Cómo concluye nuestra aventura
Corría por verdes praderas hasta un riachuelo, donde intentaba beber y no podía, la garganta me abrasaba. Desperté y abrí los ojos.
Continuábamos en medio de la masa de agua. El sol nos atizaba de pleno con un ardor infernal. Con la cabeza resguardada por trapos y las heridas vendadas, descansábamos extenuados.
Mar, al verme otear, sonrió como pudo. Acerqué la barrica de agua a mis cortados labios ansiando sacar alguna gota, no brotó nada, y la tiré a un lado. Desperté a Inés con el golpe, y ella se levantó haciendo señas. Al principio, no le salía la voz, pero después, gritó:
—Un barco ¡Eh! ¡Aquí!
Los cuatro chillamos con fuerzas renovadas.
Embarcamos en una goleta española donde un amigable capitán salió a recibirnos:
—Bienvenidos a nuestro navío. Habéis tenido suerte, si no fuera por la guerra, dudo que ningún barco surcará estas aguas. ¿Seríais tan amables de indicarme vuestros nombres?
—Me llamo Inés, soy hija del gobernador de Isla Jardín.
—¿Isla Jardín? Eso cae un poco lejos de aquí, pero no temáis, os dejaré en una colonia próxima para que os puedan trasladar a vuestra isla. Y vos, caballeros, ¿quiénes sois?
—Me llamo Miguel Rojas...
—¿Miguel Rojas —interrumpió otro de los marinos—, sois el sobrino del teniente Sebastián Rojas?
—El mismo.
—Llevan meses buscándoos —explicó el capitán—.Vuestro tío se alegrará de veros sano y salvo. ¿Y, vos?
—¿No podríamos olvidar las preguntas con este lingote? —contestó Mar sacando el metal de un saquete.
El capitán negó con la cabeza:
—¡Detened a estos hombres!
Nos confinaron en una pequeña celda. Me tocó sentarme al lado del artista que estaba indignado:
—Nunca imaginé que mi rescate fuera de este modo. ¡No pagaré por vuestras fechorías! Intentar sobornar a un capitán. Si me hubieseis dejado a mí, ya os he dicho que mi familia es muy influyente.
Mar e Inés se acomodaron en un rincón, demasiado cansados como para discutir.
Un par de semanas después, ya estábamos ante el gobernador de una isla cercana, un tipo canoso y rudo:
—Por la gracia del don Melchor Portocarrero Laso de la Vega, conde de la Monclova y vigésimo tercer virrey del Perú y representante de su excelencia Felipe V de España, declaro a Inés Duarte culpable de los cargos de piratería; a Mario Méndez, culpable de piratería; a Juan de la Vega, culpable de piratería; a Miguel Rojas, culpable de piratería. Como sabéis la piratería está castigada con la horca. Mañana mismo...
—Señoría —interrumpió un soldado.
—No me molestéis ahora —bramó el gobernador—. ¿Por dónde iba? Mañana...
—Pero, señoría ha llegado...
—¡Un momento, señoría! —acometió un elegante caballero de alargado gorro negro y perilla.
—¿Puede saberse quién sois vos?
—Mi nombre es Sebastián Rojas, pertenezco al Real y Supremo Consejo de Indias, y soy tío del aquí presente Miguel Rojas.
—Disculpad, excelencia, no le conocía en persona —se excusó el gobernador—. ¿Qué requiere su merced?
—Señoría, han llegado a mis manos documentos referentes al asunto que estáis tratando, y porto disposiciones claras del propio virrey.
El murmullo presidió la sala.
—¡Silencio! Continué.
—Señoría, el virrey está muy satisfecho con la recuperación de cinco de sus lingotes de oro. Respecto a los acusados, desde el Real Consejo hemos inspeccionado los documentos que han aportado estos caballeros y hemos presumido necesaria nuestra pronta actuación.
—Excelencia, están probados sus actos de piratería, y como sabréis, la Real Cédula nos obliga a colgar o pasar por armas sin disculpas a los piratas.
—Conozco perfectamente la Real Cédula, yo mismo ayude a redactarla; pero dudo que a estos caballeros se les pueda condenar por piratería. ¿En qué hechos se fundamenta tal acusación?
—Robaron un barco.
—Inglés, y que si no mal he oído, practicaba contrabando. Tomar el timón de dicho barco, si bien no es un acto reglamentario, no lo es de piratería ya que está operando fuera de la ley. Además, no se puede juzgar en tiempos de guerra la apropiación de bienes enemigos como un acto de piratería. ¿Algún hecho más?
—Robaron al gobernador Cariván de Isla de Plata golpeando a sus guardias.
—El gobernador Carlos Cariván ha atentado contra los intereses de la Corona Española. Se asoció con el pirata Robert y le instigó a saquear nuestras embarcaciones, por lo que tampoco se puede juzgar a los acusados de ese delito, al no ser el gobernador Cariván una autoridad legítima, sino un conspirador. Debemos de estar agradecidos a los comparecientes por desenmascarar al traidor. ¿Algo más?
—Tenemos otras causas menores: injurias contra el honor, blasfemia pública, falta de respeto a la autoridad, comportamiento impúdico, alteración del orden... ¡Se colaron en un convento disfrazados de monjas! —añadió el gobernador mientras elevaba las cejas del asombro.
—Yo no —aseguró Miguel ante la mirada inquisitoria de su tío.
—¿No cree su excelencia —prosiguió el gobernador— que estos actos en su conjunto pueden ser catalogados de piratería?
