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16. ¡Yo no soy igual que mi abuelo!!!



Las monedas de oro centelleaban a tal fuerza que su brillo era hermoso e hipnotizante. Pero el silencio de la sala de oro comenzaba a incrementar la locura del rey Thorin, primogénito del, alguna vez, rey Thráin. Era sofocante tal silencio que Thorin optó por irse de ahí no antes, cerrando las puertas resguardando el oro, la capa de piel se hondeaba conforme el paso del enano entre los pasadizos del reino. Cabeza gacha, ojos desorbitados y respiración entrecortada era el manjar de él todos los días, desde que puso las manos en ese oro maldito. Algo le decía a él a gritos que no estaba bien, la soledad era su prueba.

Caminaba y caminaba hasta llegar al salón donde estuvo luchando contra Smaug antes de bañarlo en oro. Ahora el piso de la sala relucía brillante y dorada por dicho líquido. Thorin entró al salón mirando los pilares hechos de piedra que sostenían esa monumental estructura que se encontraba debajo de la montaña, pilares gruesos tallados por manos de enanos de antaño, cuando su abuelo Thrór, vivía como rey.

Los pasos del enano, junto a la armadura que llevaba, dejaba un eco retumbando en cada rincón de la sala.

"Tu no debes de ir a la guerra, Thorin" ...

Escuchaba en su cabeza, taladrándole con más fuerza.

"Siempre serás mi rey"

Decía otra voz en su adentro.

"Sé que no eres igual a tu abuelo... hay algo en ti que lucha por salir, Thorin"

La imagen de Aûstryth diciendo esas palabras le vinieron a la mente, triturándole cada vez más.

"Thorin!! Me soñé que te hundías en un pozo lleno de oscuridad, donde Smaug te estaba esperando"

El recuerdo del sueño de Eurielle, lo hizo recapacitar; hay algo en él que no está bien.

—Qué me pasa? —susurra el rey, mirando sus manos temblorosas. Su aspecto deplorable se hizo ver en el piso de oro, por primera vez, hace mucho tiempo. No se reconocía, ese, no era él.

—Te has convertido en el lobo carroñero que quería... —sisea el dragón mientras se desliza por dentro del piso de oro.

—No soy un carroñero... —susurra el rey, mirando expectante la figura del dragón.

—OH siii!! Mírate... hijo de Thráin... qué bajo has caído. Te vez igual a tu abuelo.

—YO NO SOY IGUAL A MI ABUELO!!! —grita Thorin. Pero una oscuridad lo inundó, cayendo en ese agujero sin poder ver nada.

Gritos y lamentos del rey, se escuchaban en la oscuridad, pero una figura toda vestida de blanco comenzó a caminar hacia él. En cuanto más se acercaba, Thorin más notaba de quien se trataba, apareciendo éste, en otro lugar.

—Sé que podrás con esto... —dice la voz, cada vez acercándose a él.

—Estoy perdido... —llora el rey.

—No lo estas... —contesta Eurielle, su figura era igual como las veces que soñó con ella, joven y hermosa, pero esta vez, algo más traía con ella y eso, era paz.

La mirada de Thorin hacia ella era de súplica, de auxilio. Pero la nieta de Fundin, no podía hacer nada más.

—Lucha por tu gente. Junto a ellos. —dice Eurielle mientras quitaba las lágrimas de la cara de su esposo—. Yo estaré contigo, hasta el final de tus días.

—Tu no podrás con las legiones de huargos y orcos que amenazan este reino! —habla Smaug dentro de él.

—Lucha mi amor... —dice el fantasma de aquella que era su esposa y que ahora se desvanecía frente a sus ojos.

—Tu eres igual a tu abuelo!!! Está en tu sangre...

—YO... NO... SOY IGUAL A MI ABUELO!! —grita Thorin al mismo tiempo en que se quita la corona de su cabeza.

Un silencio se sintió después de eso y una luz azul comenzó a brillar en los ojos del guerrero, príncipe y rey en exilio. Un respirar de vida volvió a él como si hubiera nacido otra vez.

