Capítulo 4: Nuevo Integrante
“Sé que estás ahí,
en ninguna parte, a la deriva entre dos latidos”.
Ashton no se lo pensó dos veces para marcharse a casa. Después de haber recibido aquel mensaje anónimo en su teléfono diciendo que le esperaba un regalo, fue motivo suficiente para salir huyendo de las transitadas calles y llegar a su apartamento. Desconocía qué podía encontrarse y, por mucha imaginación que tuviera, ninguna de las ideas que pasaba por su mente podía ser buena.
El hecho de ver todo el tiempo su imagen por toda la ciudad, Infundiendo aquellos dichosos mensajes de odio hacia Grivan, no hacía que le inspirara confianza. Más de una vez llegaron a sus oídos halagos y buenas palabras de los matones de la ciudad, admirando el físico y los discursos de la chica.
Fue todo el tiempo su vecina, pero era nada más que eso: la chica que vivía a lado. Nunca tuvo tiempo de conocerla. Ni de saber cómo pensaba. ¿Siempre fue tan prepotente, tan guasona y tan macabra? ¿Realmente Eileen hacía todo aquel circo porque tenía un plan?
Llevar su caso no era nada fácil. Se estaba enfrentado a algo que no sabía muy bien cómo manejar sin fracasar. No podía discernir si su vecina era una víctima... o una criminal. Aún le quedaba mucho por descubrir.
Llegó a casa. A primera vista notó una caja envuelta en papel de regalo depositada en la mesa del salón.
—¿Qué demonios...? —masculló, incrédulo.
Un lazo color rojo envolvía la detallada caja. Tuvo recelo en desatarlo para descubrir su interior. Nunca le gustaron las sorpresas, ni era muy amigo de las cajas misteriosas.
Desenfundó su arma. Aquel regalo daba a entender que alguien entró en casa sin su permiso. Y aún podía encontrarse en ella.
Pero debía ver qué contenía. Su curiosidad emergió de su interior y no podía resistirse en hallar el enigma.
Desató el lazo y arrancó el envoltorio. Había una dedicatoria con un corazón.
«Los mejores sueños son aquellos que se presentan dulces, lujuriosos y con una pizca de travesura. ¿Está de acuerdo, detective?».
Una vez hecho eso, escuchó bajo el silencio ensordecedor un leve tic que se repetía una y otra vez en el interior. Al principio eran pausados, luego fueron aumentando el ritmo hasta que...
—¡Mierda! —vociferó.
Un humo extenso emergió de la caja. Ashton empezó a toser sin poder controlarlo. No entendía nada, pero le entró pánico. Intentó arrastrarse por su propio apartamento, pero en seguida sintió mucho sueño. Un estado aletargado presentó su cuerpo impidiendo que el varón pudiera incorporarse. Justo después, se sumió en el sueño.
No supo cuánto tiempo estuvo sumergido en aquel estado, pero cuando abrió los ojos, se encontraba tumbado en su cama, como si alguien –o él mismo–, se hubiera ido allí sin consciencia. Por alguna razón no podía mover sus extremidades, apenas mecía sus dedos con lentitud. Estaba paralizado.
—¿Qué está pasando? —cuestionó, perplejo.
—Hmm, no sé. ¿Cree que está soñando otra vez, detective Roux? —formuló de repente Eileen, en su habitación.
Ashton la observó, atónito. La joven apenas llevaba una camisa que dejaba mostrar sus desnudas piernas. A juzgar por la prenda varonil, intuyó que aquella camisa era dueña suya. No comprendía cómo su vecina desaparecida se hallaba en su mismo apartamento. Y siempre aparecía cuando él era incapaz de atraparla ni tocarla. Paralizado por ella.
La muchacha se arrastró por los pies de la cama observando con vehemencia los ojos pardos del hombre. Justo después, ella se sentó en su regazo. Verla en aquella posición, con sus piernas desnudas y con apenas unas bragas muy finas cubriendo su sexo, provocaba sentimientos extraños en él que apenas interpretaba. Se sentía embrujado.
Eileen se movió con travesura, acariciando el abdomen de él. La delicada y refinada mano de ella quiso bajar más de lo previsto, pero Ashton soltó un gruñido.
—Detente —espetó él.
La muchacha alzó la mirada para encontrarse con la suya.
—¿No quiere jugar, detective?
—Provocaste una explosión, Eileen. Heriste a cuatro personas —su voz gélida no pareció causar ningún efecto en ella.
—¿Cuál explosión? Sé provocar otro tipo de explosiones más ardientes —dijo con segundas, acariciando su torso con el dedo índice.
—Sabes muy bien de lo que hablo.
