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Capítulo I

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CAPÍTULO I

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EL VIENTO CORTÓ LAS MEJILLAS DE NAARA. Tuvo el impulso de retirar el guante de su mano y tocar la zona áspera de su piel. Sintió el ardor cuando una nueva ráfaga de viento helado la envolvió como sí se tratara de un manto y suspiró con pesar. La mejor opción para combatir el invierno era permanecer en sus aposentos, cálida con sábanas, el calor de la chimenea y una buena taza de té caliente. Pero la curiosidad siempre había sido el punto débil de la princesa.

—Encontraron el cuerpo del Sumo Iktel al anochecer, a las afueras del bosque de los Seis Soles. —Naara tuvo que hacer un increíble esfuerzo por no delatarse, un jadeo brotó de sus labios que rápidamente acalló poniendo una mano sobre sus labios. Confiaba ciegamente en que la rama del árbol era lo suficientemente fuerte como para soportar su peso y no tumbarla—. No se sabe quién fue el responsable de lo acontecido, el Rey ha ordenado que todas las divisiones busquen al culpable. No pasó una semana desde la invasión y ahora esto... Que nos ampare Dios.

El Sumo Iktel era el gran sacerdotisa de Kain y otras regiones en la Nación del Norte. Cuando la Fe de los Señores del Cielo y Estrellas dejó de ser seguida por varios kainianos, esta nueva llegó para traer la luz y la verdad. A Naara le gustaba practicar de ambas fe (aunque rezaba a los Señores del Cielo y Estrellas a escondidas), habían tantas cosas buenas de ambas que le causaba intriga que no podía mantenerse fiel a una misma. Debido a ello el Sumo Iktel solía regañarla y golpearla, cuando no atendía a sus lecciones como debía ser y quizás por ello, ese era el motivo por el cual no le entristeció ni un poco el saber de la noticia. Pero como alguien curiosa, necesitaba saber de los detalles. En las cocinas, la servidumbre decía muchas cosas y era difícil saber quién decía la verdad; sus fuentes no eran muy confiables.

Un nuevo sobreviento cruzó por donde ella se encontraba, la intensidad del frío hizo que se estremeciera y aflojara un poco el agarre con el árbol. Algunas motas de nieve cayeron hacia los individuos que hablaban a poca distancia de donde ella se encontraba, se mordió el labio para no tiritar y respiró lentamente.

—¿Alguien sabe qué hacía el Sumo en el bosque a horas tan tardías? —preguntó el otro individuo, al cual Naara reconoció como su tío Tiberio. Su cabello corto y oscuro, con breves signos de canas era fácil de reconocer—. El bosque es un lugar inestable durante la noche, fue estúpido de su parte salir.

—Dicen que salió en busca de sus plantas medicinales para los elixir que prepara durante las ceremonias —respondió el otro hombre, Naara no lo conocía. Debía ser uno de los soldados que raramente estaban en Kain, su uniforme era distinto a los otros, de color gris claro con el estandarte del Reino bordado en blanco—. No avisó a nadie, pero se llevó la canasta en la que suele recolectarlas.

—¿Y los guardias? ¿En dónde estaban cuando el Sumo salió?

—Era ya muy tarde, Señor —respondió el soldado—. Solo estaban los guardias de vigilancias en las entradas, no se dieron cuenta que el Sumo salió.

—¿Y el Rey qué dijo de ello? —inquirió Tiberio, llevando una mano bajo su barbilla. Toda esa situación parecía sospechosa—. ¿Qué hizo mi hermano tras percatarse de su desaparición en la misa de la mañana?

—Creo... El Rey no ha estado tomando todas sus misas —respondió con sinceridad el soldado, Naara se abrazó al árbol para no resbalar. Sí, ella era un poco la culpable de eso. Los libros de la antigua religión eran increíblemente fascinantes—. Las damas y señores que suelen asistir a las ceremonias matutinas pensaron que se había cancelado la misa por la ausencia del Rey y no lo cuestionaron.

