Pista cuatro: Ver más allá
Anika repitió las palabras en su cabeza una y otra vez como si temiera que su voz pudiera delatarla. Había un encanto que las rodeaba; tal vez su rebeldía o el misterio implícito en palabras tan claras como aquellas.
Después de un rato en la misma posición, la abandonó, levantando sus brazos hacia la ventana para alumbrar la madera.
¿A caso tenía que sacar alguna conclusión de aquella frase? ¿Era posible que fuera una nueva pista?
Pero todas sus dudas se disiparon cuando descubrió que los maderos tenían algo escrito; se veía que el que había pintado las letras con el graffiti tenía un don innato, pues eran pulcras y estilizadas.
Dormirás aquí viendo las estrellas sin saber en realidad quién te acompaña. Observa y piensa, tal vez descubras una verdad y encuentres un número especial que te puede ayudar.
Anika se negaba a hacer más ruido del necesario así que en la penumbra buscó una puerta que diera al patio trasero en lugar de quitar los maderos.
Notó que a su costado derecho, al fondo, había una puerta cerrada. Caminó con cautela intentando aún no pensar en lo que pisaba hasta que quedó en el umbral y la abrió. Su sonido metálico y chirriante le causó escalofríos. Se vio tentada a cerrar los ojos para no dejar que el miedo la dominara. Sentía que si no veía, no se asustaría tanto, pero su instinto fue más fuerte y sus ojos se dilataron más, presas de la poca luminosidad.
La habitación a continuación estaba perfectamente iluminada. Pero no era luz artificial; era la luz natural que producía el Sol reflejada en la bella media luna de aquella noche, postrada afuera y separada del interior de la casa por unos ventanales enormes que por alguna extraña razón no habían cubierto con maderos como el resto.
El espacio estaba vacío y Anika pudo observar con mayor detenimiento los libros que pisaba. Eran títulos tan antiguos; Charles Dickens y su obra de "Movidick", "Frankenstein" por Mary Shelley, "El Universo en Una Cáscara de Nuez" de Stephen Hawking, "La Iliada" del famoso Homero. Todos títulos de distintos orígenes y distintas épocas, pero remotos, casi olvidados; algunos incluso eran prohibidos. Si ella supiera que el que había sido dueño de aquella casa los había leído todos antes de volverlos inservibles para la lectura, tal vez su perspectiva hubiera cambiado, pero no había nadie presente en esa habitación que pudiera persuadirla o siquiera contarle de la historia que guardaban esas paredes.
O al menos eso creía ella.
Decidió que si tenía que observar las estrellas, sería sentada. Así que, a pesar de que parte de ella le rogaba que saliera de allí y dejara de profanar los textos con sus sucias pisadas, se acomodó plácidamente. Pensando en que los libros no se leían con los pies sino con los ojos.
Finalmente se sintió preparada y levantó la vista hacia el cielo estrellado. Los puntos brillantes titilaban en una danza silenciosa; como si tuvieran un diálogo. Anika sonrió involuntariamente y se preguntó cuándo había sido la última vez que había apartado sus ojos de la lectura y se había puesto a observar lo que tenía a su alrededor. Se daba cuenta de que vivía en una sociedad en la que la gente parecía temerla a la realidad y se resguardaba en sus libros ávida de vivir una vida que no era la suya ¿Quién no se emocionaba al imaginarse que era el héroe de la historia o al llorar por la muerte del más querido personaje? De repente la gente prefería meterse a problemas matemáticos hipotéticos postulados en los libros a enfrentarse a los de la vida real. Pensó en toda la gente que optaba por irse en camión y no en coche para no perder el ritmo de su lectura y llegar al final lo antes posible. Esos finales no eran tan duros como los reales, que te dejaban un vacío intachable e inegable; esos finales, aunque te dejaban un vacío, lo podías llenar con la siguiente historia sin problema.
Anika se recostó sin perder de vista el espectáculo nocturno. Por primera vez se sintió tranquila por dentro; olvidó dónde estaba, lo que estaba haciendo; ignoró el hecho de que en cualquier momento podían descubrirla o alguno de los vecinos podía delatarla.
Las llemas de sus dedos rozaron con suavidad el suelo polvoriento y se deleitaron, al tiempo que sus oídos disfrutaban de la melodía silenciosa del universo; ella comenzaba a ver el mundo con otros ojos.
Le recordaba a "Los Miserables" de Victor Hugo cuando Jean Valjean sale de su prisión y Dios le abre los ojos. Y eso que Anika no era creyente.
El sonido de unos zapatos arrastrándose la sacó de su ensimismamiento y la puso alerta. Rápidamente se incorporó y se volvió hacia la puerta por donde había entrado, descubriendo una sombra que se movía por la pared de la otra habitación.
Su corazón palpitaba a mil por hora ¿Sería un silenciador? ¡Pero de haber sido así ya la hubiera apresado o hubiera dicho algo!
Sintió su frente perlarse de sudor cuando recordó que Robby había leído que la casa estaba maldita... ¿Y si se trataba de un fantasma?
Su cuerpo automáticamente se contrajo por la tensión y sus pies retrocedieron hasta que toparon con la ventana.
Dio un respingo cuando sintió el frío cristal jugueteando en su espalda. La única manera de salir de allí era por donde había entrado, así que tenía que enfrentarse a lo que fuera que estuviera en la habitación contigua.
Quiso calmar su respiración para pensar con claridad, pero sus nervios estaban de punta.
La persona que la buscaba, en cambio, estaba segura de lo que hacía; tan segura como un asesino de sangre fría.
Entonces el hombre se acercó y empujó la puerta metálica sosteniendo un arma en la mano. Anika ahogó un grito sin saber qué sería mejor; que los silenciadores se la llevaran por escandalosa y chismosa, o que aquel hombre le disparara o tratara de hacerle algo más. Aunque la lectura había vuelto más pacíficas y racionales a las personas, y la tasa de asesinatos, violaciones y secuestros se había reducido notablemente, no dejaban de aparecer de vez en cuando noticias tan aterradoras referentes a ese tipo de temas. Ella se sintió presa de un delito digno de noticia.
La puerta protegió la identidad del hombre cobijándolo en su sombra hasta que se aproximó a ella y la luz proyectada por la luna descubrió su rostro marcado, sus ojos claros y sus corpulentos hombros.
La garganta de Anika se cerró; si había optado por gritar ya era demasiado tarde. Tendría que aplicar el plan de defensa personal, pero por más que había leído al respecto, no se sentía apta como para efectuar movimientos tan sofisticados que pudieran dejar al hombre agonizando en el suelo.
¡Estaba perdida y él lo sabía! Inclusive lo pensaba; ella había caído en sus redes con tanta facilidad. Pero la mente de la joven mujer había estado preparada desde que nació, esa era la única razón por la que se arriesgaba a una tarea tan peligrosa como aquella. El mundo era grande, retorcido y ni siquiera los libros habían podido domar a la fiera que era el ser humano.
-Señorita Klemm- dijo con una voz gutural que a ella le pareció terriblemente familiar.
"Si me va a hacer daño le advierto que romperé el vidrio" pero las palabras se atoraron en su garganta y no pudo más que mirarlo en silencio; como un corderito tembloroso.
-Nos conocemos de antes ¿No me recuerda?
La voz le parecía tan conocida, pero aquel rostro no cuadraba en lo absoluto.
-Recuerde que las apariencias engañan- y le guiñó un ojo esperando que ella comprendiera el verdadero significado de sus palabras.
Por la postura que tomó Anika era obvio que sí; sus ojos se abrieron por la sorpresa y sus cuerpo se relajó casi imperceptiblemente.
-¿Es usted un holograma?
El hombre no contestó acercándose a ella con cautela.
La mirada de Anika se posó irremediablemente en la pistola antes de encararlo.
Él sonrió levemente y con movimientos lentos, la dejó sobre el suelo.
-Eso es irrelevante- contestó sin perderla de vista.
Anika ahora comprendía de dónde conocía aquella voz; era la voz del holograma.
