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Capítulo único


Cuenta la leyenda que si entras al reino, atraviesas el castillo y subes a la torre principal sin derramar una sola lágrima, podrás entrar a la habitación de la bella durmiente, y así romperás la maldición.

Destiel, mientras se ponía la armadura de su hermano―quien solía ser un caballero muy talentoso hasta que perdió su brazo en batalla―recordó a su abuela contándole aquella historia. Era invierno y los días eran cortos. Él disfrutaba ciruelas en conserva, feliz de no tener que trabajar en la granja familiar como en la primavera.

―La bella durmiente ha estado en el castillo desde que tengo memoria―dijo la anciana―. Y mientras la maldición siga latente, las doncellas del reino seguirán desapareciendo.

Cada año la maldición se llevaba a dos mujeres jóvenes y hermosas. No importaba si se encontraban en el bosque recogiendo naranjas, o durmiendo en sus hogares. Todas ellas se iban para no volver.

"Y ahora Firia es una de ellas" pensó Destiel, y una lágrima resbaló por su mejilla. Sólo ahora podía darse el lujo de llorar. Enjugó sus ojos con el dorso de su mano y estiró un brazo frente a él. La armadura era pesada, y tardó en ponérsela, pero una vez terminó, se volvió ligera de repente. Su hermano le había dicho que fue creada con sangre de hada de lavanda, por lo que tenía bastante magia. Destiel admiró el brillo plateado de la armadura y regresó al baúl, donde había una daga y una espada. La primera la escondió en una de sus botas, y la segunda la guardó en su respectiva vaina, para después colgársela a un costado. Nunca había empuñado una antes, y sintió algo de alivio al tenerla junto a él. Por último, el joven trenzó su largo cabello castaño, y al final lo ató con un listón azul que había pertenecido a Firia. Era su favorito. Destiel besó el moño y fue a su habitación por su talega con víveres y agua, para luego dirigirse a las caballerizas. Era muy temprano aún, y el sol, tímido, apenas se asomaba. El hermano, padre y madre del chico estaban ahí, esperándolo. La mujer sollozaba cubriéndose la nariz con un pañuelo.

―Por favor, Dess―le dijo―. No vayas, te lo imploro.

―Tengo que hacerlo―respondió él, yendo con Nuncanoche, su yegua favorita.

―Por favor...

La voz de la madre era apenas audible.

―Tengo que hacerlo por Firia.

―¡Será en vano!―la mujer corrió hacia él y lo tomó de los hombros―. ¡No volverás con vida, entiende! ¡Eres muy sensible, lloras leyendo novelas! ¡Morirás antes de siquiera entrar al castillo!

Destiel no se inmutó. Contempló sus enormes ojos castaños, idénticos a los de él. La tristeza y amargura deformaban sus rasgos. Ella nunca le había gritado antes.

―Volveré, mamá. Y vengaré a Firia.

―Cientos de príncipes y caballeros lo han intentado, y ninguno ha vuelto. Incluso los magos más poderosos han muerto ahí. Tú solo eres un muchacho, Destiel. Eres mi pequeño...―bajó la mirada―. No quiero perderte.

Él besó su frente.

―No me perderás.

El padre y el hermano mayor nunca se opusieron a su decisión. Sabían que el joven no estaría en paz hasta salvar a la bella durmiente. Firia jamás podría volver, pero así ninguna otra mujer desaparecería. Nadie tendría que pasar por el dolor que lo había consumido por dentro.

Padre y hermano abrazaron a Destiel, y él montó a Nuncanoche y empezó su camino sin voltear a verlos. Los gemidos lastimeros de su madre se alejaron junto con el aroma a animales de granja, y se adentró al bosque, dejando su pueblo atrás. Destiel se concentró en la melodía de un río lejano, tratando de no pensar en Firia, en su madre y en los horrores que lo aguardaban. ¿A qué bestias tendría que enfrentarse al llegar al reino? ¿El castillo le arrancaría todas sus lágrimas?

Destiel vio los rayos de sol que atravesaban los árboles, tan altos como torres. Él apretó el mango de su espada para calmarse. Nunca había sido un guerrero, ni había peleado con alguien, mas poseía el valor de aquellos que ya no tienen nada que perder. Nuncanoche aceleró su trote, ya casi llegaban a la frontera. Los ojos de Destiel se llenaron de lágrimas, y tiró de las riendas al ver el primer árbol de hojas azules.

"A partir de aquí inicia el reino" pensó.

Sacó un pañuelo de su talega y secó su llanto. Le temblaba todo el cuerpo.

"Por favor, no me traiciones" se dijo a sí mismo.

Se puso la trenza sobre el hombro y acarició el moño azul, después lo acercó a su rostro. Aún olía a su amada; una mezcla de esencia de vainilla, jengibre caramelizado y chocolate blanco. Eso bastó para tranquilizarlo.