—No, detective Roux. Aquí la cuestión es: ¿Tiene pruebas de que fui yo? Está muy feo juzgar y señalar.
—Eres la única que se proclama por toda la ciudad insinuando que tiene algo personal con alguien. Dime quién demonios es y podré ayudarte —comentó.
—¿Yo? ¿La única que tiene algo personal? Creo que todavía no está entendiendo nada. No soy la única, detective.
—Dame pistas, chica.
—No me va lo fácil, Roux. Me gusta jugar. Participe en mi juego y lo sabrá.
Él frunció el ceño. Ella imitó su expresión.
—No tengo porqué ponerme a tu altura —sentenció—. La clase de juegos que estás empleando, roza la ilegalidad.
—¿Ilegalidad? Grivan tampoco se diferencia mucho de mis juegos. Toda Grivan roza la ilegalidad y lo sabe. Pero una cosa más le voy a decir —ella se inclinó para susurrarle en su oído. Ashton agarró aire en sus pulmones—. No solo se va a rebajar a mi altura, se va a poner de rodillas. Este es mi juego y usted va a participar, porque yo decido qué contrincantes entran.
Ashton apretó su mandíbula, molesto. Lo bochornante de aquella situación, era que no podía defenderse. Una mujer como Eileen: llena de fuerza, destreza, autoestima y prepotencia, era peligrosa.
Peligrosa para él.
La joven se alzó para mirarlo.
—Eres una sádica, por lo que demuestras.
—Dígame más cosas, me excita.
La respiración de Ashton se aceleró, avergonzado. Él, dijo:
—No entiendo cómo haces para aparecer en mis sueños, pero es retorcido. Por más que te miro, no logro comprender adónde me quieres llevar. Creí que eras normal.
—¿Normal? —enfatizó—. Soy una extraviada, ¿no? Esa dichosa palabra que Grivan le ha otorgado a las personas pobres, sin familia, ausentes de poder y liderazgo. Eso sí que es retorcido, Roux. Te falta calle.
La muchacha se acercó a su rostro. Su cabello oscuro, como una noche sin estrellas, acarició el rostro de Ashton, haciéndole unas leves cosquillas. Él, aletargado, cerró los ojos.
—Ya nos veremos, detective —se despidió.
Los sonoros golpes en la puerta de entrada despertaron a Ashton de un sobresalto. Miró la hora de su teléfono que marcaban las una y media del medio día. Si no fuera porque su compañero Marcus le cubría, le hubiera caído una buena reprimenda de su jefe por dormirse.
Se quedó prendado en la camisa azul claro que tenía colgada a la vista en una percha de su habitación, la misma que Eileen usó en su sueño.
Los golpes continuaban insistiendo. Él se levantó de la cama para acudir a la llamada. Se percató que, la caja regalo que le habían dejado en su casa, ya no estaba. Como si aquello jamás hubiera sucedido.
Quien se encontraba tras la puerta era Kori Bianchi. Traía en sus manos comida china para dos.
—¡Qué pasa, guaperas! —saludó. Él se adentró en el apartamento a pesar de que Ashton no lo invitó—. Traigo comida china. ¡Es la mejor puta comida china de la ciudad! Pensé que te gustaría, así que compré para ti, pero dame el dinero de tu parte después; que me quedé sin un centavo. No seas rata, colega.
—Pero...
—Ni pero ni nada. ¡A comer! Me hace ilusión pasar tiempo con el buen detective Ashton Roux. Llevas el caso de mi mejor amiga, ¿qué menos que darte las gracias?
—Pagando lo que tú has comprado sin que yo te lo pida.
—Ya te he dicho que no me seas rata. Ser un extraviado es lo que tiene, hermano.
Ashton suspiró.
—Está bien. Sin problemas. Vamos a comer.
—Tenemos fideos, rollitos de primavera y pollo agridulce. La verdad cogí lo que a mí me gusta, porque no sé qué te gusta a ti.
—Me gusta todo.
—¡De puta madre! Entonces acerté —sonrió.
Relacionarse con jóvenes como Kori no era algo que sorprendiera a Ashton. La mayoría de extraviados lucían como él y en Grivan abundaban, solo que la gente rica los repudiaba y solían mirarlos por encima del hombro. El detective lo observó y apreció que tenía expansiones en sus orejas, un piercing en su nariz y ropajes rockeros que tanto lo caracterizaba. Su cabello negro caía por su frente. Muy parecido a Eileen en su gusto por la moda.
Roux nunca fue un hombre altanero. Miraba a todos por igual, sean pobres o ricos, pues consideraba que ninguno merecía un trato diferente. Porque un ser humano, al fin y al cabo, merece el mismo respeto.
Después de haber almorzado, Ashton recibió una llamada de su compañero Marcus. Kori lo observó de soslayo.
