Cap.#1: La ciudad del crimen
I
1915
Un bote arribaba al puerto de Nueva York, un guardia se percató, pero no pudo avisar sobre aquel bote intruso porque fue noqueado por alguien que estaba detrás de él.
El barco ancló y de allí bajaron grandes cajas y jaulas tapadas con grandes telas. Por último, una persona bajó mirando todo el lugar y sonrió levemente. El plan estaba en marcha.
II
—¡Deme todo lo que tenga! ¡¿Me oyó, anciano?! —un tipo con un rifle apuntaba a un hombre detrás de un mostrador.
El pobre anciano solo le quedaba abrir su caja registradora y darle todo el efectivo. De repente las luces del lugar se fueron de golpe. Eso alertó al atracador y el vendedor.
—¡¿Quién anda ahí?! —grito y seguido disparó a la puerta, los vidrios de la puerta se destrozaron en un instante. Pensó que había alguien fuera.
Una persona apareció detrás del ladrón y en menos de unos dos segundos lo desarmo y lanzó contra una pirámide de latas de frejoles. El vendedor no salía del asombro y se acordó de que algunas personas relataban que había un hombre que solía ayudar a la gente.
El tipo abrió la puerta y salió con paciencia de allí, pero antes de irse del todo, lanzó como una especie de red hacia el ladrón para que no escapase. Corrió hacia la acera de en frente y empezó a trepar hasta perderse por los tejados. A lo lejos sonaba la sirena de una patrulla que había escuchado los tiros.
III
Aquel hombre, que salvó a ese anciano vendedor de un robo, estaba saltando edificio tras edificio, lo hacía con una agilidad e impulso fuera de lo normal. Su objetivo era llegar al edificio más grande de esa manzana.
Estaba en la azotea de aquel edificio destino, observaba todo con tranquilidad. La luz de la luna mostraba que vestía con un sombrero negro de ala corta, una gabardina negra, un traje de policía con los botones al lado derecho, un pasamontaña que le cubría todo el rostro y cabello, botas y gafas de esas personas que manejaban los llamados aviones. Dentro tenía una especia de chaleco que usaban a veces los policías para resistir las balas.
Sacó del bolsillo interno de su gabardina sacó unos visores para poder observar los espacios más lejanos. Aquel visor no tenía tanto rango de visión, pero ayudaba el que él tuviera una vista de ave rapaz.
Vio que unos hombres estaban forzando una puerta trasera de un negocio que daba a un callejón y también observo que había un patrullero a cuatro calles.
El hombre se lanzó de la azotea al suelo, pero antes de estar a casi diez metros del suelo, se sujetó del borde de una ventana abierta y redujo la fuerza de su impacto. Procedió a ir en dirección de la patrulla.
El patrullero estaba atento a cualquier incidente, pero fue sorprendido cuando un tipo vestido de gabardina negra rompió una luz delantera del coche y se iba corriendo. No dudaron ni un segundo en seguirlo.
El tipo se había perdido al doblar la esquina, estaban varios minutos inspeccionando los alrededores hasta que se escucharon los gritos de alguien. Condujeron rápidamente hacia la dirección del grito.
Al llegar vieron a unas personas noqueadas y con unas maletas llenas de joyas. Los policías se dieron cuenta que aquella persona los estaba de alguna forma ayudando. Fueron testigos de un relato que solían contarse por hace más de dos años en las calles de Nueva York.
Esos relatos hablaban de un tipo de negro que solía ayudar a los civiles y la policía, inclusive se había escuchado que ese tipo hacía perder mucho dinero a las organizaciones de crimen siciliano, judío e irlandés. Solían llamarle el vigilante. En otras ocasiones, se llamaba el trepamuros por su agilidad al escalar las paredes o araña humana por la red en la que los criminales eran atrapados.
IV
Aquel tipo mientras se alejaba del centro de la ciudad por las azoteas, empezaba a quitarse parte de su indumentaria y guardarla en una maleta marrón y vieja.
Estaba en un barrio repleto de casas unifamiliares, era un vecindario de clase media baja trabajadora. Aquellas casas, en su mayoría, habían sido heredadas por los hijos y nietos de los primeros propietarios.
Aquel tipo se mostraba con una cabello rubio corto, ojos verdes y tono rosado de piel. Ahora vestía como obrero de alguna fábrica. Calculaba que debían ser las tres de la mañana y algo más.
