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Capitulo dos

 Maldición

- ¿Cómo has podido hacer esto el día de mi boda? - dijo por enésima vez Casya sin dejar de llorar.

La fiesta había terminado antes de lo previsto cuando Casya se había acercado a su hermana menor y la había abofeteado delante de todo el pueblo. El golpe había sorprendido tanto a Nalasa que aún no había podido reaccionar y eso que ya llevaba más de diez minutos en el nuevo hogar de su hermana: la granja de Rale.

Todo lo sucedido en la boda había sido demasiado para ella, tanto, que aún no había podido procesar y considerar toda la repercusión que tendría en su vida el haber bailado con un demonio y haberse besado con él.

- Has mancillado mi ceremonia con un acto diabólico y pecaminoso - continuó su hermana hablando cada vez más alto -. ¡Yo que iba a traerte a vivir conmigo y había hablado con Rale para casarte con uno de sus primos! Y ahora, por tu vanidad y tus celos lo has echado todo a perder. ¡ Has maldecido mi unión!

Aquella última frase la hizo reaccionar. Nalasa alzó la mirada y miró a su hermana llena de dolor. ¿Cómo podía pensar eso de ella? Sería incapaz de maldecir el matrimonio de su hermana, la quería demasiado para desearle ningún mal a ella, lo único que le quedaba en el mundo. 

Casya era su única familia.

- Yo no sabía que ese joven era Araziel - dijo en su defensa, la cual era bien cierta -. Todo ocurrió muy deprisa. Cuando me quise dar cuenta ya estaba bailando con él.

- ¡No te atrevas a pronunciar el nombre de ese demonio roba almas! - el grito de Casya fue tan fuerte que hizo que Rale - que estaba presente en la sala pero que no había dicho ni una palabra - se levantara de su butaca acolchada y se colocase tras su mujer a modo apaciguador.

- Yo solamente… - comenzó Nalasa.

- Cállate, no tienes excusas ni perdón.

La muchacha sintió que se le partía el corazón en dos y la inundaba la rabia. Su hermana estaba siendo injusta con ella y todo por que no había sabido reconocer que aquel apuesto y seductor joven desconocido era el demonio que vivía en el castillo de las almas que estaba apostado sobre el valle que rodeaba Sanol. 

- Por supuesto que tengo excusa y perdón. Yo no sabía que era él y vosotros tampoco. Solamente quedó al descubierto su identidad cuando dijo su nombre y desapareció a la nada.

Casya palideció más todavía y Rale se puso más colorado que un tomate maduro. En el fondo, ellos sabían que Nalasa era inocente pero su cultura religiosa era demasiado cerrada y ciega para ver más allá de las escrituras sagradas y los sermones del sacerdote siervo del gran Dios. 

El gran Dios que todo era obediencia y sacrificio, el que no toleraba ni la diferencia ni el placer. Ese gran Dios solo conocía el dolor y el arrepentimiento para que los mortales tuviesen la salvación. Solo su palabra era ley y nada más.

Nalasa no estaba de acuerdo con eso. No podía creer que un dios pudiese ser tan cruel y despiadado. Simplemente no creía en él. No podía creer que todo lo que concernía al ser humano fuese malvado y que un sacerdote tuviese que guiarlos por orden divina.

Ella no había hecho nada malo y ya la querían enviar al paredón.

- Ese demonio te a embrujado la razón - dijo Rale tras su esposa.

- Le a robado el alma - susurró asqueada y horrorizada Casya.

- No me ha hecho nada de lo que estáis diciendo. - Nalasa estaba comenzando a perder la paciencia y en su fuero interno, sabía que saldría perjudicada. Lo mejor sería callar, aceptar las reprimendas de su hermana e ir a ver al sacerdote para que la exorcizara del poder diabólico que Araziel había depositado en ella.

- Por supuesto que sí, te ha besado y es así como los demonios roban el alma - su hermana se santiguó poniendo dos dedos sobre su frente - . ¿Se te ha olvidado lo que le hizo a la hija de la carnicera? La despojó de su alma y de su virginidad y el sacerdote Jioe tuvo que aliviar su sufrimiento.

Aliviar su sufrimiento.

Lo que le hizo Jioe fue para Fava peor que haber sido deshonrada por Araziel. Le rasuró el cabello y la paseó descalza y desnuda el día más crudo del invierno pasado hasta que toda ella se puso morada y después azul por el frío. Aquel era el castigo que había impuesto para ella el gran Dios. Para que quedase pura y limpia de sus pecados, Fava tenía que permanecer toda la noche desnuda ante el frío. Si sobrevivía habría sido perdonada, si no, el gran Dios se llevaría lo que quedase de su alma al crematorio para que su pecado fuese olvidado y su cuerpo corrompido destruido.

A la mañana siguiente encontraron a Fava muerta.

- ¿Encuentras que morir congelada alivia el sufrimiento? - le preguntó mirando sus ojos azules. La expresión de Casya respondió su pregunta.

