Capitulo siete
La misericordia de un demonio
Un impulso hizo que aquella noche sobrevolara el valle y sus bosques. Hacía mucho que no hacía aparecer sus alas demoníacas que se asemejaban a la de los cuervos - sus animales afines - y decidió que sería bueno para su espíritu afligido. Lo cierto es que no recordaba cuando fue la última vez que voló. Más o menos haría unos ochenta años o más.
Ya era hora de estirar las alas.
La noche era clara y estrellada y Araziel sonrió ante la perspectiva de alzar el vuelo y perderse contemplando el cielo estrellado. Recordó la primera vez que vio las estrellas. Acababa de atravesar la barrera que separaba su mundo con el de los mortales y lo primero que pasó por su mente al verse rodeado de tantas puntos brillantes fue creer que estaba en una especie de paraíso.
Aquella belleza etérea le llenó de una extraña paz interior e hizo que, después de mucho tiempo, tuviese ganas de seguir adelante. Era como si aquella energía almacenada en grandes bolas de fuego lejanas le dijesen que no se rindiese, que la muerte no tenía porqué ser el final.
Sin decirle nada a ninguno de sus siervos, el demonio subió a una de las cuatro torres de su castillo y cerró los ojos saboreando el olor de la naturaleza en las aletas de la nariz. Cerró los ojos y canalizó la energía diabólica que corría por sus venas y se concentró para materializar una parte de su verdadera forma. La piel de su espalda se abrió en dos grandes líneas mientras le recorría un picor molesto. Las alas comenzaron a salir lentamente de su piel y su camisa blanca comenzó a ensancharse por la presión de las dos alas. El picor se acentuó y un dolor le recorrió la columna vertebral. Le estaba costando hacer aparecer aquella parte de sí mismo a causa de no haberlo hecho por tantos años. Marduk y Naamah se lo habían advertido en el pasado, pero él había hecho oídos sordos. Si se había marchado del infierno era para intentar hacer una vida totalmente contraría a la de un demonio. Estaba cansado de hacer daño.
Estaba cansado de que le hiciesen daño.
La herida de lo ocurrido cien años atrás aún era profunda y su alma era un amasijo de cristales rotos.
Concentrándose al máximo y con el sonido de la tela al rasgarse penetrando en sus oídos, Araziel extendió sus enormes alas negras de cuervo y emprendió el vuelo sin pensárselo dos veces.
Como una saeta lanzada desde una ballesta, ascendió cinco metros por encima de su gran castillo y observó las vistas que tenía del valle y del pueblo de Sanol. El pueblo estaba en silencio y completamente a oscuras salvo por los farolillos que había sobre los lugares más importantes del pueblo: la posada, la herrería, la granja de Rale, el consultorio médico y el templo dedicado a alguno de los dioses que adoraban los humanos.
Araziel sobrevoló el pueblo a gran distancia y se dirigió al bosque. Era mejor no acercarse más al pueblo, era lo mejor para él y para las hembras humanas. En el fondo no había cambiado demasiado, siempre había sido un conquistador nato al que le agradaba complacer a las mujeres para robarles el alma y paladear las fuertes sensaciones humanas que le daban el poder que necesitaba su organismo. En su momento, llegó a ser uno de los demonios más poderosos del infierno, pero de aquello hacía bastante tiempo.
Por eso estaba preocupado Samael.
Los demonios eran seres de longeva vida y quien podría asegurar si no podrían llegar a ser inmortales. Pero los demonios podían morir como cualquier ser vivo aunque proviniesen de otro plano existencial. Había dos formas de morir: por heridas mortales o por pérdida de poder.
Y él se estaba debilitando cada vez más.
La luna y las estrellas iluminaban el paisaje mientras el frescor de la noche penetraba en la piel blanca de Araziel. Era tan agradable sentir todo tipo de fenómenos medioambientales y no solo un terrible calor sofocante. Con lo que más disfrutaba era con la lluvia cayendo sobre su cuerpo y con el olor que producían las plantas al mojarse.