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En la Ciudad del Valle, Almaré junto a Bardo y seguidores siguen luchando para que los orcos y huargos no entren más a la ciudad. La reina del Bosque Negro luchaba con un orco que le doblaba de estatura y masa, pero eso no la hizo huir o detenerse y dejar que él la matase, continuó luchando. Pero al retroceder un paso para evitar una estocada ella cae, ahora está a merced del monstruo. El orco se aproxima a ella ágilmente alzando su espada por encima de sus hombros, listo para terminar con ella, pero una flecha perforó su pecho cayendo inmóvil a la par de la pelinegra quien lo veía asustada. Rápidamente se levantó para mirar a su salvador, llevándose la sorpresa de que Tauriel, junto a Légolas, han llegado a luchar junto a ellos.

Desde arriba de una torre de un fuerte desecho que le pertenecía a la ciudad en ruinas, se encontraba Bolgo, que junto a varios seguidores de él daban una serie de patrones para poder guiar las tropas a lo que ellos querían. Eso no pasó desapercibido por Dain, el cual quiso ir por él, pero sus tropas y las tropas de elfos se han reducido a muy pocos.

—Donde está Thorin!!?? —grita el rey de Colinas— lo necesito aquí junto con su pueblo!!

Pero dentro del reino de Erebor, solo gobernaba las ansias de luchar y solo eso. Kili, sumergido en los recuerdos de su tío enseñándole a luchar, cuidándolo y regañándolo no se daba cuenta que una silueta a lo lejos comenzaba a verse.

—Kili... —le susurra su hermano despertándole de su ensimismamiento.

Los ojos de Kili se clavaron en aquella figura, que poco a poco se comenzó a ver con más claridad. Thorin caminaba hacia su gente, los cuales al verlo se levantaban expectantes por lo que veían en él. Kili, se levantó de donde estaba y con enojo se dirigió hacia él ignorando las advertencias de su madre.

—Thorin!! —dice Kili acercándose a él, intimidante— no sé qué rayos es lo que tiene tu familia por el oro, esa enfermedad... que ahora nos tiene a todos nosotros encerrados por ti! ¡Dejando pelear a otras gentes las batallas con son DE NOSOTROS!!! —los ojos del hijo menor de Dís comenzaron a humedecérseles —. Yo no sé Thorin, pero eso no lo tengo yo....

—Claro que no... —habla Thorin, una voz que hace mucho tiempo no se escuchaba en él—. Eres un hijo de Durin... y los hijos de Durin no dejan que sus peleas sean resueltas por otros que no sean ellos mismos...

Esas palabras hicieron en Kili que una lagrima de alegría cayera a su mejilla. Thorin por su parte lo mira sonriente y lo abraza, un abrazo protector, un abrazo paterno.

Dís comenzó a caminar hacia su hermano con curiosidad y con lágrimas en sus ojos. Thorin al verla, se aproxima a ella y la abraza.

—Eres tú... —susurra Dís entre los brazos de su hermano.

Después de esos minutos emotivos, Thorin se acercó a su pueblo.

—Yo merezco que ustedes no me vean más como su rey... pero les pido que luchemos por nuestro reino. ¿Me seguirán una vez más?

—Siempre te he dicho... —habla Dwalin— siempre serás mi rey...— dice sujetando su hacha.

—Nuestro rey! —dice Balin, todos los guerreros de Erebor contestan igual al unísono.

Pero hay alguien que no está ahí, Aûstryth no se encuentra con ellos, o eso es lo que Thorin piensa. Pero entre los enanos salió una guerrera de cabello rojo, con arco y espada en mano, lista para pelear. Thorin al verla, camina hacia ella, lagrimas caen en el rostro de la joven enana, pero son detenidas por las manos ásperas del rey, que con una sonrisa, se acercó a ella sellando sus labios con los de ella.

—Perdóname... —susurra Thorin entre los labios de la enana, ella le contesta besándole nuevamente para luego abrazarlo.

