Capítulo 2
—¿Y este? —
NO, PARA NADA
El príncipe hizo una mueca rodando sus ojos verdes, ninguno de sus diez conjuntos anteriores le habían gustado a la narradora que estaba al tanto que iban a descubrirlo si los usaba, pero como el principe era demasiado terco se negaba a escuchar las advertencias de los expertos.
Meliodas hizo una seña obscena, levantando el dedo de en medio hacia el cielo dedicándoselo a aquella que lo veía todo y prosiguió a quitar su camisa para revelar los tensos músculos que tenía, su espalda ancha se inflaba cuando se coloco otra blusa, sus bien formados músculos parecían brillar con las luz del sol y el suspiro que soltó le hizo ver como algo celestial. Los años de entrenamiento con la espada habían servido, y muuuuy bien.
—Oye, es incómodo, parece que te refieres a mí como a una figura sexual—enrojecido e intento cubrir su rostro con su cabello inútilmente. Su nueva blusa era de un color café oscuro y unos cuantos hilos en forma de cruz en su pecho, era algo que se usaba comúnmente en el reino, se miró en su espejo sin poder reconocerse a sí mismo por lo cambiado que estaba e incluso intentó imaginarse a si mismo minutos antes cuando seguía pareciendo un príncipe. Siempre que se veía a su espejo tenía puesto un corsé brillante o alguna camisa noble, tenía tiaras o coronas en su cabeza llenas de materiales preciosos que hacían resaltar su estatus social. Ahora sólo estaba vestido con un simple pantalón rayado y una camisa floja, traía en sus manos una capa del mismo color de su camisa con la que planeaba ocultar su apariencia.
Sus manos eran demasiado suaves que si alguien las tocaba estaba seguro de que sabría su procedencia, su piel era aterciopelada como las cobijas que cubrían su cuerpo en las noches y sus cabellos rebeldes del color del sol más sus ojos de un color verde brillante seguro iban a delatarlo. Todos debían de conocer su apariencia, estaba al tanto de los rumores que corrían en su contra y de cómo la gente hablaba de lo poco parecido que era a toda la familia real. Terminó de colocar su capa con rapidez y levantar la capucha para poder ocultar su rostro y cabello de las demás miradas.
—¿Se ve convincente? —preguntó a la nada dispuesto a irse del palacio evitando las preguntas de aquellos que lo vieran pasar. Solo debía decir que era un joven panadero que había ido a dejar tartas para la cena real o amenazar a aquellos que se negaran a dejarlo pasar como lo había hecho con los guardias del miedo que había enfrentado antes.
Camino por los largos pasillos esta vez sabiendo perfectamente hacia dónde debía de dirigirse su pequeño cuerpo, dando vueltas por el lugar correcto y asegurándose de evitar lo más que podía al ojo humano. El sol estaba alto, los pájaros cantaban sobre todo el reino brillante que parecía ser el diamante más bello y grande del mundo, el galope de los caballos que jalaba las carretas hacían latir el corazón del joven rubio con rapidez, estaba emocionado, casi excitado por ser capaz de salir del palacio una vez más y no sólo mirarlo por la lejanía de su ventana. Estaba harto de convivir solo con nobles y bailar el mismo vals que ya aburría solo para complacer al imbécil de su padre.
Se regaño internamente por haber pensado aquella atrocidad y quedar al descubierto. No podía odiarlo, pero si había ocasiones donde el rencor lo cegaba y el miedo hacia el de corona y barba llenaba su corazón, no había sido el mejor padre de todos y su deseo de tener a su primogénito murió el mismo día de su nacimiento, nunca lo quiso solamente lo cuidaba y trataba porque estaba obligado a hacerlo. Le sorprendía que no haya mandado contratar a un asesino para matarlo de pequeño junto a su madre, eso solían hacer los reyes malos de los libros y para meliodas su padre era uno de esos reyes malos del cuento.
Solo pudo reaccionar cuando estuvo a tres pasos de salir del palacio, se quedó quieto en la entrada y observó a los guardias que se mostraban temerosos de hacer guardia, sonrió confiado de sí mismo y siguió caminando sintiendo la libertad cada vez más adentro de tu cuerpo.