Un aullido de lobo le sacó de sus ensoñaciones. El demonio se detuvo en el aire y miró a sus pies. El bosque se extendía bajo su cuerpo ingrávido y miró enredador buscando la procedencia del aullido. No le había gustado nada la nota que había detectado en aquel aullido lobuno. Era una llamada para la caza. Una vocecita interior le dijo que no tenía que preocuparse, los lobos cazaban presas de noche. Seguramente hubiesen olfateado el rastro de alguna madriguera de conejos.
Araziel viró a la derecha para seguir con su vuelo nocturno, pero se detuvo en seco. Algo le decía que no debía marcharse, el mismo algo que lo había impulsado a surcar el cielo estrellado. Más aullidos se hicieron eco a la vez que le recorría una especie de corriente por las palmas de las manos. Sintió el sabor del miedo y el olor del pánico.
Los lobos no perseguían a un animal sino a un ser humano.
Araziel bajó en picado en dirección a la espesura del bosque y retomó el vuelo muy cerca de la copa de los árboles. Agudizó el oído y los sentidos para detectar donde estaban los lobos y su presa humana. Cuando supo la distancia y la dirección en la que estaban, aceleró todo lo que pudo pero las alas no le respondían como antes por la falta de práctica y tenía miedo de forzarlas pues si se lastimaba no tendría ninguna posibilidad de llegar a tiempo para ayudar al humano.
Los aullido cesaron y le llegó el olor de sangre junto con gruñidos y una especie de presencia en el aire. Le pareció que algo además de él contemplaba lo que estaba ocurriendo en el bosque. Pero no podía estar seguro. ¡Maldita sea! Sus poderes eran tan débiles que no podía averiguar algo que antes era un juego de niños.
A lo lejos apareció el claro donde se estaba produciendo la cacería y Araziel aumentó la velocidad. No podía permitirse llegar tarde. Se paró en seco al penetrar en el claro y lo que vio lo dejó estático como una estatua de piedra. En el suelo había una chica con cuatro lobos encima de ella. Uno le mordía el tobillo, otros dos los brazo y el último el cuello justo en la yugular. Si no se los quitaba de encima la humana moriría.
Sin perder un instante, utilizó su fuerza física y parte de los pocos poderes que le quedaban para empujar a los lobos y matarlos. Sin importarle el dolor que podría causarle su completa transformación, Araziel recuperó su forma demoníaca. Su piel se tornó oscura como la ceniza, de los ojos desapareció la pupila y su cabello se tornó rubio ceniza. Las manos y los pies desnudos se convirtieron en garras afiladas y sus dientes se tornaron colmillos mortales como puñales. Cuatro largas colas en forma de punta completaron su autentica apariencia.
Sin darles tiempo a reaccionar, Araziel clavó las garras en el cuello de los lobos que sujetaba por el pescuezo. Tiró los animales moribundos al suelo y se precipito a por los dos restantes. A uno le rajó el vientre y a otro le arrancó la cabeza.
El demonio suspiró y se acercó a la humana llena de sangre que estaba tumbada a unos metros de él mientras tornaba a recuperar su forma humana poco a poco salvo las alas que simplemente se limitó a plegarlas en su espalda. Araziel se agachó y tomó a la humana en brazos. Cuando reconoció quien era se le heló la sangre.
Nalasa miraba al cielo con los ojos vidriosos casi sin vida. De su cuello manaba una gran cantidad de sangre y su corazón latía demasiado despacio. Estaba a punto de morir y moriría si él no la ayudaba. Colocó una de sus garras llenas de sangre, que cada vez parecían más unas manos, en su cuello y le detuvo la hemorragia utilizando una parte de su débil poder. Los ojos de la joven parecieron recobrar algo de lucidez y le miró desconcertada y mortalmente pálida.
Aquello no era suficiente. Si de verdad quería salvar la vida de la humana tendría que llevarla a su castillo y curarla a la manera de los humanos. Si tuviese aún su poder de antaño, podría usar su magia para curarla completamente pero aunque a veces fuese duro, no se arrepentía de haber perdido sus antiguos poderes.
Aferrando a Nalasa contra su cuerpo, Araziel emprendió el vuelo y dejó el bosque atrás en segundos. El viento revolvió los cabellos sucios y llenos de sangre de la joven y algo la hizo reaccionar. Le miró y sus labios agrietados se movieron para preguntar:
- ¿Araziel?
Escuchar su nombre de su boca produjo en el demonio un súbito sentimiento que no supo descifrar. Se le encogió el estómago y lo invadió un extraño arrebato. Quiso reconfortarla y volver a verla sonreír para deleitarse con su musical risa. De pronto se sintió insignificante, como si fuese una mísera polilla que observa embelesada la luz de una vela. A pesar del mar de tristeza que ocultaba su corazón, el alma de aquella chica era tan cálida y brillante como las mismas estrellas.
Sin ser consciente de lo que hacía acercó su boca a la de ella y saboreó sus labios mientras la muchacha se relajaba en su brazos y se perdía por la fuerza vital que él le estaba entregando. Nalasa se desmayó en sus brazos y él la acercó más contra su cuerpo para protegerla del frío de la noche.
Mientras volaba de forma exigente hacia el castillo le invadieron un millar de preguntas. ¿Qué estaba haciendo Nalasa en el territorio de los lobos y de noche? ¿Es que estaba loca? Si el no hubiese salido a volar ella hubiese muerto. Le acarició el rostro y contempló su cara ensangrentada. Algo sobre su frente le llamó la atención y lamió la sangre coagulada para limpiarle la piel. Lo que vio lo sorprendió más que el hecho de haber encontrado a la joven humana en el bosque de los lobos. Grabado a fuego tenía un símbolo, el que en su idioma significaba invisible entrelazado con el que significaba soledad.
Alguien la había maldito. ¿Pero quien? ¿Quién podría conocer su idioma si no era un demonio? Pero no había ningún demonio en el valle aparte de él y los habitantes de su castillo y los demonios no solían lanzar maldiciones; no lo necesitaban. Aquello solo podía ser obra de un humano poseedor de magia negra. Pero tampoco le cuadraba aquello. Los hechiceros no poseían el conocimiento de su idioma ni tampoco un poder tan fuerte como para grabar ningún símbolo en la piel de nadie.
Que importa ahora eso - se dijo observando como su castillo estaba cada vez más cerca. Lo más inminente en aquel instante era limpiarle las heridas, coserlas y vendarlas. Pero maldita sea: ¡no tenía nada de eso!
Con suavidad aterrizó en el patio interior de su castillo, guardó sus alas y caminó a grandes zancadas hasta la puerta cerrada de la entrada. La puerta se abrió sola al detectar su esencia y Araziel llamó a Marduk a gritos. El demonio mayordomo se materializo ante él.
- Amo - dijo a modo de saludo mientras miraba impasible a su señor bañado en sangre con una mortal herida en brazos.
- Consigue alcohol, vendas e hilo y aguja especial para coser heridas ¡rápido! - exigió sin detenerse.
- Inmediatamente señor.
Marduk desapareció en un parpadeo y Araziel prosiguió su camino hacia su habitación. Sintió las miradas escrutadoras de los diablillos cepheus y también la de los traviesos ophiuchus mientras cuchicheaban en su idioma de gruñidos sibilantes. La otra especie de diablillos que vivían en el castillo, los hydrus estaban tranquilamente durmiendo en las húmedas catacumbas bajo la tierra de los muros de piedra. Aquellos diablillos de dos cabezas solo salían de su madriguera cuando se les ordenaba alguna tarea.
El demonio ignoró a sus siervos y abrió la puerta de su habitación con la mirada helada en sus ojos grises como la tormenta. Depositó el frágil cuerpo de la muchacha sobre su lecho de plumas y llamó a los cepheus para que le llevasen una palangana llena de agua caliente.
- Sin entretenerse ni peleas - les advirtió con su verdadero tono de voz grabe y gutural. Los cepheus se apresuraron a obedecer a su amo que parecía estar metido en el caldero de su señor Satanás.
Nalasa dejó escapar un gemido y el demonio se sentó a su lado para acariciarle la mejilla. Estaba pegajosa - entre una mezcla de sangre y sudor - y febril. Sus labios semiabiertos parecían querer decir algo pero de ellos solo salía su aliento entrecortado. Araziel continuo acariciándole la mejilla sin apartar la vista de su rostro. Tenía unos rasgos muy corrientes pero desprendía algo que le hacía llamar la atención. Puede que fuesen sus pestañas largas, o su nariz que sin ser perfecta encajaba perfectamente con sus rasgos. O puede que fuesen sus labios algo finos pero con un color intensamente rojo totalmente natural.