Puso su mente en blanco una vez más, y Nuncanoche reanudó su camino. Destiel admiró los árboles azules con una leve sonrisa, pasó por un lago y le pareció ver a una chica frente a él, una joven menuda de cabello rojo. Ella volteó lentamente, y él se estremeció al ver el rostro de Firia. Sintió un pinchazo en el lugar del corazón, cerró los ojos con fuerza y se repitió una y otra vez que ella no era real.

―¡Vámonos, Nuncanoche!―exclamó, y el animal trotó hasta que llegaron al reino. Destiel no abrió los ojos hasta que su yegua se detuvo. Frente a él se encontraba la capital del reino, un lugar precioso de edificios rosa pastel y calles limpias. El joven, perplejo, bajó de Nuncanoche. No parecía que hubieran pasado casi cien años desde que un hada de sangre hechizó a la princesa, e hizo que todos en el castillo y su capital cayeran dormidos igual que ella. El lugar estaba inmaculado, las ventanas relucientes, los rosales y arbustos recién podados. Destiel sacó una hogaza de pan de su talega y la comió sin dejar de caminar, seguido de su yegua. Aspiró el aire puro, y abrió los ojos a toda su expresión al ver a un hombre y a su perro dormidos justo frente a la puerta de su casa, Sus ropas estaban impecables, y no tenían polvo. Pareciera que se durmieron hacía unos minutos. Dess siguió avanzando y al poco rato vio una panadería. Pensó en Firia, quien soléa trabajar en una.

―Iré a echar un vistazo―le dijo a Nuncanoche, quien relinchó. Al entrar, Destiel fue invadido por la calidez de los panes y el café que hervía en algún lugar de la trastienda. Sintió la tentación de tomar uno de los panes―Había en forma de flores, nubes y camaleones―pero se abstuvo, y dio una mordida al suyo. Fue al mostrador principal y se asomó al otro lado, donde dormía una joven con delantal en el suelo, hecha ovillo. Su cabellera rubia le cubría la mitad del rostro.

Destiel aspiró el aroma del azúcar y la mantequilla una vez más, y se fue. A lo lejos vislumbró el castillo, no podía creer que había logrado llegar hasta ahí. Montó a Nuncanoche, esforzándose en ignorar la voz dulce de Firia, quien comenzaba a cantar en sus oídos como si la tuviera justo detrás de él, abrazándole la cintura igual a cuando salían a las afueras del pueblo sobre la yegua, y refrescaban sus pies en un lago cristalino. Ella solía acortar sus faldas hasta las rodillas, así que nunca se mojaba. Muchos solían considerarla una mujer vulgar por eso, mas a Destiel le fascinaba. Además, ¿qué tenía de malo? Los hombres también suelen mostrar las pantorrillas durante el verano.

"Firia era una mujer única" pensó "Nunca le dio miedo ser ella misma".

Recordó la primera vez que la vio tras el mostrador de la panadería Larkin, con su listón azul en el pelo y sombra plateada en los ojos. Destiel, de entonces catorce años, quedó perdidamente enamorado; iba todos los días a comprar galletas de chocolate. Él sonrió al evocar el rostro sonrojado de Firia cuando le confesó sus sentimientos.

―Yo también estoy enamorada de ti, Dess―dijo―. Cuidaré de tu corazón si tú cuidas del mío.

Destiel se detuvo a poca distancia del castillo. Cuatro guardias dormían junto a la entrada. Había rosales trepadores bloqueando todas las ventanas, y palpitaban como si fueran venas. El joven puso su espada frente a él, listo para defenderse.

―Tú espera aquí―le dijo a Nuncanoche, y ella se inclinó para acariciar su cabeza con su hocico.

―Estaré bien―le dijo Destiel, y entró. Lo primero que vio fueron el par de tronos vacíos, rodeados de rosas y espinas. Las flores eran cinco veces más grandes a las que él había visto en el pueblo. Justo en medio de ambos tronos, yacía el esqueleto de un príncipe cuyo emblema en la armadura no pudo reconocer. Se había encajado su propia espada en el abdomen, o quizá los rosales lo hicieron. Destiel los vio moverse en las paredes como serpientes, pero no se acercaban a él.

"Mientras no llore estaré bien" se dijo a sí mismo, manteniendo la espada frente a él. "No me traiciones, no me traiciones, no me traiciones..."

Se dirigió al salón de banquetes, sorprendido de que no hubieran monstruos. Ahí se encontró con los cadáveres de otros nueve hombres.