Se paró frente a su casa y, en lugar de entrar por la puerta, decidió entrar por la ventana que daba a la cocina. Introdujo primero su maleta y luego él.
Antes de que cerrara la ventana, alguien encendió una pequeña lampara eléctrica. La persona era una muchacha esbelta, rubia, ojos marrones con anteojos algo más grandes de lo normal, vestida con una ropa de dormir color beige.
—Ya era hora de que descansemos juntos, Ben —lo dijo de una manera alegre.
—Solo deja que me dé una ducha, Carlie —fue lo que dijo después de darle un pequeño beso y una leve sonrisa.
V
—Sé que siempre te lo digo, Ben, pero... lo que haces es arriesgado y admirable —lo decía mientras estaba acostada sobre su pecho.
—Solo lo hago y ya, nada más —se notaba algo fastidiado—. Mejor descansemos, mañana tengo que ir temprano al muelle.
Ambos estaban acostados con una lampara de vela alumbrándolos desde la mesita de noche que estaba al lado izquierdo de Carlie. La rubia observaba a esposo con un rostro que transmitía congoja.
—Cariño, no solo es actuar por actuar; tú lo haces por tener un gran corazón —trataba de animarlo.
—Si tuviera un gran corazón... no lo haría y viviría para darte todo lo necesario para ser una pareja feliz —respondió mientras le acariciaba su cabeza sin mostrar alguna emoción.
—No puedo negarles a las personas tu don y tu sentido de justicia, sería una egoísta si no te dejara hacer lo que dicta tu bondad —se notaba más alegre.
Ben en el fondo sabía que no podría haber otra mujer como Carlie. Desde la primera vez que lo vio haciendo aquellos actos cerca de su casa, supo que lo de él era una bendición para las personas que sufrían por la creciente ola de crímenes. Entendía que debía apoyar a su esposo en aquella vida de vigilante, ella sabía que esas eran "las buenas y las malas" de sus votos nupciales.
—Descansa —esta vez ella hizo que Ben estuviera acostado en su pecho—. Mientras esté aquí contigo todo irá bien.
Nada más dijo y apagó la vela para poder descansar mejor. Ben la miró con la luz de la Luna que entraba por su ventana. Él solía preguntarse si esa sonrisa del rostro de su mujer se mantendría si él perdiera la vida por aquella rutina. Deseaba que esa sonrisa se mantuviera hasta el final, lo único que deseaba es ver por última vez, si la muerte estuviera cerca, esa hermosa sonrisa que le daba esperanzas y le demostraba que podía hacerla sentir orgullosa.
VI
—¿Fuiste tú mismo el que decidió venir o... fue el destino? —preguntó un hombre de cabellos blancos.
—¡¿Qué?!... disculpe... pero unos tipos quieren robarme —lo decía mientras trataba de respirar un poco más.
—Interesante... qué interesante es el destino —lo decía mientras se levantaba e inspeccionaba un estante con frascos.
Ben estaba en una tienda algo rara, había entrado por escapar de unos tipos que trataron de robarle su paga del día. Se arrepentía de haber hecho algunas horas extras, pero es que no sabía de lo peligrosos eran los alrededores de la fábrica.
—Por favor... necesito salir por la parte trasera —lo decía mientras escuchaba pasos apresurados y las voces de los tipos.
—Si el destino quiere que vayas por la puerta trasera, que así sea —le señaló la puerta.
Rápidamente corrió hacia la puerta y entró apurado, pero se confundió de destino porque había dos puertas, una que daba a un almacén y la otra que daba con un pequeño pasadizo y finalmente la puerta al callejón.
Apenas Ben entró en ese lugar... todo se sentía muy extraño. Aquel ambiente emanaba unos olores algo extraños, además, había demasiados frascos en ese lugar con cosas de formas raras dentro.
Hubo un momento donde Ben trató de cubrirse la nariz porque sentía que aquellos olores le hacían sentirse sofocado, pero accidentalmente al retroceder golpeó con su codo e hizo caer un frasco.
El frasco cayó y no se rompió, pero no estaba bien cerrado. De adentro del frasco salió una araña, pero Ben de manera inmediata cogió el frasco y metió a la araña. Cuando iba a cerrar el frasco se distrajo porque escuchó la voz de los hombres que habían entrado.
Aquel arácnido no era para nada normal, aquella araña tenía unos colores rojo y azul muy brillantes, casi fosforescentes. El artrópodo salió del frasco con facilidad y al sentirse intimidada por la presencia de la persona que lo sostenía le picó en la mano.