Estaba pensando en cosas que no venían al caso, pero su piel era tan suave y tierna. Despertaban en él algo que creía haber enterrado hace un siglo.
¿Por qué tardaba tanto Marduk?
Una vibración en el aire le indicó que su mayordomo ya estaba de vuelta y Marduk no tardó en materializarse al lado de su amo con su trenza fina repeinada sin ningún pelo fuera de lugar. En la mano tenía una bolsa de papel y se la entregó a Araziel.
- Lo que me pediste amo - le dijo en tono altivo aunque lleno de humildad, una de sus múltiples características.
Araziel tomó la bolsa y desparramó su contenido en la mesilla junto a su cama. Los diablillos aparecieron en el momento justo acarreando la palangana y dos jarras de agua humeante. Dejaron la palangana sobre una silla que arrastraron para colocarla junto a su amo y soltaron las jarras junto a las patas de la silla. Los cinco diablillos hicieron una reverencia y se retiraron dejando a Araziel solo con Marduk.
Sin decir nada, Marduk llenó la palangana de agua y se colocó al otro lado de la cama para desnudar a Nalasa. Cuando los dedos de Marduk rozaron los botones del cuello del vestido de la joven, Araziel sintió que una extraña rabia de apoderaba de él. Solo de pensar que Marduk iba a tocarla de aquella forma tan intima lo puso enfermo.
- Yo lo haré Marduk - le dijo a su mayordomo apretando los dientes e intentando que su tono de voz sonase despreocupado.
El demonio apartó las manos de la mortal y un brillo destelló en sus ojos rojizos. Sin decir nada volvió al lado de su amo y le señaló lo que había traído.
- La botella más grande contiene alcohol y el gotero es una medicina para calmar el dolor. Cuando despierte hay que darle a la dama siete gotas diluidas en agua.
Araziel asintió mientras, sin andarse con remilgos, acababa de rasgar el vestido de viaje de Nalasa y se lo sacaba con cuidado. Él no era tan fino como su mayordomo.
- Le habrás pagado al boticario ¿verdad? - preguntó sin apartar la vista del cuerpo de Nalasa. Una fina camisola beige de tirantes y unos pantaloncitos del mismo color era lo único que la separaba de estar completamente desnuda.
- Me ofendéis con esa pregunta amo Araziel. Le he dado incluso una propina por haber sido tan rápido y servicial al ofrecerme el analgésico que yo no le había pedido.
El demonio suspiró y se puso en pie para mirar a su mayordomo que lo había abandonado todo por seguirle hasta la Tierra. Era el demonio más leal que jamás hubiese conocido. Era más que un amigo y más que un sirviente. Araziel no tenía palabras para definir su estrecha relación basada en la confianza y en el conocimiento mutuo.
- Perdóname estoy algo conmocionado por lo ocurrido y ya no se lo que digo. Gracias por todo Marduk puedes ir a descansar.
- Haré que le preparen a la joven dama la habitación del final del pasillo para que podáis trasladarla cuando hayáis terminado. También me llevaré el gotero y ordenare que lleven una jarra llena de agua potable junto con un vaso.
Marduk hizo una corta reverencia y se marchó. Otra vez se había adelantado a él. Definitivamente no sabía que haría si Maruk no estuviese a su lado.
Más tranquilo ahora que tenía todo lo que necesitaba y sin miradas clavadas en su espalda, arrancó un pedazo de la sabana que recubría su lecho de plumas y mojó la tela en el agua caliente. Limpió con cuidado las heridas que ya no sangraban gracias a sus poderes y tiró el pedazo de tela manchado de sangre a un lado. Ensartó la aguja larga y curva de hierro y esterilizó la punta quemándola con la punta de sus dedos antes de ensartarla y proceder a coser. Nunca lo había hecho antes pero había leído muchos libros de medicina donde ilustraban el procedimiento - algo que nunca pensó que le serviría para algo -. Comenzó por el cuello y clavó la punta de la aguja en la piel para luego sacarla y tirar del hilo. Con cuidado de que no quedasen demasiado arrugas en la fina piel de ella, dio puntadas y puntadas sin importarle demasiado el ponerle muchos puntos; lo más importante es que la cicatriz fuese lo más discreta posible.
Araziel frunció el ceño pronunciadamente concentrado en su minuciosa tarea. Cuando dio la última puntada cortó el hilo y le hizo un pequeño nudo con un fluido, movimiento de sus dedos largos. Soltó la aguja sin hilo dentro de la palangana para limpiarla de sangre y él también se lavó las manos pegajosas. Arrancó otro pedazo de sabana y se secó las manos y la gruesa aguja. Ahora tocaba el brazo derecho.
- ¿Qué es todo este escándalo Araziel?- Sin previo aviso, la figura espléndida de Naamah, se materializó en la habitación privada del demonio con los brazos cruzados y los labios fruncidos.
Naamah todo lo contrario que él, permanecía casi siempre en su forma demoníaca aunque omitiese los rasgos fuertes de su verdadero rostro. Su piel aceitunada contrastaba con su ajustado pantalón verde esmeralda, su corsé del mismo color con dos oberturas especiales en su espalda y una melena ondulada como el fuego caía en cascada sobre sus hombros desnudos. Con los brazos expuestos llenos de brazaletes y sus pies descalzos, pasaría medianamente por humana si no fuese por sus alas negras plegadas en su espalda, sus ojos dorados como el oro y sus dos colas acabadas en punta.
Araziel suspiró tirando el trozo de tela junto al otro y ensartó la aguja sin mirarla.
- Todos los diablillos están revolucionados y no paran quietos cuchicheando en su idioma sin sentido que tanto me irrita.
¿Y qué no la irritaba a ella? Con Naamah había que ir con pies de plomo pues era muy propensa a enfurecerse y cuando se enfurecía era completamente inestable y podía hacer cualquier tontería que se le pasase por la cabeza.
- Sabes que los diablillos siempre se alteran por cualquier nimiedad - le respondió hundiendo la aguja en la piel de Nalasa nuevamente.
- ¿A esto le llamas nimiedad? El castillo apesta a deliciosa sangre humana y a un alma escandalosamente atormentada.
- Es mi invitada Naamah - dijo él con un tono de advertencia más que evidente.
La mujer demonio soltó un resoplido poco femenino y muy parecido al rebuzno de un caballo.
- ¿Crees que soy tan estúpida como para atacarla? Aprecio mi vida Araziel y tampoco me gustan las almas humanas. Es verdad que dan mucho poder, pero no soporto los sentimientos de los mortales: me dejan un regusto en el paladar que me dan nauseas.
- Es cuestión de acostumbrarse - dijo con voz divertida. Naamath era un demonio demasiado peculiar y especial a la que no le interesaban los sentimientos ni el poder que otorgaban las almas humanas. Aunque ella era muy poderosa, no tanto como un demonio mayor, pero si lo suficiente para poder vivir fuera del infierno sin desintegrarse. Pero la fuente de su poder era todo un misterio. Solamente del odio humano que se respiraba en el aire no era insuficiente. Aunque bien mirado, tampoco tenía mucha idea de cómo sobrevivían Marduk y Jezebeth. Ninguno de ellos devoraba almas humanas.
- Yo nunca podré hacerlo. Me entra repelús cuando dentro de mí siento dolor, tristeza, desconsuelo, ira, celos, alegría, felicidad y esos miles y miles de sentimientos que contiene el alma y el corazón humano todo junto. Lo cierto es que me parece sorprendente que no exploten y puedan retener todo lo que llevan dentro.
Araziel no borró de sus labios la sonrisa que antes había esbozado pero ahora era una sonrisa fría y triste. Naamah se elevó un poco en el aire y cruzó las piernas mientras flotaba. Aquella era su postura preferida cuando tenía pensado estar largo rato en un mismo lugar.
- ¿Y se puede saber por qué has traído aquí a esta mortal?
El demonio alisó la piel desgarrada del brazo derecho de Nalasa mientras tiraba de la aguja y del hilo para que este uniese su piel.
- Para curarla - fue su escueta respuesta. En el fondo, él sabía que aquél no era el único motivo.
- ¿Para curarla? -repitió ella asqueada -. Pues para eso podrías haberla llevado al matasanos del pueblo y te hubieses ahorrado el que te desgraciase las sabanas. Me parte el corazón que se malogre algo tan bello como la seda.
- No tenemos corazón Naamah.
Por el rabillo del ojo vio como ella le sacaba la lengua.
- Era una forma de hablar, me alegro horrores de no tener corazón.
Él no podía decir lo mismo.
- Tú tienes el poder de curar - dijo ella a media voz.
- Lo tenía.
Escuchó como Naamha contenía la respiración. Seguramente, ella no se había percatado de que sus poderes fuesen tan bajos. Era cierto que no todos lo demonios tenían la facultad de curar a otros seres pero él si y el echo de haber perdido aquel poder decía a gritos que se estaba quedando sin fuerzas. Y si se quedaba sin fuerzas moriría. Y eso era lo que buscaba. Porque la muerte no tenía por qué ser el final podría ser el principio de la paz que tanto buscaba.
- Entonces llama a ese gusano de Samael para que él la cure así no tendrás que perder el tiempo haciendo algo tan… - hizo una pausa para escupir la palabra - humano.
- Samael no se encuentra entre estos muros y aunque estuviese no se lo pediría. Para curar tienes que desearlo ardientemente y entregar un gran pedazo de tu propio poder. No es algo que suela regalarse.
Ella se sonrojó mientras se moría el labio.
- Solo era una idea, tampoco sabía cuales eran los requisitos de la sanación a otro ser.
Se quedaron en silencio pero Naamah no se marchó. Se quedó cabizbaja mientras él terminaba con el brazo y se ocupara del tobillo. Ya faltaba menos. Había cosido la mitad de los cortes profundos de los colmillos que había habían dejado dos lobos distintos cuando la voz de la mujer demonio llenó la habitación.
- ¿Y dónde ha ido?
Preguntar aquello le costó horrores y Araziel era muy consciente de ello. Naamah siempre había estado enamorada de Samael algo muy extraño entre su especie. Los demonios no solían enamorarse solo se juntaban por placer y para reproducirse. Pero ella era algo distinta en muchos pequeños detalles que muchos pasaban desapercibidos. Cuando Naamah alcanzó la pubertad, Samael se interesó por ella y estuvieron dos décadas como amantes. Pero Samael se cansó de ella y se interesó por otra diablesa que no era otra que la hermana menor de ella. Desde entonces Naamah había comenzado a odiar a Samael como solo una verdadera diablesa podía hacerlo y acompañó con gusto a Araziel fuera del infierno.
Pero ahora había algo más que todo aquello. Cien años habían pasado y Naamah seguía a su lado. La mayoría de las veces era cargante y sus enfados constantes le producían jaqueca, pero no podría vivir sin su disparatada charla y sabía que ella sentía algo parecido.
Araziel cortó el hilo y volvió a lavar la aguja y sus manos.
- ¿De verdad no te lo imaginas?
- Me gustaría tener la certeza.
El demonio cambió de lado de la cama y miró a Naamah a los ojos antes de concentrarse nuevamente en coser.
- Se ha ido a la ciudad de Gigin.
La mujer demonio no necesito nada más para saber qué estaba haciendo Samael. Gigin era una ciudad famosa por su cantidad de burdeles. Samael se había ido allí para encontrar placer físico con hembras humanas y para saborear los sentimientos humanos en la sangre de sus amantes antes de decidir si les arrebataba el alma o no. Los demonios no necesitaban alimentarse cada día de almas humanas ni de sentimientos.
- Estoy pensando en marcharme mientras él permanezca aquí.
Araziel se esperaba aquella reacción y no se sorprendió por sus palabras. Sabía que ella aún sentía algo demasiado fuerte por su seductor amigo y que eso la hacía sufrir.
- Sabes que puedes irte cuando quieras y regresar cuando gustes pero preferiría que te quedaras. Me gusta tu compañía y sentiría que me falta algo si te marchas.