"El hada no necesita de mucho para evitar que lleguen a la alcoba de la princesa" pensó, tratando de calmar sus manos trémulas. Se dio media vuelta para buscar las escaleras que lo llevarían a la torre, y fue sorprendido por una rosa que, al abrirse, lo roció con un líquido púrpura de brillo nacarado que lo hizo perder el equilibrio. Destiel soltó su espada y tosió, para después caer de rodillas en el piso. Comenzó a sentir un nudo en la garganta, ese veneno le estaba arrancando recuerdos que no quería evocar en ese momento; vio el rostro alegre de Firia en su cumpleaños dieciocho, comiendo un pedazo enorme de pastel de fresa. Destiel contuvo un suspiro, era cada vez más bella.

―¿No te... no te da miedo?―le preguntó.

Firia engulló otro bocado.

―¿Qué cosa?

El chico desvió la mirada un momento.

―Desaparecer...

El año anterior, la maldición había reclamado la vida de una amiga de Firia, y desde entonces Destiel no dejaba de pensar en que tarde o temprano ella sería la siguiente. Firia sonrió. Había calma en sus ojos.

―Si eso llega a pasar, no tendré miedo. Estoy muy agradecida por la vida que tengo, y la disfrutaré el tiempo que dure.

Destiel apretó sus labios temblorosos. Otras cuatro rosas se arrastraron hacia él, y lo rociaban una y otra vez; el chico se cubrió la nariz con ambas manos y cerró los ojos. Pensó en Firia dos semanas antes de que desapareciera, luciendo hermosa con el delantal de su trabajo. Le había traído un par de magdalenas de chocolate. Les encantaba comer junto a la chimenea.

―Oye, Dess―dijo ella―. ¿Recuerdas lo que me preguntaste hace tres años?

Él dio un sorbo a su té.

―Sí lo recuerdo...

La joven, sin previo aviso, se inclinó hacia él y lo tomó del rostro con ambas manos.

―Pues he cambiado de opinión. Ahora sí tengo miedo a desaparecer.

Breve silencio. Firia besó la punta de su nariz.

―No hay nada que desee más en el mundo que envejecer contigo―dijo―. Tengo miedo de no poder cumplir ese sueño.

Cada vez había más rosas. Sus tallos empezaban a enredarse en las piernas de Destiel, quien seguía esforzándose en mantener sus emociones a raya.

―No...―musitó con la voz herida. Esto era peor que una puñalada.

Él había llorado frente a Firia muchas veces, y ella siempre admiró su sensibilidad. Le dijo que jamás había conocido a un hombre tan abierto con sus emociones. Destiel lloraba cuando estaba muy feliz o cuando alguien le decía algo hiriente, nunca podía evitarlo, por más que lo intentara. Fue después de comenzar su relación con ella que dejó de sentir pena por sus lágrimas.

Dess, aún sin abrir los ojos, buscó a tientas la espada. Estaba al borde del llanto, le temblaban las manos y su corazón se aceleraba cada vez más.

"No me traiciones, por favor, estamos muy cerca".

El joven tomó su trenza y apretó el moño azul contra su pecho. Todo esto era por Firia, ya después tendría tiempo de llorar por ella, toda su vida si así lo quería. Pero ahora tenía una misión. Encontró el mango de la espada, y con ambas manos, lo alzó y cortó el tallo de varias rosas, las cuales se retorcieron y sangraron. El veneno se dispersó un poco, y él abrió los ojos. Sintió cómo el agarre en sus piernas flaqueaba, y se levantó del suelo. Las demás rosas percibieron su valentía y se alejaron, abriéndole el paso.

Destiel subió unas escaleras que lo hicieron llegar a un pasillo, cuyo final era una puerta roja. Él apuró el paso y la abrió, se asomó y lo primero que vio fue el bonito perfil de la princesa, acostada boca arriba en su cama, con los brazos a sus costados. Destiel entró, tembloroso una vez más. Dejó la espada junto al tocador de oro y se quedó un rato ahí, inmóvil, contemplando a la bella durmiente; su largo cabello negro se esparcía sobre la sábana como tinta derramada, tenía las pestañas más largas y oscuras que él había visto. La joven lucía pálida, su piel contrastaba con su vestido magenta. Destiel contuvo un suspiro. Sabía lo que debía hacer después. Caminó hacia ella y se arrodilló a su lado. Recordó a su abuela contándole la leyenda:

"Después de pincharse el dedo, la bella durmiente estará condenada a permanecer así..."

Destiel apretó los labios.

"... Pero solo durante el día".

El joven tomó aire y exhaló.

―Su alteza―musitó, como si ella pudiera oírlo. Él se inclinó lentamente.

"Al caer la noche, las cosas son diferentes".

Destiel tomó la daga que escondió en una de sus botas, y sin dudarlo ni un segundo, la encajó en el pecho de la princesa, quien se estremeció.

"Cuando ya no hay luz del sol, la princesa se convierte en una mujer de sombra, y abandona el castillo para acechar a su próxima víctima. El hada la despojó de su humanidad, y la convirtió en un monstruo sediento de sangre".