Ben puso el frasco en su lugar y se sentó con lentitud en el piso de ese ambiente. Empezaba a sentir las voces de esos hombres algo lejanas, pero no porque se estuvieran yendo, sino porque empezaba a perder el sentido auditivo.
De pronto sintió calor y observar que todo se empezaba a nublar lentamente. Se percató que aquel lugar donde dejó el frasco era una especie de altar donde había unas velas, unos cráneos, un espejo apuntando al frasco y varios muñecos de trapo.
Lo último que vi fue al hombre entrar y saber qué es lo que pasaba en ese momento con él. Y cayó inconsciente.
Ben se encontraba en medio de un lugar oscuro que mientras más avanzaba se podía ver que era como una cueva, pero hizo un alto porque su... digamos "sexto sentido" le daba el aviso de que alguien lo acompañaba en la oscuridad.
—Arañita, estoy esperando que des un paso en falso —decía una voz que salía de lo más profundo de la cueva.
Ben se mantuvo en guardia esperando que lo atacaran de todos los flancos, tanto de atrás como adelante. Pero lo que no espero que desde la parte de arriba de la cueva saliera a la vista una especie de mujer de cuerpo negro, ojos azules fosforescentes, de forma insectoide con alas de avispa.
Ben no pudo evitar el ataque de aquella criatura y terminó en el suelo y con la mano de ella en su cuello estrangulándolo un poco.
—¡¿Qué... demonios... q-quieres?! —podía hablar poco.
—Arañita molestar a Shathra —decía con normalidad—. Arañita debe saber que somos enemigos naturales.
Ben aprovechó la distracción de Shathra en su discurso y le lanzó una roca del piso en su rostro. Le atinó en un ojo, el dolor hizo que soltara a Ben, el cual aprovechó para esconderse en algún punto de la cueva.
—¡Ahhh! —su grito de dolor duró poco— Arañita no poder esconderse, el olor de arañita nunca se me escapa, es imposible esconderse.
De repente del pecho de Ben salió un brazo de Shathra. Ben no se pudo mover y veía como el brazo de la mujer de forma avispoide tenía mucha sangre cubriéndola.
VII
—¡¿Te hiciste, daño Ben?! —lo decía Carlie muy asustada tratando de levantarlo.
—N-No —se notaba asustado y con el sudor cubriendo su rostro.
—¿Otra vez es esa avispa? —preguntó recordando que esto no era algo nuevo.
—Sí —lo dijo muy fatigado.
—¿Ben? ¡Ben! —se asustó por el repentino desmayo de su esposo.
Carlie le tomó el pulso y notó que solo era inconsciencia, probablemente por la vida nocturna y sus pesadillas. No se separaría de él hasta entrada la mañana.
Ben despertó y notó que Carlie no estaba a su lado, le echó un vistazo al reloj cuco de su cuarto y pudo ver que marcaban las nueve con cincuenta y seis minutos. Sabía que era mediodía perdido en el muelle, mediodía perdido sin estibar y ganar dinero.
Bajó con lentitud y notó que Carlie estaba limpiando la cocina porque cada vez que lo hacía cantaba con un tono de voz alto que se escuchaba en toda la casa.
—¿Te sientes mejor? —le preguntó sin mirarlo.
—Debiste levantarme a las seis —lo decía con cierto fastidio.
—Cariño, estabas muy mal —lo miró extrañada—. Inclusive caíste inconsciente.
—¿En serio? —eso sí le sorprendió.
—En serio, Ben. Esta fue la fue primera vez que una pesadilla te dejaba muy asustado y fatigado —dejó sus cosas sobre la estufa para hablar mejor.
Ben estaba pensando en aquella pesadilla, la cual se sintió muy real. Querría saber el presagio de aquel sueño, era necesario. Carlie, sin querer, le había traído de vuelta el miedo que sintió en sus pesadillas.
—Necesito encontrar a Ezekiel, es necesario —lo decía con convicción.
—Te apoyaré en todo, Ben. Te ayudaré con la búsqueda del hombre que te dio los poderes... bueno, técnicamente fue su araña —Carlie quería romper el hielo del miedo y la seriedad con alguna que otra ocurrencia o sin sentido.
Ben la tomó de la cintura y la acercó a él para darle un beso. Carlie terminó rápido el beso porque alguien tocaba la puerta. Ben vio que era la jovencita de al lado, Mary Jane, la hija de los Watson.
