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prólogo


Izuku se encontraba mirando la oscuridad que aún reinaba el cielo por la pequeña ventana de la cocina, en menos de una hora saldría el Sol y el mundo se volvería a poner en marcha.  Él vivía en un pequeño pueblo en medio de la nada, siempre había soñado en vivir de esa manera, la mayoría de los cambiaformas prefería vivir en grandes ciudades, junto a los humanos. 

Estos últimos seguían sin tener conocimiento de ellos y él no sería quien los descubriera. Tenía un ritual semanal desde que había llegado hace medio año al pueblo, una carrera matutina por el bosque, enmascarado como senderismo, en la mochila sólo llevaría los básico y algo más. Sólo era para aparentar ya que utilizaría la mochila para guardar la ropa que llevaba puesta. Cuando invocaba a su parte animal, evidentemente, la ropa no le seguía. 

Se acabó de tomar el café, con mucho azúcar, y salió por la puerta de su pequeño apartamento que conseguía rentar con su sueldo de ayudante de mecánico. 


A su animal le encantaba correr, mordisquear algún tajo fresco por el rocío de la mañana, escarbar en tierra blanda, dormir en un pequeño tronco hueco sintiendo el comienzo del calor del Sol. Se podía tomar las cosas con calmas porque hoy entraba más tarde de lo habitual, tenía unas buenas horas antes de que siquiera su jefe llegara desde el pueblo de al lado.

Un conejo de pelaje blanco y ojos esmeralda olisqueaba una joven flor que había nacido esa misma mañana cuando sintió una sombra por su espalda. Era un conejo confiado pero no un conejo tonto, comenzó a correr con toda la capacidad de su animal. Lo estaban cazando.

 No le había ocurrido hasta el momento, un depredador iba hacía él. Izuku había investigado antes de ir a vivir al lugar. No había ningún depredador autóctono por las cercanías. Pero también era cierto que por sucesos actuales, como  el cambio climático, habían hecho mudar a los animales de sus zonas habituales. 

Corrió hacía el hueco de árbol más cercano que encontró, se sabía todos los escondites que había en las proximidades al pueblo. Antes  de llegar escuchó un sonido hueco que sólo podía significar el choque del animal que le seguía contra otro.

Se giró, y como en un mal cuento, vio a dos lobos que seguramente se estarían peleando por ver quien se lo comía primero.

Su madre le había advertido, no vayas sólo nunca por el bosque hay depredadores. Pero nunca le había pasado. El conejito se encontraba paralizado, seguía sin avanzar. Miraba como el lobo de tono más claro mantenía al otro, de pelo rojizo, contra el suelo, mordiéndole el cuello para que se sometiera. 

La escena no duró más de unos segundos más, el lobo de pelaje cenizo se transformó en un adonis, a su visión. Su pelo era de un color amarillo ceniza, que le recordaba a las llanuras del campo de trigo que se veían desde la casa de sus abuelos, en mitad del otoño. Sus ojos eran dos rubís pequeños que parecía que le miraban directamente a su alma, su vista se mantenía sobre él, dejando de lado al otro lobo. Su cuerpo estaba bien formado, se notaba que hacía ejercicio constante, no era tan abultado para ser campeón de halterofilia.

Pero no era el aspecto lo que más le impresionaba sino el hecho de que un lobo se convirtiera en un humano. Bueno, estaba claro que no se sorprendía de que existieran personas que se transformaran en animales, él mismo era uno, sino que fuera una animal carnívoro. Conocía los famosos "hombres lobo" de las películas de ciencia ficción y terror, él también había creído -como los humanos- que no se trataba de otra cosa más que un mito montado por un poco de ambos mundos.


- ¿No me escuchas estúpido? ¿o eres realmente un conejo? -El chico de cabellos cenizos le hablaba.- Cambia. Ahora. -su tono sólo se le podía describir como demandante.

Nunca había sido de contradecir las autoridades pero de alguna extraña manera, quería seguir las del lobo enfrente suyo de una manera diferente. Se sentía atraído, sí esa era la palabra más cercana que podía utilizar.

Cambió.

-  ¿Quién eres? -preguntó. Pasados los minutos, segundos ya no sabía bien cuanto tiempo pasó, sabía que los sujetos posiblemente no se lo comerían.

- Katsuki Bakugou


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