Las tropas reducidas de Dain resguardan las puertas de Erebor tratando de que los orcos junto a huargos no se aproximen al reino. Hordas de orcos, increíblemente grandes avanzaban con agilidad hacia el grupo de enanos, pero los naugrims no titubeaban, estaban completamente convencidos en luchar hasta morir.

Cuando Dain vio que esa iba a ser su última batalla, un cuerno proveniente de Erebor retumbó, provocando que la tierra vibrase seguido por voces que gritaban al unísono en Khuzdul. Luego, un silencio comenzó a surgir, pero no duró mucho, ya que desde adentro una gran campana hecha de oro puro macizo rompió el muro que protegía al reino.

Thorin, seguido por Kili, Fili, Dwalin, Balin y los demás de la compañía son los primeros en salir a luchar.

—POR EREBOR!!! —grita Dain al ver al rey salir del reino con espada en mano.

—IRGTSU, IRGTSU!! —grita los enanos de colinas mientras abrían paso al rey y sus seguidores.

Thorin, no se detuvo y siguió corriendo decidido junto a las tropas de Colinas a luchar por el reino en contra de los orcos y huargos que al verle retrocedieron.

—POR EREBOR!!! —grita Thorin al mismo tiempo en que, adentro del reino, Aûstryth y demás guerreros esperan la señal de la princesa, la cual posicionada delante con espada en mano escucha la batalla.

—Ya es hora... —susurra la princesa.

El brazo derecho de la princesa se levantó lentamente provocando que su pueblo rugiera en una sola voz, como un potente trueno, seguido por una vibración en la tierra producto a que los enanos de Erebor comenzaron a correr saliendo del reino guiados por la princesa; hija de Thráin.

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Dentro de la Ciudad del Valle, se encuentra Bilbo junto a Gandalf los cuales observaban con orgullo y sorpresa lo que acontecía en las puertas de Erebor.

Por otra parte, se encuentra Almaré junto a Tauriel y Légolas, luchando junto a los hombres y mujeres de Esgaroth.

—Almaré! —llama Thranduil al verla. Ella corre hacia él abrazándolo— estas bien... hay que irnos. —dice el rey, la reina lo mira con incredulidad.

—Qué?

—No voy a derramar más sangre elfica por esto!

—Parece que te has olvidado de que yo soy mujer... una humana... no soy elfa, no soy enana...

—Por eso mismo! ¡Tienes un hijo que cuidar!

—Por él es que lo hago!

La contestación de la reina enfadó al rey Thranduil, el cual sujeta a su esposa fuertemente arrastrándola, pero Tauriel se interpone.

—Quítate!!

—Vas a irte? ¿Como siempre lo haces? ¿Dándole la espalda a los que te necesitan? —dice Tauriel mientras le apunta con su arco.

El rey elfo no resistió más y la atacó a tal gravedad que le partió en dos el arco con su espada, y seguido a eso quiso matarla, pero Légolas lo detuvo.

—Si le vuelves hacer daño, no volverás a verme... —dice Légolas sujetando a Tauriel y llevándosela de ahí.

—Lo mismo digo yo... —dice Almaré la cual acaricia su brazo donde la mano fuerte de su esposo la sujetó con fuerza.

—No me entiendes... —habla Thranduil— tengo miedo en perderlos...

—Nos perderás si sigues de esta forma. —sentenció la reina, para luego irse seguida por algunos elfos por mandato de ella misma. Dejando a un desconcertado rey.


La fuerza de Dís en la batalla es impresionante, custodiada por sus dos hijos que al lado de ella pelean fluidamente como uno mismo.

—Thorin!! —exclama Dain con felicidad al ver a su primo, ambos se saludan —. ¡Tardaste, primo!!

—Lo sé... mis disculpas! —contesta el rey enano.

—Qué vamos hacer Thorin? ¡Son muchos orcos y huargos... y siguen saliendo de los agujeros!

—Tengo una idea...

—Cual?

—Matar a la cabeza... —contesta Thorin sujetando a una cabra y montándola.

—Thorin! ¡No podrás tu solo!

