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13 | Un sospechoso y un atardecer.

Ruby estuvo quince minutos mirando la playa. Le había escrito a Rhys un mensaje a media tarde de verse en ese sitio, a dos calles del puente, pero él no aparecía. La mujer comenzó a desesperarse. La tarde empezaba a caer y el viento marítimo le batía el pelo con ligera violencia.

Cuando estaba a dos segundos de darse la vuelta y marcharse, Rhys apareció.

El boxeador llevaba el pelo húmedo y alborotado y tenía un exuberante olor a colonia masculina cara. Debió notar la cara de Ruby porque se apresuró a aclarar :

—Estaba en el gym. Me he duchado y he venido lo más rápido que he podido, pero está al otro lado de la ciudad—hizo una pequeña pausa y ladeó la cabeza con los ojos clavados en ella—. ¿Qué tal usted, detective? ¿Mal día?

Ella hizo una mueca. Un día de mierda había sido, sí, pero no iba a discutir la calidad de sus días laborales con sospechoso de homicidio. Hasta ella tenía límites.

—Al grano—se quitó un mechón del rostro y miró al italiano—. ¿Qué ha descubierto?¿Qué era tan urgente?

Él bufó.

—Necesito información.

Ella levantó ambas cejas y al instante la ira la hizo ponerse rígida de pies a cabeza.

—Me parece...—tomó aire con fuerza. Debía mantener la compostura—Me parece que no ha entedido la funcionalidad de nuestro acuerdo. Usted me consigue información a mí, no al revés, señor Lombardi.

Él sacudió la mano en el aire.

—Me refería a...bueno, información que pueda usar para...tirar de los hilos. No puedo simplemente preguntarle a todo el mundo sobre el crimen. Preciso algo referente al caso con lo cual pueda hacerlos hablar de más, ¿me explico?

Sí, se explicaba. Ruby apretó los labios y se quitó un mechón de pelo azabache que le azotó la mejilla antes de suspirar. Debía tener cuidado, como soltara algo evidentemente confidecial ambos podían quedar mal parados. Decidió que, al menos, intentar tutearlo haría más sencillas las cosas.

—Al parecer...Al parecer, como ya sabrás, Nora le robaba a tu novia.

Él levantó la ceja.

—Sí, lo sé, le tuve que pedir a Stephanie que retirara la denuncia. Solo traería más escándalos a nuestro nombre.

Ruby asintió.

—Salía con un cirujano, uno muy prestigioso. Él es un hombre anticuado, intorelerante de las infidelidades, según él. Cuando supo que Nora se había enrollado contigo, tuvieron una buena pelea. No habían vuelto del todo.

Rhys frunció las cejas.

—¿Estaba con él cuando nos acostamos?

—No, creo que no. Pero supo que tú sí tenías novia cuando estuviste con ella. Te imaginarás que no le agradó mucho saber que se estaba... relacionando con alguien propensa a meterse en relaciones ajenas.

El hombre dio unos pasos sobre su eje, analizando las palabras.

—¿Y qué hay de su amiga?

—¿Anya?

—Sí, esa...¿La interrogaste ya?

A Ruby le crispó que la tuteara con tanta ligereza, pero lo dejó pasar.

—Sí. Nos contó que Ruby venía de una familia numerosa en un pueblo pequeño y que vino a la ciudad para crecer en la costura. Sueños demasiado grandes, quería comerse el mundo de un mordisco. Anya la describió con una ambición desmesurada. Según los relatos de todos, solo me queda clara una cosa : Era demasiado ambiciosa. Nada que ver con la imagen angelical que nos pintó la vecina la noche que fuimos a examinar su casa, ahora que lo pienso.

Meditabundo, Rhys pasó la vista al mar. Su pelo comenzaba a secarse y le caía en pequeñas ondas sobre la frente. Soltó un suspiro trémulo y miró a Ruby.

—Estaba pensando...¿Qué tal si viene conmigo al Sabotage?

La detective soltó un jadeo ahogado.

—¿Perdona?—levantó ambas cejas—¿Qué pinto yo en ese sitio?

—Si se disfraza, ya sabe, nadie pensaría que es detective. Podría usar sus...atributos—dirigió una mirada coqueta a sus pechos y ella apretó los dientes para no golpearlo—, le aseguro que conseguiría información. Muchísima.

Ella soltó una risa desprovista de gracia, esperando que su mente eliminara todos los pensamientos sobre agresividad contra el boxeador, y miró al mar antes de fulminarlo con la mirada.

—Voy a ignorar todo lo negativo y asqueroso que acabas de sugerir, por el bien de ambos, señor Lombardi.

Él hizo una mueca de resignación y se encogió de hombros.

—Lo que usted diga, en algún momento recapacitará y verá que es un planazo.

La mujer soltó un resoplido.

—Necesito información cuanto antes—gruñó. Ese era uno de los casos donde la paciencia estaba más que descartada.

Su tono fue tan serio que el hombre la miró con curiosidad.

—¿Algún problema?

Ella apretó los labios.

Tenía tantos problemas...

Quería quitarse a Oliver de encima, atrapar al asesino en serie que estaba causando miedo en la ciudad, añadir un logro a su carrera, arreglar las cosas con su única amiga con la cual estaba siendo una gilipollas y quería hacer todo eso...para descansar. Quería tener todo listo para dedicarse a sí misma, como no hacía desde que tenía memoria. Quería dormir y comer de manera correcta, ver de nuevo todas esas series, como CSI, que la mentenían despierta hasta las tantas cuando estaba en la academia. Quería ver qué le pasaba realmente a su cabeza, por qué le fallaba tanto...Y, quién sabe, tal vez conocer algún tío en Tinder con el que enrollarse. Estaba cansada de lo insípida que era su vida.

Pero no dijo nada de eso.

—Nada que usted necesite saber.

Él soltó una risa y levantó las manos.

—Vale, vale, lo que usted diga.

Se quedaron en silencio varios segundos. Hasta que él se sentó en la arena. Ruby bajó la vista hacia él completamente estupefacta.

—¿Qué diablos hace, señor Lombardi?

Él soltó un sonoro y dramático suspiro que la irritó. Se mantuvo así por un tiempo hasta que, sin más, dijo :

—Puede llamarme Rhys—sonrió de lado y, tras un pequeño silencio, añadió—: Hacía más de seis años que no veía el mar tan...en calma.

Ruby levantó la vista. Era cierto. A pesar del viento fiero, el mar estaba tranquilo. Lucía cual plato llano. Tan cerca del atardecer, todo se teñía de un tono naranja precioso. El hombre, sin apartar la vista, levantó una mano.

—¿Qué?—inquirió ella.

—Tome asiento.

—No, ni de coña, yo...

—No te pierdas de esto, detective—Volteó a mirarla. Al ver que volvía a tutearla, Rub apretó los puños—. La naturaleza no se ve tan a menudo como a muchos nos gustaría. Los atardeceres deben verse sentados, tranquilos y con los ojos lejos de cualquier otra cosa. Es ley.

Ruby hizo una mueca. Esa frase...Esas palabras le tocaron un nervio. No recordaba la última vez que había visto un atardecer, o las estrellas...Ese pensamiento le hizo ver que su vida era peor de lo que creía.

A regañadientes, y sin aceptar la mano que Rhys le tendía, se sentó en la arena, a un metro y medio más o menos del hombre a su lado. Sus ojos bebieron de lo que había frente a ellos. El mar parecía engullir el sol, de una manera lenta, colorida...natural. Entreabrió los labios, aún mirando el horizonte. Era, de lejos, lo más bello que había visto en años.

—¿Y bien?¿No es bonito?—la voz de Rhys la sacó de su burbuja.

Lo miro de reojo antes de responder.

—Sí, es bonito, sí.

Él sonrió, o al menos eso le pareció por el rabillo del ojo. Cuando el sol siguió ocultándose, él se levantó.

—Es tarde, detective. Me encantaría quedarme más tiempo pero tengo que cenar a una hora específica. Ya sabe, los gajes del oficio.

Ella, aturdida, estaba a nada de levantarse cuando él extendió la mano.

Miró la palma enorme y áspera del hombre con los ojos entornados. Él volvía a mirarla con la intensidad que sus ojos mostraron la noche que lo interrogó en la estación. Carraspeando y de mala gana, puso su mano sobre la suya y él cerró los dedos alrededor de ella. Tal vez se lo imaginó, pero le pareció ver a Rhys soltar un suspiro ante el contacto. Se miraron a los ojos, aún, durante los segundos que él tiró de su cuerpo para ponerla de pie.

—Gracias—masculló Ruby sacudiéndose la arena de los pantalones.

—No hay de qué—aseguró él.

Caminaron hasta salir de la arena al pavimento de la acera. Rhys tenía su auto, un deportivo negro para nada barato, parqueado a unos metros del auto de Ruby. Se quedaron en el medio.

—La próxima vez que me cite, señor Lombardi, que sea para algo importante. Nada de usar mi número telefónico para ver atardeceres, ¿me oyó?

Él sonrió de lado y negó con la cabeza.

—Lo intentaré, detective. Dejaré de lado el hecho de que no me dio demasiada información para...

—No puedo darle—gruñó Ruby, exasperada—información de un caso policial confidencial. Hay una línea que, simplemente, no puedo pasar.

Él levantó las manos.

—Vale, vale, no se enoje. Ya veré qué puedo conseguir. Por cierto, piénsese lo que le dije sobre ir conmigo al Sabotage.

—He dicho que no—rugió ella—. No voy a vestirme como una fulana y a metirme en uno de los lugares más ilegales de la ciudad. Se enteran mis superiores y mi expediente queda manchado. Eso si corro suerte y no me quitan la placa.

Definitivamente Oliver le quitaría cualquier derecho sobre el caso si se enterara de eso. Se estremeció. Por algún motivo, el pensamiento de abandonar ese caso la ponía enferma.

—Podría decir que irá en cubierto, eso lo hacen, ¿no?

—No tiene idea de toda la jurisdicción que lleva hacer esa clase de operaciones en cubierto...—se masajeó las sienes—. Pero no voy a discutir eso con usted. Váyase y consígame la información que le he pedido. Porque le aseguro que, de lo contrario, cuando explote todo esto no podré protegerlo y su carrera deportiva se irá al garete.

Él tensó la mandíbula. Cualquier rastro de burla desapareció de sus facciones.

—Lo que usted diga, detective. Nos vemos.

Ella se mantuvo callada hasta que el deportivo aceleró y se perdió calle abajo. Tomó aire con fuerza y metió las llaves en el auto girándolas para arrancar.

Solo esperaba que el boxeador cumpliera su palabra y le consiguiera información útil entre la escoria de la ciudad.

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