Capítulo 3: Sigue jugando
«Es muy fácil incordiar al lobo tantas veces como sea posible para que, una vez te dé un mordisco en defensa, señalar que es el malo porque te ha mordido.»
El joven detective observaba con vehemencia la cuenta atrás que había aparecido en su teléfono móvil, causado por Eileen Causey. Debía darse prisa para llegar a la Torre del Reloj antes de que aquellos números llegarán a cero. No sabía qué funesto o macabro acontecimiento sucedería si aquellos números terminaban, pero no quería averiguarlo. Necesitaba llegar lo más de prisa posible.
Grivan era una ciudad grande, a pesar de las calles pocos cuidadas y su mala fama por ser una de las ciudades con más delincuencia. Conducía con una velocidad poco aconsejada, esquivando los coches de su alrededor. Veía la figura del reloj en la distancia, pero aún le quedaba un par de minutos para llegar. Su pulso latía con ímpetu y la adrenalina no parecía ayudarle mucho en su estado ansioso.
No conocía tanto a Eileen como para señalarla con el dedo y juzgarla de criminal, pero la actitud que estaba logrando tener en los vídeos grabados, no era de una mujer amable y benevolente. Más bien parecía furiosa, resentida y guasona. Se burlaba de Grivan. Y se mofaba de aquellos que tenían autoridad por encima de los ciudadanos.
«¿Por qué tienes tanto odio?», pensó para sí. «Quién te hizo tanto daño para tramar todo este circo».
Decir que era un circo era comentar poco. La mente de Eileen Causey era un enorme parque de atracciones del horror donde todos querían adentrarse, pero nunca podrían salir de ahí con la misma cordura con la que entraron.
Y eso Ashton lo estaba empezando a comprender.
Una vez llegó a la Torre del Reloj, estacionó su auto de la mejor manera que pudo y se bajó del vehículo, dispuesto a subir los más de cien escalones de la torre. Se agarraba de la barandilla cogiendo impulso y subiendo de dos en dos cada escalón. Sentía que su corazón quería salirse de su boca. La falta de saliva le avisaba de la necesidad de ingerir líquido.
—Dos minutos. ¡Me quedan dos malditos minutos! —exclamó, exhausto.
La cuenta atrás parecía avanzar muy rápido.
Corría y corría como alma llevaba por el diablo. Le quemaban las piernas y deseo más de una vez estallar el teléfono contra el piso para que aquella cuenta dejara de sonar.
No obstante, vio la luz y llegó a lo alto de la torre. Abrió la pequeña puerta que había y entró en ella.
El cronómetro se detuvo.
Las gotas frías de sudor resbalan por su frente. Jadeaba desesperado y la vista se le nubló un poco hasta que recobró la compostura.
—¿Qué haces tú aquí, guaperas? —interrogó Kori Bianchi. El amigo de Eileen Causey.
El joven estaba apoyado en los bloques de madera. Parecía nervioso.
Ashton Roux lo señaló con el dedo y Kori imitó su gesto.
—No. ¿Qué haces tú aquí?
—Me han citado aquí —respondió.
—¿Quién?
Kori le enseñó su teléfono y vio que la cuenta estaba detenida en cero. El mismo cronómetro verde que Ashton poseía en el suyo.
—Me han dicho que no haga nada hasta que viniera «el invitado». Supongo que eres tú.
No hizo falta que le explicara quién le había dicho aquello, porque había una nota, encima de una caja, escrita a ordenador, que le avisaba de ello.
—¿La abres tú o yo, colega? —dijo el muchacho.
El detective se acercó a la caja. No iba a negar que casi imaginó que, si abría aquella caja misteriosa, podría activar algún mecanismo extraño del que ninguno de los dos saldría bien parado. Pero Eileen no querría a los dos muertos.
Una vez abrió la caja, había una carta que decía:
«Léame, detective».
Él obedeció y la abrió. El contenido decía:
«Pregúntele a Kori qué significa para él el nombre de Annika Causey».
Ashton lo observó de soslayo. Kori sintió interés en saber qué había leído.
Desconfió del hecho de que aquella simple pregunta fuese dirigida para Kori Bianchi. ¿Por qué aquella pregunta tan simple se encontraba dentro de una caja? ¿Por qué Eileen le había hecho correr como alma llevaba por el diablo hasta allí solo para leer una formulación?
—¿Qué dice? ¿Vamos a morir? ¿Esto se derrumbará? ¡Dios mío! Tengo que avisar a mis viejos.
—No dice nada de eso. No vamos a morir.
—¿Entonces?
—¿Qué significa para ti el nombre de Annika Causey? —interrogó. Dicha aquella pregunta, le enseñó la nota al aire.
Kori tragó saliva y Ashton pudo notar un ápice de nerviosismo y pesadumbre. Se notó que mencionar aquel nombre significaba mucho para el joven. El primero tardó unos segundos en dar una explicación, pues su inquietud ocasionó que jugará con un hilo colgante de la manga de su camiseta.
