretera torciendo el rumbo y alejándonos del tránsito rápido. Bajando fugazmente, Jeannette vomitó. Agradecí llegar con el tiempo justo para que no manchase mi pulcro Mustang.
Maya sostuvo sus cabellos, ayudándola. Yo le alcanzaría un pañuelo y una botella de agua a medio terminar de dentro de mi bolso.
—Gracias...esto fue fuerte ─admitió, bebiendo con compulsión, limpiando su boca.
—Figúratelo entonces lo que ha sido para mí. Tuve que reconocer su cadáver en la morgue ─ mi protegida llenó su garganta de coraje ─.Yo trabajo como enfermera y juro que jamás he visto un cuerpo tan irreconocible como en el de ella - bajé la mirada hacia la tierra del camino.
—¡Dios Santo!¿Cómo...cómo has podido? ─irguiendo su espalda, preguntó.
—No tuve opción. Mi madre estaba en un sollozo perpetuo; no podía permitir que fuese a verla en el estado en que se encontraba.
Dándose aire con ambas manos, agradecimos que el viento soplase en nuestra dirección.
—Sólo queremos ayuda ─con una quimera, Maya se deshizo.
Jeannette lucía pálida. Dudé sobre la idea de sonsacarle información; temí que no sólo no cooperase sino que nos terminara por delatar.
—Ingresemos al coche. Pronto amanecerá y la temperatura bajará unos dos grados más.
Posando mi mano sobre la cintura de Maya, arengué a que acatasen mi idea. Ella me miró pero no dijo nada sobre el contacto impartido.
—Aguarden ─Jeannette detuvo nuestra marcha y la propia.
—¿Qué sucede? ─preguntó mi compañera, abrazándose a su corto abrigo de piel sintética.
Vacilando por un instante, la muchacha de cabello colorido, reculó. Retrocediendo cuatro pasos, se quitó su chaqueta.
—¿Qué haces? ─pregunté desorientado, no tanto como Maya ─.¡Cogerás pulmonía!
Sin articular palabra, subió su sudadera para dejar expuesta una extraña cicatriz bajo la zona de sus costillas, sobre el lado derecho. Eran cinco círculos, casi conformando una flor, sonrosados y con un leve relieve.
—Nosotros le pertenecemos a África. Nos ha marcado como animales ─Maya tapó su boca con el malestar en cada músculo de su rostro.
Y yo, ansié regresar a Poupée y romperle cada hueso a Martin África Zuloa.
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