—Shhh si sigues hablando alguien más podría escucharte—
Nadie puede escucharme, solo tú por alguna extraña razón.
El príncipe negó levemente pasando por en medio de los guardias que no evitaron notar su presencia, se miraron entre ellos suplicando que fuera el otro quien tomará la iniciativa de hablarle al encapuchado chico que había salido de la nada y ahora estaba en la calle de piedra para adentrarse en la ciudad.
—¡Oye! ¿Q-Quién eres? —pero ya era demasiado tarde, para cuando uno de ellos se armo de valor para cumplir su misión, el joven príncipe ya había desaparecido de su vista escondido detrás de una casa y esperando con una sonrisa a que los dos dejaran de ver hacia la calle. Por fin estaba afuera, al fin podía volver a ver al pueblo que iba a gobernar cuando cumpliera sus 21 años, o al menos esos eran sus planes...
Oye, hay algo que no sabes.
—No es momento de eso, tengo que ver el reino—
Eso puede esperar, necesitas saber, algo no esta bien contigo y debes de...
—Ya se que algo no está bien conmigo, puedo escucharte y parezco un loco a ojos de todos—no mentía, la gente lo miraba un poco extraño por escucharlo conversar solo, otros simplemente lo ignoraron siguiendo sus caminos sin fijarse en nadie más que en las piedras en el suelo. Eso se le hizo extraño a meliodas, su reino era hermoso, todos debían de estarlo admirando como la maravilla arquitectónica que era, seguía igual que cuando fue construido por su trasbisabuelo hace años atrás.
Oye niño, creo que ahí esta la respuesta a tu pregunta.
—¿Qué? — se quedó mudo antes de poder volver a decir alguna otra cosa, su pueblo, su hermosos pueblo...estaba completamente destruido y sumido en la miseria. Después de abandonar las casas que estaban más cerca del palacio, las que seguían después eran completamente horrendas, sus paredes estaban manchadas de moho e incluso de sangre seca que le causaba náuseas, el olor era nauseabundo, la gente mayor estaba recostada sobre el frío suelo intentando dormir, los niños pedían a cada persona que pasaba algo de pan o agua para poder sobrevivir y los que tenían casa cubrían los huecos de sus techos con lo poco que poseían. La pobreza era extrema, ¿Qué le había pasado al hermoso pueblo en el que nadie sufría de hambre? Pasó tantos años teniendo las mejores comidas, durmiendo en la mejor cama, vistiendo las mejores ropas para de la nada ver a un niño chiquito moribundo vestir harapos y siendo sostenido por su madre que lloraba desesperada, el pequeño iba a morir de deshidratacion si no recibía agua rápido—¿Qué mierda le hiciste a mi reino? —murmuró con ira hacia...
¿Disculpa? ¿Piensas que esto es culpa mía?
—Eres quien todo lo ve, ¿no? Imaginaste un bonito lugar, esto es lo contrario a bonito—se acercó un poco hacia el pequeño que apenas le dirigió una mirada nublada y luego volvió a ver a su madre. Meliodas se arrepintió de no haber traigo agua como para poder darle un poco y salvarlo de aquella horrible muerte, se daba cuenta que no merecía nada de lo que poseía, merecía morir en las calles como ese niño chiquito en vez de ser feliz en una habitación que lo tenía todo.
Desde que te saliste de mi control esto está sucediendo, yo no soy la responsable de lo que sucedió.
—Pues si no eres tú, se quien si lo es—la cara de su viejo padre no tardo en hacerse presente en su mente, descuido sus labores reales por estar organizando fiestas y más fiestas de gala con la que debía de agotar el dinero que ganaba la gente, un papel que cayó a sus pies gracias al viento se lo confirmó, los impuestos habían aumentado otra vez y no pudo evitar sentirse culpable al saber perfectamente para que serían utilizados. El baile real de su fiesta de cumpleaños número 20, la fiesta en la que va a conocer a la princesa lizeth y ella iba a derribar su corona de su cabeza—¡Maldita mierda! —gritó asustando un poco a los mendigos cercanos a él.
La desesperación subió hasta su garganta como un nudo del que no podía deshacerse, la impotencia de no traer nada consigo para ayudar más que sus ropas lo apuñalaban como si fuera una verdadera espada. Aunque, en realidad si tenía algo que podía servir...
—¿Qué? —la capa, de tela fina y cálida que iba a ayudar a ese moribundo niño a sobrevivir al menos una noche más, no es algo vital como lo sería un poco de agua o pan, pero le daría felicidad por unos momentos. Era el momento de escoger, que todos vieran su identidad o condenarlo a morir durante la noche por tener miedo. Su corazón latió con rapidez ante eso, y llevó sus manos al broche de plata que mantenía sujetada su capa, estaba listo para dársela sin importarle que algún caballero o persona pudiera reconocerlo cuando...
—¡Detente! ¡Ladrón! ¡Esa comedia es mía! —una persona encapuchada pasó corriendo al lado de él siendo perseguido por un hombre que parecía venir de la zona rica del reino. El hombre encapuchado sonrió un poco apretando la cesta llena de hogazas de pan recién horneado contra su pecho y esquivar a la muchedumbre. Meliodas frunció su ceño sin perder de vista a aquel que corría tan rápido como si el viento lo estuviera ayudando y comenzó a correr detrás de él, no iba a permitir que alguien robara las pertenencias de otros, su moral se lo impedía, fue educado para servirle a la verdad y al bien para en algún momento gobernar el reino como debía de ser.
¡No puedes seguir a esa persona!
—¿No? ¡Mírame hacerlo! —siguió corriendo. ¡Maldición! ¿Por qué eres tan necio como para no hacer caso a mis advertencias?
...
Ignorando rotundamente las advertencias y dejando en segundo plano al pequeño que estaba demasiado mal como para notar lo que sucedía, el príncipe salió corriendo detrás del ladrón de mayor altura a la suya, incluso llegó a empujar a algunas personas que estaban detrás en su camino buscando esquivarlas para no hacerles daño. Salto a los que estaban dormidos en el suelo, casi tropieza con una roca salida del suelo y luego entró a ciertos callejones sin perderlo de vista.
—¡Hey tú! ¡Detente ahí! —el ladrón le dedico una mirada aun oculto en su capucha, sus labios se curvearon hacia abajo en una mueca de enojo y corrió con mayor rapidez intentando perderlo, ese era su lugar de origen y sabía bien por donde entrar—¡Te he dicho que te detengas! —el viento actuó en su contra, casi fue como si las diosas se hubieran puesto de acuerdo para empezar revelaciones inesperadas. Un poco del gélido aire fresco llegó hasta su cuerpo lo suficientemente fuerte como para volar la capucha de su capa y revelar esos cabellos amarillos rebeldes como su misma personalidad, sus ojos verdes brillaban por la luz del sol sobre él y la gente no tardo en notar su presencia.
—Es el príncipe—
—¡El príncipe! —
—Pensé que había muerto—
—¡Hace tanto no lo veíamos—
Empezó la gente a susurrar y gritar empezando a circundarlo. Meliodas gruño en bajo con la adrenalina corriendo por todo su cuerpo, lo suficiente como para nublar su sentido de supervivencia y solo seguir corriendo con más fuerza quedando a centímetros del misterioso ladrón.
—¡Mierda! —gritó aquel que poseía algo que no era suyo, debía de buscar algo para perderlo o algo para impedir que llegara a acercarse más de lo que ya...
—¡Te tengo! —
—¡Kyaaaaa!—lo derrumbó en el suelo haciendo que ambos terminarán rodando por el suelo, la cesta de pan cayó intacta a centímetros cerca de ambos, sus respiraciones estaban agitadas y para cuando dejaron de rodar en la piedra dura y gruesa el príncipe quedó arriba de...¿La ladrona?
La capucha de aquel que corría con el pan robado había caído en el forcejeo por librarse de la caiga y ambos pudieron verse a los ojos por primera vez. Era una mujer, una con los cabellos tan plateados como si fueran un río de piedras preciosas, opacas debido a que sus hebras estaban sucias, sus ojos eran tan azules como el cielo que los observaba encontrarse y sus labios eran de un color rosado como el de las fresas. Por segundos cortos el príncipe se preguntó si sus carnosos mohines tenían el mismo sabor que la fruta, pero se arrepintió de haberlo pensado de inmediato al recordar que era una ladrona. Aún así seguía sorprendido por algo más que su belleza pura, era una mujer y había esquivando los obstáculos con agilidad y corría con una fuerza como la de un hombre.
—Eres una...—
—¡Una mujer! —
—¡Agh! —nunca se dio cuenta de cuando la chica tomó una roca que estaba cerca de ellos dos y golpeó con fuerza al príncipe en la cabeza, la sangre no tardo en brotar de la herida en su frente y la mujer lo aventó aprovechando que estaba debilitado para poder ponerse de pie, tomar la cesta de pan, acomodar la capucha de su capa y salir corriendo, no sin antes dedicarle una última mirada al chico de esos hermosos ojos verdes. Se miraron por segundos que parecieron eternidades, sintieron algo dentro de ellos, pero ella pensó que sólo era el hambre por no haber comido en días —¡E-Espera! ¡Al menos dime tú nombre! —la chica lo miró nuevamente, abrió los labios indecisa, pero sin dejar de verlo de manera fría.
—Nos vemos su majestad—al final decidió no hacerlo, le guardaba mucho rencor a la familia real como para decirle su nombre a un maldito noble. No importaba que el príncipe fuera así de lindo físicamente, ni tampoco le importaba que la mataran por haberlo herido, tenía una misión que la realeza no había sido capaz de cumplir.
—¡Majestad! —la gente no tardo en llegar nuevamente hacia el príncipe que se quejaba en el suelo con la sangre goteando hasta caer al suelo—¡Rápido llamen a algún médico o caballero! —lo recogió un anciano que apenas tenía fuerza.
—Descuide majestad—habló una joven mujer que utilizó parte de su camisa para empezar a limpiar su herida.
—Se pondrá mejor, mi príncipe—dijo un niño pequeño que le entregó un pequeño oso de felpa que ya casi no tenía relleno, pero que se lo dio con una sonrisa como si ese oso le hiciera tener más valentía. Los ojos verdes del príncipe se llenaron de lágrimas y su corazón se infló con cariño hacia su pueblo, ellos no tenían nada, estaban en la miseria por culpa de la familia real y aún así seguían siendo leales a él reconociendolo como su príncipe.
—Se los agradezco mucho—murmuró con la voz rota y empezando a caminar torpemente por el dolor en su cabeza. No le importó que estuviera a nada de desmayarse, se retiro por completo la capa cuando llegó hasta el niñito moribundo de momentos antes, le puso la prenda cálida de ropa como una cobija haciendo que este le dedicará una leve sonrisa y las ganas de llorar del joven príncipe se volvieran más grandes—Iré por agua y te traeré algo, te lo prometo—el pequeño con los labios tan secos como un desierto asintió con sus ojos cristalizados, no creía, pero la esperanza de conseguir el presido líquido para aferrarse a su vida era más fuerte—¿Cuál es tu nombre? —
Ehhh...yo no habría preguntado eso
—¿Por qué? —
—Tristan—respondió el pequeño antes de que pudiera alejar al príncipe—Es...tristan, su...majestad—el corazón salto en el pecho del príncipe que sonrió con mayor delicadeza pese a que su vista estaba por completo borrosa, apenas se puso de pie para poder ir por algo de agua para el pequeño niño su cuerpo se cayó al suelo por el golpe en la cabeza y fue rodeado con preocupación por todos, mientras el joven niño sonrió con esperanza cobijandose más con la capa de meliodas y recostadose en el regazo de su moribunda madre.
Hay cosas que es mejor no decir para que las cosas vayan bien por el camino, pero con un príncipe tan terco las cosas se saldrán de control.
*
No se si lo logre XD, pero quería que pensaran que el ladrón es Ban (por lo regular lo es)¡pero no! Es elizabeth y este fue su primer encuentro. También ¡sorpresa! El niño es tristan
¿Qué les pareció? ¿Les gustó? Espero que si ¿Cuál fue su parte favorita? Disculpen faltas de ortografía y nos veremos en otro capítulo ^^✨
Debo volver a estudiar, tengo examen justo ahora y en vez de estudiar estoy terminando esto ;u;
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