—Roux. ¿Puedes venir a comisaría? —preguntó Marcus.
—Claro. ¿Algún problema?
—Me gustaría mostrarte algo. Se trata de el caso de Eileen Causey.
—Voy en seguida.
Colgó.
—¿Puedo ir? —inquirió Kori.
—Son asuntos laborales.
—Es mi amiga. Creo que puedo colaborar, si me dejas.
Se lo pensó. No estaba bien visto llevar a chicos como Kori si no era por detención por problemas con la autoridad. Verle colaborar podría resultar extraño. Pero aceptó.
—De acuerdo. Pero con una única condición.
—¿A ver? —quiso saber.
—No des problemas.
—Okey dokey.
☾
La llegada de Ashton a comisaría junto a Kori ocasionó que varios agentes se le quedaran observando. Tener a un joven con aquellas apariencias, lo más lógico era pensar que había sido detenido o pasaba a ser interrogado. Su amigo Marcus se levantó de su oficina para dirigirse a él y decirle:
—¿Por qué traes a este mindundi a comisaría? ¿Qué ha hecho?
—¿Cómo que «mindundi»? —enfatizó con molestia—. ¿Quieres saber lo que podría hacerte este mindundi, viejo? —se defendió el joven.
—¿Viejo? ¡Tengo treinta y seis años! ¿A quién llamas viejo?
La voz arisca del inspector Marcus Forney no logró intimidar a Kori.
Ashton detuvo aquella pelea absurda.
—¡Ya basta! Marcus, es el amigo de Eileen Causey. Quiere colaborar en la desaparición.
El hombre pareció juzgarle con la mirada. Marcus sabía que, muchos de los que estaban implicados en un asunto peliagudo, un crimen o asesinato, tomaban la actitud de colaborar con la policía. Por esa razón no podía fiarse del todo. Pero como no había pruebas para señalar a Kori de cómplice, mantuvo una actitud pasiva.
—Bueno, todo sea por detener esta locura de caso —suspiró.
Marcus los llevo a una sala más privada y ajena para conversar los datos recopilados de Eileen. Sacó sus documentos y los puso sobre la mesa. Entre ellos había fotos de Eileen y su hermana, Annika.
Kori, al ver a Annika, se estremeció. Su rostro dulce y sonriente hizo que los recuerdos y la melancolía invadiera su ser, pero supo mantener la compostura.
—Annika Causey, hermana de Eileen Causey, se suicidó, supuestamente, hace dos años. La encontraron en un callejón con las muñecas ensangrentadas y una cuchilla entre sus dedos.
Kori se cruzó de brazos en una actitud defensiva. Marcus prosiguió:
—Eileen mantuvo su versión de que, su hermana, no se suicidó, quisieron parecer que lo hizo. Se peleó en más de una ocasión con la prensa mediática para que la escucharan.
—Todos saben que a los extraviados, cuando se los encuentran muertos en las calles, no abren una investigación tan exhaustiva como lo harían para un político, un millonario o cualquier persona de bien en Grivan —interrumpió Kori—. Ningún extraviado ha sido escuchado una sola vez por la prensa, por el alcalde o por los medios de comunicación. Somos la peste.
Marcus le miró con condescendencia. Tampoco había dicho nada que no fuera cierto.
—En eso lleva razón, Marcus —dijo Ashton—. Los extraviados son repudiados en Grivan. Son gente que no tienen familia, ausentes. ¿Entiendes por dónde voy? ¿Y si Eileen ha desaparecido por la misma razón que a Annika la quitaron de en medio?
—Es una de tantas posibilidades. Pero tampoco hay que descartar que Annika Causey se suicidó.
—¡Ella no lo hizo! —gritó el joven.
Ashton se levantó de su asiento y colocó las palmas de sus manos en el abdomen del muchacho.
—Será mejor que salgas afuera, Kori. Estás muy alterado.
—¡Ella jamás se suicidaría! ¡Alguien quiso hacerle daño! ¿Por qué no entiende eso?
—Vamos, acompáñame.
Kori siguió maldiciendo mientras Ashton lo intentaba calmar. Marcus se frotó la frente, exhausto y bufó por su nariz. Era duro, lo entendía.
De pronto, su teléfono móvil vibró. Pensó que sería su mujer, pero la pantalla se puso en verde con unos símbolos y números extraños. Tocó con su dedo índice tratando de activarla o que reaccionara.
Sin previo aviso. Un mensaje anónimo le llegó. Un escalofrío invadió su columna vertebral:
«Cuando se mire a la gente extraviada como seres humanos igual que el resto, Grivan será una ciudad purificada. Mientras tanto, será una maldición.
Bienvenido al juego, Marcus Forney».
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