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Explicaciones familiares

Acompañamos al viejo por un pasillo de roca, hasta una cavidad amplia con una mesa, una silla y varios armarios señoriales, que seguramente había sacado del barco. Pequeñas aperturas dejaban pasar la luz del atardecer.

—Sólo poseo una silla —se disculpó el viejo—. Señorita —añadió haciendo un ademán hacia Inés.

—No estoy cansada —contestó Inés, observando el aspecto del viejo—. Siéntese usted.

—Está bien, me sentaré —suspiró el viejo antes de toser. Cuando se calmó, retomamos la conversación—. ¿Así que tengo un nieto? Sabes, poco a poco, te voy creyendo: quizás sea la necesidad de creer que tiene un viejo como yo. Tienes un aire a mí, cuando tenía tu edad. En los armarios encontraréis carne en salazón y aguamiel... Y cuéntame, cómo fue todo, porque mi mujer murió, según me dijo el marino que naufragó.

—Un marino, ¿no sería el que estaba en la playa? Porque le he enterrado pensando que eras tú.

—¡Válgame Dios! ¿Le habéis enterrado después de tantos años? —El viejo rio hasta que de nuevo un ataque de tos le interrumpió—. Bueno, cuéntame lo de mi mujer.

—Yo sé poco al respecto —respondió Mar, que ya había empezado a morder el salazón—. Mi abuela murió al poco de nacer mi padre. Él fue criado por el viejo gobernador Joaquín. Cuando creció se convirtió en maestro de esgrima: dio clases de espada a las personas más notables de la zona.

—¡Sabía que te conocía! —exclamó Inés sorprendida—. Eres el hijo del maestro de esgrima de mi padre. He jugado contigo cuando eras niño. Pero, ¿por qué no me lo dijiste?

—Desde que el Buitre merodea por estas aguas, intento no hacer alarde de mi identidad. Si me hubiera reconocido en su galeote, me habría matado.

—Claro, el Buitre asesinó a tu padre a la salida de mi casa.

—Sí: abuelo, a mi padre lo mató el mismo pirata que nos persigue.

—¡Qué dices! ¿Ahí fuera está él rufián que ha matado a mi hijo? Esto no lo dejaré así, le voy a...

—Calma, abuelo, no es tan sencillo. Dispone de muchos hombres, no podemos enfrentarnos a ellos. Hace años, el Buitre intentó sonsacar la ubicación del oro a mi padre: la gente sabía que tenía que ver algo con el asunto, pero él nunca llego a saber dónde estaba esta isla. El Buitre le disparó, yo lo vi. Mi padre, con su último aliento, le cortó la oreja izquierda para defenderme.

—¡Pobre hijo mío! ¿Qué culpa tendríais vosotros de que encontrásemos el oro?

—Cuando murió mi padre nos instalamos en Isla de Fuego. Mi madre enfermó, nunca fue la misma desde que murió mi padre. El hijo de uno de tus compañeros de viaje me cuidó como a sus propios hijos. Fue el viejo señor Joaquín, tu compañero de viaje, el que me desveló la historia del oro.

El anciano escuchó toda la historia con lágrimas en los ojos.

—Estoy muy orgulloso de tener un nieto como tú. ¡Cómo he ansiado salir de aquí...! Partimos un día de lluvia. En la peor de las tormentas, caí al agua. Luché contra las olas y desfallecí. Desperté en una cala al otro lado de la isla. No sé cuánto tiempo estuve dormido, pero fue demasiado: vi a nuestro barco alejarse en el horizonte. Encontré pisadas y señas por toda la isla, por lo que deduje que me buscaron.

El viejo rompió a llorar y toser. Mar pasó el brazo sobre el hombro de su abuelo.

—¿Estás bien?

—Los años no pasan en balde para nadie. Y tú, Mario, ¿cómo has encontrado este sitio?

—Tus tres vecinos hicieron una carta marítima de su viaje y mandaron barcos en tu busca.

—Aquísólo llegó una persona medio ahogada—admitió el viejo—. Una víctima más de las grandestormentas de por aquí. Apenas podía hablar cuando le recogí. Le pregunté por mimujer y supe que ella había fallecido. Yo no sabía que estuviera embarazada ami partida, seguramente me lo ocultó para que no me preocupara durante elviaje. Como tiritaba, le puse mi mandil. Al poco, murió, no pude hacer nada porél. Sin ánimo para enterrarle, lloré la muerte de mi esposa.

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