Si. 

Si era un alivio morir para expirar tu maldad y tus pecados. ¿De verdad su hermana creía que ella había pecado por un baile? ¿Por un beso? ¿De verdad creía que todo aquello lo había planeado ella para manchar su unión? ¿Tan poco la conocía? No podía ser verdad.

Casya suspiró y se recostó en el cuerpo de su marido mientras cerraba los ojos y se limpiaba los restos de lágrimas de sus mejillas. Rale le dio un beso en el pelo y ella le susurró algo que Nalasa no pudo llegar a oír. El hombre asintió  y soltó a su esposa  antes de dar media vuelta y marcharse dejando a las dos hermanas solas. Cuando se cerró la puerta de la habitación, Casya se acercó a ella tiesa como un palo y con la cara cenicienta.

- Mañana irás a que el sacerdote Jioe te exorcice y el gran Dios te perdone por lo que has hecho. Solo así todo volverá a ser como antes.

El pesar inundó el pecho de Nalasa y un gran dolor se abrió allí donde, hacía solo unas horas, había sentido dicha. Aunque esa dicha hubiese sido por los coqueteos de un demonio. Decididamente estaba perdiendo la cabeza. Su vida ya era un fiasco como par que ahora fuese el mayor tormento del mundo. Ella nunca había creído en el gran Dios pero sabía que los demonios no eran santos.

Pero su vida había sido tan difícil desde que llegó al pueblo con su hermana y ahora había empeorado todo por una tontería.

- No voy a ir a ver a Jioe - dijo con firmeza mirando las llamas de las velas del candelabro situado sobre la repisa de la chimenea apagada.

Casya volvió a abofetearla. Está vez más fuerte que la vez anterior y más inesperada todavía, tanto, que Nalasa cayó al suelo de culo.

- ¿Por qué eres tan mala y envidiosa? Todos tienen razón, me tienes tanta envidia que has planeado esto para enfurecer al gran Dios y que mi matrimonio sea desgraciado.

- ¡Eso no es cierto! - replicó la muchacha desde el suelo masajeando su mejilla dolorida.

- ¡Atrévete a negarlo hermana! Dime que nunca me has tenido envidia. Dime que nunca has deseado ser yo.

Nalasa, completamente enmudecida, se levantó con dificultad del suelo. ¿Se notaba tanto aquellos oscuros deseos de su corazón? ¿Tan trasparente era el deseo de ser tan bonita como su hermana para que nadie la despreciase por ser tan normal? Puede que tuviese muchos defectos, pero no era ninguna mentirosa. No tenía la cara suficiente para decirle a su hermana que aquello no era cierto.

- Maese Jioe me lo dijo cuando fui a confesarme antes de la boda. Me dijo el oscuro secreto que guardabas en tu interior: tu envidia por mí y tu deseo de que fuese infeliz.

¿Cómo? ¿Jioe le había dicho aquello a Casya? ¿Tanto poder tenía aquel hombre que leía el corazón de las personas? ¿Tan cruel era para añadirle una mentira semejante a su hermana?

- ¡Eso es mentira, yo no he deseado nunca tu infelicidad!

- No mientas y blasfemes al maese que es un enviado del gran Dios. Tampoco insultes mi inteligencia pues ya tengo bastante con haberte defendido delante de Jioe argumentando que el gran Dios debía haberse equivocado contigo.

- ¿Pero como puedes estar tan ciega con ese gran Dios? Nuestros padres no nos criaron con esas creencias ¿Cómo puedes ser tan boba de creer a un dios tan malvado y cruel?

Los ojos azules de Casya volvieron a llenarse de lágrimas.

- ¿Te estas oyendo? ¿Escuchas lo que dices? No te reconozco. No eres tu Nalasa, no eres mi hermana. Tu cuerpo es el suyo pero no sus palabras. Ella no era así, eres un demonio donde antes estaba su alma.

Aquello acabó con Nalasa. Su corazón se rompió en mil pedazos y la invadió un vacío tan enorme que se quedó sin habla. Había perdido a lo único que tenía en el mundo, a lo que más quería. Y todo por un baile con un demonio y las maquinaciones de un maldito sacerdote pagano. 

La campana de la puerta sonó ante el silencio frío que había invadido la casa y una de las criadas de la granja fue a abrir la puerta. No tardó la joven sirvienta en tocar a la puerta de la sala y asomar su cabeza.

- Señora tiene una visita del maese Jioe.

Con el rostro lleno de alivio, Casya se precipitó a la puerta para abrirla totalmente y dejar pasar a su salvador: el sacerdote de su gran Dios.

Jioe era un hombre de cuarenta y tres años bajito y completamente calvo. En su cuerpo no había sombra de vello y tampoco tenía cejas haciendo que su aspecto fuese poco agradable y poco bondadoso. El gran Dios no regalaba la bondad, solo la daba a los fieles que seguían su doctrina y se ganaban su piedad. Eso era lo que el aspecto de los sacerdotes tenía que demostrar.

Dureza y autoridad.

El hombre, sonrió sin mostrar los dientes de una forma calculadora e hizo que un escalofrío recorriese la espalda de Nalasa. En cambio, en su hermana, se había producido un cambio muy perceptible en su lenguaje corporal: el alivio. El alivio de saber que el problema ya no tenía que estar ni en sus manos ni en su conciencia, simplemente se lo entregaba al sacerdote del gran Dios para que él mismo hiciese su sentencia. 

- Gracias a Dios que estáis aquí maese - saludó al sacerdote haciéndole una reverencia y besando sus dos manos- . Ya no sabía que hacer.

- No te preocupes querida, esto es asunto del gran Dios y los pecadores. Ves con tu marido y no te preocupes por nada. 

Casya asintió y sin mirar a Nalasa, se marchó junto con su joven criada.

El sacerdote y ella se miraron y los ojos de un negro profundo del hombre helaron la sangre de la joven. 

- Nalasa - dijo con voz profunda - has violado las leyes del gran Dios por vanidad y celos y por ello debes ser castigada para expirar tus pecados.

La muchacha se puso a la defensiva con todo su cuerpo en tensión.

- No he pecado y por ello no debo ser castigada - le espetó al sacerdote haciendo florecer su orgullo.

- Estas pecando de orgullosa y de sabihonda jovencita. No te atrevas a contradecir el gran poder de Dios.

- Y usted no se atreva a culparme de algo de lo cual no me avergüenzo.

¿De verdad había sido capaz de decir eso? ¿De donde estaba sacando aquel valor que no sentía? Puede que fuese soberbia o puede que fuese la rabia que la empujaba al sentir aquellas acusaciones absurdas. O puede que fuese porque odiaba aquel hombre y a su dios que habían echo que su hermana le diese la espalda cuando más la necesitaba. Casya había renegado de ella por culpa de aquel hombre endemoniado.

- Sé que no te avergüenzas. - Jioe se acercó más a Nalasa hasta quedar cara a cara con ella -. Sé que has sentido cuando Araziel te ha hablado. Has sentido que el corazón te latía muy deprisa, tanto que creías que se te iba a salir del pecho. También has sentido devoción por él ante su belleza y ante su clase a la hora de bailar. Y cuando te ha besado… - rió entre dientes - has querido que no te soltara nunca.

La joven dio un paso atrás asustada. ¿Cómo se atrevía aquel hombre a leer dentro de ella? Había desnudado su interior como si estuviese leyendo las palabras escritas en un libro abierto.

- Todas las jóvenes caéis como moscas en sus redes y él solo pretende quedarse con vuestro don más preciado: vuestra honra. - El sacerdote agarró el brazo de Nalasa y apretó sus robustos dedos haciéndole daño a la joven -. Ahora aprenderás qué les pasas a las niñas desobediente.

- Suélteme maldito enfermo. Usted es tan malvado como un demonio ¡engañó a mi hermana!

Jioe sonrió mostrando su dentadura blanca y perfectaapretando más su agarre. Nalasa intentó soltarse pero fue imposible: contras más tiraba ella más apretaba él. Si seguía así le iba a arrancar el brazo.

- ¿De verdad he engañado a tu pobre hermana? ¿De verdad eres tan cínica pequeña Nalasa? No pensaba eso de ti.

- Es cierto que siempre e envidiado su belleza física pero no era envidia malsana ni malvada. Simplemente deseaba ser como ella y poder ser feliz, pero nunca he deseado que fuese desdichada.

El hombre la miró fijamente sin aflojar su agarre mientras sus labios se tornaban una fina línea. Con una rapidez sorprendente, Jioe colocó su mano libre en la frente de la muchacha y apretó la palma con fuerza sobre su piel. Un dolor sordo atravesó el cráneo de Nalasa a la vez que sentí una gran quemazón allí donde las manos del sacerdote tocaban su piel.

- Eres un peligro para mí y mi gran señor humana - siseó con una voz que no parecía de este mundo. 

El dolor fue en aumento y Nalasa no pudo evitar gritar cuando sintió como se quemaba su piel de la frente y del brazo. Quería soltarse y salir corriendo de las garras demoníacas del sacerdote, pero no podía moverse. Estaba inmovilizada por alguna fuerza sobrenatural aparte de por el inmenso dolor que la estaba atravesando.

- Yo te maldigo Nalasa para toda la eternidad hasta más allá del día de tu muerte. Ningún humano podrá verte ni tocarte nunca más y tú jamás conseguirás alcanzar el gran deseo que oculta tu corazón. 

Unas llamas verdes atravesaron su cuerpo mientras sentía que en su frente se grababa a fuego algún especie de símbolo. Una espesa oscuridad se apoderó de ella y todo lo que pudo ver y sentir fue una negrura aterradora antes de perder la conciencia. 

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