Naamah descruzó sus piernas y puso los pies en el suelo de la habitación. Estaba mortalmente seria y con la mirada dorada en llamas.
- Eres un malvado Araziel. Sabes que la presencia de Samael me hace daño y aún así me pides que me quede. ¿Piensas que no es duro para mí alejarme de ti y de los demás? A pesar de que detesto a los diablillos ya no podría vivir lejos de ellos más de un día. Y tampoco podría soportar el alejarme de la torre de plata.
Lo sabía perfectamente por eso le pedía aquello.
- Te necesitamos en casa - argumentó.
- Eres un egoísta.
Araziel rió entre dientes y chasqueó la lengua antes de pasar la aguja de hierro por ultima vez por el cuerpo de la humana.
- Cuando encuentres un demonio que no sea egoísta, avísame quieres.
La diablesa gruñó y echó humo por las fosas nasales antes de desaparecer. Aquella reacción por parte de ella fue un sí pero no lo llenó de alegría. No le gustaba percibir el sufrimiento de Naamah. Al contrario de antaño, ya no sentía placer por sentir el dolor de otros sino que parecía absorberlo hacía si mismo. Pero quería que todo siguiese igual. Tenerla a ella le daba seguridad.
Araziel observó el cuerpo inmóvil de Nalasa y sus heridas recién cosidas. Sintió un nudo en el estómago al contemplar el aspecto tan lastimero y sucio que mostraba. Desnudó por completo a la joven y la lavó utilizando las manos y el resto de su sabana sin importarle que se empapase su colchón de plumas y se ensuciase él.
Cuando acabó por quitarle la última mancha de suciedad del cuerpo, Araziel roció las heridas con alcohol y las vendó. Ahora estaba mucho mejor. La respiración de ella era superficial y su corazón latía despacio pero ya no peligraba su vida y si mantenían las heridas limpias y desinfectadas en unas semanas estaría completamente recuperada.
Se levantó de la cama y se dirigió a su armario del cual extrajo una capa. Envolvió el cuerpo desnudo de Nalasa y la cogió en brazos con sumo cuidado. Ahora debía instalarla en la que sería su habitación hasta que abandonase el castillo.
Araziel salió de su habitación y caminó despacio por el largo pasillo desierto e iluminado con algunas antorchas. No se escuchaba ningún sonido y eso erizaría el cabello de cualquier mortal. Pero sin duda, lo que más haría que un mortal saliese de allí despavorido sería el ver la gran luz que se acercaba al demonio. Pero aquella visión no era lo mejor después de todo.
- Señor Araziel - dijo una voz de niña procedente de la luz flotante que sobrevolaba la cabeza del susodicho.
Él no dijo nada y prosiguió su camino hasta la habitación que había preparado Marduk. La luz se adelantó y se coló por la puerta abriéndola tras su paso. El demonio se lo agradeció interiormente. Se sentía terriblemente cansado y casi desprovisto de sus poderes más insignificantes.
La habitación olía a jazmín - el olor que caracterizaba a Araziel - y sobre la cómoda había una jarra con agua fresa, un vaso y el gotero con la medicina que aliviaba el dolor. Las sabanas que cubrían la cama estaban retiradas y listas para recibir el cuerpo de Nalasa y para que él únicamente la arropara. Colocó a la joven contra el confortable lecho y la arropó sin quitarle su capa. Cuando despertase se sentiría mejor si algo cubría su desnudez aparte de una sabana.
- Señor Araziel - lo llamó de nuevo la voz. Él se volvió hacia la luz que había abandonado aquella apariencia y se había materializado con su forma fantasmal.
La joven fantasma flotó a cierta distancia observándole a él y a la humana que dormía en la cama.
- Entonces los murmullos de los diablillos eran ciertos - confirmó.
- ¿Es que alguna vez has dudado de la veracidad de los chismorreos de los diablillos?
- Casi siempre señor. Suelen inventarse cosas todo el tiempo.
Aquello le hizo sonreír. Ese espíritu siempre le decía cosas que le hacían reír y sentir un poco de felicidad a pesar de que hubiese sido el culpable de su muerte. Como la de todos los espíritus o “almas” que habitaban la torre de plata.
