Capitulo 3.
Capitulo 3.
24 de diciembre 1999
Los pasillos eran oscuros, fríos y desolados. De color grises y baldosas negras, con apenas dos bombillas que titilaban para alumbrar. Su cabello negro obstaculizaba su vista, y el sonido del metal sonaba contra las paredes del lugar. Se oían gritos desgarradores por todos lados, pasos de ida y venida. El desespero, desconcierto y temor era lo que giraba en torno al viejo edificio.
—Emily, es tiempo de tus medicamentos —la joven giró a ver a la enfermera y sonrió con ternura, mostrando una nueva faceta, la que nadie conocía o más bien no existía.
—En un momento —volvió a fijar la vista al reloj principal y sonrió. Era el tiempo. Ella se recostó sobre la camilla, esperando a que la enfermera se acercara para pincharla y hacerla dormir por horas. Pero ese día no, ese día ella tenía otros planes. Cerró los ojos, sonriendo con maldad. Pura y sin resentimiento, porque no era la dulce Emily que se daba a conocer, no, ella era un monstruo, un monstruo con el corazón helado y sus sentidos agudizados.
Si algo ella estaba segura, es que la debilidad es temor y cuando hay temor en el corazón es porque está en el desconcierto. Sin esperar a que la enfermera respondiese, insertó la aguja en el corazón de la enfermera y suministró la droga que era destinada para ella.
—Dulces sueños enfermera Waller —la enfermera trató de moverse bajo su cuerpo, pero Emily empezó a apretar un poco su cuello, dejándola indefensa. Vio el miedo en sus ojos y torció su cuello. No iba a matarla, no a ella. ¿Qué había hecho la enfermera? Pareciera inocente, pero no lo es, nadie lo es. Todos cargamos mierda encima de nosotros. Tal y como ella cada día de su vida. Pero ese no le tocaba a la enfermera, ella tenía un objetivo. Y ese objetivo sufriría, lentamente. Y si tenía que crear pánico y terror, lo haría.
Caminó con pasos sigilosos a través de los pasillos hasta llegar al área de control. Donde cortó unos cables y las luces del lugar se apagaron.
La oscuridad es uno de los mayores miedos de la humidad por siglos y no importando la edad. Nadie quiere estar a solas en un pasillo a oscuras menos si es con Emily Edelweiss, donde su mente era otro mundo perdido y sin cordura, o era lo que todos pensaban de ella. Porque de loca no tenía nada, tampoco tenía que estar en ese lugar, pero acciones precipitadas requiere decisiones extremas.
* * *
Una melodiosa voz se escuchaba en el rincón del salón principal, la luz de la luna apenas se filtraba por el gran ventanal. El encargado de mantenimiento se acercó sigilosamente, apuntando con su linterna a la silueta encorvada al fondo.
Por ser el centro de rehabilitación más caro de todo Londres, era un lugar de máxima seguridad, aún no entendían como se había cortado la electricidad, pero hasta no resolver el problema, era mejor tener a los pacientes en sus recamaras.
La voz seguía entonando esas cutres canciones de cunas, que cada vez que la escuchas tu vello se eriza y quieres escapar de donde quiera que estés. Trató de no mostrar pánico, pero entre cada paso que daba, más se atormentaba en su interior.
—Oiga, no puede estar aquí —interrumpió y poco a poco el rostro fue más visible. Con un camisón blanco largo, su cabello negro cayendo por su espalda y una mirada retorcida. En sus manos una flor negra, casi a punto de podrirse. Trató de acercarse más a ella, pero Emily fue tan veloz al arrebatarle las llaves y alejarse sin ser vista, que el encargado creyó que fue una alucinación suya. Pues no había nada y era casi imposible que escapara tan rápido.
Por otro lado, Emily corría por los pasillos, cautelosamente. Tratando de llegar a la habitación 694, esquivando las linternas de los policías y evitando a toda costa los ruidos externos que buscaban el problema de la electricidad.
Hizo ruido, como si parecieran cadenas, para alejar poco a poco a las personas. Pues jugar con los miedos profundos de cada uno, dejarlos ciegos, crearles sus propias barreras que parecieran imposibles escapar, tapaderas y pañuelos alrededor de sus ojos para hacerlos tropezar y dudas en el interior. Pues nadie sabía con certeza que pasaba, menos ella. Ella sabía lo que estaba por venir. Caminó y caminó, subió hasta el sexto nivel, en la quinta puerta a la derecha. Una blanca y con la placa 694 de oro.
Sus pies descalzos se encaminaron en la habitación, también a oscuras.
—Soñé varias veces con este momento —se acercó a la camilla y observó las pulsaciones por minuto en el monitor. El semblante del hombre que estaba en la camilla lucía sereno, sin miedos y sin temores. ¿En serio creería que era tan fácil escapar de ella? ¿Después que se burló en su cara y le quitó lo más preciado de su vida?
Se quedó por varios minutos en la habitación, con apenas el sonido de los gritos de afuera, escándalos y miedos en el viento.
Recordó pues la vez que vengo a su hermano o creyó hacerlo, y a ella misma. No había más opresión, solo la libertar. Y si ella no podía serlo, que él lo fuera.
Ese día disparó, sin si quiera pensarlo, solo lo hizo. Dejó caer el arma al lado del cuerpo inerte del joven. Había sido fácil hackear el sistema del lugar, entrar sin ser vista, y caminar por los pasillos que por muchos años fue privada de caminar. Disparó a cada guardia de seguridad, a cada persona que le hizo miserable por años y dejarlos morir desangrados, observando como la vida de cada persona se escapaba de sus manos. Se agachó junto al cuerpo de quien la había manipulado por años y años, esta se atragantaba con su propia sangre. Ella tenía sangre en sus guantes, una mirada calculadora y mordaz. Acercó el cuchillo a su garganta.
—Te llego el momento y lo disfrutaré, créeme que lo haré. Tal y como tu mataste a mi hermano.
Negó con la cabeza y Emily solo sonrió burlonamente. ¿Se atrevía a negárselo en frente de su cara? No, ya no iba a ser engañada, ella aprendió su lección, tardó años y heridas, pero lo había aprendido.
Se preguntó mil veces porqué la eligieron a ella. ¿Por qué? Ella solo era una niña...
—Gracias, gracias porque me enseñaste a no ser débil, gracias porque sin ti, no te estaría aniquilando. Me quitaste todo, todo, pero ahora yo te arrebataré por todo lo que has luchado. ¿Y adivina qué? Seguí tu consejo, disfruto matar —sonrió y cortó un poco de su garganta, dejando gotear las sangre. Sin más, la ensartó hasta lo profundo, clavó y clavó, puñalada tras puñalada. Descargando su odio y frustración. Los tejidos se iban desintegrando, la sangre se iba acumulando alrededor de ella, las llamas consumiendo el lugar.
Se paró viendo el cuerpo despedazado de la que una vez fue su maestro, su opresor. Pero ya no más.
La encontraría o se quemaría, cualquiera de las dos sería satisfactorio para ella.
Ya creció, no quería dejarle que el destino decidiera separarlos por más tiempo.
Pero desde lejos lo observo, valiente y audaz. Ella, Inteligente y astuta. Inmune pero perceptible. Cuido de él aun cuando no me vea, y él me cuida, lo siente.
Ya no eran niños alejados de sus hogares, que lloraban en las noches con constantes pesadillas y en el día, vivirla y sentirla.
Los alejaron.
Se dividieron.
Son desconocidos.
Solo una foto para poder recordar.
Y esa misma foto la traía consigo ese día, ese día donde todo iba a concluir, donde los engaños iban a terminar, y por fin mataría a quien realmente le hizo todo eso, quien la dejó en la merced y la creó, tal y como era, una asesina.
—Y vaya que me engañaste por todos estos años, pero ya no más — Lo sujetó de pies y manos, amordazándolo y dando vueltas alrededor de él. Rozó su aliento junto al suyo y con el bisturí oculto, lo ensartó en su pierna, exaltándolo y despertándolo por completo. —. Cht, cht... no grites... —tapó su boca y sonrió, volvió a colocarle el pañuelo. Viéndolo indefenso y vulnerable. Las lágrimas salían de sus ojos y un grito desesperado sin ser escuchado.
