11 | Reflejo roto.
A penas llegó a casa, Ruby se dejó caer en el sofá. Aún tenía el salón bañado del caos que representaba ese caso. Ghost Killer la estaba...matando, irónicamente. Estaba en un callejón sin salida. Ella jamás lo admitiría en voz alta, pero era la verdad. Revisó todo de nuevo.
Las víctimas eran Victoria Thed, Felicianne Rudds, Olvien Krott y, finalmente, Nora Altzman. Todas chicas, jóvenes, con veintitantos años de edad y algunas pocas similitudes como la complección física.
El hecho por el que habían volcado todas sus energías en el último era porque no tenían de lo que tirar respecto a los demás.
En las escenas anteriores no había absolutamente nada. Aquí habían podido revisar el registro de llamadas del teléfono, y el cuerpo estaba en su casa. Pero los demás habían aparecido en lugares como bosques, enterrados, y en parques. Uno en la playa, incluso. Desprovistos de cualquier indicio de prueba.
Pero Nora...Nora era diferente.
Ella había sido asesinada en su casa pero nadie se había tomado la molestia de limpiar el cuerpo y lanzarlo a algún sitio. La habían dejado ahí, sin más. A pesar de toda el curro en torno a los otros cadáveres...¿Por qué este había sido dejado así?
¿Qué hacía de Nora...diferente?
Con un resoplido se soltó el moño y dejó que las ondas negras le cayeran hasta la mitad de la espalda. Se levantó y caminó a paso lento a la habitación, siguiendo de largo a su baño. Se quitó la ropa y se dio una ducha larga que, a duras penas, le relajó los músculos. Salió envuelta en un albornoz y se sentó en la orilla de su cama de dos plazas. Su habitación era básica, con un escritorio lleno de libros y registros policiales y un panel lleno de retazos de investigaciones inconclusas en la pared.
Junto a la cama en la que estaba había una mesita de noche, seguida de un closet de tamaño medio y, un poco más allá, la puerta del baño. Se dejó caer de espaldas, mirando el techo directamente. Respiró con fuerza. Hacía un año ella estaba casada con Oliver, intentando ser feliz. Su matrimonio había durado tres largos años, años en los que ella por un segundo creyó que lo había conseguido. Pero no. Oliver era un arrogante, y, a menudo, la trataba con una condescendencia que la desquiciaba.
Y eso no estaba bien. Ruby se había cansado de esa vida de mierda.
Oliver se había puesto hecho una furia cuando, justo en medio de una reunión, le había llegado la pedida de divorcio. Había irrumpido en la oficina de Ruby, rojo como un pimiento, exigiendo una explicación. Ruby calló. Se mantuvo en silencio hasta el juicio, donde dijo que Oliver era un completo asco como marido, de los que creían que todos los problemas se resolvían en la cama. No había sido una mentira en lo más mínimo, pero al parecer era algo de lo que su ex-esposo no tenía concienca porque pareció horrorizado cuando ella lo dijo en voz alta. Imbécil.
Ella hizo una mueca ante el recuerdo, aunque la cara de enojo de su ex-marido no había tenido precio. Soltó una risa amarga. Se volvió a sentar en la cama y se volteó hasta quedar de cara al espejo que cogaba del closet. Se sentía demacrada. Sí, su alimentación era una mierda. Y sí, no había dormido ni hostia. Siempre que dormía, despertaba con lagunas y más dolores de cabeza. No lo entendía. No sabía qué le pasaba a su cabeza. No quería siquiera plantearse la idea de que le sucediera algo ahí dentro. No podía darse el lujo de tener una debilidad.
En su reflejo, los pómulos sobresalían. Sus labios eran gruesos, ahora se notaban más aún ante su delgadez. Los huesos de su clavícula habían comenzado a verse. Tragó saliva. Se pasó la mano por el rostro, tenía pecas en las mejillas y un unar pequeño junto al labio inferior.
Se desvistió y se puso el pijama, evitando analizarse así. Siempre que se miraba al espejo, algo dolía. Algo le quemaba la piel, como si estuviera...invadiendo el alma de alguien más. Era una sensación rara, que le había imposibilitado sentirse realmente cómoda desde que tenía memoria.
Se recostó en el cabecero tomando su móvil y volteó los ojos al ver el número desconocido que le había marcado un mensaje.
Guarde mi número, detective. Le puede ser muy útil.
Ella guardó el número como S.R.L.-Sospechoso Rhys Lombardi, según su mente-. Dejó el móvil en la mesita de noche y, a regañadientes, se obligó a cerrar los ojos.
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