Mucho antes de que hubiera electricidad en el planeta y los dragones iluminaran todo con sus llamaradas mientras los humanos los cuidaban, en un reino donde todo era plateado, vivía un hada plateada, la cual tenía el poder de transformarlo todo en plata; ogros morados, que transformaban todo en morado; y un triste mago dorado.

El Mago Dorado estaba enamorado del hada plateada, le fascinaban sus poderes y su belleza era deslumbrante.

Un día, el hada se desmayó a las orillas de un lago de agua cristalina. El Mago Dorado, el cual solía pasar las mañanas y las tardes mirando por la ventana a la bella hada, se percató de su caida y fue corriendo a ver qué le ocurría.

Cuando llegó descubrió que, en su cintura, el hada tenía una mancha verde, la cual era una enfermedad caracteristica del reino.

El Mago, asustado, la llevó a su casa y la metió en su cama, mientras él le tocaba la herida con su dorada mano.

Por arte de magia, la herida de la cintura del hada desapareció y esta se despertó.

— ¿Qué? Pero... ¿dónde estoy?

El Mago Dorado lloró de alegría al verla sana y salva y le contó todo lo que le había pasado.

El hada se quedó maravillada y se miró la herida de su cintura, pero en vez de eso solo se vió una mancha dorada.

— Creo que eres especial, Mago Dorado... Ahora siempre tendré algo de ti en mi... Y también me gustaría tenerte a ti.

El Mago Dorado sonrió feliz por primera vez desde hacía muchísimo tiempo, por fin su amor con el Hada Plateada sería posible.