El Camino Del Obispo
Las cosas se habían tornado extrañas en la vida de Lourdes desde aquella inusual noche. Como un cielo nocturno y pacífico esperando correr las horas, pero que un nefasto viento le trae extensos y densos nubarrones cegándole el camino. En su última noche jamás pensó que un simple segundo había sentenciado su vida y su muerte; El camino del obispo la había traicionado de una forma cruel y abusiva.
Para al menos entender la razón del injustificado infortunio que acosó a la pobre chica tendríamos que retroceder un poco en el tiempo; hacía solo unas dos semanas que las cosas se había salido de control. Sus padres solían tener más de una discusión a la semana y el ambiente familiar no era el más propenso para una joven de apenas diecinueve años. Su padrastro había abusado de un forma muy cruel de su madre en la noche del lunes.
Lourdes intentó encontrar un poco de consuelo en sus hermanos mayores, quienes ya vivían en casa propia y habían hecho de la vista gorda. No sintieron un atisbo de preocupación por su madre.
Curiosamente, pensó Lourdes en un golpe de locura encerrada en su habitación, era el dinero que tenía ocasionalmente su mamá lo que traía a sus hermanos a la casa, como las abejas a la miel. Lamentable, llegó a la conclusión, lamentable era esa vida, y un sentimiento de inquietud y ansiedad se coló entre sus emociones.
Esa noche le fue difícil encontrar el sueño, pero cuanto más avanzaba el reloj, sus ojos se volvían más pesados.
Ahora bien, la noche del martes fue donde todo comenzó a tornarse curioso. Ella trabajaba en un seven—eleven por la noche, y el día anterior había pedido un descanso. Ese poco dinero ganado en un lugar así no le venía nada mal cuando no había nada qué comer en casa.
Por eso cuando cruzó el parque, el cual tenía un camino llamado "El Obispo", se sintió en medio del ojo de un huracán. Su cuerpo se sintió presa del miedo entre tanta penumbra ejercida por los árboles y que la pequeña luz de un farol no podía combatir. Aún así tuvo el valor de seguir su camino casi como una carrera para llegar sana y salva al establecimiento.
Escuchó una a una sus pisadas por sobre las baldosas carmines. Su entorno le decía que a esa hora era la única persona en el parque, pero los latidos desenfrenados de su corazón le dictaban todo lo contrario. Olvidó quizá en esa ocasión colocar el seguro a su imaginación y pronto se le vinieron a la cabeza un millón de ideas.
—No hay problema, soy una dramática —se decía en un susurro, como si temiera que el hombre del saco la escuchara—. Sólo un poco más y llego.
Y siguió su camino por sobre todo. Parecía una jodida broma y coincidió en que sus nervios estaban muy tensos debido a los gritos de su madre de la noche anterior. Bajó su mirada porque sentía que si dejaba volar su curiosidad y visión, se encontraría con algo que no olvidaría nunca.
Y justamente eso fue lo que salvó su vida aquella noche.
El sentimiento se repetía una y otra vez mientras iba y volvía de su trabajo, mientras el sol se ocultaba y la luna resplandecía siendo cómplice de más de un pecado. La situación en casa no mejoraba y sus amistades de poco le servían.
Llegó a pensar que todo era injusto, aún así comprendió que debía sacar valor para sobrevivir en una marea tan alta y tosca como es la vida; la garganta se le secaba cuando sabía que debía pasar por ese parque a tan altas horas. Y el resto de noches recorría el camino casi corriendo. Empero hubo una vez que sus retinas algo lograron captar pero que su madurez nunca aceptó; en una de esas carreras, entre varios árboles, divisó una figura borrosa. Una combinación entre blanco y rojo pero que le dejó aún más inquieta.
Entonces justo después de presenciar aquella imagen con más nitidez, un grito se alzó. Era desgarrador y alto pero con el correr de los segundos se perdió como un murmuro. Esto no hizo sino acrecentar el miedo y los nervios de la joven, que con lágrimas en los ojos corrió tanto como sus regordetas piernas le permitieron.
Esa noche a nadie le dirigió la palabra y cualquier sonido le arrancaba un grito de terror.
No le fue fácil aceptarlo, pero sintió como si detrás del vidrio, en el estacionamiento hubiese alguien alto vestido de blanco y con los cabellos revueltos, esperándola. Observando todos y cada uno de sus movimientos.
Lourdes comenzó a dejar de dormir, ya no comía lo mismo que antes, lo que provocó que bajara demasiado de peso. De unos días para acá, su ropa le quedaba enorme y esto a duras penas logró sacar un comentario de su madre mientras desayunaban; y todo porque la inseguridad que conoció en el Obispo ahora también la asaltaba hasta en casa. En cualquier esquina le parecía ver algo que, después de fijarse muy bien, no existía.
Hubo una ocasión, en una noche próxima a su desgracia, que dos chicos con los rostros ensombrecidos en ignorancia y orgullo llegaron al lugar y compraron algunas chucherias. El joven más alto colocó las cosas en el mostrador riendo.
—¿De verdad te sorprende tanto? —le escuchó decir.
El otro dio un paso atrás. También parecía muy risueño, mientras ella comenzaba a sentir el final de ese hilo de la cordura. Ya no podía ver como antes, ahora sus ojos se humedecian a cada rato y un extraño dolor en el pecho se hacía presente cuando respiraba muy rápido.
—Tonto ¡A cualquiera sorprendería! — esbozó el otro pagando—. Fue un asesinato en el Obispo, no es para tomarlo a la ligera.
¿Había escuchado bien? Dios mío, todo el mundo se le vino encima y pensó que quizá ese grito de antes no era imaginación suya. Para cuando quiso interrogar a esos dos jóvenes, éstos ya estaban cruzando el umbral dispuestos a desaparecer en la ahora tenebrosa y sospechosa oscuridad. Temió por ellos pero más por quedarse sola en un lugar que apenas era un punto de luz en medio de tanta penumbra.
—La encontraron en mal estado. Eran muchas sus apuñaladas —fue lo último que les escuchó decir mientras desaparecían—. Ah, también escuché algo sobre una sonrisa. Bueno, esa parte no lo entendí pero sí que fue muy cruel la arremetida.
Sea hombre o mujer, pensó Lourdes, le dio demasiada pena y sintió empatía por la familia. En fin, volvió a su trabajo en un intento de distraer su mente y cuando por fin llegó el turno de cambio, recibió a su compañero. Entró él por la puerta principal y le saludó con un gesto.
—Ricardo, oye — llamó Lourdes en medio de su timidez pues él era el chico de quien estaba enamorada—. ¿Todo está bien allá afuera?
El chico le miró con indiferencia. Formó una pompa con su chile y la tronó. Se colocó el uniforme frente a ella. En su caso, él a duras penas recordaba su nombre.
—Eh... ¿A qué te refieres con eso?
Le costó demasiado a la chica mantener la mirada y con los pies temblando, le respondió en casi un susurro.
—No, a nada fuera de lo común — explicó Lourdes controlando su sonrojo—. Sólo quería saber sí no viste nada sospechoso por el parque.
—¿El parque Obispo? —el chico se tomó unos instantes para pensar y después negó—. No, nada sospechoso. ¿Por qué lo preguntas? Hoy estás hablando más de lo normal.
Lourdes evocó una suave y tímida risita. Jugueteó un poco con su cabello rizado y castaño bajando la mirada. Cuánto desearía ella volver a casa en compañía de Ricardo, su príncipe azul.
—Lo siento mucho —no tenía porqué disculparse pero aún así lo sintió necesario—. No es por nada importante, es que como yo regreso por ese camino últimamente escuché no muy buenos rumores de él.
—Ah... —fue lo que un desinteresado Ricardo le dijo antes de ignorarla y volver a su trabajo—. Ya entiendo, pero no, no vi nada extraño. Hasta mañana.
¿Cómo era que se llamaba esa gorda? Pensó Ricardo tras el mostrador viendo a Lourdes despedirse con una tímida sonrisa. Él le sonrió y ella encontró consuelo en ese gesto tan falso y desinteresado.
Una vez la chica se enfrentó a la oscuridad sola e indefensa, el silencio cavernal se apoderó de sus sentidos. Dio los primeros pasos para alejarse del establecimiento y de la nada, se sintió un poco más segura. Llegó a tener la falsa y maldita esperanza de que esta vez nada sucedería en el camino a casa; decidió que una vez llegara, comería un poco y vería alguna serie para matar el tiempo y conciliar el sueño.
Todo parecía bastante normal pese a que su alrededor iniciaba con esa aura tan extraña. Sintió el sonido de pasos tras sus espaldas cuando se iba a internar en el Obispo pero nada más dio la vuelta, no había nadie. A lo lejos escuchó el caminar de los automóviles y entre los arbustos lograba adivinar que había perros ya durmiendo.
El frío en aquella noche era cruel, azotador y burlón. Lourdes se lamentó haber sido tan confiada como para no llevar con ella un abrigo y fantaseo con que Ricardo le daría el suyo en un momento así. Estaba tan absorta en su ridícula fantasía que cuando levantó la mirada, justo en medio del tramo de baldosas, en la banca de madera que había a la izquierda, encontró a un tipo. La escena no pudo ser en exceso terrorífica de no ser porque las retinas de Lourdes presenciaron a un hombre vestido de blanco y con las ropas llenas de sangre.
La joven logró reprimir un grito y gemido al momento en que colocó sus manos sobre sus labios. El hombre se movió y con eso descartó la idea de una posible estatua; sus movimientos fueron acompañados de un crujir extraño y atemorizante.
Un millón de palabras venían a la cabeza de Lourdes y pocas logró emitir. ¿Por qué la vida era tan cabrona como para darle un momento lindo y después uno del cual no era bueno ni siquiera hablar en un manicomio? Entonces, al ver que nadie cruzaba palabra y que ella estaba petrificada en escena, el hombre rompió en risas histéricas. Fue en ese momento donde la joven pudo escrutar con más atención al ser frente a ella; el hombre, o lo que eso parecía, tenía su piel en un tono gris y blanco. Su frente era enorme y sus ojos carecían de párpados, en su lugar tenían rastros de sangre y cicatrices.
Era totalmente aterrador e inexplicable.
Lourdes rompió el llanto, como si encontrara la razón a tanta locura y miedo previos. Un movimiento del contrario le hizo darse cuenta que su cabello estaba chamuscado y que poco a poco éste se iba cayendo. Estaba lejos de ser esa una vista excepcionalmente hermosa.
—¿Qué sucede, linda? —le dijo con una voz grave, casi como un demonio. Estaba tan tranquilo en esa banca, que la gravedad de tener un cuchillo ensangrentado en mano no parecía importarle mucho—. Hace buena noche, ¿no es así? Sigue con tu camino por favor. Yo sólo me detuve a sentir un poco la brisa.
Como un robot Lourdes asintió. ¿Habías escuchado eso de "no le hables a extraños en la calle"? Bueno, ella ya comenzaba a entender esas palabras. Y sin más, casi como una broma de cámara oculta, Lourdes siguió su camino. A los pocos segundos dejó atrás a ese hombre pero un ruido que le heló la sangre y paralizó sus ideas, la obligó a mirar atrás.
¡El hombre se aproximaba a ella corriendo como un maldito loco! Y lo que más hizo mearse en los pantalones fueron esas risas y gritos que el desquiciado emitía en la acción. Por lógica ella también corrió.
Entre la carrera iba vigilando a su enemigo y se dio cuenta, al pasar debajo de un farol, que en sus mejillas tenía tallada una sonrisa ensangrentada y lo que parecían gusanos viviendo en esos huecos. Repugnante fue la palabra con la que lo describiría.
—¡Anda, corre maldita gorda! —se burlaba y las risas seguían—. La otra vez me equivoqué, y ahora sí te tengo.
Así es, la otra ocasión había asesinado a alguien equivocado. ¿Cuál era la forma de escoger a su víctima? En realidad no había un patrón, simplemente fue casualidad que la mirada de Jeff se posó en la figura de Lourdes y con eso fue más que suficiente para desearla de tal forma.
Ella corrió tanto que llegó a sorprenderse y en el camino arrojó lejos su mochila. Gritaba, obviamente gritaba pero nadie había a esa hora para auxiliarla. Y en un mundo tan indiferente, lo máximo que hubiesen hecho por ella sería mirar y grabarlo para después colgarlo en alguna página.
Ahora bien, más rápido fue su cansancio debido al peso de su cuerpo y cayó rendida a simplemente trotar. El chico detrás de ella, en medio de las burlas, le dio alcance; la arrastró por los cabellos y llevó detrás de unos matorrales. Lourdes se intentaba defender a toda costa pero detuvo cualquier acción suya cuando la primera estocada llegó a su hombro.
—¡No, por favor! —alcanzó a gritar ella y arrojarlo lejos.
El primer error fue darle la espalda ahora herida, porque para Jeff fue un juego. Se le abalanzó encima y le clavó el cuchillo unas cinco o seis veces en un sólo minuto.
Lourdes quedó en shock, intentaba gritar con todas sus fuerzas pero su impotencia fue tal que ya no podía ni gritar, ahora se veía callada por el dolor y gritos enardecidos de Jeff.
En un último momento antes de perder la razón, sintió una furia incontrolable dentro de ella. Le pareció que todo en su vida fue injusto y que a la vez, no tuvo mejor final para ella pero de algo estaba segura, una chica sería también tan fuerte como para detener a ese bastardo que le causaba su último sufrimiento mientras le dibujaba una sonrisa en sus mejillas.
Como costumbre, la chica perdió la vida en el mismo momento en que Jeff terminaba con su obra; se tomó un tiempo para admirarla y después le susurró al oído.
—Vete a dormir, querida.
Temiendo haber tardado demasiado y encontrarse con cierta persona molesta, Jeff se levantó del lugar y como sí nada hubiese pasado, se guardó el arma en el suéter. Minutos más tarde llegó la salvación de Lourdes, pero Jane nada pudo hacer en esta ocasión.
Al día siguiente se encontró al cuerpo y la noticia le llegó a sus amigos y familiares pero la gravedad de ésta pareció mínima. Fue como sí la existencia de la joven hubiese sido tan insignificante como la de una hormiga. Sin embargo, había alguien en las sombras que jamás la olvidaría y que en nombre suyo y de muchas mujeres como víctimas de personas como Jeff, lucharía hasta encontrar la verdadera madre justicia.
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