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5. Tu jefe.

Ariadna.

No podía concentrarme. A penas llegué a la oficina y no puedo pensar, no me sale ningún artículo. Tengo clavados los ojos de Macintosh en la memoria, no hago más que reproducir su voz en mi cabeza y recordarme de su roce en mi mejilla, del acorralamiento de su cuerpo contra el mío, de su agarre en mi cintura. Estoy totalmente enloquecida, me duele la cabeza y ni siquiera pude dormir anoche. No logro aceptar que está obsesionado con hacerme suya, y temo por ello. No es un empresario exitoso limpiamente, es una mente maestra de los negocios ilícitos.

Mi móvil interrumpe mis pensamientos, es una llamada entrante de mi novio.

—Hola Richard— contesté.

—Hola mi amor. ¿Cómo estás? Tengo muchas ganas de verte hoy, ya estoy en la ciudad — con gran ánimo me habló al teléfono.

—Estoy bien, trabajando. Me alegro de que ya estés de vuelta — le contesté simple.

—Te escucho apagada, ¿nos juntamos esta tarde? ¿Quieres ir por un helado que endulce esa voz? — en realidad no quería, no tenía ganas, pero me daba pena no aceptar. Tenemos varios días sin vernos.

—Si, a las seis estaría bien— le confirmé.

—Perfecto mi vida, nos vemos, te amo— con gran entusiasmo se despidió de mí.

—Yo también, adiós — colgué.

Apoyé mi cabeza de mis manos y retiré de mi cabello hacia atrás con frustración. Respiré profundo con pesadez. Una notificación en mi móvil me hizo gruñir, no puedo creer que sea Richard otra vez, no le voy a responder si es así.

Fijé la mirada en la pantalla y era un mensaje de mi jefa, me solicitaba en la sala de reuniones.

¿Y ahora qué? Si es porque no tuve nada para lanzar hoy en la prensa, no estoy de humor para inventar alguna excusa luego de lo que me pasó ayer. Quien es la misma razón por la que no lo hice. Debo esperar las indicaciones de Macintosh para saber cuándo lanzar el próximo artículo.

Salí de mi oficina, al dirigirme por los pasillos pude toparme con otros compañeros que cargaban una pequeña caja llena de sus cosas personales, muchos de ellos con caras tristes y preocupadas, sin embargo no quise ser entrometida y continué con mi camino.

Al entrar a la oficina de mi jefa, me recibió la sorpresa de verla a ella también con una caja, metía todas sus cosas en esta y llevaba también una cara larga.

—¿Que sucede? ¿Por qué todos recogen sus cosas como si se fueran? ¿Acaso nos mudaremos a otro edificio? ¿Cuándo piensan decirme para yo también empezar a recoger? — le pregunté de inmediato.

Ella me miró fijamente.

—Hemos sido despedidos, menos tú. — sus palabras me golpearon. ¿De que hablaba?

—¿Qué? — emití sin entender.

—Han comprado la publicitaria, Ariadna. El comprador dio órdenes de que despidieran a todos menos a Ariadna Davis, según él, introducirá nuevo personal desde cero. — me contestó sin nada de ánimo.

—¿Quién ha sido? — pregunté con grandes ganas de saber.

—Buenas tardes— otra vez... una vez más... él.

Me di vuelta lentamente, no podía creerlo. Mis ojos viajaron directamente a la puerta, allí me topé con su majestuoso cuerpo enfundado en un traje gris sin una sola arruga, con una corbata de color carne y un pañuelo en el borde del bolsillo de la chaqueta del mismo color. Es muy atractivo.

¿Te escuchas, Ariadna? Creo que no.

—Buenas tardes y hasta luego. Mucha suerte con tu nuevo jefe, Ariadna. — la que era mi jefa abandonó la oficina en un dos por tres ante la llegada de Macintosh.

Me crucé de brazos sin entender absolutamente nada. Estaba muy sorprendida pero no quería hacérselo saber.

Caminó hacia mí luego de cerrar la puerta y como todo un caballero me saludó de beso en la mejilla posando levemente sus manos en mi cintura. Su aroma exquisito me hizo inhalar fuerte para poder disfrutarlo con placidez, mi ritmo cardíaco se descontroló y los vellos se me pusieron de punta.

—¿Explícame para que compraste una publicitaria? Justamente esta, ¿por qué? ¿Qué sabes tú de publicidad? Esto no es lo tuyo— con gran enojo me dirigí a él quitando sus manos de mi cintura a pesar de que no quería que dejara de tocarme. Caminé por toda la oficina y dándole la espalda miré por el ventanal con vistas a la avenida.

Escuché su suspiro.

—No sé nada sobre esto, tienes razón. Esto no es lo mío, también tienes razón, pero solo busco invertir mi dinero, o más bien...— lo interrumpí.

—Limpiarlo. — completé su frase dándome vuelta para mirarle.