La fantasma se quedó mirando a la joven durmiente y abrió la boca incorpórea en forma de o.
- Pero si yo la conozco - dijo acercándose a Nalasa.
- ¿De verdad?-. El fantasma asintió haciendo que su imagen temblase.
- Sí, ella siempre fue buena conmigo.
Vaya aquello la hacía mucho más especial.
Araziel se dejó caer en la butaca más cercana colocada cerca de la cama y se frotó las sienes.
- Si has venido a cerciorarte de los cotilleos de los diablillos ya lo has hecho. Será mejor que vuelvas a la torre de plata con los demás.
La fantasma se encogió y apartó la mirada de Nalasa a la vez que se alejaba de ella.
- En verdad he venido porque estoy preocupada por ti señor.
Aquello lo cogió por sorpresa.
- ¿Qué estas preocupada por mí? No tienes que hacerlo estoy perfectamente.
Ella negó con la cabeza y la pena se reflejó en su rostro transparente.
- Eso no es verdad, todos sabemos que no estas bien, que te estás debilitando demasiado.
Condenados diablillos. Los asaría a la parrilla a todos por alcahuetas.
- ¿En eso si crees a los diablillos?
- Ellos no han dicho nada yo se lo he escuchado a Jezebeth.
Maldito fuera aquel cocinero metomentodo. Tantos años con diablillos como pinches había hecho que le contagiasen sus malas costumbres.
- Si así fuese no tienes de que preocuparte, nunca dejaría que os ocurriese nada a ninguno.
- ¡Pero nosotros no queremos que te pase nada! Yo no quiero que dejes de existir.
Araziel le dedicó una sonrisa cansada.
- No tienes que preocuparte tanto, aún me quedan muchos años por delante.
Ella no las tenía todas consigo.
- Pero casi nunca comes nada de lo que te prepara Jezebeth y tampoco duermes desde que yo… - y calló sin poder decir la palabra.
Morí, aquella palabra era lo que se palpaba en el aire.
Aquello no pudo rebatírselo pues era cierto. Hacía un año y medio que no dormía y ya comenzaba a necesitarlo. Pero no debía dormirse. ¿Y si Nalasa recobraba los sentidos y él no le administraba el analgésico para aliviarle el dolor que la atormentaría? Si ahora dormía lo haría durante dos días seguidos como mínimo y no podía permitírselo.
- Yo puedo ocuparme de ella si eso te preocupa - se ofreció la fantasma desesperada -. Marduk y yo podemos hacerlo para que tú descanses y después, cuando estés mejor podrás hacerlo tú. Todos ayudarán para que ella esté bien.
- Sabes que tenéis prohibido dejar la torre de plata - le dijo él como si fuese un profesor que explica una y otra vez la misma lección.
- Pero a veces haces la vista gorda y yo solo pretendo ayudarte. Por favor.
Derrotado ante aquellas súplicas, Araziel se dio por vencido y se levantó de la butaca.
- Está bien pequeña, dormiré. Pero si ocurriese algo grave, avisa a Samael para que me despierte ¿entendido?
Ella asintió con la cabeza visiblemente entusiasmada.
- Por supuesto señor Araziel.
El demonio acarició la superficie del rostro de la fantasma y ella le sonrió.
- Cuento contigo.
- No te defraudaré.
Él estaba completamente seguro de eso.
Miró a Nalasa por ultima vez y se contuvo para no acercarse y acariciar su rostro y sus labios. Estaba demasiado agotado y eso hacía que pensase y sintiese tonterías. Un buen sueño lo despejaría por completo.
Dejando al alma cuidar de la humana, él se fue a su habitación arrastrando los pies. Cuando llegó encontró que la acababan de limpiar y que sabanas limpias vestían un nuevo colchón de plumas. Todo estaba en orden y un olor a jazmín inundaba las cuatro paredes de piedra desnuda. Cualquiera diría que había habido un herido y manchas de sangre.
Araziel se dejó caer sobre la cama recién hecha y se acomodó con una sonrisa en los labios.
Bendito fuese Marduk.
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