Ben se da cuenta que Mary Jane actúa de un modo torpe cada vez que lo ve o está cerca. Hasta cierto punto le parecía gracioso hacer sonrojar a una jovencita.
—¡Oye, galán! ¡No te acerques demasiado cuando esté ella o me quedaré sin vajillas! —Carlie lo decía en son de broma porque Mary Jane casi rompe sus platos al notar que su esposo estaba detrás de ella. De repente recuerda algo importante—. ¡Ben! ¡Hoy es cumpleaños de Robbie! Le prometimos llevarlo a cenar.
Ben dejaría por unos momentos sus dudas y planearía por ese día pasarlo ameno al lado de su amada y un gran amigo, como lo era Robbie Robertson.
VIII
—¿No te gusta tu comida, Robbie? —preguntó Carlie.
—No es eso, chicos —lo dijo muy triste el chico de piel morena.
—Robbie no nos importa si comemos en el peor lugar del restaurante, es el día de tu cumpleaños, queremos pasar este día con una persona muy especial en nuestra vida —lo dijo comprensivamente.
Estaban en la última mesa de un restaurante donde los blancos solo tenían asientos en las mejores partes y los negros en las que sobraban. Estaban cerca al baño y habían pasado casi veinte minutos desde que realizaron su pedido.
—Me halagan tus palabras, Ben... realmente no sé cómo hice para tenerlos de amigos a ustedes —sentía que quería llorar.
Robbie había nacido en el sur profundo, había llegado a Nueva York por buscar una mejor vida. Había estudiado en una universidad para negros de Georgia a los dieciséis años, pero en la gran manzana tuvo que conformarse con ser barrendero. Había estudiado literatura, pero su meta era ser contratado en un periódico.
—Y nosotros de ti, amigo —decía Carlie alegre.
Robbie los conoció a ellos cuando ya llevaba un par de años en la ciudad. Él detuvo a un ladrón cuando estaba huyendo con las pertenencias de Carlie. Lo irónico es que fue detenido él, sin embargo, Carlie contó lo sucedido a los policías. La muchacha le agradeció dándole unas monedas, las cuales tuvo que rechazar porque él lo hizo de buena intención.
Una noche, Robbie estaba durmiendo en un callejón, lo habían despedido de empleo como barrendero porque el dueño tuvo que darle su puesto al sobrino de un matón del vecindario. De repente escucha unos alaridos, se asusta, pero toma la decisión de saber que es lo que sucede.
Un hombre vestido de negro y con sombrero está desangrándose en aquel callejón. Robbie piensa que debe ser alguien peligroso, no obstante, escucha que unos tipos con armas están merodeando el lugar, lo dedujo por los disparos a quemarropa. El tipo le pide ayuda y sin dudarlo se la ofrece.
"Llévame con Carlie...", fue lo que decía el tipo. "¿Quién es ella y dónde está?", respondió el muchacho. Aquel hombre se incorporó con la ayuda del muchacho y le dio indicaciones de a qué lugar ir y, sobre todo, cómo ir.
Aquel hombre le daba indicaciones de cómo andar con sigilo, cuándo hacer un alto y avanzar. Así pudieron burlar a los hombres armados, utilizando los espacios poco alumbrados y caminando con mucho cuidado para evitar pisar algo y darles su ubicación.
Robbie llevaba con dificultad al hombre, pero llegaron a la salida del centro de la ciudad. El tipo le indicó que lo dejara en unos arbustos. Le dio una dirección y le pidió que entrara por la ventana de la cocina y le dijera a Carlie que Ben estaba herido.
Robbie no sabía si hacer aquello, no quería ser atrapado caminando por un barrio blanco y, peor aún, entrando sin permiso a una casa. El tipo se desangraba más. Corrió con dirección a la casa.
Había pocos faroles alumbrando por ese lugar y no había alguien haciendo guardia, pero quiso ser prevenido y transitó aquellas aceras con el sigilo que utilizó con el hombre ensangrentado.
Llegó donde tenía que llegar, entró por la ventana y antes de que pudiera poner ambos pies en el piso de adentro, una mujer encendió algunas lámparas y revelando que no era su esposo.
"Yo te conozco, eres el tipo que evitó que huyeran con mis pertenencias", dijo la chica sin bajar la guardia. "Disculpe que nos encontremos en estas circunstancias, pero un tipo vestido de negro de nombre Ben me dijo que le pidiera ayuda a una tal Carlie porque él está herido", explicó el hombre su presencia en ese lugar.
Carlie dedujo que debía ser grave, le dijo que esperara. En menos de un minuto, sacó un pequeño maletín de médico y le dijo que la guiara para saber la ubicación de su esposo.
Ambos estaban acomodando a Ben sobre el sofá porque estaban muy fatigados por cargarlo y pesaba demasiado como para llevarlo a la habitación. Carlie supo que tenía que sacarle las dos balas que tenía alojadas en su torso. Robbie pudo deducir que no era la primera vez que sucedía ello.
Fueron varios minutos para sacar las balas con cuidado, pero la rubia le dio a entender a Robbie que el peligro había pasado y que su esposo solo debía descansar hasta recuperar fuerzas. Llorando lo abrazó y le dio las gracias por ayudar a su esposo. Ese fue un primer paso para una gran amistad.
—Y gracias a ustedes, no solo por su amistad, sino por la labor que hacen en las sombras —lo decía en voz baja.
Ben solo dio una leve sonrisa y Carlie sonreía de oreja a oreja. Las horas pasaban y aquellos amigos charlaban de muchas cosas, también sobre las cosas que acontecían en la ciudad.
—He escuchado muchas cosas sobre los sindicatos de crimen organizado —dice Robbie.
—¿Qué cosas? —pregunta Carlie.
—No sé si será cierto, pero muchos hablan sobre los chinos y sus vínculos con crímenes organizados de otros lados del río —expuso Robbie.
—Pensé que los chinos no tomaban partida en eso —respondió con dudas Ben.
—He escuchado que unos exconvictos chinos se están reuniendo con algunos criminales de un lugar de África para tomar el poder del bajo mundo neoyorquino —lo contaba de una manera atrapante.
—¿África? ¿Seguro? Eso sí es raro —expresaba Carlie.
—Yo creo que quizás los chinos están haciendo contrabando con colonias inglesas, y el rumor se está extendiendo de un modo que cause temor en los sindicatos del crimen, una excusa para hacer guerra entre bandos y purgar a personas que sean un estorbo —fue su conclusión de Robbie.
—¿Eres detective? —preguntó de manera burlona Ben.
—No, pero sí tengo una labor investigativa y periodística encomiable —contestó de la misma manera.
Los tres se reían, pero afuera del lugar se urdían hilos del crimen organizado que partían desde la mafia china hasta unos cazadores africanos y, resaltando de todos ellos, un hombre que tenía una visión de la vida y filosofía muy salvaje, acorde a la vida que tuvo en aquel lugar colonizado o usurpado, como él y muchos de los suyos le decían.
IX
—Mi nombre es Ezekiel, ¿el tuyo? —preguntó el hombre de la tienda mientras le secaba el sudor de su cuerpo.
Ben estaba sobre una cama de hospital, pero no en uno. Recién salía de su inconsciencia y miraba a todos lados como si buscara a alguien. Pero aquello no evitó que hablara con el hombre.
—Ben, pero... ¿qué me pasó? —estaba algo asustado.
—El destino te escogió para que seas uno de los portadores de la red de la vida —dejó el paño con su sudor sobre una mesita metálica y procedió a darle un vaso con lo que parecía té.
—¡¿De qué habla?! —ahora se notaba algo fastidiado mientras bebía la infusión.
—Eres uno de los tantos herederos de Kwaku Anansi, la red maestra —lo decía expresando grandeza. Luego su expresión cambió a una oscura—. Pero todo clan tiene sus rivales o enemigos.
—¿Qué? —estaba más confundido.
—Los problemas a veces tienen una manifestación morfeica representado en el tótem de tu rival o enemigo natural —lo decía con mucha seriedad.
Ben no sabía qué hacer, parecía que había sido secuestrado por un desquiciado. Tenía que salir de algún modo de allí.
—Recuerda que los problemas se resuelven en el plano físico y astral, o mejor conocido por ustedes como el mundo de los sueños, el reino de Morfeo —decía aquel hombre.
—¡Basta! —lo dijo molesto.
El chico tiró de un manotazo la taza de té de la mano del hombre, el líquido se derramó por el piso y generó un enorme charco, algo fuera de lo común. Ben puso su mirada en él y allí en el reflejo del charco estaba Shathra.
—Arañita no pude escapar de mí, nunca lo hará —dijo con una voz maliciosa.
