Capitulo nueve
El culto del gran Dios
El día despuntaba al alba y Casya se estirazó en la gran cama vacía. Su marido hacía una hora que se había levantado para ocuparse de los quehaceres de la granja y ella debía hacer otro tanto. Se levantó y se vistió con un lindo vestido campestre de rayas blancas y azules a juego con el color de sus ojos. Se miró al espejo y se hizo una trenza que pasó por su cabello a modo de diadema.
Estaba esplendorosa e increíblemente bella. Su nueva vida de casada no había hecho más que acentuar su belleza natura. Ahora podía vestir sendos vestidos de buena tela y fino diseño que serían la envidia y la admiración de todos. Siempre supo que podría conseguir a un buen partido, que la amara y la consintiera como ella se merecía y Rale era todo lo que ella deseaba y lo amaba por ello.
Junto a él ya no tendría que trabajar deslomándose en la taberna del pueblo sirviendo cerveza barata y vino corriente a los borrachos sobones que querían ponerle la mano encima. Ahora era la respetable esposa del granjero más rico de Sanol y no tenía que mantener a nadie.
La imagen de su hermana se dibujó en su mente y la desechó instantáneamente. Nalasa era historia para ella. Aunque su hermana menor la había mimado y había trabajado el doble que ella - en el campo, en la panadería y haciendo vestidos por encargo - Casya nunca podría perdonarle su mala fe y su traición en el día de su boda.
Pero no había conseguido el propósito que ella se había impuesto. El gran Dios no se había sentido ofendido y su boda no había quedado manchada por la afrenta de la presencia de aquel demonio.
Desayunó en el gran comedor exquisitos bollos rellenos de crema mientras una de sus criadas se ocupaba de limpiar y de los quehaceres del hogar. Ella solo tenía que llevar la casa ordenando a su antojo y disfrutar de todo. Sonrió mientras se acababa su té.
Miró el reloj de cuco y se apresuró a acabarse el desayuno. No podía llegar tarde al sermón de maese Jioe en el templo. Llamando a Dawe a gritos, Casya se levantó de la mesa y fue en busca de sus guantes y su bolsito. La joven sirvienta apareció frente a su señora con el moño mal peinado y la ropa arrugada. Aquella chica era un desastre.
- Vamos o llegaremos tarde al templo - apremió a la sirvienta. Dawe cogió su chal y camino tras su señora hasta la calle.
El sol brillaba con fuerza en el cielo despejado de nubes llenándolo todo de esplendor. La recién casada sonrió dando gracias al gran Dios por aquel bonito día. En el fondo de su corazón, tenía miedo de salir a las calles del pueblo y que todos los vecino cuchucheasen y la acribillasen con preguntas personales. Pero con aquel día tan fantástico nada había de temer. Nadie le preguntaría si había consumado su matrimonio o si Rale pensaría en repudiarla. Todos y cada uno de sus vecinos darían por echo que los recién casados eran sumamente felices lo cual era cierto.
Pero había una mancha negra en todo aquello: su hermana. No la había vuelto a ver desde el instante en que el sacerdote irrumpió en su casa para solucionarlo todo.
Espero que maese Jioe se haya ocupado del problema y lo comunique hoy en el sermón - pensó la joven sin dejar de mostrar un semblante radiante.
El templo era la construcción más impresionante e importante de todo el pueblo. De una altura aproximada de doce metros, se alzaban hacía el cielo las columnas que sujetaban el techo de mármol que coronaba el templo. El edificio era todo de piedra y mármol para que fuese resistente al fuego y a los elementos. La entrada estaba coronada con la inscripción de unas runas extrañas, musgo y enredaderas diversas decoraban los escalones y las columnas de la entrada.
Casya y casi todos lo habitantes del pueblo - menos los que estaban trabajando o los niños que estaban en la escuela - se encontraban ya sentados en los bancos de madera o entrando al igual que ella por la gran obertura principal que dejaban las dos puertas de hierro en forma de reja. La joven tomó asiento en la primera fila donde la esperaba su esposo mientras Dawe se sentaba en una de las últimas filas. Dedicándole una sonrisa luminosa a su marido, se sentó a su lado y él le tomó la mano. Entrelazaron sus dedos y se dedicaron una sonrisa cómplice. Aquello no estaba en el guión pero, por el rabillo del ojo vio como la gente les contemplaba con una sonrisa en los labios y se disipaban cualquier duda sobre su felicidad.
- ¿Cómo te ha ido la mañana? - le susurró ella.
- Bien. Solo me arrepiento de haberme levantado de la cama y dejarte sola.
Ella soltó una risita y él la miró de forma intensa. Rale era tan apasionado y fogoso que sus dos noches juntos habían sido las más dichosas de Casya. Nunca hubiese pensado que compartir el lecho conyugal y hacer el amor fuese tan maravilloso.
- Esta tarde me la puedo tomar libre - le dijo su esposo en tono conspirador. Ella le dedicó una caída de ojos y se pasó la lengua por el labio inferior de forma distraída.
- Entonces ordenaré que te preparen un baño en el cual espero estar invitada.
- Tú eres bien recibida siempre mi amor.- Los susurros de la pareja acabaron justo en el instante que hacía su entrada triunfal el sacerdote del pueblo.