—Iré con los mejores!

El galope de la cabra levantó polvo. Thorin, mientras cabalgaba derribaba a uno que otro orco abriéndose paso, buscando a Dwalin, Fili y Kili. Al encontrarlos les llamó para que lo siguieran.

Los tres enanos se montan en un carro de guerra movido por tres cabras y guiado por Balin, facilitándose el paso hacia aquella torre, pero el camino comenzó a dificultarse, debido a que huargos comenzaron a aparecer impidiéndoles el paso, Dwalin, Fili y Kili decidieron romper las cuerdas que sujetaban las cabras del carro.

—Balin!! —grita Dwalin tratando de que Balin se monte en la cabra.

—No! ¡Váyanse!! Yo me quedo aquí para que no les sigan... —contesta el anciano enano.

—Cuídate! —exclama Dwalin, dejando a Balin solo, con una jauría de huargos.

Pero el ingenio de los enanos al fabricar artefactos de guerra salvó la vida de Balin, ya que ráfagas de flechas eran lanzadas desde "un lanza flechas" de metal, que con un movimiento de una rueda provocaba que muchas flechas salieran de ella en dirección a los huargos. Matándolos al instante.

Gandalf al ver que Thorin, acompañado de sus mejores guerreros iban hacia la torre, se preocupó por él.

—Iré a ayudarle... —habla Bilbo.

—No!! No te dejaré ir... ¡es mi última palabra! —exclama Gandalf.

—No te estoy pidiendo permiso... además, es más que evidente que es una ¡trampa!

—Siempre te he admirado señor Bolsón... tienes un talento mejor que el mio... ¿cómo irás sin que te vean? —dice el mago con una sonrisa dulce. Bilbo le sonríe para luego irse corriendo en dirección a la torre.

—Muy fácil... —susurra el hobbit mientras sacaba de su bolsillo un anillo.

—Thorin!! —grita Aûstryth al ver que Thorin se dirige a la torre que poco a poco comenzaba a quedar sin vida, los orcos comenzaron a ocultarse.

—Es una trampa! —exclama Dís. La pelirroja se preocupa y corre en busca de una cabra, pero lo que encuentra es un pony, así que se monta en él y jala las riendas de la bestia para luego salir a galope directo a la torre.

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Thorin, junto a Dwalin, Fili y Kili, llegan a la torre, la cual parece deshabitada.

—Parece que se han ido... —dice Fili.

—Fili, Kili... —habla Thorin— inspeccionen el lugar... —ellos aceptan y se dirigen a la torre.

—NO!!! —grita Bilbo al llegar. Thorin al verlo se aproxima a él.

—Señor Bolsón! ¡Es grato volverlo a ver!

—Esto es una trampa! —suelta el hobbit al mismo tiempo en que llega Aûstryth. El hobbit al darse cuenta de su presencia, le sonríe.

—Bilbo!! —exclama la enana bajándose del animal y yendo hacia él abrazándolo.

—Es bueno volverla a ver... —dice el hobbit.

—Thorin... esto es una trampa! —dice Aûstryth, Thorin asiente.

—El señor Bolsón me lo ha dicho...

—Entonces qué hacemos? —pregunta Fili.

—Tenemos que entrar y acabar de una vez con esto! —exclama Kili, Thorin niega.

—Hay que pensar primero, Kili.

Una luz aparece en la torre, llamando la atención de los enanos. Lentamente una figura comienza a verse; un espectral ser pálido se presenta ante los enanos; Bolgo, con una sonrisa sínica mira detenidamente al rey de Erebor.

—Hoy... tu asqueroso linaje desaparecerá! —exclama el orco, haciendo estremecer el cuerpo del hobbit, incluso el de Aûstryth que con mucho miedo prepara su arco y le apunta al ser, pero es detenida por Thorin.

—Déjalo... él es mío... —dice el rey enano, con mucho odio en sus ojos.

Al fin ha llegado la ansiada venganza de Thorin, la muerte de Eurielle y de su hijo, serán cuentas saldadas, para siempre.

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