Ben despertó de golpe y despertó consigo a Carlie. Habían regresado a su hogar luego de brindar con unas copas de licor con su amigo y acompañarlo a su vecindario en Harlem, donde ya eran conocidos y no eran vistos de mala manera. Eran las tres de la mañana.
—Me da gusto que por lo menos no vayas a caer inconsciente como ayer —lo decía mientras le daba un fuerte abrazo.
—Claro que no, pero para no estar afectado, haré vigilancia hoy en la noche —sentenció y se durmió haciendo lo mismo que ella.
X
—¡Lo digo en serio! —decía indignado un hombre— ¡Yo vi varios leones enjaulados!
—No te creo, Gargan —decía uno de los trabajadores del muelle.
—Lo digo en serio —miró a Ben—. Tú sí me crees, ¿verdad?
Ben lo miró con ingenuidad y le contestó con afirmación. Se dio cuenta que aquello sería tema de debate para todo el día. Pero aquello quizás se relacionaba con lo que contó Robbie el día anterior.
Aquel día en el muelle hubo trabajo regular. Cuando parecía que ya no iba a haber algo, Ben solía tratar de buscar algún trabajo fuera del muelle, a veces había y otras veces no.
El llevaba el dinero a la casa, pero a veces había momentos donde Carlie tenía que usar parte del dinero de haber vendido unas propiedades que heredó de su padre. Aquel dinero solo era usado en un caso de emergencia.
Eso era uno de sus tantos problemas de Ben, cumplir con sus deberes de esposo y ayudar a las personas al mismo tiempo. Él se imponía la idea de que su don era algo que lo obligaba a actuar de esa manera por las noches o a veces durante el día y la tarde. Para él no era un logro cada vez que un criminal era puesto tras las rejas por su buen acto.
Aunque... había algo más, algo más que un sentido de obligación por detener a los criminales. Había un antecedente en ello. Cada vez que terminaba de hacer su ronda nocturna, a su mente llegaban dos personas: Carlie Cooper, su esposa; y May Reilly, su madre adoptiva.
XI
Maybelle Reilly o, simplemente, la tía May era una trabajadora de un orfanato a las afueras de Nueva York. Era una mujer de semblante triste, casi nunca sonreía por algo desde hace unos años atrás. Había un motivo: la muerte de Ben Parker, su prometido.
Ben Parker era un policía recto y que se llevaba bien con las personas, de los pocos en los que uno podía confiar plenamente. Se había comprometido con May durante mucho tiempo; el motivo de que no hubiera connubio fue que Ben le decía que cuando tuvieran su casa propia se casarían.
May vivía y trabajaba en el orfanato desde muy joven porque sus padres murieron cuando ella tuvo doce años. Era la tía de todos los niños allí porque como no tenían madre ella les dijo que por el momento podían tener a una tía a su disposición. Se quedó con ese sobre nombre, "tía May".
Ben decidió cambiar su vigilancia a la noche, no le dijo los verdaderos motivos a May, pero mucha de la policía de ese turno solía ser abordada por personas del crimen organizado. La policía empezaba a corromperse por dentro. Para no ganarse enemigos, Ben decidió patrullar las calles de manera tranquila por la noche; además, le faltaba poco para terminar de ahorrar para la casa.
La llegada de inmigrantes generaba poca empatía hacia la policía. Por lo general, los inmigrantes de Italia eran muy desconfiados con las fuerzas del orden y preferían resolver sus problemas con su comunidad. Los irlandeses eran algo más receptivos a la policía, pero también muchos de ellos se introdujeron allí por ser chivatos de sus jefes del crimen organizado.
La corrupción y la desconfianza a la policía generaba que poco se pudiera hacer por detener las olas de crímenes en esas calles. Ese aumento masivo del crimen fue lo que hizo de Ben un héroe, quizás poco reconocido, pero siempre vivo en la mente de May.
May se enteró, al día siguiente, que Ben murió en un tiroteo al frustrar el robo de un pequeño negocio. Justo el conocía al dueño y sabía por las penurias que pasaba. Se escucharon muchos disparos y los caballos de la policía en ese lugar.
La autopsia llevada a cabo en secreto, reveló que las balas eran de los revólveres que llevaba la policía que estaba a caballo. Eso le dolió mucho a Ben en sus últimos momentos de vida. Aunque, el dolor se calmó cuando recordó a su prometida y la promesa que le hizo.
May lloró con desconsuelo cuando un hombre llegó al orfanato para hablar con ella. Se enteraron que Ben llegó a comprar una casa en un barrio de Queens. Era la promesa que le hizo Ben Parker cuando ella tenía sus quince años y él veinte años. Ahora con veintitrés años viviría como viuda en una casa que nunca vería una pareja de recién casados, por lo menos, hasta ese tiempo.
Hasta que cumplió veinticinco todo había cambiado en ella de manera intempestiva. Seguía siendo atenta a los niños, no obstante, ya no había tanta muestra de afecto por parte de ella. Las monjas que atendían el lugar se preguntaban si algún día volvería a ser la misma.
Dos meses pasaron desde que cumplió veinticinco años cuando en una noche de un frío otoño, un maullido de gato extraño le llamó la atención. Al final, no era un maullido de un gato, era el llanto de un bebé.
XII
Ben caminaba con paciencia por las calles de Queens. Ya había regresado para cenar con Carlie y se había ido para realizar sus rondas nocturnas.
De repente ese sexto sentido o sentido premonitorio que tenía le alertó de que algo sucedía en un callejón. Caminó dentro del lugar y vio como unos jóvenes querían robarle sus cosas a una mujer.
—¡Déjenla! —sentenció mientras los miraba y tenía su maleta en su mano derecha.
—¡No te metas y sigue tu camino, idiota! —sentenció uno de los tres jóvenes delincuentes.
Ben no era de esperar mucho y en menos de cinco segundos redujo a esos muchachos dando un enorme salto dejando su maleta en ese instante. Tomó al que tenía su navaja amenazando a la mujer y le dobló la muñeca, al segundo le dio una patada en su estómago mientras aún sostenía al primero de su muñeca doblada y, por último, el tercer muchacho recibió un contundente golpe en su rostro que lo dejó noqueado.
—Vámonos, mujer —fue lo que dijo Ben al ayudarla a incorporarse.
—Gracias, muchas gracias —solo atinó a decir aquello.
Ambos salieron de allí con sus cosas, la mujer llevaba un bolso viejo, pero que parecía contener algo importante porque la mujer no se dejaba robar por más que le pusieran el cuchillo en su rostro.
Ben le dijo que la acompañaría hasta que se sintiera segura, ella le dijo que no era necesario porque su presencia le dio la seguridad necesaria.
—No pensé encontrar a alguien con la misma habilidad que Ezekiel, no pensé que se cumpliría lo que Ezekiel me dijo —dijo con alegría.
Ben se detuvo de golpe y la tomó de los hombros con algo de fuerza porque no pensó que alguien también supiera de ese hombre.
—¡¿Dónde está?! —dijo con molestia.
—Tranquilo, hombre —respondió la mujer que salió de manera rápida del agarre del muchacho—. Lo he visto pocas ocasiones, pero es porque él me consultaba muchas cosas.
—¿Y por qué? —se notaba con mucha curiosidad.
—Porque tiene una obsesión con un culto extraño —lo decía con aburrimiento.
—Entiendo —lo decía desganado.
La mujer lo observaba con curiosidad, notó que este hombre no era como Ezekiel, pensó que la premonición de Ezekiel era algo metafórico. Decidió ser más amigable.
—Déjeme presentarme, señor —dijo con mucha educación la mujer—. Mi nombre es Julia Carpenter, pero puedes decirme "Madame".
Julia Carpenter era una mujer de la contextura esbelta de Carlie, pero más alta que su esposa y con una altura cercana a la de él. Su cabello era muy rojizo, casi como un carbón caliente.
—Me llamo Ben Reilly, mucho gusto señorita Julia —contestó de la misma manera. Aún se notaba con curiosidad—. ¿Tú sabes algo de la red maestra?
—No, pero soy una adivina —lo decía mientras le mostraba unas cartas de adivinación y una bola de cristal—. Pero... con tocar y ver tus manos... puedo darte un pequeño presagio a algunas dudas —lo decía mientras tomaba sus manos de él con intenciones seductoras.
—Ya lo veo —quitó sus manos de las suyas.
—Es broma, pero en serio, dar premoniciones una de mis tantos dones —lo recalcaba con firmeza. Ben le dio su mano derecha—. Para Ezekiel hay una red de la vida, para mí una línea de la vida. Esa línea son las de las manos.
—¿Y qué dicen? —la curiosidad le ganaba.