-Vengo a traerle una pista y un trato, pero primero cumplamos con la anterior ¿Le molesta si nos sentamos un rato más y esperamos a que amanezca?- miró un anticuado reloj análogo que traía en la muñeca- No falta mucho. Ha sido muy inteligente y ha seguido exitosamente las pistas al pie de la letra. La mayoría se pierde a la mitad del camino o decide retractarse.- la encaró con una fría seriedad alzando levemente las cejas- Le aseguro que no está obligada a nada.
Los ojos de ella viajaron de nuevo hacia el arma con explícito escepticismo.
Él sonrió negando con la cabeza.
-No pienso matarla, sólo era por seguridad personal. Algo que usted no comprendería ahora y que no tiene que comprender si no lo desea.
La tensión que había estado oprimiendo el pecho de ella se fue liberando lentamente, hasta que se vio capaz de tomar lugar de nuevo y sentarse para ver el firmamento.
El hombre se sentó a su lado y ambos guardaron silencio por un momento que pareció eterno. Sus miradas no se despegaban del cielo, aunque los pensamientos que rondaban sus cabezas eran tan distintos. De repente se unieron y los dos se maravillaban de lo que veían sin importar las circunstancias.
-Es hermoso...- murmuró ella con un inexplicable sentimiento de satisfacción y agradecimiento.
Él esbosó una media sonrisa.
-Somos más que sólo este pequeño planeta, pero el gobierno no quiere admitirlo y tampoco quiere que la gente lo sepa.
Anika suspiró bajando la mirada por fin.
-¿Así que éste es el cementerio de los olvidados?- preguntó recordando la pista pasada.
Bastian sonrió.
-Efectivamente. Estos son títulos que deberían pasar a la historia, pero que la gente no ha dejado de leer. Los libros nos están dejando estancados.
Ella seguía sin compartir la misma opinión que él. Decidió cambiar de tema:
-¿Por qué se ve diferente? Es dueño de la voz del holograma, pero de aspecto no tienen nada en común.
-Tomaron mi voz pero diseñaron a la persona virtualemente. Es la magia de los hologramas.
-Yo no lo considero magia- repuso ella de mala gana.
-¿No es maravilloso saber que hay algo más allá de lo que somos?
Anika suspiró regresando su vista a las estrellas danzantes.
-Lo es- admitió en un susurro.
-El hombre está diseñado para ser libre por naturaleza y a pesar de todo entramos a un sistema en el que creemos ser libres. Se repite en la historia y usted mejor que nadie debería saberlo, porque es ávida lectora de libros de historia.
El desconcierto de ella se expresó en su mirada ¿Cómo con tal descaro podía hablar así? ¿Cómo sabía que le gustaba la historia?
-Imagínese- continuó Bastian como si nunca hubiera hecho una pausa- que pudiéramos volar lejos y ver las estrellas de cerca, no ser testigos de algo que parece que no podemos tocar.
-Eso es imposible- replicó ella.
-Si pudieron crear robots ¿Por qué no podríamos crear naves? ¿O botes que volaran hasta allá?- insistió él sin perder su postura liberal- Los verdaderos sueños deberían dejar de estar atrapados entre las páginas de los libros.
Anika guardó silencio; por alguna extraña su postura flaqueaba. Seguía adorando los libros, sí, y le parecían una manera maravillosa de pasar el tiempo, pero al imaginarse volando en el espacio exterior le era imposible pensar que el libro pudiera ser su medio de transporte.
-Permítame darle la pista decisiva del juego- dijo Bastian rebuscando en su bolsillo.
Paró abruptamente y se volvió a ella con semblante serio.
-Sí quiere continuar ¿Verdad?- inquirió alzando las cejas.
Anika desvió los ojos al suelo; los cimientos se quedan enterrados y dan paso a la evolución.
-Sí- contestó finalmente, sabiendo que aquello podía significar el fin de su vida como la conocía.
Bastian sonrió ampliamente.
-Bien, ya vimos más allá. Ahora quiero proponerle algo; si adivina el número que traigo en mente, la siguiente pista será la última.
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