Luego, dijo:
—Annika Causey fue mi novia —confesó.
—La hermana de Eileen Causey. ¿Qué sucedió con ella? —interrogó el detective.
—Aparentemente, se suicidó. Digo «aparentemente» porque jamás se encontraron pruebas de ningún crimen y la escena apuntaba a un suicidio. Tampoco se molestaron en llevar a cabo una investigación más completa. Digamos que al departamento de policía de Grivan le importó una mierda investigar más.
—¿Hablas de mi departamento u otro?
—No lo sé, guaperas. ¿Sientes que tu departamento de policía podría haber ignorado el suicidio de Annika? Date por aludido, por si acaso.
Ashton guardó silencio.
No era conocedor del caso de Annika Causey. Ni siquiera tenía entendido que su departamento llevó alguna vez su caso. Empezó a barajar la idea de mirar en los registros y documentos, porque las dudas comenzaron a aflorar en su mente. Pero si Annika Causey se suicidó, ¿por qué darle importancia a su expediente?
«Porque tal vez no fue un suicidio y tenga correlación con la desaparición de Eileen Causey», se dijo para sí mismo.
Sin previo aviso, un payaso de juguete emergió de una cajita posicionada detrás de ambos varones. Kori se llevó una mano al pecho del repentino susto y Ashton desenfundó su arma en un acto de defensa. La cajita emitía una música carousel que empezó a poner de los nervios al detective.
Junto a la frente del payaso se encontraba pegada una nota.
Ashton la despegó del juguete para leerla:
«¿Oye ese sonido? Tick, tack, tick, tack. ¿Sabe distinguir el sonido de las manecillas de un reloj al de una bomba, detective? Preste atención».
Era imposible identificar la letra, porque todas las notas halladas hasta ahora, no eran escritas a mano.
—Tú conoces a Eileen mejor que nadie. ¿Por qué crees que sería capaz de...?
La sonora explosión y el tremendo estruendo que se originó sin aviso alguno, ocasionó que ambos se estremecieran del susto.
—¡La puta madre! —exclamó Kori llevándose las manos a sus oídos.
La alarma de algunos vehículos aparcados alrededor sonó ante la estrepitosa explosión y los chillidos de los transeúntes desató el pánico en Grivan.
Una pequeña ventana en forma circular en la torre del reloj se podía visualizar en ella la calle de abajo, corroborando que una tienda de moda prestigiosa había explotado. La gente más rica solía comprar sus conjuntos en una de sus tantas tiendas, donde los extraviados no podían permitirse adquirir modelos exclusivos y caros.
Solían llamar a la gente pobre, los extraviados. Por el mero hecho de no ser de bien, personas desdichadas con una vida desidiosa; gente pobre, sin familia ni riquezas. Gente a la que nadie echaría de menos en Grivan.
Ashton ordenó a Kori salir de la torre del reloj antes de que otro desafortunado momento ocurriera. No se fiaba ni lo más mínimo del show de Eileen Causey.
Una vez fuera, el fuego inundaba la pequeña tienda junto a un vehículo que pagó las consecuencias de la explosión. El detective buscó con la mirada a posibles heridos y encontró cuatro personas, de las cuales, una de ellas estaba inconsciente. Solicitó una ambulancia de inmediato.
No hubo muertos, pero los podría haber habido si el responsable hubiera querido ocasionar más daño.
Un graffiti en la tienda de moda dañada le advirtió del mensaje que quiso transmitir.
«Una bomba tiene el mismo impacto que una persona trajeada, aquellas que con solo apretar un botón, son capaces de destruir un país entero».
—Hija de puta... —murmuró Roux para sí mismo.
—No des por hecho que ha sido Eileen, guaperas —espetó Kori.
—Tu querida amiga tiene algo personal con alguien y lo está pagando con toda la maldita ciudad. ¡Nos ha citado a ti y a mí en la torre! Lo tenía preparado.
—¿Y si ese alguien eres tú? —formuló de repente.
Ashton lo miró, adusto.
—¿Por qué dices eso?
El muchacho no respondió, pues la llamada entrante de su madre al teléfono ocasionó que contestara.
—Sí, jefa. Estoy bien. Ah... No, no te preocupes. Ha sido una pequeña explosión. Sí, ya voy. Tranquila —dijo.
Él se despidió con su mano alejándose del detective. Le hizo una seña, dándole a entender que luego lo vería.
☾
—¡Alcalde! ¡Alcalde Corwin! ¿Qué opina de la explosión de anoche? ¿Y la amenaza escrita? ¡Cuéntenos! —transmitía la prensa en las noticias de la televisión.
Ashton estaba en su escritorio de la comisaría cuando escuchó a su padre hablar por televisión. Los flashes y las cámaras rodeaban a Corwin de manera agobiante.
—La policía se encargará de encontrar al responsable —manifestó.
—¿No piensa que los ciudadanos de Grivan podrían estar en peligro?