—Depende, las manos dicen muchas cosas. Es necesario que me preguntes sobre algo en específico —decía Julia mientras miraba con mucha curiosidad las manos de su nuevo amigo—. Quizás... ¿sobre tus actividades nocturnas?
—Correcto —respondió con rapidez.
Julia mientras observaba sus manos, sin embargo, sentía un mal presentimiento. Miró a Ben y pudo ver como una sombra enorme detrás de él planeaba atacarlo y sangre junto a escombros en el piso.
—Es algo negativo, ¿no? —preguntó Ben por ver que la mirada aterrada de la mujer.
—Sí, pero... —no terminó de hablar.
—¿Pero? —parecía intranquilo.
—No siempre mi premonición no es en lo que terminara es el desarrollo y culmen del futuro —lo dijo saliendo de la visión.
—Entonces el futuro no está escrito —fue su conclusión de Ben.
—No, pero tampoco dejes que ese sea la finalidad, no dejes que una visión te ciegue. Eso pasaba en la antigua Grecia y en muchas viejas culturas, ellos pensaban que las premoniciones eran concretas e inevitables, tenían un cierto tipo de predestinación —lo decía asustada.
Ben notó que eso se conectaba con sus pesadillas, las cuales también eran como una manifestación o posible manifestación de lo que sucederá tarde o temprano en su vida.
Caminaron hasta cierto tramo, ella le dijo que no se preocupara por ella porque se las arregla por sí misma desde muy joven.
—Ben, nos volveremos a ver, tarde o temprano —lo dijo con una pequeña sonrisa que se borró para decir otra cosa—. No dejes que mi visión te altere.
—Trataré —lo decía mientras la veía alejarse—. Nos volveremos a ver, Madame.
Ambos se alejaron y Ben entró a un callejón se cambió de manera rápida. Trepó un edificio, dejó su maleta escondida en el tubo de escape de su azotea para comenzar con su vigilancia nocturna.
XIII
—¿Por qué deberíamos confiar en ti, chino? —decía un mafioso siciliano.
—Porque mi cliente necesita de su ayuda para montar un gran negocio que no solo lo beneficiara a él y a mí, también a ustedes —fue su respuesta.
Estaban dentro del sótano de una tienda de embutidos y carnes pertenecientes a uno de esos criminales sicilianos. Estaba ubicado en uno de los barrios de Queens.
El chino estaba confiado en que podía convencer a los italianos de unirse a sus filas y así asentar su creciente poder en las calles de Queens y Brooklyn. Era necesario que convenciera a estos tipos de Manhattan, Bronx y Staten Island.
—Mi cliente no es de aquí, pero le gustaría asentarse en este sitio como todos nosotros que no somos de América —expresó con modestia el chino.
—No lo sé, ¿qué garantiza nuestro éxito apoyándote a ti en lugar de trabajar con los nuestros? —decía uno muy alto y fornido.
—Sé que todos los inmigrantes somos muy cerrados a compartir con otros inmigrantes que no sean de nuestros orígenes, pero... les garantizo que ya tenemos un plan, lo único que necesito es gente en las calles que pongan en marcha lo planeado —se levantó de su silla para exclamar—. ¡Esto es América, señores! ¡El país de las oportunidades! ¡Y como estás no son fáciles de encontrar!
—Háblanos sobre el plan —sentenció otro siciliano.
—Se los contaré, pero primero necesito su lealtad —dijo eso y de su abrigo sacó unos enormes fajos de billetes.
Todos se quedaron hipnotizados por la cantidad que colocaba sobre la mesa. Se notaba la ambición en sus rostros.
—Ese es el pequeño incentivo de mi cliente. Entonces, ¿qué dicen? —hablaba con mucha confianza.
Uno de los italianos procedió a darle un beso en cada mejilla. Se había cerrado el trato. Les hablo un poco del plan y salió airoso de allí.
Mientras se iba en un coche, escribía en un papel con un lápiz los apellidos de los que ahora trabajaban para ellos, aquella carta su chofer se la iba a llevar a su cliente.
A lo lejos, Ben los había visto desde hace más de una hora, se notaban sospechosos. Aprovechando que esa noche parecía tranquila, se dispuso a seguir ese coche. Para él no era normal ver que los chinos negocien con sicilianos, sabiendo que estos últimos eran muy cerrados, pero lo que le contó Robbie el día de ayer tuvo sentido.
Las cosas iban a cambiar de manera drástica o gradual, dependiendo el punto de vista de los participantes en aquellos eventos que iban a empezar...
29/06/2023
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