Emily disfrutó tenerlo en ese momento, deseando que todo fuera distinto. Pero desgraciadamente no fue así, ahora le tocaba vivir un infierno en el mismo manicomio.
Ella cogió con más fuerza el bisturí y lo iba bajando por carne. Rasgándola y creando un agujero en su pierna. Vio el dolor en sus ojos, los intentos de quitarse las cintas en las manos y pies, la aguja intravenosa clavándole en sus venas y haciéndolo sangrar. Rió amargamente y colocó ambas manos en el cuello del hombre. Lo sujetó de pies y manos, amordazándolo y dando vueltas alrededor de él.
—Dijiste que la peor muerte es cuando sabes que lo inevitable, está por suceder —vio la jeringa con un veneno mortal, en sus manos.
Primero, empiezas alucinar, luego, te duermes y caes en un sueño tan profundo, donde tus peores miedos te atormentan, luego sientes tu cuerpo pesado y luego quemándose lentamente.
»Vas a sudar, querrás correr, pero serás esclavo de tu propio cuerpo. Y lo último que verás, será mi rostro.
Preparó su brazo, extendiéndolo con forcejeo. Los murmullos no escapan de su boca, tampoco los gritos y la luna, la luna fue oculta por las nubes. Seguían los gritos alrededor del lugar, con pisadas haciéndose cada vez más presentes.
Dejó caer lentamente el líquido sobre su vena, ella sonrió acercando el rostro con el suyo.
—Dulces pesadillas.
Su expresión fue dura, con resentimiento.
Él agrandó los ojos y trató de moverse, pero era inútil. Poco a poco, dejó de tener el control, su cuerpo empezó a convulsionar, y ella solo lo miró desde una esquina, viéndolo morir.
Esperando y esperando, minuto tras minutos, como moría solo, sin alguien que luego lo extrañaría y con pequeños recuerdos de su infancia.
Ella nunca entenderá porque la gente grita al ver algo inesperado, o porque les da miedo la oscuridad o a lo que nunca vieron.
Pues ella tenía un concepto muy distinto al horro y al miedo.
Ella vivió en la oscuridad, en lo desconocido. ¿Cómo temerle si no lo has visto? Su vida fue inesperada y a lo único que hay que temerle es a lo que conoces, porque aún cuando lo esperas, sabrás que todo está por terminar.
El miedo es cuando sabes que todo se te escapa en las manos y aún cuando tengas mil formas de actuar, no puedas, porque es inútil, porque la muerte se avecina y sufres contra sí mismo. Tú te vuelves tu propio enemigo, tal y como estaba muriendo él.
No hace falta relatar una escena sangrienta, menos despiadada y paranormal, solo cierra los ojos e imagina que estás frente a un espejo, y poco a poco te asfixias, la gente grita a tu alrededor y lo único que puedes ver es tu alma sucia.
Contó los minutos y la luz volvió, ella miró al techo por una última vez y dejó la carta, la carta que daría la clave a todo y la dejó sobre su pecho, tiñéndola de rojo oscuro. Quitó cada máquina conectada a su cuerpo y cortó las muñecas de ambas lados, derramando la sangre en el suelo. Escribió con esa misma sangre en la carta que llevaba consigo y ocultó la cuchilla debajo de la camilla, donde nadie la encontraría. La lluvia no cesaba por la ventana, los relámpagos rugían con fuerza. No tardó en que ella desapareciera por los pasillos, como un fantasma. Espantando todo a su alrededor, creando voces y alucinaciones a los más débiles.
Ese día no volvió a su habitación, solo lloro en una esquina fingiendo demencia, fingiendo miedo y ocultando su rostro. Pues Elisa Rowdes estaba como todos ahí, por locura y falta de un tornillo. ¿Y Emily? Emily resguardada por una falsa identidad y en los escombros del olvido.
¿Quién la recordaría?
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