—Hay asuntos muchos más peligrosos de los que preocuparse. Esto ha sido una llamada de atención de alguien que quiere ser mirado y ser temido. Jamás se debe infundir el respeto bajo la extorsión, la amenaza o la violencia. No hay que seguirle el juego.
—¿Y si ha sido Eileen Causey? La última vez que apareció, se manifestó para soltar una amenaza a toda Grivan —opinó un reportero.
—No tengo nada más que decir. La policía se encargará de ello.
—¡Espere! ¡Aún tenemos preguntas! ¡Alcalde Corwin!
El Alcalde hizo caso omiso junto a sus protectores y se alejaron de la prensa.
Marcus Forney apagó la televisión y se dirigió a su amigo Ashton. El último estaba garabateando en su cuaderno ocasionando que el primero sintiera interés en su estado anímico y mental.
—¿Te encuentras bien?
—Sí.
«¿Ha sido ella? ¿Ha sido ella? ¿Ha sido ella?», se podía leer en sus garabatos, pero Ashton cerró su cuaderno antes de que su amigo hiciera preguntas que no tenía ganas de responder.
—Estabas anoche allí en la explosión —señaló Marcus.
Él asintió con la cabeza. Marcus siguió hablando.
—¿Por qué? ¿Cómo sabías que explotaría la tienda de moda?
Ashton le mostró la nota del payaso de juguete para que su compañero lo leyera.
—Lo encontré en la Torre del Reloj.
—Qué hija de...—dejó el agravio en el aire—. ¿Por qué estabas allí?
—Me citó. Me hackeó mi computadora y tuve que ir a contrarreloj.
—¿Eileen?
Ashton esquivó su nombre para decir:
—Su amigo Kori Bianchi nos mencionó que Eileen Causey quería destapar la verdad y que por esa razón ella a día de hoy no se encuentra aquí ni es posible seguir su rastro. ¿Qué maldita verdad quiere destapar? No te haces una idea del quebradero de cabeza que esto está generando.
—Sigo opinando que tu vecina no está bien de la cabeza, Ashton. Está como una cabra. Sea lo que tenga entre manos, no es bueno. Ayer ha sido una tienda pero, ¿qué te hace creer que algún día no seas tú, o yo, o toda la comisaría? Hay que localizarla cuanto antes.
—Pero había sangre de ella misma en su apartamento —recordó.
—¿Y qué? Eso no quiere decir nada. Sabes perfectamente que se puede fingir un secuestro.
—Ya... —se frotó la frente con frustración.
—Deberías irte a casa a descansar. Cualquier cosa, te llamaré. Yo te cubro hoy, ¿de acuerdo?
—Muchas gracias, Marcus. Por cierto, dale recuerdos a Verónica y a tu hijita Meily. Hace tiempo que no las veo.
Marcus sonrió.
—Siempre puedes venirte una noche a casa a cenar con nosotros. Mi casa es tu casa.
Él le devolvió la sonrisa y se marchó de comisaría.
Pero su paz mental no duró mucho cuando la imagen de Eileen Causey se manifestó de nuevo en las alta y grandes pantallas iluminadas de la ciudad conforme iba caminando.
—¡Es esa chica otra vez! —exclamó la gente.
—¡No puede ser! Pensé que no volvería a aparecer.
Eileen miraba tras la pantalla como si cada uno de los pequeños y diminutos espectadores fueran sus propias marionetas. Incluso Ashton.
La joven comenzó a hablar.
—¿Alguna vez habéis pensando si la gente a la que queréis os miente a vuestro alrededor? Falsas apariencias que poseen para complacerte a la vista, pero a tus espaldas todos son enemigos —hizo una pausa para humedecerse sus labios—. Cuando hemos visto que las cosas malas le pasan a la gente buena, te dan ganas de cambiar de bando. ¿Verdad? Es muy fácil incordiar al lobo tantas veces como sea posible para que, una vez te dé un mordisco en defensa, señalar que es el malo porque te ha mordido.
Algunas personas empezaron a mirarse cómplices. Como si así tuvieran una comunicación extraña entre ellos.
Eileen siguió hablando.
—Nadie odia porque sí, se odia por la herida causada, se odia por la felicidad negada, se odia porque es lo único que se puede sentir cuando eres el que pierde. Todos tenemos un motivo para odiar. ¿Cuál es el tuyo? Podrás odiarme a mí por creer que soy la que infunde el miedo, pero ojo con aquellos que niegan la realidad, para evitar caer en la locura.
Todos escuchaban espectantes las palabras de la joven a tal punto de quedar embobados por su figura.
—El pueblo está ciego porque los que están al mando lo quieren así. Pero no os preocupéis, hermanos. Eileen está aquí para decir la verdad.
La imagen de Eileen desapareció y fue suplantada por la frase «todos mienten», que se repetía en todas las pantallas y monitores posibles y alcanzables.
Ashton recibió un mensaje en su teléfono. Era un número desconocido.
«Un regalo le espera en casa».
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