3. El viento
Despierto en el cubículo. El ordenador central me da los buenos días y me pide que entre en la cabina de escáner. Al entrar pone en una pantalla "reestructuración".
Cada día voy a la sala de ocio. Allí lo hacemos todo. Comer, dormir jugar. En definitiva, vivir. De vez en cuando nos toca hacer una salida de mantenimiento. Hacemos las cosas que el ordenador central necesita.
Salgo a una reparación. Voy solo. En un momento dado, al abrirse la nave escucho un viento descontrolado. En mi mente se forma una imagen difuminada y extraña de algo parecido a una toalla gigante y amarilla siendo sacudida. Me genera tanta inquietud que al salir de la nave, después de la reparación, decido seguir ese viento. Entrar en su susurro.
Me asomo a una explanada extrañísima llena de flores silvestres bailando. Antes de llegar hay una chica alta. Vestido blanco y tacones rojos. ¿Para qué quiere alguien distinguirse así?
Sin decir nada me toma de la mano y me arrastra al centro del campo. No se detiene. Unos pasos más y llegamos a una pequeña roca que protege un túnel muy estrecho. Me invita a bajar. Antes de seguirme recoje la caja del suelo de la entrada. Desconozco el motivo, quizás sea porque el viento me habla o porque en un lugar tan extraño no hay espacio para actuar con la lógica, pero bajo a través de ese hueco. Hay una escalera de caracol antigua. Acabamos en una zona de invernaderos ultrasónicos y veo mucha gente dispar, con ropas coloridas y muy ruidosa. La miro a ella. Me arrepiento enseguida. Mi corazón me muerde el pecho, no puedo detenerlo. Quiero volver arriba, a mi mundo. Pero lo que quiera me da igual.
Me dan un vaso de agua. Lo bebo. Al hacerlo empiezo a entender todas las voces que hay. Descubro todas sus palabras. Miro a la chica de blanco. La recuerdo vagamente. Dirijo mi vista al suelo, a sus tacones.
¿Porqué los llevas si son incómodos? —Su respuesta es sencilla. —Para que puedas seguirme la pista.
Me da un abrazo y me pide que me invente un nombre para poder llamarme. «Oxímoron» esa es mi respuesta. Se ríe y me dice —de acuerdo Ox. Creo que eres claramente confuso. Me gusta.
Mirarla es como observar la luz de una soldadura. Tan llamativa que hace daño. Es descubrir que todo lo que hay detrás es ruido. Me da igual encontrarme en una pseudo-ciudad desconocida y subterránea. Me importa poco que los que nos rodean sean peculiares. Me importa muy poco.
Alguien se acerca a la chica y le pregunta si está loca. Ella no responde, me guía hasta otro lugar. Uno en el que nadie increpa y nadie mira. Allí me dice:
—Ox. Es la tercera vez que te enseño este lugar. Ojalá no tenga que hacerlo una cuarta. Necesitas ver qué hay aquí dentro, quizás te haga entender— me tiende la caja medio abierta
No he estado nunca aquí. Y si lo estuve no fui yo. Me ha confundido ¿Debería decirle que todos somos iguales? ¿Qué sabe ella del sistema central? ¿Porqué viven aquí teniendo todo lo otro?
El contenido de la caja son unas imágenes viejas, de un mundo viejo. En una de ellas un chico que parezco yo está en un edificio muy iluminado. Llevo un delantal. Cerca está una chica que parece ella. Está delante de una caja como la que tengo en la mano. Una caja con compartimentos redondos y rectangulares.
—¿No quieres saber más? —me pregunta. No sé qué es lo que querría saber. Una imagen es eso, imagen, igual que si nos ponemos serios una flor es eso, una flor. Si le damos valor es nuestra culpa.
Desconozco la razón pero decido quedarme en la ciudad de los huertos viejos.
Vivir bajo tierra es parecido a vivir en la gran ciudad, en el sentido de que siempre sabes que estás protegido. En todo lo demás cambia mucho. Una de las cosas que me llama la atención es que aquí el viento no está controlado. Aquí aparece y desaparece cuando quiere.
Llevo unos días y no sé qué hacer. Noto como la nave me llama. Según Margarita (ese es su nombre) no la tengo que escuchar... «hay llamadas que solo son fuegos». Algo que me impulsa a confiar en ella y sin embargo subo otra vez al campo de las flores. Como empujado por un estado inconsciente. Es irresistible.
Solo el viento sabe qué dirección tomará. Yo no soy viento pero esta vez, al ver el baile de las flores, quiero serlo. Solo puedo asombrarme. Me viene una frase a la cabeza «el asombro es como el viento. Vuela donde quiere y cala sin pedir permiso». Creo recordar que es un lema prohibido de un libro rebelde que encontré en un almacén. Después de eso pasé por reestructuración. No debería recordar nada. Camino hacia la nave, estoy saliendo del campo de las flores. Miro al suelo y me encuentro una marca rara, un círculo y una línea que forma un semicírculo, escucho una voz interna que dice «cíclope», sonrío.
Creo que eso que hay dibujado es una sonrisa.
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