II. El caso
Bueno, más que decírselo...
El hombre gris inclinó la cabeza, abrió la boca de modo artificial y dejó escapar el ruido del motor biónico que movió su esternón hasta sacarle de las entrañas el documento enrollado que su jefe le había obligado a esconder. «Ventajas de los hombres grises», pensó el detective, que fingió una mirada atónita mientras Macer, que regresaba a la normalidad, se lo entregaba de la forma más mecánica que podía hacer uno de su especie.
—Gracias por el esfuerzo —respondió mientras cogía el archivo y lo husmeaba cual perro de caza, aunque para su decepción no encontró ningún olor—. Supongo que será más interesante por dentro... —dijo en alto, y al fin se decidió a bajar los pies del escritorio y adoptar la postura del hombre que aseguraba ser.
No obstante, en cuanto la primera página apareció frente a sus ojos, un jadeo de impresión le atacó con tanta exageración que la sonrisa socarrona que había llevado desde el principio se transformó en una mueca de puro disgusto. Le lanzó a Macer el documento cerrado.
—¿Qué ocurre? —preguntó este. El detective contestó a gritos que volviera a meterse semejante porquería por la garganta o su conversación se torcería de manera desagradable hasta la salida.
Macer obedeció con otro traqueteo y luego en el despacho reinó el silencio... Hasta que al detective le dio por reírse.
—Perdona, amigo, por asustarte y darte un «no» como una casa. Ya había oído hablar del caso: «La arquitecta que diseñó la biblioteca más grande del mundo aparece muerta en los baños de un restaurante» —canturreó con el timbre exacto de la mujer que lo había anunciado en la radio. Después añadió—: Por suerte, aún estáis a tiempo de resolverlo. Pero yo no me voy a tirar por el acantilado con vosotros. Lo siento, nenes. ¡Madre!, si no hubiera sido por esa fotografía habría aceptado, ¿eh?
Como un buen hombre gris y a petición de su superior número treinta y tres, Macer había memorizado las páginas de investigación que se ocultaban en el archivo. También recordaba al dedillo la fotografía minimizada de Ashaniea Sala de la que hablaba el detective. A pesar de sus intentos por entenderlo, las interconexiones de sus circuitos apenas podían desentrañar a qué venía el repentino alboroto. Tenía presente que era un retrato de lo más corriente, propio de una identificación cualquiera.
—¿No le gusta la gente del suroeste? —concluyó entonces tras acordarse de su jefe número diecinueve.
—¿Me ves cara de...? Ah, no, calla, que mi cara dice más bien otra cosa. No, no es por eso. Más bien es por lo que todos ignoráis y yo puedo sentir con fuerza. Quizá por ello te han mandado aquí. Ya sabes que soy un chico muy especial.
—¿Quiere decir...?
El detective prefirió enfocarse en sus animales disecados.
—¿Que ese caso huele a demoníaco de aquí a Hungus? —completó—. ¡Desde luego! Y te diré más: si esto ya apesta así al principio, imagínate el tufo que echará hacia el final. Mi intuición me dice que esa tía no era trigo limpio. Lo mejor es que os olvidéis de ella y todos sigamos soñando con lluhays.
—Imposible. Hace sesenta años que tenemos la cúpula.
—Ni hay cosas imposibles, ni muros que no se resquebrajan. ¡Mírate a ti! Aunque supongo que es estúpido intentar hacértelo entender; vuestra raza está programada para otros usos...
Macer no se ofendió. Ni entendía ni podía desear comprender más allá de las órdenes de sus superiores. Asimismo, todavía era demasiado joven como para tener fallos de circulación. Había nacido cuarenta y dos semanas antes en el GREÏHOME, el laboratorio biotecnológico más famoso de la Kapital que, casualmente, también fue diseñado por Ashaniea Sala cuando ni siquiera había llegado a la veintena.
Macer nunca la conoció en persona, pero en el informe tenía todos los datos necesarios para describírsela al detective en caso de preguntar: «mujer de treinta y tres años de origen afroblondatanio; arquitecta; activa desde mil novecientos seis [...]; fallecida el veintisiete de enero de mil novecientos veintiuno por causas no naturales durante su fiesta de cumpleaños». Incluso era capaz de narrar cómo encontraron su cuerpo sin vida en uno de los cubículos del baño del restaurante CHINO y todos y cada uno de los detalles que poseía su cadáver o el escenario del crimen: «El cuerpo [...] fue hallado [...] tras el desalojo de los presentes, a raíz de un incendio [...]. A la víctima le habían extirpado ambos ojos de forma no natural antes de la muerte y presentaba varias quemaduras post mortem. [...] El fuego se originó a partir del cuerpo inconsciente de la víctima y llegó hasta la puerta del cuarto de baño gracias a un líquido extraño encontrado en las baldosas. No era orina, ni tampoco agua». Hasta sabía las palabras exactas de...
La poca carne que creaba las ideas en su BTC (biotecnocerebro) se le iluminó. Literalmente: su cabeza adquirió el tono anaranjado del pelo del detective y dijo:
—«La red tendida por los cielos, aunque rala y anhelante, con el tiempo no deja escapar a nadie».
El chico enarcó una ceja.
—Es lo que ponía en la galleta de la fortuna que encontraron junto al cadáver de Sala —aclaró Macer—. No se quemó. Mi jefe dijo que fue una suerte. Y, además, que era un proverbio muy típico de la gente del suroeste... y de los magos. Tan solo un hechicero de verdad lo puede saber. Usted lo conoce, ¿verdad? Tengo entendido que...
—Sí —contestó el muchacho, riendo sin gracia—. ¿Me estás chantajeando para que investigue? Esa es mi técnica, amigo.
—Lo siento. Mis superiores me enseñaron a dar con los puntos débiles de la gente. Y esto les urge mucho, así que no he venido aquí a ofrecerle el caso. Acepte por las buenas o prepárese para realizar una visita a una de las vinculas de la ciudad.
Entonces el detective quiso contar un chiste, pero al cabo de un rato lo único que le salió fue un suspiro de resignación.
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