Jioe apareció del lateral izquierdo de la sala principal del templo con las manos unidas en forma de plegaria. Todos le imitaron y juntaron las manos mientras oraban a su dios.
- Oh gran Dios que todo lo ves - salmodió Jioe mientras se dirigía al altar - llénanos con tu sabiduría para guiar nuestro camino en este mundo mortal donde el mal acecha. Oh gran Dios que todo lo ves te rogamos que nos llenes con tu gracia y bendigas nuestras buenas acciones y castigues nuestros errores y pecados. Tú eres nuestro juez, nuestro verdugo y nuestro salvador.
Todo quedó en silencio. Maese Jioe se colocó tras el altar y colocó las dos manos sobre la losa de piedra antes de hablar:
- Todos sabéis que dos de nuestros jóvenes contrajeron matrimonio hace dos días. Matrimonio que el gran Dios contempló desde su santuario celestial y bendijo con su santa gloria y poder. No obstante algo quiso manchar la felicidad que nuestro dios les había otorgado. Un demonio apareció con la intención de maldecir tan casta unión y mancillar a nuestro bienamado gran Dios.
Jioe calló mientras la multitud, concentrada y embelesada en sus palabras, esperaban impacientes que el hombre volviese a hablar. Casya lo deseó más que ninguno de los presentes.
- No solo Araziel el demonio se atrevió a atacar nuestras creencias sino que se atrevió a bailar con la hermana de la novia y a besarla con el consentimiento de ella. Por celos, Nalasa se había confabulado con el demonio para destruir la felicidad de su hermana. Pero al gran Dios no se le puede engañas y me confió aquel conocimiento.
Los habitantes de Sanol contuvieron el aliento mientras el corazón de Casya palpitaba lleno de ira y de rabia. Y pensar que Nalasa se lo había negado todo una y mil veces. Era una maldita bellaca desagradecida.
- Fui a ver a Nalasa tal y como me pedía mi dios para castigarla por su pecado e intentar traerla de regreso al buen camino a base de la penitencia que él, en su misericordia, otorgara para perdonar aquella afrenta. Pero ella se negó alegando que no se arrepentía de sus actos y huyó en la noche hacia el castillo de las almas.
La multitud no pudo mantenerse callada y comenzaron a hablar todos a la vez:
- Desvergonzada.
- Criatura desalmada y malvada.
- Después de todo lo que ha hecho su hermana para que no le faltara de nada.
- Incluso tenía pensado casarla con uno de los primos de su marido, un buen partido sin duda y más de lo que se merece.
Jioe pidió silencio alzando sus manos y mirando a sus fieles intensamente.
- El demonio la había despojado de su alma al igual que de su cordura y ya nada se podía hacer por ella. Por eso el gran Dios a dictado quemar su casa y todas sus pertenencias al igual que hay que desterrar su recuerdo de nuestras mentes. Nalasa está condenada al sufrimiento eterno.
El sacerdote juntó de nuevo las manos y comenzó a cantar una melodía ininteligible en el idioma del supremo. Cuando acabó de cantar, Jioe se acercó a una Casya llena de odio y resentimiento. Nunca había odiado a nadie tan intensamente como ahora odiaba a su hermana.
- Casya, eres la encargada de prender la antorcha que destruirá la mancha que tu hermana a dejado en ti y en todos nosotros. El gran Dios a dictado su sentencia y hay que cumplirla de inmediato.
Poniéndose totalmente erguida, Casya tomó las manos de Jioe entre las suyas.
- Se hará como dicta el gran Dios.
No se perdió el tiempo. Al salir del templo, todos fueron a la solitaria y pequeña casa que había habitado Nalasa y Casya durante diez largos años y la hermana mayor tomó la antorcha de la redención. La casa endeble de madera no tardó en arder con todo lo que había dentro al igual que el corazón de Casya ardía en su interior. Ella sería feliz junto a su marido y sería salvada cuando muriese mientras que su hermana sufriría para siempre el tormento eterno.
Que así fuese.
Odio, desesperación, ira, rabia.
Dolor
Todos aquellos sentimientos se podían respirar en el aire junto con el humo. Las llamas lamían la madera y poco a poco todo comenzó a arder de forma asombrosamente rápida. Las chispas cripetaban mientras la estructura de madera iba cayendo por su propio peso.
La mirada de los aldeanos de Sanol emulaba la del mismísimo fuego y las llamas danzaban en su iris como si fueren diablos. La sonrisa en sus labios no podría ser mas dichosa. Su gran señor y Dios estaría satisfecho ante la cantidad de odio que podía absorber de aquellos estúpidos seres humanos. El ser superior que tanto adoraban y obedecían, se alimentaba de todos sus sentimientos negativos y de los sufrimientos de sus corazones.
El gran Dios no era amor y benebolencia.
El gran Dios era odio y destrucción. Aquel era su verdadero culto.
¿No se habían dado cuenta? Les cegaba el odio y la fe ciega.
Las llamas y el humano habían alcanzado una considerable altura mientras la gente, hipnotizada, contemplaba aquel acto destructivo con el convencimiento de que estaban haciendo lo correcto.
Algún día se arrepentirían de ello.
Pero ya sería demasiado tarde.
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