Capítulo 41: Rescate
La mañana inicio, el rocío cubría el pasto y había una suave brisa que se colaba por la ventana rota de aquella casa que parecía abandonada. Aún no daban las 7, pero Ibis tenía un mal presentimiento que la hizo despertar. Ella se mantenía observando todo a su alrededor y concentrando su oído para escuchar algo.
–¿Ibis? –menciona Ekaterina al despertar. –¿Qué ocurre?
–Algo no me gusta…
–¿Qué?
–Tengo mala espina de todo esto.
La joven rusa se estaba preocupando al ver a su compañera asustada. Fue entonces que escucharon que la puerta del sótano era abierta y los pasos de 4 personas bajaban las escaleras.
–Juan, Pedro, llévenselas. –ordena el hombre de nombre Simón, a lo que los otros dos caminan para tomar a las chicas.
–¡No la toquen! –grita Ibis interponiéndose entre ellos y Ekaterina. –Si a la que querían era a mi, dejen que ella se vaya.
–No se va a poder. –responde Ana. –Recuerda que ella se vio involucrada por tu culpa.
–Ana, te lo pido. Si tanto me odias, haz lo que quieras conmigo, pero no metas a nadie más.
–Me gusta que supliques.
–¿Ibis? –Ekaterina estaba incrédula cuando vio a la joven arrodillarse y poner su frente en el suelo.
–Te suplico que dejes libre a Ekaterina.!Te lo ruego…
–Que adorable vista. –atina a decir la Ana mientras pone su pie encima de la cabeza de Ibis. –Pero no puedo hacerlo, ella es una testigo, y como tal, debe desaparecer~
–¡Ana! –la menor quitó el pie de la rubia y se balanceó sobre ella.
Juan intentó separarlas, el hombre tenía un arma en su mano, así que Ibis aprovechó eso, dejando a Ana a un lado, la menor le dio una patada en las partes blandas del sujeto, logrando someterlo quitándole la pistola y poniéndosela en la cabeza.
–Muy bien, esto es lo que haremos. Ustedes dejan a Ekaterina que se vaya y yo no le hago un agujero en la cabeza a su amigo. –dice con enojo la chica mientras le temblaba la mano.
–Ibis… Espera… Cálmate. –menciona la euroasiática.
–Está bien. –contesta Simón.
–¡¿Qué?! ¡No! ¡Ella no se puede ir! –réplica Ana.
–Cierra la boca. La única por quién nos pagaste era la pequeña. Así que cumple ese pedido suyo. –el joven voltea a ver a la rusa. –Vete.
–¿Ibis? –menciona viendo a su nueva amiga.
–Ve. –dice con una sonrisa. –Yo estaré bien. Así que vete.
–No quiero…
–Ekaterina, hazme un favor. Dile a Andrey que le estoy agradecida por haber hecho que confiara en mi de nuevo. Y también dile, que le amo.
–Ibis… No…
–¡Largo!
Ibis dio un grito fuerte que asustó a la chica, así que ella se fue llorando, no tenía la fuerza para pelear y sabía que lo único que haría sería estorbarle a su amiga, así que salió del sótano y luego de la casa, ella se disponía a buscar ayuda, pero sintió un jalón en su brazo, que luego le cubrió la boca.
–Shh… Ekaterina, soy yo. –era Andrey, quien luego destapó la boca de la chica.
–… Andrey…
–¿Dónde está Ibis? –pregunta Brandon.
Ekaterina vio que ambos tenían puestos chalecos antibalas, el hombre a quien no conocía tenía una pistola.
–Les llegó el teléfono…
–Así es. –menciona Andrey. –Dinos dónde está Ibis.
–Ella está dentro. –menciona después de que viera a uniformados alrededor, listos para entrar.
Mientras tanto dentro del sótano, Ibis había sido apuñalada en la pierna por Juan, quien tenía una navaja escondida entre su ropa. El mayor trató de tomar su arma de regreso, pero en el forcejeo, la menor terminó oprimiendo el gatillo, haciendo que el disparo diera al sujeto. En ese momento, Simón arrebató la pistola a la chica y la sometió. Luego la alzó por los cabellos y estrelló su cabeza contra la pared, y tirándola debajo de la pequeña ventana donde habían aún vidrios rotos, dónde uno de los fragmentos había quedado con la punta hacía arriba, haciendo que se incrustara en el estómago.
Con dolor, la menor se levantó, intentando reincorporarse mientras se quitaba ese trozo de vidrio, luego Simón amarró las manos de Ibis y le ordenó a Pedro llevarse a Juan para que lo tratara, y así lo hizo, tomó a su compañero y se lo llevaba subiendo las escaleras, pero al estar en la puerta, fueron emboscados por oficiales, alertando a los que quedaron abajo. Con apresuro, Ana tomó a Ibis jalándola con brusquedad y juntó a Simón, salieron por otra puerta que había oculta en el sótano, que daba hacia arriba y cuya entrada, estaba camuflada con ramas propias de la naturaleza. Al salir, se dirigieron a un punto dónde había maleza, sin embargo este también era un camuflaje, ya que al quitar la ramas, había un auto.
–¡Ibis! –gritó el euroasiático apuntado con temblor un arma.
–¡Andrey!
–¡Suéltenla!
Ana arrebató la pistola de las manos de Simón y disparó dos veces, sin dudar, acertando en el hombro y el estómago del mediano, quien ya no portaba su chaleco antibalas por habérsela dado a Ekaterina. El cuerpo de ruso se recostó sobre la pared y sus piernas flaquearon haciéndole caer al suelo.
–Andrey… –la joven miró con miedo profundo. –¡Andrey!
Con desespero, Ibis había logrado zafarse por un momento de sus captores para tratar de llegar a su amado, sin embargo, fue detenida en el intento por Simón, quien se le fue encima para evitar que avanzara, Ibis poco sentía el dolor de su herida por el vidrio, pues más le dolía ver a Andrey yacer en el suelo, gritaba y lloraba por él.
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