13. Ejército élfico; una guerra se aproxima
La luna se hacía reflejar en lo mas alto del cielo, como una centinela, muda ante la mirada fugitiva de algunos seres, como una figura fantasmagórica acechando a lo lejos, depredadora de sueños y de cansados deseos.
La armadura de un color dorado hacía reflejar en los ojos de los elfos grandeza y riquezas. El mandato del rey del Bosque Negro ha sido claro; no va a dejar que otra centena de años pase sobre sus ojos sin haber hecho algo por lo que es de él, el destino de un reino que lleva miles de años en existencia está colgando de un hilo muy delgado. Tropas de elfos se hacen presente en la puerta del rey, esperando algún mandato. Elfos de cabellos de color del cobre, otros rubios y otros de cabello negro esperan atentos a que el rey llegue ante ellos, el silencio gobierna en las puertas del palacio, solo el viento que roza delicadamente las mayas de la armadura hace eco en todo el lugar.
No obstante, la espera no fue mucha, y el rey elfo; Thranduil se hace presente ante las masas. Con armadura de bronce pulido y de plata con hermosos labrados hacen que el rey deslumbre ante todos, montado en un ciervo enorme, de cornamentas hermosas y de grata galantería que pasa por las filas de elfos armados los cuales se hacen a un lado con mucha gracia, como si fuese un baile, para darle paso al rey que gobierna esas tierras.
La marcha, fue silenciosa, como el mismo viento cuando sopla. Desapareciendo entre neblina y tinieblas.
El día llegó nuevamente, dejando ver un delicado sol naciente, el secreto de la ida del rey, la reina lo desconoce. Ahora, la señora, dueña de todo el Bosque Negro mira detenidamente por las ventanas de la habitación sumergida en sus pensamientos mientras su hijo duerme plácidamente.
El día avanza, ahora el despertar del segundo príncipe del Bosque Negro resuena en todo el palacio, ahora la joven mujer se encuentra arrullando al pequeño que poco a poco cae dormido plácidamente.
—Aëlin!! —llama Almaré al sirviente, ya que siempre a estas horas el rey la visita y no ha llegado.
—Me llamó mi señora? —dice una joven elfa de cabellos negros y de ojos azules, de piel pálida pero brillante como si fuera la estrella diurna.
—Donde esta tu rey?
—Mi señora... —contesta la elfa con mucha duda en decirle, ya que el mandato del rey fue todo lo contrario. La mirada de Almaré fue severa, quiere saber sobre su esposo y la elfa aun no dice nada.
—Habla...
—Muchas armaduras fueron alistadas, mi señora... —el rostro de la reina pasó de enojo a intriga.
—Dónde fue?
—Solo dijo que iría por lo que es de él... —contestó la elfa para luego salir de la habitación lo más rápido que podía.
La noche cayó nuevamente, dando paso a estrellas hermosas en el firmamento, sin el rastro de la luna. La reina ha entendido la contestación de la elfa, y ahora ha dejado a su hijo en manos de Aëlin, dirigiéndose hacia los caballos que le esperaban en la puerta del palacio.
—Iz tári!! "mi señora"—exclama un elfo, guardia del palacio, al ver a la reina llegar hacia él.
—Iz aran mentuk "mi rey se ha marchado"— responde la reina—. Quiero acompañarlo...
—Mi señora... —habla el elfo— No puedo llevarla...
—No te estoy pidiendo que me acompañes... te digo que iré...
—Nuh acegh iz tári... "no puedo dejarla mi señora" —contesta el elfo. La mirada de la reina se ensombreció a tal grado que un rotundo miedo nació del elfo.
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Amaneciendo, el rey Thranduil ha llegado a las ruinas de la Ciudad del Valle, donde el poblado de Esgaroth se encuentra resguardado. Alimentos son dados a la gente, traídos y cosechados del Bosque Negro, la gratitud es poca comparada con el hambre que manejaban estas gentes.
—Le agradezco mucho por todo esto... estoy en deuda con usted —habla Bardo al ver que su pueblo al fin come después de varios días.
—No vengo solamente a hacer acto de caridad... —contesta el elfo, rey del Bosque.
—Entonces... a que viene? —pregunta Bardo.
—Hay gemas en esa montaña que son mías... y las debo recuperar como sea, si tengo que hacer una guerra contra esos enanos, lo haré...
—No puede hacer eso mi señor! —exclama Bardo con mucha preocupación.
—Claro que lo puedo hacer!! No renunciaré tan fácilmente a lo que me pertenece. —habla Thranduil dando la señal a su ejército para salir a camino hacia Erebor.
Bardo, no podía creer lo que pasaba, ni mucho menos podía dejar que una batalla se asomara a ellos, así que corrió hacia el rey impidiéndole el paso.
—Mi señor... si yo hablo con Thorin... trato de negociar con él...
—Con un enano no se negocia... —interrumpe el elfo— los enanos son muy quisquillosos en cuanto a su oro se les habla.
—Por favor... mi gente... no tiene a donde ir.
Las palabras de Bardo no le hicieron cosquillas al rey, pero sí un bullicio que en su espalda se estaba forjando. Al voltear observa que, entre la gente, se encuentra su esposa, toda vestida de blanco, abriéndose paso entre la muchedumbre hacia él.
—Es la reina del Bosque!! —exclaman.
—Mi señora!! —decían otros.
Al llegar tan cerca como podía, Almaré mira a su esposo seriamente esperando alguna explicación a todo esto.
—Te doy todo este día para convencer al rey que ahora se oculta en esa montaña... —habla Thranduil a Bardo, para luego dar media vuelta y dirigirse hacia su esposa.
Bardo no perdió el tiempo, y se dirigió a galope hacia la Montaña Solitaria, donde entre escombros bien puestos como muralla en la entrada del reino se encontraba Thorin, con ropas de rey y corona de tal, acechándole junto a su grupo.
—Thorin!! ¡Hijo de Thráin! —saluda Bardo— es grato saber que no ha caído ante el poder de las llamas de lo que alguna vez fue un dragón.
—Me temo que no... —contesta Thorin— para los que querían verme muerto, no fue así...
—Nadie ha querido verle muerto... o por lo menos mi pueblo no!
—A que vienes ante mi reino?
—Vengo por lo que nos prometiste...
—Prometí?
—No va a hablar conmigo?
La indecisión de Thorin provocaba ansiedad en el grupo.
—No, si estoy amenazado por una legión de elfos...
—Elfos que no dudarán en atacarlo si usted no acuerda con ellos... —Thorin asiente, y baja de la muralla. Bardo hace lo mismo, bajando del caballo dirigiéndose a la entrada buscando entre los pequeños huecos de los escombros al rey Bajo la Montaña, al encontrarlo, se impresionó que su semblante se encontraba decaído, pero no se refirió al tema —. Vengo por lo que usted nos prometió... —habla Bardo.
—No le debo nada a tu pueblo...
—Claro que sí! —exclama— Trajiste a mi pueblo solo sufrimiento y desolación, ahora no queda nada de Esgaroth.
—No debo porque darles nada de lo que es mío si lo que hice fue negociar mi libertad que muy mal estimada fue...
—Qué pasa con el valor de su palabra? —contraataca— que no vale nada? Thranduil atacará si no negociamos un acuerdo...
Ese comentario hizo que Thorin se apartara del agujero dejando a Bardo desconcertado.
—Vete!! ¡Bardo cazador de dragones!! ¡Si no te vas... mis flechas caerán sobre ti como lluvia!! —Bardo no tuvo otra que irse del lugar, alejándose de Erebor pensaba en el futuro incierto que ahora cae en la vida de su pueblo.
Llegando a Ciudad del Valle, se encuentra con Thranduil, el cual muy expectante esperaba la respuesta de Bardo.
—No hay negociación...
—Me lo imaginé... —contesta el elfo— hiciste bien en intentar... mañana atacaré a primera hora... —agrega para luego dirigirse adentro de la ciudad en ruinas—. ¿Estarán con nosotros?
La decisión está más que tomada, no hay marcha atrás.
Dentro del reino de Erebor, un enojado Balin se encontraba discutiendo con el rey enano.
—No tienes por qué armar una batalla!! —exclama el viejo enano.
—Ya lo hecho... hecho está... —dice Thorin, para luego dirigirse al salón del oro, donde pasa la mayoría de su tiempo contemplado sus riquezas.
—Thorin... tu no eres igual a tu abuelo... —esas palabras retumbaron en todo el salón, pero el paso de Thorin no menguó.
En la muralla se encuentra Kili mientras habla con un cuervo, el animal le mira atento a todo lo que dice para luego irse volando lo mas rápido de ahí. Aûstryth ha mirado todo desde lejos, cuando se decidía en irse de ahí Kili la detuvo.
—Aûstryth... quería pedirte perdón... —habla Kili, Aûstryth camina hacia él sigilosamente—. Creo que estaba en un trance... o algo así... el veneno...
—No tienes por qué disculparte...
—Claro que sí! —contesta—. Siempre he sido partidario a que mi tío vuelva a ser feliz con alguien, no te equivoques sobre mi...
—Gracias... —contesta con tristeza.
—Mandaba un mensaje a mi madre... —habla Kili con una sonrisa nostálgica— quero que ella sepa sobre lo que pasa aquí...
—La vas a preocupar...
—sí... eso es lo que quiero! Quiero que levante una vez mas a todo mi pueblo para luchar por Erebor.
—Crees que el mensaje llegará antes que esto suceda?
—Esa es mi fe...
La mirada de la enana observa el horizonte, rogando en que esa batalla no comience.
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