Las manos, pringadas por el viscoso líquido de las mortajas, soltaron al último niño para que la oscuridad de la fosa lo engullera. Apenas el fondo frenó el pequeño cuerpo, justo cuando se oyeron los chirridos de las bestias que desgarraron con sus fauces la carne putrefacta, los ojos de Margel, temerosos, se atrevieron a ojear a la figura ataviada con ropajes raídos y oscuros.

—Todos me parecéis iguales —La voz traspasó el velo negro que cubría la cara de la misteriosa presencia—. Apestáis, desprendéis un fétido hedor que nace de vuestra alma. —La figura se acercó a Margel—. Incluso un hombre condenado como tú aún conserva una pizca de humanidad. —Un dedo atrofiado se elevó para acariciar la mejilla temblorosa—. Oculta entre pecados y sacrilegios se resiste a extinguirse.

El temor aceleró el corazón de Margel e impulsó al sudor a resbalar por la frente y la espalda.

—No sé qué quiere decir, señora. —Tragó saliva y se acarició nervioso parte de la calva con la punta de los dedos—. Fui preso por...

Los chasquidos de la lengua de la figura consiguieron que las palabras se atragantaran.

—¿Fuiste preso por violar, sodomizar, torturar, asesinar? —El dedo atrofiado negó—. No importa lo que hicieras, tu culpa te aferra a tu asquerosa humanidad.

Un escalofrío recorrió la columna de Margel al alcanzarle el aliento helado de la figura.

—Ya tiene a los niños... —tartamudeó.

El dedo atrofiado volvió a negar.

—Hoy no te vas. —La figura se dio la vuelta y caminó hacia una zona cubierta por escombros—. Hoy cumplirás otro propósito. —Margel dudó, pero unos rugidos emitidos por bestias ocultas a la vista lo llevaron a obedecer—. Sígueme.

Las manos del hombre temblaron, la garganta echó en falta el ardor del alcohol y la cojera dificultó el avance por un terreno repleto de rocas.

—Llegó la hora —pronunció la figura, detenida delante de los escombros—. Hoy caminarás junto a los caídos.

La mano de dedos atrofiados se movió y los cascotes se cubrieron por una niebla oscura, se elevaron y revelaron la entrada a una catacumba. Margel, confundido, alternó la mirada entre las escaleras sucias y mohosas que conducían a las entrañas de la tierra y el velo que cubría el rostro de la figura.

No le dio tiempo a preguntar, una fuerza invisible lo empujó y cayó rodando por los escalones. Los escombros, presa de nuevo de la gravedad, sellaron la entrada y la oscuridad se adueñó de la estancia subterránea.

—Maldita bruja —farfulló.

Poco a poco, miles de murmullos roncos entonaron un cántico mientras una estatua de una bestia con alas se iluminaba. Al ritmo de la canción, los huesos de los guerreros caídos en los que reposaba la figura pétrea se quebraron y se convirtieron en polvo.

Margel, hechizado, caminó hacia las tres piedras preciosas que brillaban en la larga lengua de roca de la escultura.

—Eres mía —susurró, antes de que su mano capturara una: un pequeño corazón.