La princesa abrió los ojos de golpe, eran de un carmesí muy intenso, como el interior de una granada. Un chillido animal escapó de sus labios, y Destiel vio sus afilados colmillos, aquellos que acabaron con la vida de Firia. La princesa se retorció, gimiendo. Trataba de encajar sus uñas en los brazos de Destiel, quien hundió aún más la daga.

"La bella durmiente está condenada a acechar y a matar a dos mujeres al año, hermosas y jóvenes como alguna vez lo fue ella. Beberá toda su sangre, y su alma no descansará hasta que alguien la rescate".

Las uñas afiladas de la princesa comenzaban a penetrar la armadura, mas aún así Destiel no soltó el arma. Pensó en Firia, en la amiga de ésta, en su abuela contándole la mañana en la que, con solo seis años, despertó y vio que su madre había desaparecido. Destiel pensó en la princesa, quien sufrió todos estos años. Era momento de que al fin descansara.

La bella durmiente escupió sangre, y gritó cuando Destiel usó ambas manos para seguir clavando el filo en su interior. Ya se estaba debilitando, Dess podía sentirlo.

―Pronto usted estará en un lugar mejor―musitó, viéndola agonizar.

La joven, con sus últimas fuerzas, posó su mano sobre la de Destiel. Sus ojos recuperaban su color original: un negro tan oscuro como su cabello y pestañas. La bella lo miró con una leve sonrisa, y exhaló su último aliento. Destiel sacó la daga de su carne, y la tiró al suelo, jadeante. Vio a la princesa una última vez y bajó las escaleras; los rosales estaban secándose, y los sirvientes que dormían en el suelo comenzaban a removerse. Despertarían muy pronto. Salió y vio que Nuncanoche no se había movido de su lugar, y que una joven vestida de blanco estaba con ella. Al acercarse, Destiel notó que se trataba de la princesa.

―Su alteza...―musitó.

Ella sonrió y le dio una reverencia.

―¿Cuál es su nombre, honorable caballero?

―Destiel.

―Gracias por liberarme, Destiel. Siempre estaré agradecida contigo. Todas nosotras.

Y entonces, alrededor de ellos, comenzaron a aparecer cientos de mujeres vestidas de blanco. El joven las miró con el corazón acelerado.

Una voz muy familiar detrás de él dijo su nombre, y él se dio media vuelta para encontrarse con el hermoso rostro de Firia. Parpadeó varias veces, y ella abrió sus brazos. Destiel corrió a estrecharla dulcemente.

―Me has hecho mucha falta todo este tiempo...―gimió conteniendo sus lágrimas―. Ha sido tan doloroso...

Firia lo tomó del rostro, y él se tranquilizó al contemplar sus hermosos ojos verdes. Había mucha paz en ellos.

―Siempre supe que eres un hombre muy valiente, Dess. Solo alguien con tu sensibilidad y determinación podría llegar hasta aquí―besó con ternura su nariz―. Yo también te he añorado mucho, mi luz, y me lastima tener que despedirme de ti.

Destiel puso sus manos sobre las de ella.

―No tienes que hacerlo. Llévame contigo.

Firia apretó los labios, y negó con la cabeza.

―Aún no es tu momento. Te queda mucho por delante.

―Pero es que sin ti, yo...

―Tienes una vida muy buena. Y ahora que realizaste una hazaña como esta, será aún mejor. Eres un héroe, mi héroe. Tienes mucho que celebrar y disfrutar.

Firia se llevó las manos de su amado a los labios, y les besó el dorso.

―Prométeme que vivirás―le pidió.

La joven volvió a verlo a los ojos, y él asintió con el corazón encogido.

―Lo haré―dijo.

Una lágrima resbaló por la mejilla de Firia.

―Siempre te amaré, Dess, y cuando llegue el momento, volveremos a vernos.

Destiel asintió, y se inclinó para besar los labios de su amada, quien lo estrechó contra ella. Cuando se separaron, Firia comenzó a elevarse, al igual que las demás mujeres. Todas alzaron la mirada, a excepción de ella, quien no dejó de ver a su amante en ningún momento. Destiel tomó su mano, y estiró su brazo lo más que pudo. Al llegar a su límite, la soltó con delicadeza, y Firia siguió subiendo más y más, hasta tocar las nubes. Destiel vio cómo le brotaban alas de la espalda, y las nubes la rodeaban, para llevársela al paraíso.

―Algún día volveremos a vernos...―musitó.

Destiel sonrió sin apartar sus ojos del cielo.

Dentro del castillo se escuchaban pasos, distintas voces preguntando qué había sucedido. El reino estaba despertando.

El héroe, sin dejar de sonreír, bajó la mirada y por fin se permitió llorar.

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