—Piratería, quiere saber lo que es la piratería: los mercenarios Británicos no solo nos roban, sino que atacan y reducen a escombros nuestras ciudades costeras. Algunos de estos... ¡bucaneros!, son héroes para la corona británica, hasta se les otorgan títulos nobiliarios. Vivimos tiempos de guerra, y el virrey no concibe desperdiciar a caballeros de temple, capaces de limpiar los mares de saqueadores.
—¿Dónde queréis llegar, señor Rojas? —preguntó el gobernador.
—Porto aquí una carta sellada por el virrey con órdenes de expropiar Isla de Plata y compensar los daños originados en Isla Jardín. —Sebastián introdujo la mano en sus elegantes ropajes y extrajo un sobre lacrado—. Carlos Cariván será ajusticiado por traición. La corona explotará lo que quede de sus minas. Por otro lado, como ya he avanzado, el virrey está muy satisfecho con estos caballeros por acabar con el infame pirata Robert y recobrar parte del oro. Me ha ordenado ofrecerles una Patente de Corso. Con esta medida se subsanarían sus delitos menores, siempre y cuando ingresen en la Real Armada al servicio de su majestad. Decidme señores: preferís una patente y unos años en el ejército o cadena perpetua por vuestras continuas negligencias.
—Será un honor servir a la Armada Real —optó Mar con el asentimiento del artista.
—¿Me permitiría su excelencia ver ese escrito?
Sebastián acercó el comunicado al gobernador que lo examinó:
—Está sellado por la Casa Real y rubricado por propio Virrey. Ante esto no tengo potestad. ¡A la vista de los nuevos acontecimientos, dejo en manos de Sebastián Rojas este caso! Ahora sois el responsable de los reos y del resto de los asuntos que surjan de los documentos aportados. Doy por clausurado el juicio.
Sebastián aprobó las palabras con una levísima reverencia.
Cuando salimos del juzgado, Sebastián abrazó a su tío.
—¿Dónde embarcaré? —preguntó Mar.
—Por ahora embarcaréis conmigo. Marcharemos con mis hombres a Isla de Plata. Gobernaréis uno de los barcos embargados a Cariván y estaréis a mi servicio directo.
—¿Acaso tengo otra elección?
—La cárcel.
—Esa no es una opción, pero debo solicitaos un favor.
—Vos diréis.
—El chico, Juan, es demasiado joven para enrolarse en el ejército.
—Hay grumetes más jóvenes que él, pero sea como queráis. Encargaos de dejarle a buen recaudo, no quiero más pícaros en las calles. Entonces, ¿hemos hecho un trato? —preguntó Sebastián avanzando la mano.
—Lo hemos hecho —confirmó Mar sellando el apretón de manos.
Emprendimos el viaje de retorno. Cuando divisamos Isla Coral, Mar pidió acercarse al puerto, donde gritó:
—¡Marqués! ¡Marqués!
Tras esperar, repitió varias veces la llamada. Se oyeron ladridos y Marqués apareció corriendo.
Cuatro días después, atracamos en Isla Jardín, donde el gobernador Arturo salió a recibirnos. Inés se arrojó a sus brazos.
—Hija mía, no he podido dormir pensando en tú suerte.
—Padre, ya no debéis preocuparos por la isla.
—Lo sé, han venido los secretarios del virrey. He recuperado los títulos de propiedad y me han restituido nuestros bienes. Han intentado detener al gobernador Cariván, pero se ha dado a la fuga ¿quién iba a figurarse que él...? Capitán Mario, habéis consumado la promesa de vuestra ayuda.
—Pero no os traigo el oro.
—Pero lo habríais hecho ¡Ah! La espada hermana, siempre sospeché quien erais, pero ahora estoy seguro: sois su dueño, no puede ser empuñada por mejores manos.
Cenamos con el gobernador. A los postres, Mar e Inés dieron un paseo por los jardines de la mansión. Al llegar a uno de los claros, Mar tomó una rama, e hizo movimientos de esgrima.
—En esta llanura, aprendí espada con mi padre.
—Lo sé, nunca olvidé aquellos tiempos.
Inés le miró a los ojos:
—Cuando dijiste que desearías vivir conmigo en Isla Jardín, ¿lo decías de verdad?
—Nunca he hablado más en serio.
—Pues...
—¿Pues?
—Ahora, eres un respetable capitán de la Armada Real.
—Sí, ¿y qué muchacha puede estar tan loca como para enamorarse de un capitán a las puertas de una guerra?
—La misma que fue capaz de enrolarse en un barco pirata.
Inés abrazó a Mar y de nuevo se besaron.
El gobernador Arturo, que no les quitaba ojo desde las ventanas del salón mientras yo liquidaba mi tercer postre, ladeó la cabeza:
—Parece que el capitán Mario ha hecho buenas migas con mi hija —se quejó sumido en su aire de benevolencia.
A los cinco días Inés, vestida de encaje blanco, tomó el brazo de su padre y caminó hacia el altar. La pequeña ermita estaba abarrotada, hasta el propio Ajani, con su impoluta camisa blanca, acudió al evento.
Mar, con su nuevo uniforme de capitán, la aguardaba junto a Julia, la gobernadora de Isla de Fuego. Yo sostenía un cestito con las dos alianzas de boda, y el enjuto sacerdote con el que empecé esta historia formalizó la ceremonia.
Mar lucía su mejor sonrisa, sólo empañada por la rolliza tía de Inés, que cuando le reconoció, le amenazaba con la mano cada vez que cruzaban sus miradas; pero apenas tuvo ocasión, ya que él sólo tuvo ojos para la novia.
Se celebró un banquete en la mansión que impregnó de festejo a toda la aldea. La gran mesa del salón, llena de manjares y regocijo, fue presidida por la panoplia de las dos hermanas gemelas que, al fin, volvieron a descansar juntas.
Contacta con nosotros: [email protected]
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro