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Capítulo 9: Escorpiones y estrellas

Allison regresó al campamento junto a Taylor en la exacta hora prometida, y solo tuvo sesenta minutos de descanso antes de comenzar su día. Pero, pese a su agotamiento físico, su mente seguía  despierta y bien alerta. La madrugada había sido tan divertida, tan nueva, tan eléctrica, que le resultaba imposible no sentirse energizada por los sentimientos que había descubierto en su trascurso.

Eso sí, no le dio muchos detalles de lo sucedido a Hannah. No quería decirle, sin el debido preparo al menos, que ella y Taylor estaban teniendo... algo juntas. Porque, aunque ahora ambas se llevaban relativamente bien, ni de cerca eran amigas. Y ella no quería estresar a su hermana durante el campeonato.

Lo que la llevó, a la vez, a tomar otra decisión bastante severa, para que su relación con ambas chicas siguiera siendo imparcial y justa.

Quería salir con Taylor y tal vez hasta ser su pareja en algún punto. Después de que este evento terminara.

La competición era demasiado importante para los dos lados, y la porrista debía considerar este hecho con respeto. Era lo que su espíritu deportivo le demandaba que hiciera.

—Entonces, ¿no más besos? —Taylor preguntó, mientras practicaban unos movimientos de esgrima en su tiempo libre, usando unos ramos rotos como estoques improvisados.

—Hasta que nos vayamos del campamento, no. Estamos en equipos contrarios, al final de cuentas. Ser amigas es una cosa, ahora, ir más allá de eso...

—¿Y no crees que yo soy capaz de separar la competición de nuestra vida personal?

—Creer, sí creo. Yo y Hannah somos las que no seríamos capaces de hacerlo. Porque una vez nuestra ambición entra al juego los sentimientos suelen ser empujados a un lado... y podemos llegar a ser un poco crueles, sin quererlo. 

—Hm. Al menos eres sincera.

—Lo soy, porque no te quiero herir, Taylor —admitió, un poco avergonzada—. Y me conozco. Sé que, si estamos juntas y nos ponemos a competir, esos es lo que probablemente terminará pasando. Usaré tus emociones en tu contra —Suspiró y luego de una breve pausa, continuó:— Sé que eso es tóxico, y que debo trabajar en ello, ¿ya? Pero, para evitar destrozos en el presente...

—Prefieres que me aleje. Lo entiendo.

—No, no quiero que te alejes. —La porrista bajó su rama, un poco jadeante por su juego, y dio unos pasos adelante—. Me gustas. Es solo que prefiero mantener la amistad por ahora. Al menos hasta que el campeonato termine... Si eso está bien contigo, claro.

Taylor, sonriendo con una mezcla de resignación y molestia, también redujo el espacio entre ambas, acercándose a la otra campista hasta que pocos centímetros quedaran.

—¿Y crees que te vas a poder comportar hasta ese entonces? —indagó, queriendo provocarla. 

—No será fácil —Allison miró a su boca, luego a sus ojos—. Pero confío en que sí. Seré capaz de hacerlo... Si no me tientas.

—¿Es eso un desafío?

—Una petición.

—¿Y si me niego? —La jugadora de Rugby extendió su sonrisa, volviéndola traviesa al alzar una  ceja.

Allison se preparó para darle alguna respuesta corta, rebosante de perspicacia, cuando ambas escucharon voces y pasos en sus alrededores. Sin quererlo, se vieron obligadas a separarse. Estaban conversando cerca del lago, al final de cuentas; era de esperarse que algún campista curioso las interrumpiera. El área no era particularmente privada.

¡Montaña! —una chica del equipo azul gritó, por un segundo confundiendo a Allison.

No se demoró mucho en recordar el interesante dato que Taylor le había compartido la noche anterior: Por su tamaño e impresionante capacidad de bloquear ataques enemigos en el campo, sus amigas y colegas la habían apodado "la montaña" Merrick.

Porque claro que a ella le tocaba tener un apodo así de genial, cuando el suyo más reciente era "caracolito".

—¿Qué pasó, Debs?

Deborah Reynalds también jugaba en el equipo de rugby de Taylor, hasta lesionarse el año pasado. Desde entonces, solo les daba tips a sus colegas para mejorar sus movimientos y estrategias desde las gradas. Nada más podía hacer, después de destrozarse la rodilla y espalda.

—Tenemos clase de baseball, por si se te olvida. Vinimos a buscarte —la chica del equipo azul comentó, luego miró a Allison—. Y hola, Parker.

—Hola.

La atleta del equipo naranjo, suspirando, volvió a mirar a la porrista y le hizo una seña con la mano a la recién llegada.

—Como ves... tengo que irme.

—Lo sé.

—¿Nos vemos más tarde? ¿Para seguir hablando?

—Okay —Allison asintió, sintiéndose un poco intimidada por la mirada inquisitiva de Deborah y sus amigas.

La estratega del equipo naranjo notó su nerviosismo, pero no se afectó por él. Simplemente amplió su sonrisa, para reconfortar a Allison, y se apartó de ella con pasos lentos, uniéndose a sus colegas con cierta hesitación en su actitud, y evidente duda en sus deseos. Su alma anhelaba quedarse, pero su cerebro sabía que su cuerpo debía estar en otro lado.

La porrista la vio irse con un exhalo largo, y lanzó la rama que aún sostenía bien lejos de sí, viéndola crear olas agresivas en la superficie del lago.

Pasó el resto del día pensando en aquel momento final, antes de la interrupción de las chicas del equipo azul. En aquel casi beso, en aquella confrontación intensa, en aquel desafío imposible que se habían propuesto, a negarse a cruzar nuevamente la frontera de su amistad hasta que el campeonato terminara.

Y cuando Taylor apareció afuera de su cabaña por la noche y ella se escapó de su cama como una niña traviesa, lista para una aventura más, también pensó en si sería capaz de vencer dicha apuesta. 

Porque con cada nueva mirada, y con cada nueva sonrisa, Allison se estaba enamorando más y más de ella.

De una muchacha que debería, al menos por ahora, apenas ser su rival.

¡Bah! ¿A quién quería engañar? Perdería aquel desafío con gusto.

—¿Adónde vamos?

—A ver las estrellas y a conversar mientras lo hacemos —Taylor respondió con casualidad, tomándola de la mano mientras caminaban por los oscuros paisajes del campamento—.  ¿Supongo que esto califica como romántico, cierto? 

—Lo es, pero ya que es de noche y no estamos compitiendo, creo que podemos fingir que no lo es. Solo somos buenas compañeras que quieren... ¿apreciar la belleza de la naturaleza y pasar un tiempo de calidad juntas?

—Hm —la estratega murmuró, y luego soltó una risa diminuta, con un registro grave—. Okay, lo acepto.

Siguieron moviéndose, hasta casi chocar con un grupo de monitores. Tuvieron que ocultarse detrás de un árbol, abrazarse para poder pasar desapercibidas en las sombras de su tronco, y permanecer pegadas una a la otra por varios segundos, esperando a que los adultos se alejaran de ahí. Una vez las voces se alejaron, las dos se soltaron, sonrojadas, y sonrieron de tan nerviosas.

Sus pasos continuaron y eventualmente llegaron al Gran Campo. De ahí, se podía ver el firmamento con total claridad. Una explosión de estrellas, nebulosas, y satélites cubría el pasto verde, suave, en el que ellas se acostaron. Y así que miraron arriba, sintieron que aquella manta reluciente y misteriosa las cubrió también.

Las tinieblas de la eternidad, perforadas por el brillo de astros a eones muertos, las invitaron a conversar, de verdad. A hablar sobre el paso del tiempo, sobre la inevitable llegada de la muerte, sobre la nostalgia hacia el pasado, sobre el angustiante presente, el inimaginable futuro... sobre todo.

—¿Alguna vez has pensado en el hecho de que algunas de estas estrellas son probablemente las mismas que nuestros antepasados vieron, todas las noches? —Allison murmuró, cuando ya casi se quedaban dormidas, de tan relajadas—. O sea, aunque ya casi nada nos quede de ellos, las estrellas... ellas siguen allí. Y los mitos que ellos crearon, están reflejados ahí arriba.

—Me encanta tu manera de explicar las cosas... Lo haces sonar tan místico.

—¿Y por acaso no lo es?

—Sí... —Taylor le sonrió, mirándola mientras ella observaba a las estrellas—. Lo es.

—¿Asumo que conoces el mito detrás del Cinturón de Orión?

—Más o menos. Lo pasaron en clase de lenguaje, pero en verdad no le presté mucha atención. Solo sé que existen varias versiones de él...

—Sí, eso es cierto. ¿Quieres que te cuente mi favorita? —Allison giró su rostro para encarar a la otra atleta.

—Adelante.

El cuento relataba que Apolo, el hermano gemelo de Artemisa, temía que ella pudiera enamorarse de Orión, o perder su virginidad con él. Dichos celos —provenientes de un miedo de abandono— lo llevaron a organizar una trampa para el cazador. Apolo conversó con Gea y acusó a su enemigo de ser peligrosamente vanidoso. Ella, como castigo, envió un escorpión para que lo matara. Orión trató de huir de la criatura, nadando hacia la Isla de Delos, donde esperaba que Eos, la diosa de la aurora —a quien él había desertado, antes de conocer a Artemisa—, lo protegiera. Lo que no sabía era que Apolo había convencido a su hermana de que el hombre que se alejaba nadando había intentado seducir a Opis —una de las vírgenes de Hiperbórea. Ella, furiosa, lanzó sus flechas y mató a Orión. Al descubrir la real identidad del fallecido y enterarse del plan malvado de su gemelo, puso a su amado cazador entre las estrellas, para que siempre fuera recordado. Y de ahí surgió su constelación y famoso asterismo. 

—Si no me equivoco, esa es la única versión del mito en el que Artemis se enamora. En todas las otras, Orión era un desgraciado que la intentaba violar a ella o a una de sus protegidas.

Taylor asintió, absorbiendo la información. Luego de un tiempo pensando, comentó:

—¿Crees que eso es lo que nos pasará a nosotras? ¿Hannah se enterará que estamos juntas y te mandará ordenará darme unos flechazos en el lago?

Allison se rio, divirtiéndose con la ridícula idea. 

—O sea, el año pasado llenó tu cabaña con escorpiones de goma. Ya está a un paso de convertir al mito en realidad.

—Tienes razón —La jugadora de rugby sonrió al recordar la broma—. Sí está muy cerca.

Las dos pasaron unos segundos más sin hablarse, apenas mirando a las estrellas con los ojos grandes, resplandecientes, y enamorados. Lo hicieron hasta que, más una vez, Allison rompió el silencio:

—Creo que le tengo miedo a la reacción de Hannah.

—¿Hm?

—Sobre nosotras. Y lo que sucedió en el club.

—¿No le contaste?

—Aún no —admitió, un poco tensa—. Lo quiero hacer en breve, pero... Sé que ella reaccionará de mala manera.

—¿Segura?... Hannah puede tener sus momentos de maldad, pero no es completamente mala. No creo que nos juzgaría por estar juntas, o por salir. No es de ese tipo de persona.

—Sí, pero igual puedo postergar el tener que contarle sobre nosotras para después del campeonato, ¿cierto?

—Puedes hacer lo que quieras, no hay presión. Al menos no de mi parte. Si quieres mantener esto en secreto por ahora, no me molesta. Eso sí...

—¿Hm?

—Un beso antes de las pruebas de mañana no dolería.

Allison, al oír la suave y necesitada petición de Taylor, dejó a sus preocupaciones irse. Con una expresión alegre,  llena de cariño y de deseo, se mordió su labio inferior y miró al de ella.

—No... —Finalmente se inclinó hacia la otra chica, acortando la distancia entre sus rostros hasta que ningún milímetro restara—. No lo haría.


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