En su rostro se formó una media sonrisa, claro, sin dejarme ver sus dientes. De seguro las sonrisas grandes no son de mafiosos.

—Exacto— dijo alargando la palabra con gran énfasis. — ¿Ves por qué no me equivoco al poner mis ojos en ti? Eres otra mente maestra, esta publicitaria la vas a dirigir tú — me informó con simplicidad.

Entreabrí mis labios para dejar salir más aire de la cuenta y cerrando mis ojos pasando mis manos por la cara, negué con la cabeza.

—¿Te has vuelto loco? — le cuestioné caminando hacia él. Acortó la distancia entre nosotros y esta vez quien negó fue él.

—La misma pregunta me hago. Me has descompuesto con tu llegada. Pero no, serás la nueva jefa de esta publicitaria, bueno, la jefa de los empleados que vas a dirigir, yo seré tu jefe— con gran aire me contestó.

—Te odio— dije mirándolo fijamente.

—Eso me gusta, ¿no que del odio al amor hay tan solo un paso? Estoy muy cerca entonces. — ¿ahora tenía buen sentido del humor?

—Yo no voy a trabajar para ti, no para ser cómplice de tus negocios sucios. Tendrías un lavado y no quiero colaborar — le dejé claro.

—¿Cuándo vas a entender que ya no estas para escoger? Además, tienes un contrato de tres años con esta publicitaria, sin importar si cambia de dueño. Cumple con tu contrato, a los tres años si quieres puedes renunciar, no tendría problema alguno. Ya para ese entonces serás mi esposa —

Se me hizo imposible no reír.

—Me gusta esa fe que tienes. — le dije sonriendo con gran liviandad.

—Te ves preciosa sonriendo, si supieras lo bella que te ves no te mostraras tan rebelde y lucieras más tu gran atributo— me halagó.

—Gracias — agaché la mirada, sentía mis mejillas arder.

Volvió a llevar su mano a mi mejilla y levemente con suavidad acarició mi pómulo.

—No olvides nuestra cena esta noche, pasaré por ti a las ocho. Desde ya puedes irte a tu casa a descansar, sé que ayer fue un día duro, no pudiste dormir anoche por lo que veo en tus ojeras y sé que tu cabeza te agota con tantas preguntas. A partir de mañana empezaremos a conducir la empresa, por el momento relájate y no tengas miedo. No te haré daño, Ariadna. — su calmada voz sí que me relajó, lo que me encontré tan extraño. Era un hombre que acababa de conocer y que tuviera la capacidad de tranquilizarme y también de enloquecerme al mismo tiempo, me dejaba anonadada. Me preguntaba si, ¿nunca perdía la calma y se mostraba tan paciente siempre? ¿Si era tan bien hablado todo el tiempo? ¿Y si hasta recién levantado era así de guapo?

—Está bien— asentí. En realidad sí que estaba agotada.

—Déjame acompañarte a tu auto — se ofreció.

Ambos salimos de aquella oficina, el permitiéndome pasar adelante. Luego de ir por mi bolso tomamos el elevador.

—Solo hace falta que se detenga el elevador y nos quedemos atrapados, sería el momento justamente indicado como para robarte un beso— lo escuché emitir.

Esta vez sí que se me hizo imposible no sonreír.

—Se me hace extraño que un hombre como usted tenga que esperar a situaciones como esas. Pensé que si quería robarme un beso lo hacia donde fuera — respondí inocentemente.

—De veras que no me equivoqué contigo, tienes razón. Soy un idiota— tras emitir esas palabras se dio vuelta hacia mí y con gran rapidez me tomó por la cintura acorralándome contra la pared del ascensor chocando mis labios finalmente con los suyos. Con gran destreza me envolvió por completo mientras que sin mostrar retención alguna pasé mis brazos por su cuello y llevé mis manos a su nuca donde descansaba parte de su cabello.

Sus labios sabían muy dulces, eran suaves y placenteros. Su lengua me pidió paso y sin oponerme se lo di. Nuestras sin huesos se envolvieron con agilidad y sus dedos se metieron en mi cuero cabelludo tirando de mi melena causándome jadear.

Me sentía muy a gusto al poder disfrutar del roce de su cuerpo contra el mío. Me sentí envuelta y protegida en su agarre, me sentí distinta.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron nos separamos por falta de aire y con rapidez me zafé de su agarre y tiré de mi cabello hacia atrás que sentía que me asfixiaba.

Mi auto y el suyo eran los únicos en el sótano.

Lo miré con cierta vergüenza. Por Dios... nunca nadie me había besado así.

—Ya me voy—

¿Enserio Ariadna? ¿No podías decirle otra cosa?

—Espera— me dijo acercándose a mí.

Con su pulgar limpió la comisura de mis labios. Sentí que iba a mojar ante esa acción. Era un maldito caballero.

—Ahora sí, se te había regado un poco el labial. A las ocho paso por ti, Ariadna. —

Qué tal? Qué les parece la novela? Qué les parece Macintosh?

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