¡Rebelión!
Al anochecer los hombres del Buitre se reunieron en cubierta.
—¿Cómo es posible qué no los encontréis?
—Señor —respondió un pirata—, hemos buscado por toda la isla, esperado al pie del pesquero y gritado voces de negociación, pero nada. Quizás tuvieran otra embarcación.
—¡Les habríamos visto zarpar! —rebatió todavía más enfadado—. Y si no fuese porque necesito hombres, te garantizo que te pegaba un tiro por patán.
—Pero, señor, hemos mirado hasta en los árboles y no... —insistió el pirata.
El Buitre le disparó en el pecho sin mediar palabra.
—¡Esperaremos aquí! Antes o después saldrán de su escondite —zanjó antes de meterse en su camarote con el contramaestre.
Estudiaban las cartas de navegación, cuando se abrió la puerta de golpe y Antonio entró seguido por tres hombres. El Buitre les miró con rabia:
—¡Volved al trabajo, pandilla de holgazanes!
—Veréis capitán —explicó Antonio—. Lo he discutido con la tripulación, y creemos que dejar escapar a Mar ha sido un descuido muy grave. Ahora, no cobraremos la recompensa.
—¡Maldito perro sarnoso! —gruñó el Buitre, y añadió desenfundando su espada—. Te voy a enseñar a discutirme.
Los tres hombres que apoyaban a Antonio sacaron sus pistolas y el Buitre se detuvo.
—¡Está bien! —cedió el Buitre con amabilidad—. Quizás haya estado demasiado... brusco. Atenderé vuestros razonamientos y os compensaré. ¡Contramaestre, procurad la recompensa a estos hombres!
Al oír la frase, el contramaestre sacó dos pistolas. Dos de los piratas reaccionaron haciendo fuego sobre él, pero él no se quedó atrás y también hizo fuego sobre ellos. En un instante los dos piratas cayeron al suelo, mientras el contramaestre quedaba malherido con una bala en el costado. El Buitre, hecho un rayo, aprovechó el desconcierto para sacar su pistola y hacer fuego sobre el tercer pirata.
Antonio, al verse solo, saltó sobre el Buitre con su cuchillo. Pero el Buitre detuvo la estocada con su pistola y, tras desenfundar su espada con la zurda, le atravesó a la altura de la tripa. Las miradas de ambos se cruzaron: la de Antonio, petrificada y perdida; la del Buitre, burlona y despiadada.
El Buitre desclavó su acero, dejando que el cuerpo de Antonio se derrumbara, y se acercó a la puerta del camarote donde la tripulación se agolpaba para ver qué había sucedido.
—¡No debisteis enviar a nuestros compadres a la isla de los caníbales! Sabíais que no regresarían —gritó el pirata flacucho con pañuelo en la cabeza.
—¡Antonio tiene razón, nos habéis hecho perder un importante dinero! —aseguró otro.
El resto de piratas alentaban las afirmaciones.
El Buitre se limitó a berrear:
—¡El primero que se acerque a mí, le enviaré al infierno con vuestro estimado Antonio y sus aliados!
Y abriendo del todo la puerta del camarote les mostró los cadáveres de sus antiguos compañeros. La tripulación enmudeció con el macabro hallazgo, sigilo que aprovechó el Buitre para hacerse de nuevo con las riendas del asunto:
—El que tenga algo que objetar, que lo haga ahora.
Los marinos, sin poder sostener la centelleante mirada del Buitre, quedaron petrificados.
—Respecto al Demonio de Mar y su amiga, les agarraremos mañana. Esta isla no es lo bastante grande para ocultarse a la luz del sol. Los conduciremos ante Cariván, y él nos dispensará la recompensa, os lo juro.
Loshombres volvieron a sus quehaceres y el Buitre ayudó a levantarse alcontramaestre.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro