Capítulo II
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CAPÍTULO II
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LAS CAUSAS DEL TERRIBLE ASESINATO del Sumo Iktel no fueron descubiertas hasta dos años después, por la princesa Naara Whiterkler. Fue debido a un dragón. La siguiente persona en perecer debido a sus garras fue una chica miembro de la servidumbre, quién fue encontrada en el Bosque de los Seis Soles con los mismos cortes y marcas de garras como fue encontrado el sumo años atrás.
—No debe ser una coincidencia, estoy segura de ello —dijo con seguridad cuando su tío le llevó las noticias al Rey—. Tiene las mismas marcas que tenía el sumo cuando fue encontrado... Cuya alma espero este descansando —añadió tras ser respondida por un extenso silencio.
Tío Tiberio le dedicó una mirada de reproche por entrometerse en conversaciones de adultos; pero antes de que pudiese regañarla, su padre comentó.
—No creo que sea prudente que esparzas rumores por más tiempo, Naara —advirtió con seriedad, soltando un suspiro. La susodicha infló los mofletes y cruzó los brazos sobre su pecho, dispuesta a debatir—. No hay dragones en Kain, no se atreverían a pisar estas tierras después de lo ocurrido. Déjanos a los adultos solucionar esto, como siempre hemos hecho y concéntrate en tus clases, sí bien recuerdo, tienes una presentación que hacer en Nordriket.
La hija del Rey resopló tan alto que su tío Tiberio la miró con los ojos entrecerrados, de manera juzgona. Eilad en cambio suspiró, bastante acostumbrado al comportamiento que Naara solía tener cuando algo no le parecía. La miró esperando su respuesta y se encaminó hacia su mueble para beber un poco de vino, su hija ya había crecido en dos años, había ganado varios centímetros de estatura y su rostro se había vuelto maduro; aunque solo tuviera trece años.
—Oh, padre, pero esto no es nada más que la verdad —insistió, levantándose de la silla en la que se encontraba—. No puede ser una coincidencia, ¿qué mas podría serlo?
—Vivimos en una isla en la que habitan bestias salvajes —interrumpió con paciencia su tío, tamborileando con sus dedos su copa de vino—. Pudo ser cualquiera de ellas.
—Lo más peligroso que he visto son lobos —contradijo y, aunque la idea de encontrarse uno en persona le dio escalofríos, negó ante la posibilidad de que fueran ellos—. Su ataque sería distinto, no tienen garras tan grandes y atacan en manada, nunca solos.
—Lo que sea que haya sido, lo investigaremos a fondo en esta ocasión —comentó el Rey, sobándose el puente de la nariz. Terminó de beber el contenido de su copa y se incorporó para apoyarse contra su armario—. Mientras tanto, mantendremos el área vigilada y prohibiré el acceso al bosque hasta encontrar el culpable, me temo que ya no podrás ir a rezar ahí, Naara.
—Bueno, no me molesta —añadió aliviada, aunque con el semblante serio para no llamar la atención—. Mientras se investigue el caso, podría volver a ocurrir.
—Y mientras se investigue el caso, será mejor que permanezcas dentro del castillo —añadió su padre, quién alzó una ceja al ver cómo abrió la boca para replicar—. Estos días prepárate para la presentación y cuando sea el momento de ir a Nordriket entonces alistaré una escolta que te lleve y traiga.
—No me puedes pedir ambas cosas —replicó con ojos entrecerrados, aunque luego sus ojos se suavizaron—. Permíteme salir aunque sea a cabalgar y prometo que prepararé mi presentación para la próxima semana sin falta.
Su padre fingió debatirlo, pero al final asintió, como siempre hacía cuando Naara pedía algo. Evitó sonreír para que su tío no se entrometiera y aguardó a sus palabras.
—Está bien, no quiero enterarme que asustaste a las sirvientas como el año pasado —accedió su padre y Naara saltó de alegría, corrió hasta él y le plantó un beso en la mejilla.
Cuando Naara salió de la habitación, pudo escuchar claramente la voz de su tío Tiberio.
—Le estás permitiendo que haga lo que quiera y eso, al final, tendrá consecuencias.
Ella no prestó atención a lo que su padre contestó, salió corriendo del salón antes de que cambiara de idea y la mandara a tomar su clase sobre costura.
Fue ahí cuando tuvo la intrépida idea de adentrarse al bosque de los Seis Soles, a pesar de saber el peligro y que su padre acababa de prohibirlo. Tomó el camino largo para salir del castillo —el cual parecía un laberinto de pasillos, escaleras y torres—, debido a que la vigilancia era menos. No todos conocían las salidas secretas y por ello no había necesidad de resguardo como las entradas principales. Se demoró unos diez minutos, pero cuando salió agradeció la vista espectacular del cielo y se encaminó hacia los establos.
Recorrer el camino hacia el Bosque de los Seis Soles le tomaría varias horas en llegar, el castillo y el bosque se situaban de extremo a extremo en el Reino. A pesar de sus imprudencias, no tenía intención de permanecer ahí hasta el atardecer y sí se iba caminando, lo más seguro era que arribaría a esas horas. Quería creer que en el día el dragón no atacaría. Y, por supuesto que seguía creyendo que se trataba de un dragón, aparte de ellos, no había criaturas que fuesen grandes de tamaño o peligrosas.
Quizás un lobo, pero ellos habitaban en el Bosque de los Lobos, el cual se encontraba separado de los Seis Soles por el estrecho río Irkan. Además, los lobos no habían lastimado a humanos por generaciones, siempre y cuando no invadieran su territorio. No tenía sentido alguno.
—¿Ya ha pasado tu presentación? —preguntó Keithos cuando la vio aproximarse hacia Kali, su yegua de color blanco con gris.
—No.
—Entonces no puedes tomar a Kali —comentó, aproximándose hacia ella. Keithos era uno de sus mejores amigos en el Reino, cuando no estaba traduciendo textos antiguos en la biblioteca, ayudaba a alimentar a los caballos, alto de cabello corto y castaño, tenía un rostro noble—. Lord Tiberio dejó claras las indicaciones de que no podrías montar hasta hacer tu presentación.
—Mi padre la ha pospuesto —replicó sin prestarle importancia, ya conocía las manías de su tío por querer educarla—. Además es solo un baile, con diez damas y caballeros. Me he aprendido el baile tan bien como sé cabalgar.
—Tú odias bailar —apuntó Keithos, entrecerrando sus ojos azules.
—No hay necesidad de que los demás sepan esto —indicó la ojigris con una sonrisa penosa, le dio unas palmadas en la espalda a su amigo y abrió la puerta del compartimiento donde habitaba Kali—. Solo daré una vuelta, regresaré pronto.
Keithos no retomó la conversación, sabía que era inútil discutir con Naara una vez se proponía algo, a la kainiana no le importaba romper las reglas sí significaba salirse con las suyas. Fue en busca de lo necesario y al llegar le ayudó en colocar la silla, abrochar bien cada parte de la montura para que no surgiese algún percance y al finalizar la ayudó a subir para que no pisara su vestido en el intento.
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Naara no encontró nada, ningún indicio de que hubiese un animal salvaje o pruebas de que habitara un dragón como ella suponía. Recorrió el lugar durante horas, inclusive dejó a Kali para que comiera de la maleza, mientras ella exploraba la zona para que no se estresara entre tanto recorrido. Al final se rindió, no hubo ningún ruido, ninguna señal y no tuvo otra cosa que hacer más que retirarse.
Lo malo de hacer suposiciones como esas es que no siempre iba a acertar con la verdad. Aquello realmente la desmotivó, esperaba que fuera un dragón... Aunque, ¿para qué? Apenas y podía tomar una daga a escondidas de sus damas, había intentado cualquier método de persuasión posible hacia su padre para que la dejara entrenar y ninguno había funcionado hasta la fecha; inclusive se había tirado a llorar aclamando que nadie se preocupaba por sus necesidades. Lo único que consiguió fue que su padre la llevó a dar un paseo por el Reino, mientras le hablaba sobre los increíbles pasatiempos que como princesa y dama podía tener; aquello le mejoró el ánimo, pero no la hizo cambiar de opinión.
El camino hacia el Reino se sintió relativamente corto mientras pensaba en sus preocupaciones sobre lo acontecido, la corazonada que sentía le decía que era un dragón el causante de aquello... Pero no lo había encontrado en ningún rincón del bosque, lo cual le dejaba dos posibilidades. Se trataba de un dragón nocturno o el asesino no era un dragón.
El clamor característico de los jóvenes que entrenaban la hizo alzar un poco el cuello para ver de quiénes se trataban; de inmediato curvó una sonrisa cuando vio a Branden y Morag en la zona de entrenamiento. Un patio libre situado por debajo de la montaña se extendía, sostenido por cuatro muros amplios de mármol y pequeños salones donde resguardaban el armamento utilizado. El sonido del metal contra metal erizó su piel cuando espoleó a Kali para que se aproximara hasta ellos, los encontró cubiertos del sudor, con las camisas pegadas a su piel y una sonrisa retadora.
—¡Pero sí es mi princesa favorita! —Saludó Morag cuando la vio llegar, se limpió el sudor de su frente con la manga de su camisa y dejó la espalda recargada sobre el banco de piedra a unos metros de él. Branden le imitó, llegó hasta la piedra y se sentó en el suelo, apoyando la espalda en esta para descansar—. ¿Has venido a desearnos suerte?
Naara negó, ladeando una sonrisa. Detuvo a Kali y pasó una de sus piernas en la dirección donde se encontraba la otra para bajar, al verla Morag se aproximó y le ayudó, la tomó de la cintura y la bajó con cuidado.
Morag, mejor amigo de su hermano, vivía en la isla Fair situada al oeste de Kain, hijo del jefe de la isla, Aren Kerr. Él era en toda la extensión de la palabra un vikingo, tenía el cabello rizado, pelirrojo y unos ojos profundamente azules. Naara estaba acostumbrada a verlo tan seguido, no solo porque fuese mejor amigo de su hermano sino porque era como un hermano para ella también. Habían crecido juntos, cuando años atrás su padre se embarcó hacia su isla para formar una alianza luego de haber sido invadidos por una tribu del este. Desde entonces, Morag y ellos crecieron juntos, cuando no visitaba Kain, ellos iban hacia Fair y compartían de momentos inolvidables. Obviamente Naara no era tan cercana a él como lo era Branden, pero cuando se presentaba, procuraban involucrarla en todas sus aventuras.
—¿Entonces? —inquirió Morag cuando Naara negó en un movimiento de cabeza—. ¿Dónde estabas?
—Los secretos de una dama no se deben revelar —replicó ella, permitiendo que uno de los sirvientes que iban pasando se llevasen a Kali hacia los establos. Morag río por lo dicho y se dejó caer a un lado de Branden para recuperar el aliento.
—¿Qué hiciste sin permiso? —preguntó su hermano con una ceja alzada, Naara lo miró tratando de parecer lo más neutra posible, pero no funcionó—. ¿Otra vez despediste a la servidumbre? Deberías saber que estas personas necesitan dinero para vivir, no puedes estar despidiendo a todas las que contratan porque quieres una vida independiente...
—Ya no he hecho eso desde la última vez —replicó ceñuda la castaña, arrugó su nariz como siempre hacía cuando algo le inquietaba y se aproximó para examinar las espadas del pequeño cuarto—. No es sobre eso.
—Sobre el asesinato —dedujo Morag.
—Es solo que lo estuve pensando mucho —respondió, saliendo del salón de armas para verlos y hablar de manera que solo ellos pudieran escuchar. Branden respondió, ¿cuándo no? y ella le ignoró—. Vi su cuerpo, eran marcas de dragones. También aconteció en el Bosque de los Seis Soles.
—Así que fuiste al bosque a buscar el dragón —dijo el pelirrojo, bebió de su cantimplora y se incorporó para estirar sus músculos.
—Dioses, Naara, sabes que no debes de ir al bosque y menos sola —regañó su hermano con un deje de preocupación. Se incorporó también y comenzó a limpiar la hoja de su espada, SacaCorazones. Un nombre bastante tonto sí le preguntaban a Naara—. Es peligroso que andes por allá sin protección, debes de ser más cuidadosa.
—Al menos dinos, ¿encontraste el dragón?
Naara suspiró derrotada, se encaminó hacia el pequeño banco de mármol y se tumbó en este. Morag y Branden compartieron miradas.
—Supongo qué eso es un no.
—No —afirmó—. Podría ser un dragón nocturno... Y de cualquier forma fue muy tonto de mi parte, no me sé defender, no llevaba ningún arma... Sí el dragón me hubiese salido, no quiero ni pensar en ello.
—Sí. —Branden se aproximó hasta su hermana y le dio unas palmaditas en el hombro—. Por eso es mejor que dejes a los Caballeros hacer su trabajo, no te preocupes más por eso.
En lugar de consolarla, que es lo que había pensado Branden al decirlo; las mejillas de su hermana no tardaron en adquirir un tono rojizo por la indignación. Casi se carcajeó al haberlo previsto.
—¡No! Esa es una idea muy tonta —negó, absolutamente horrorizada ante la idea de que alguien más descubriera sus suposiciones. Morag se río, suponiendo su reacción—. ¿Y sí mejor me enseñan a defenderme?
—¿Papá te ha dado permiso?
—Dijo que no puedo usar las armas para jugar, pero sí ustedes me enseñan las usaré para defenderme —propuso, con un aire angelical que hizo a Branden suspirar, bastante habituado a que se saliese con la suya. Su hermano se sobó el puente de la nariz y esperó a que continuase—. Además no me pienso quedar de brazos cruzados, volveré a salir y será mejor sí sé cómo defenderme.
Branden permaneció callado por algunos momentos, ya había tratado dos años atrás de enseñarle y fueron descubiertos por un guardia que los acusó con Lord Tiberio. Su tío no se tomó muy bien que Branden estuviese enseñándole a Naara a utilizar armas peligrosas que pudieran arriesgar su integridad y los castigó por una semana entera para no comentarle al Rey de lo que hicieron. Romper una de sus leyes más importantes le parecía una aberración, pero también sabía que Naara cumpliría a su palabra y se escaparía sabiendo defenderse o no. El moreno pensó mucho en aquello y al final miró a su amigo en busca de consejo.
—No es como que le vaya a pasar algo si entrena —dijo el pelirrojo, alzando los hombros. Naara resistió el impulso de saltar y abrazarlo—. Has visto que en Fair las mujeres entrenan tanto como nosotros y les va demasiado bien —continuó, incorporándose para tomar la espada con la que entrenaba. Le dio una mano a su amigo y le ayudó a levantar—. Por su seguridad y porqué sabemos que seguirá desobedeciendo órdenes, podemos ayudarla.
El ojigris que no parecía muy convencido, sopesó en sus palabras, llevando una mano bajo su barbilla y observó a su amigo. A Naara le dio la impresión de que transcurría una eternidad en lo que su hermano lo decidía, las leyes eran claras y estrictas. Una mujer no debía aspirar a cosas fuera de su alcance, era inapropiado e incorrecto. Sus damas se lo instruyeron, Aethel en ocasiones inclusive le comentaba sus preocupaciones por qué quisiera tratar de hacer cosas que no le correspondían; pero no la comprendían. Y ella, desde que había visto a esas mujeres peleando en batalla dos años atrás, no había podido dejar de preguntarse cómo se sentiría.
Finalmente su hermano accedió, se aproximó a ella y la tomó de las manos, como siempre hacía cuando ocurría algo.
—Sí te enseñamos, no quiero que signifique que te vayas a lanzar al peligro cada que la curiosidad gobierne tu mente —dijo, mirándola a los ojos, Naara asintió y su hermano le soltó las manos—. No puedes ir a contárselo a nadie...
—Ni se te ocurra ir con Aethel —añadió Morag cuando la castaña abrió la boca para replicar, de inmediato se calló—. Sabemos que ustedes tienen esa costumbre de contarse sus secretos, pero no este. Branden y yo saldremos más afectados sí nos descubren, aunque más Bran. Yo pienso regresar a Fair sí sucede.
—Que bueno saber que cuento con tu apoyo.
—Un placer.
—Bien, no le contaré esto a Aethel aunque mi corazón me lo demande —añadió melodramática, ambos amigos bufaron por ello, ya sabiendo que diría algo así—. ¿Dónde me van a entrenar? ¿Cuándo? ¿Podemos empezar hoy?
—Sí, ve y escoge una de las espadas de la armería que se adapte a tu peso y tráela hacia acá.
Emocionada, la castaña salió corriendo hacia el salón de armas sin molestarse en esta ocasión por recibir órdenes de su hermano.
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Llegó a sus aposentos con el sudor en su rostro y cuerpo, después de una sesión ardua de entrenamiento. Naara descubrió que ver a los hombres entrenar era completamente distinto a experimentarlo en carne propia, la espada pesaba casi el doble de ella y mantenerla a flote por más de quince segundos fue un completo reto.
Comenzaron con lo más básico, su hermano y amigo le enseñaron que posiciones debía mantener mientras luchaba contra el oponente. Lo adecuado era mantener flexionadas las rodillas para no afectar sus músculos al sostener el peso de la espada, estuvieron practicando con ataques no tan directos y la pusieron a dar un par de vueltas en el patio, caminando con las rodillas ligeramente flexionadas y moviendo la espada apuntando a distintas direcciones. Después siguió el primer intento de combate, donde Morag se aseguró de enseñarle las mejores técnicas para contrarrestar un ataque, la mitad de ellas le salieron fatal y la otra mitad, apenas aceptable.
Cuando comenzó a caer el atardecer, fue cuando Branden decidió concluir el entrenamiento antes que su vestido acabara destrozado o más sucio de lo que ya estaba. Y sin objeciones, la princesa de Kain se escabulló por la entrada menos concurrida del castillo sin intenciones de ser descubierta.
Ahora la esperaba la tina llena que seguramente prepararon horas antes, se sacó el vestido y se sumergió en la bañera hasta que la frescura del agua cubrió su cuerpo por completo y le eliminó la extraña sensación del sudor sobre este. Mientras tallaba su cuerpo y eliminaba cualquier rastro de suciedad en su piel no pudo evitar recordar la manera en que las escuderas pelearon aquel día de la invasión dos años atrás, como alzaban la espada con tanta facilidad y la blandían hacia los honorables soldados de Kain.
Sabía que admirarlas era lo incorrecto, pues llegaron a su hogar con la intención de invadir y asesinaron a varia de su gente, pero aquel día que las vio desde la alcoba de su habitación pudo sentir la adrenalina y la emoción de estar en el campo de batalla y tomar la delantera de su vida. Porque su simple presencia entre una pelea con tanto hombre solo suponía una cosa. Libertad. Y Naara ansiaba fervientemente aspirar un poco de ella, de sentirla, saborearla y hacer con su vida algo distinto.
Las mujeres en Kain tenían una vida simple, los más grandes cargos en el Reino eran hereditarios entre miembros varones de familias importantes. Las mujeres atendían eventos, hacían bailes en ocasiones especiales y se encargaban de cuidar el hogar; pero nunca ostentaban cargos mayores. El reino estaba formado por el Consejo Real y, en sus largas generaciones, ninguna mujer llegó a tomar asiento para ayudar a los problemas del reino. Sus maestras solían hablar del tema sin darle la importancia merecida, las mujeres no eran tan inteligentes y en asuntos del reino, era mejor que un hombre capacitado tomara decisiones sobre la seguridad y prosperidad de la isla. Naara no creía en ello, había crecido siendo la sombra de su hermano y las diferencias se volvieron notorias entre ambos conforme crecían. Mientras a Branden le ofrecían mayor libertad de explorar tierras a sus anchas, de cabalgar, entrenar o estudiar como le plazca a ella le restringieron muchas de las cosas que hacía su hermano. Sabía que ese era el orden de las cosas y aunque no le tomó rencor a Bran por ello, no pudo evitar sentir la injusticia en su ser cada que quería hacer algo y la cuestionaban cuando a él, con solo decirlo, le proporcionaban los medios para lograrlo.
Llamaron suavemente a la puerta.
—Adelante —murmuró sin ánimos, inspeccionando la piel arrugada de sus dedos por estar tanto tiempo en el agua.
—¿Qué has estado haciendo? —Reconoció la voz de su amiga Aethel al instante cuando se incorporó para envolverse con la toalla—. Acordamos que leeríamos en la biblioteca, nunca llegaste para estudiar.
Naara, todavía en la pequeña sala de baño de sus aposentos, aprovechó que su amiga no estaba cercas para que viese su cara de desconcierto y es que se le había olvidado por completo.
—Lo siento, estuve con mi padre —comentó, poniéndose el camisón tras haber secado su cuerpo—. No tuve tiempo y se me olvidó avisarte.
—No pasa nada —dijo Aethel, un poco más tranquila. A Naara siempre le resultaba el involucrar a su padre cuando no quería que su amiga se enojara con ella—. Kyo nos espera en la torre oeste, no vayas a tardar y no olvides traer el texto sagrado.
Naara alcanzó a ver la cabellera oscura de su amiga antes de abandonar la habitación. Con un suspiro, examinó cada una de sus vestimentas. Ahora que había despedido a sus doncellas, tenía que elegir que ropa usaría, pero en cierta parte le resultaba libertador. Tomó un jubón blanco que se cerró con gran dificultad por la espalda, seguida de un corsé café y complementó con una falda larga negra. Cuando estuvo lista, buscó en sus estantes el libro y salió a toda prisa hacia el otro lado del castillo.
—Has llegado con tiempo —comentó Kyo en cuanto la vio arribar con sorprendente tranquilidad, usualmente llegaba despeinada tras correr a último momento hacia la clase—. Bienvenida, toma asiento y abre tu libro.
Kyo era su mentora desde que tenía uso de razón, se había encargado de criarla y educarla apropiadamente, enseñarle modales y buenas conductas como la princesa del reino, así como la instruyó en otros dotes que las damas debían conocer. Cómo cortejar apropiadamente, cómo bordar, cómo hablar en la presencia de hombres y cómo una princesa debía ser en todos los sentidos. Una labor que su madre no pudo hacer —al provenir de una nación con costumbres ajenas a las suyas.
—Aethel, ayúdame a leer el fragmento tercero de la página séptima.
Naara misma abrió la página que indicó Kyo y se sorprendió al ver el tema que abarcarían, generalmente no abordaban temas de historia, pues eran inapropiados para las damas.
» La nieve teñida de rojo, significó un mal augurio para aquellos que estuvieron presentes en aquel día. El cielo se oscureció y de él emergió la bestia, dispuesta a dar su vida para combatir al pueblo. Y bajo su sombra, Erek murió con la espada de su hermano Desmond sobre su pecho. El linaje se partió.
Naara sabía muy poco sobre La Caída, aquella guerra entre dragones y humanos que duró varios años. Tenía entendido que, antes de que transcurriera, los dragones y humanos habitaban en paz y armonía en todo Midgard, inclusive había dragones que vivían en la nación norte. Pero todo cambió cuando su antepasado Erek decidió ponerse del lado de los dragones y de su propio hermano, ¿el motivo de ello? Nadie lo sabía. Especulaciones y rumores se esparcieron desde entonces, algunos decían que envidiaba a su hermano por heredar el trono, otros que en realidad nunca estuvo de parte de los dragones o que el causante de eso fue Desmond Whiterkler, su antepasado.
—Ha sido una buena entonación, Aethel —felicitó Kyo, incorporándose del pequeño banco en el que estaba sentada. En las aberturas de la torre, se podían apreciar las estrellas sobresaliendo en el atardecer—. Ya que esto se trata de tu linaje, Naara, cuéntanos, ¿qué opinas de ello?
—Desconozco mucha de la información —comenzó, pero al ver la mirada expectante de Kyo se limitó a inhalar profundo y rebuscar en lo profundo de la mente—. Los dragones eran protegidos por una de los suyos, lo bastante poderosa —relató, un poco preocupada por entremezclar las diferentes versiones que conocía. Aethel del otro lado, levantó el pulgar para darle ánimos—, Rekvhan. A medida que pasaba el tiempo nuevos dragones emergían de la tierra acabando con los límites existentes entre ellos y nosotros.
—No olvides otra cosa, ¿qué eran?
—Poderosos.
—Peligrosos —clarificó, cerrando el libro y señalando hacia el mapa de Midgard que reposaba sobre la pared—. A medida que Rekvhan se volvía poderosa, ellos tomaban parte de ese poder. Comenzaron a atacarnos, uno a uno hasta que nuestros antepasados se dieron cuenta que vivir en armonía con ellos ya no era posible.
—¿Entonces por qué Erek se unió a ellos y los defendió?
—Erek era intrépido y no se preocupaba por nadie, más que por sí mismo. Lo que ocurriera en sus alrededores no le importaba siempre y cuando no se viese afectado —respondió Aethel tomando la palabra, las miradas se volvieron a ella.
—Muy bien dicho, Aethel, ¿donde lo leíste? —preguntó Kyo con curiosidad.
—Mi padre suele contarme historias acerca de La Caída.
—¿Y por qué es importante que conozcamos estas historias?
—Nos ayuda a no cometer los mismos errores —respondió Naara, sintiendo un sabor amargo deslizarse a su garganta. Ella había leído otros relatos ajenos y su percepción hacia Erek era completamente diferente, pero decirla no serviría de nada—. La Caída se originó en Kain y con el tiempo se fue expandiendo hacia los otros territorios, es importante porque a todos nos afectó y nos dividió.
Kyo, que encontró interesante aquello último que dijo, se giró para verla y alzó una ceja.
—¿De qué forma nos dividió?
—Los textos antiguos relatan que Midgard era uno solo antes de La Caída, fue el poder de Rekvhan y los dragones lo que partió la tierra y nos separó —explicó con un encogimiento de hombros—. «Gobernados bajo uno mismo» —recitó.
—¿Uno mismo?
—Dinos, Naara —pidió su maestra, endureciendo sus facciones.
—Woden.
—No. —La mujer cerró el libro con fuerza y exhaló ruidosamente—. La clase ha terminado. —Extrañada, Naara frunció el ceño y se levantó dispuesta a marcharse. Generalmente las clases duraban hasta que la luna se asomaba, esto no había sido nada. Al ver el desconcierto, Aethel permaneció igual con ella hasta que Kyo la mandó de vuelta a sus aposentos—. Tú no, Naara.
—¿Qué pasó? ¿He dicho algo malo?
—¿De dónde has sacado esa información? —inquirió con brusquedad tan pronto se retiraron las demás doncellas, la tomó del brazo con firmeza impidiéndole retirarse y la castaña ahogó un quejido ante su fuerza—. Dime, Naara.
—Lo leí en alguna parte —murmuró en un jadeo, haciendo un intento por apartarse.
—Dímelo, Naara o habrán severas consecuencias.
Un estremecimiento recorrió la piel de la princesa cuando escuchó aquello, había dejado de ser golpeada tras el fallecimiento del Sumo y con Kyo nunca había ocurrido; pero sabía que tenían el derecho de hacerlo. Los señores de la fe podrían educar a sus alumnos de la manera que considerasen apropiada, inclusive a una princesa.
—Lo leí de un libro antiguo que encontré en Fair hace un par de meses —admitió, cuando sintió la presión de las uñas clavarse en su piel—. Mucha de la información que venía era similar a la que poseemos aquí, así que por eso no la cuestioné —añadió cuando Kyo la soltó, se alejó y cerró su mano en el brazo donde la tomó, el cual se había vuelto rojizo—. ¿Por qué? ¿Qué tiene de malo? ¿Quién es Woden?
—Será mejor que no vuelvas a mencionarlo nunca —replicó la mujer, con los ojos entrecerrados—. No creas en tan espantosas mentiras, la verdad es como la conocemos, no como viene en libros paganos. Vete de aquí.
Extrañada y un poco asustada, Naara no esperó a que se lo repitiera dos veces, salió de la habitación tropezando en sus propios pies. El sol ya se había ocultado en su totalidad por lo que la mayoría de los pasillos estaban oscuros cuando salió, no terminaba de comprender lo que había sucedido durante sus lecciones, la mirada que Kyo le dio y la forma en qué la tomó del brazo hizo que se pusiera a temblar de pies a cabeza. La zona oeste del castillo era el espacio menos habitado, la mayoría de sus habitaciones estaban desocupadas por lo cual no había ningún guardia.
En otras circunstancias, habría divagado en su propia mente sobre historias heroicas de ella atravesando el pasillo, pero cuando caminó sola únicamente sintió miedo, los latidos de su corazón y el frío del viento. Apresuró su marcha, procurando echar un vistazo atrás para comprobar que no estuviese siendo seguida por Kyo o el fantasma del Sumo y suspiró cuando vio la luz al final del pasillo.
Rápido, se dirigió sin preámbulos y tomó los bordes de su falda para no resbalar hasta que el fuego se apagó. Inmóvil, miró de un lado a otro intentando comprender lo que ocurría, quizás fue el aire, pero no estaba tan fuerte como para apagar una antorcha. Inhaló profundo y avanzó con lentitud, a medida que se acercaba al final del pasillo el corazón le latía con mucha violencia. Pudo escuchar el sonido de una fuerte respiración, como los orificios se abrían y cerraban dejando vaho en el aire y luego, lo vio. Unos ojos color bronce, el fuego volvió a iluminar el pasillo y entonces vio a su portador.
Completamente negro, su cuerpo se camuflaba con la oscuridad misma, pero del suelo caían escamas signo de su presencia. Era grande, con dos patas delanteras clavadas en el muro y sus alas curvadas. Ahí, frente a ella, estaba un dragón.
Holaaa
Me disculpo enormemente por la tardanza a mis dos lectores (gracias por leer, les tqm), me dio un bloqueo a mitad del capítulo el cual tenía desde hace MESES, pero no sé que pasó, hace poquito releí y aquí estamos. Espero que les esté gustando <3 sí hay dudas o algo háganme saber, es mi primera vez escribiendo obra original así que no sé sí sienten el mundo bien explicado o al menos comprenden lo que sucede jasjs. Cualquier comentario para mejorar es bien recibido <3.
Es posible que sientan muy apresurado el tema del dragón, pero no se preocupen que este no es el tema central de la trama y se abordará lentooo
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