—Bueno, ya no hay nada que se pueda hacer sobre eso. —Su tío dio unos pasos sobre la nieve, pensando en lo acontecido. Naara quería bajarse a saludarlo, tenía semanas sin verlo, pero resistió el impulso de hacerlo enojar y que acabara castigada—. ¿Cómo murió?

—Lo encontraron con marcas de asfixia en el cuello, el cuerpo cubierto de moretones, como sí hubiese sido arrastrado por todo el bosque —explicó el joven—. Ingresamos al bosque de los Seis Soles y encontramos sangre seca perteneciente al Sumo, algo muy fuerte o muy grande fue lo que acabó con él.

—¿Te atreverías a decir que más fuerte que un vikingo... Berserker o cómo se les diga a su especie de salvajes? —El pisar de Tiberio terminó por quebrar una pequeña rama bajo su bota, Naara se sobresaltó y estuvo a punto de jadear. Sus uñas rasgaron el tronco y se aferró a su agarre, comenzaba a sentirse incómoda y el frío no ayudaba—. Hace una semana que nos trató de invadir una tribu de salvajes, ¿es posible qué se haya quedado alguno sin darse cuenta?

—No lo sé... Es muy poco probable, mi lord. Revisamos todas las áreas del Reino, inclusive nos adentramos a las tierras inexploradas de Airgead. Los pocos que sobrevivieron se marcharon —habló el soldado, su semblante temblaba al igual que un poco su voz. Su tío pareció notarlo, por lo que se giró para mirarlo inquisidor—. Vi las marcas con mis propios ojos, señor. Creo que eso fue la obra de un dragón.

—¡Pero qué barbaridad dices! —resopló Tiberio tan pronto lo escuchó—. Los dragones no han pisado las tierras del Norte por siglos y no lo harán por otros más, vendrían a su muerte de ser así.

Un dragón. El corazón de Naara palpitó con fuerza de solo pensarlo, ella solo los había visto en una extraña ocasión cuando viajó junto a su padre y hermano a las tierras vikingas del sur hacia Fair. Ahí era muy común que los dragones atacasen a las aldeas, la tierra era más fértil y el clima más agradable para ellos. La idea de que hubiese uno en las tierras del Reino hizo que se le erizara la piel. Podría haber uno ahí sin que se diesen cuenta, tenía entendido que algunos tenían la capacidad de volverse invisibles. De ser así, ya eran personas muertas.

—Quiero pruebas reales —prosiguió Tiberio, mofándose ante la idea de que hubiera un dragón en el Reino—. Organiza una expedición con tus mejores hombres, entra a las casas por la fuerza de ser necesario. Si alguien les está ofreciendo asilo deberás traerlos de inmediato ante el Rey. Y sí tienes que entrar otra vez en los dominios de Airgead, hazlo.

—Entendido, Señor.

Con una corta reverencia, el soldado se marchó en la dirección contraria que su tío. Naara lo vio permanecer en su lugar, como sí estuviera esperando algo o alguien. Para ese punto de la tarde la pequeña Naara ya sentía sus extremidades entumecidas, le dolía el cuerpo y el frío... Ni hablar, rezó a los Señores del Cielo y Estrellas para que su tío se fuese pronto de ahí.

Rezar no sirvió.

—Te contaré hasta tres para que te bajes de inmediato de ese árbol. —Naara tardó un poco en comprender que su tío se dirigía hacia ella, el calor subió a su cara en cuestión de segundos y eso hizo que se moviera con facilidad. Se incorporó de donde estaba inclinada y por poco resbaló al pisar la falda de su vestido, pero consiguió saltar del árbol antes de que dijera el número tres—. Vamos a casa y en el camino espero que me reveles el motivo de tal imprudencia que has cometido.

A Naara se le pusieron las mejillas más coloradas, sí es que podían hacerse más rojas. Se encogió y ante la mirada severa de su tío, se enderezó. Procuró alisar la falda de su vestido y apartarse algunos copos de nieve que habían caído a su vestido. Cuando se pusieron en marcha, sintió el malestar de sus piernas punzantes por haber permanecido por tanto rato en la misma posición. Pero en su defensa, los hombres habían llegado después de que ella.

—Ya estaba ahí antes de que llegaran —explicó a su tío cuando atravesaron la arboleda nevada, a esas horas de la tarde el cielo brillaba en un cálido tono rosado que la hizo suspirar. En otro día Aethel y ella hubieran estado atrapando las hojas de los árboles bajo ese cielo perfecto—. Intentaba recolectar una flor de cerezo, Aethel y yo queremos decorar las biblias.

—Las biblias son textos sagrados, Naara, no necesitan decoraciones. Lo importante es su contenido —replicó Tiberio sin perder la vista del camino, pero a juzgar por su tono de voz y el suspiro que dio, Naara se percató que aquello le divirtió, lo cual la indignó—. Es peligroso que estés fuera del castillo sin un guardia, ¿cómo te saliste?

—Aproveché para salir cuando Bran lo hizo, aunque él no se dio cuenta.

Su tío Tiberio no dijo nada más, estaba claro que reprobaba sus actitudes de espionaje, pero parecía preocupado por otros asuntos. A los pocos minutos llegaron a las puertas del castillo, desde el intento de invasión una semana atrás su padre había reforzado toda la seguridad. Y ahora con lo acontecido del Sumo Iktel, había duplicado a los guardias. Cuando ingresaron, los guardias no pudieron ocultar el rostro de sorpresa tras reconocerla. Tiberio les lanzó una mirada severa que los hizo encoger.

—La próxima vez que mi sobrina se escape sin que estén alertas, dormirán una semana en el calabozo —advirtió en un siseo.

Naara misma se sintió regañada.

—Sí, señor.

—Hablaré con tu padre, sube a tus aposentos y no vuelvas a salir —ordenó su tío cuando ingresaron al vestíbulo—. No vayas a decir nada de lo que escuchaste afuera, puede ser peligroso.

El pronto entumecimiento que sintió estando afuera desapareció cuando la calidez de las paredes la abrazaron. Vio a su tío desaparecer en el pasillo que conducía a las escaleras y ella permaneció en el salón principal, sin obedecer todavía. Procuró sacudirse la nieve que había atrapado en el camino y se acomodó el pelo, por el fuerte viento se le había desbaratado el peinado. Sí su maestra la veía... No, no, Naara podía demostrarle que era una buena princesa.

—... La mejor opción será mandar una carta al Principado. —A Naara no le costó reconocer la voz de Randall, mejor amigo de su hermano Branden. Supuso que este estaría también ahí, así que se aproximó a donde sonaban las voces. Dobló en unos pasillos y los encontró en las cocinas, ambos sentados en una mesa vieja y comiendo como sí no hubiera mañana—. Es mejor que ellos nos manden a un nuevo Sumo.

—Mandar una carta al Principado no parece una buena opción. —Se rehusó Bran, era dos años mayor que ella, pero tras haber participado en su primera batalla la semana pasada a Naara le daba la impresión que había crecido un poco más; ya no parecía tener trece, aunque los tuviera—. En caso de tener que regresar a la capital yo podría ir, le comentaré a mi padre para saber qué le parece. Estoy seguro de que no se negará.

Decidiendo que no sería agradable sí la encontraban espiando, Naara decidió anunciarse ante ellos. Se aclaró la garganta y avanzó, pretendiendo ir en busca de comida. Lo cual no era del todo mentira, le había dado un poco de hambre.

—¿Dónde has estado? —preguntó Bran tan pronto la vio, con la boca llena de comida. Se dio una pausa para terminar de comer y bebió del zumo en su vaso—. Te he estado buscando en todas partes.

—Tú eres malísimo para buscar —replicó Naara, robándose un par de panecillos de la señora Ingel. Muy pocas veces podía hacer eso, así que aprovechó la oportunidad—. ¿Te escuché decir algo del Principado? ¡Dime que sí vas me llevarás! ¡Por favor, Bran, me muero del aburrimiento! Tengo tantas ganas de ver a Kenneryah, la última vez nos divertimos bastante.

—¡Oh, no!

Bran se lamentó tan pronto escuchó el nombre de Kenneryah. Randall se río por ello y Naara le imitó. La princesa de las Tierras Altas era una de las candidatas para desposarlo dentro de algunos años, los presentaron cuando tenían seis años y Naara cuatro. Desde entonces, seguido hacían visitas formales para continuar tratados. Había otras pretendientes de las cuáles Naara no había prestado mucha atención porque no solían frecuentar demasiado Kain y porque aún eran muy pequeños; y la otra pretendiente que ella conocía, se trataba de su mejor amiga Aethel. No por su elección, claro, las mujeres no podían tomar decisiones tan importantes. Fue una sugerencia dada por el padre de Aethel y hasta entonces, seguía insistiendo con el tema.

Algunas veces Naara agradecía que su padre y Rey fuera tan distraído en esos temas. O de lo contrario, el padre de Aethel, el Lord Comandante Haswick ya se hubiera salido con la suya.

—¡Es solo una visita! —instó Randall, dándole una palmada en la espalda cuando Bran comenzó a toser—. No tienes porque preocuparte por esas cosas, tonto. Soy mayor que tú y aún no me he casado. Pero es importante tener un Sumo Sacerdotisa en el Reino y el Rey accederá a que vayas solo sí es ahí.

—O bien, podría mandar carta a Fair para que Morag me acompañe a la Capital. Él ha navegado más veces que los dos juntos, y podrá ayudarnos a atravesar el océano sin peligros —sugirió Branden un poco más animado, sus ojos grises brillaron de solo pensarlo—. Se lo voy a sugerir a mi padre.

Terminó de comer lo último en su platillo y apoyó sus manos para incorporarse, pero antes de hacerlo Naara lo detuvo.

—No creo que sea buena idea que vayas con papá —repuso, sintió la suavidad del panecillo en su paladar y suspiró—. Tío Tiberio ha llegado de su viaje, fue a hablar con él. Lo escuché hablando con uno de los guardias... —Tiberio le había dicho que no revelase la información, pero se trataba de su hermano, así que suponía que era válido—. El hombre dijo que pudo haberse tratado de un dragón o de uno de los vikingos que vinieron la semana pasada.

—De ser así entonces no nos permitirán salir ni al Principado —murmuró Randall con pesar, se recargó en la silla y le robó un pedazo de su pan a Naara—. Será mejor que nos vayamos a entrenar, antes de que nos digan algo.

—¿Puedo ir? —preguntó de inmediato Naara, con el entusiasmo en su voz. Realmente no tenía ganas de subir a sus aposentos.

—No, han prohibido las salidas del castillo a menos que tengas un permiso —contestó Bran, incorporándose con pesar. Naara los miró entristecida—. No me mires así, no soy el Rey.

—Oh... Pero puedo entrenar con ustedes...

Ambos chicos rieron ante tal insinuación, lo cual hizo que la menor inflara los mofletes y se recargara con el respaldo de la silla.

—Eso no está permitido y lo sabes —respondió su hermano, dándole unas palmaditas en el hombro. Antes de irse, se inclinó un poco para tomarle un pedazo del panecillo y salió corriendo antes de que su hermana le pudiera pegar.

Naara sentía un desagrado hacia su vida monotona. No siempre había cosas interesantes por hacer: Como princesa del Reino tenía obligaciones que atender, le daban clases particulares sobre la historia de La Caída, el acontecimiento que tomó el rumbo de la historia del Reino y su familia en particular. Cuando no tenía clases de historia tenía asesorías para practicar la antigua lengua de sus ancestros y reforzaba su aprendizaje en el idioma nórdico, aunque este ya lo sabía al completo. Había crecido después de que la alianza entre Fair —la cual era una aldea vikinga, situada en territorio nórdico, en el noroeste— y Kain se había formado. Por años, Aren Kerr jarl de la isla estuvo viviendo en Kain y eso influyó en que aprendiera del idioma rápidamente.

Naara tenía maestras para todo, maestras que le enseñaban el fino arte de tejer, maestras que la enseñaban modales y conductas apropiadas que debía tener como princesa y dama del Reino, maestras que le enseñaban a vestir apropiadamente. También contaba con servidumbre que la atendía especialmente a ella, la vestían, la peinaban y le daban los mejores cuidados. Pero a Naara no le agradaba mucho eso, tan solo unos meses atrás había llegado al punto de sentirse asfixiada al tenerlas siguiéndola por todas partes. Era una niña y lo sabía, pero cuando veía como Bran crecía y se le concedían más libertades, no podía evitar el querer tener lo mismo. Así que las despidió, se ganó el regaño de su padre, pero no se las asignó de vuelta. Ahora ella tenía la libertad de vestirse, peinarse y asearse como quisiera; y aquello le daba un poco más de seguridad sobre sí misma, aunque hubiese ocasiones en las que se ponía las prendas al revés o los colores inadecuados.

Cuando no tomaba lecciones, a Naara le encantaba pasar sus tardes fuera del castillo. Muchas veces en los bosques, recolectando flores y atrapando luciérnagas Nocti. Otras veces junto a Aethel, corrían por todo el castillo, solían leer libros juntas y escribir historias fantásticas. Amaban quedarse hasta tarde leyendo sus propios cuentos y riendo sobre situaciones sin importancia. Desafortunadamente, con lo ocurrido días atrás, no podía ver a su amiga tan seguido.

Salió de la cocina saboreando el último bocado de su panecillo y enseguida las orejas se le pusieron rojas tan pronto escuchó la voz de su tío Tiberio. Se alisó la falda y corrió en dirección a las escaleras para subir a sus aposentos antes de ser reprendida por él, agradeció que el entumecimiento que tenía en sus extremidades había desaparecido por completo y eso le permitió apresurarse sin sufrir alguna dificultad. Cuando subió el último peldaño ya estaba jadeando, inclinada con las manos apoyadas en sus rodillas.

—Alguien no ha estado atendiendo sus obligaciones. —La Reina tenía una voz meliflua y un acento distinto que le hizo reconocerla de inmediato. Naara se enderezó tras escucharla y sonrió sin mostrar los dientes, con las mejillas enrojecidas. Su madre se aproximó para alisarle el vestido y retirarle las pequeñas migajas del pan que se le habían quedado—. ¿Tienes algo que decir?

—No. —Naara esbozó su mejor sonrisa, que su madre imitó—. Puede que me haya salido sin permiso del castillo, ¡pero no fue con mala intención!

Su madre soltó un suspiro de solo escucharla, nada sorprendida de tal revelación. Seguramente tío Tiberio les había contado todo. Geneyra la tomó del hombro y la instó a caminar a su lado, a Naara le encantaba pasar tiempo con su madre, era sencilla, pero delicada y muy, muy hermosa. Como las Princesas. Aunque su madre no era originaría de Kain, su padre la había conocido en un territorio del sur durante sus viajes y se enamoraron. Era muy fácil reconocer que no era de la Nación Norte, donde la mayoría tenía la piel pálida y el cabello claro. Los rasgos de su madre eran característicos y notables, tenía una piel morena como si fuera besada por el sol, el cabello negro e increíblemente largo, unos ojos ámbar, como el oro.

Naara hubiese querido parecerse más a ella, pero fue todo lo contrario. Branden en cambio sí que se parecía mucho a ella, tenía su piel morena, su cabello negro y lo único que había heredado de su padre eran sus ojos plateados. Naara en cambio se parecía en casi todo a su padre, tenía el cabello castaño dorado, la piel blanca y sus ojos grises. Algunos decían que sus ojos tenían la forma alargada que los de su madre, pero cuando se veía al espejo ella no estaba muy segura de eso. De cualquier forma, esperaba que con el pasar de los años esos rasgos se comenzaran a destacar un poco más, porque quería ser como su madre.

Geneyra antes de convertirse en Reina, había tenido una vida muy sencilla y quizás muy dura, Naara no lo sabía todo. Su madre solo le contaba pocas cosas de su vida antigua, pues le producían un gran dolor.

—Yo sé que no lo hiciste con mala intención —contestó con tranquilidad su mamá, sobando su espalda—. Pero necesitamos seguir las reglas, solo hasta que encuentren al responsable. Es peligroso salir, Naara, sé que te gusta cabalgar, pero todo eso tendrá que esperar.

—¿Y qué hay acerca de Bran?

—Bueno, él acaba de iniciar su entrenamiento. La semana pasada lo hizo muy bien y Eilad consideró que ya era el momento para que comenzara a atender sus obligaciones reales.

—Oh, mamá, quizás tú puedas convencer a papá de que me deje entrenar también —imploró con suavidad, volteando hacia arriba para ver a su madre a los ojos—. ¿No te parece sensato que las niñas también sepamos defendernos? El día del ataque todos los hombres salieron a pelear y a nosotras nos dejaron aquí al cuidado de dos guardias. Un día podría acontecer que derriben a los dos guardias y nos dejen desprotegidas, eso no me parece agradable. En Fair y las aldeas vikingas las mujeres pueden pelear, ¿no te parece maravilloso?

Había un pequeño hecho culpable que Naara no le había revelado a nadie, ni siquiera a su querida y bienamada mejor amiga Aethel, pues estaba segura de lo que le diría. Pero el día de la batalla, cuando los vikingos trataron de tomar Kain, Naara se escabulló hacia una de las torres para presenciar la batalla y descubrió algo que le impactó. Sabía desde tiempo atrás que las mujeres podían entrenar y luchar en batalla en la Nación Oeste, pero nunca lo había visto antes. Ese día, vio la presencia de un grupo de escuderas —de las cuales más tarde descubrió que se les conocía como skjaldmö— peleando en batalla contra un grupo de soldados kainianos. En esos momentos no se preocupó mucho por ellos, pensó que las derribarían fácil y, sin embargo, no fue así. Peleaban sincronizadas y usaban el escudo como una extensión de su cuerpo, los pobres soldados perdieron la vida, pero incluso así Naara no pudo más que admirarlas y aspirar a ser como ellas. El simple hecho de recordar sus movimientos de batalla hicieron que se le erizara la piel.

—No importa lo que me parezca, cariño —contestó su madre con sinceridad, se adentraron al pasillo del Ala Oeste que los conducía hacia sus aposentos y algunos guardias se inclinaron al verlas pasar—. Es importante que sigamos las leyes y tradiciones de nuestro Reino, sé que en la Nación Oeste las cosas son distintas, también lo son en las otras naciones, ninguna es igual. Debemos permanecer unidos, para que el enemigo no piense que somos indefensos y la mejor manera de hacerlo, es seguir nuestras leyes, ¿te parece?

—Sí, me parece —dijo, aunque su voz sonó un poco desanimada.

—No estoy diciendo que las cosas vayan a ser así por siempre —añadió la Reina tras darse cuenta de su estado de ánimo, se detuvo un poco y se giró para verla frente a frente, se inclinó y la tomó de los hombros—. Las obligaciones del Reino en estos momentos son encontrar al causante que asesinó al Sumo Sacerdotisa, pero después de eso, estoy segura de que podremos expresarle a tu padre tus ideas y convencerlo para que te permita seguir tus sueños.

—¿Tú crees que eso haya sido la obra de un dragón? —preguntó algunos minutos después, cuando llegaron a sus aposentos. Su madre la ayudó a cepillar su cabello, mientras ella revisaba sus pergaminos en los que tenía anotaciones y dibujos, encontró el dibujo de un dragón que había hecho tiempo atrás y se le quedó admirando—. Si los dragones regresan al Norte, ¿estaremos en peligro?

—No lo sé, Naara, pero no creo que vaya ocurrir dentro de mucho tiempo.

Naara suspiró, su madre la peinaba con tal suavidad que al poco tiempo comenzó a arrullarse, había sido un día agotador y emocionarse demás sobre las skjaldmö a veces agotaba su energía completa. Antes de cerrar los ojos vio el dibujo que hizo el día después de verlas en batalla, parecían unas guerreras, les hizo la armadura, las espadas brillantes y los grandes escudos. Y cuando cerró los ojos, soñó con ellas. Soñó que ella era una de ellas, que entraba en combate en un campo verde y sabía defenderse, podía pelear tan bien como cualquier otro hombre y el destino le sonreía, era Naara, una guerrera. Pero cuando despertó, era solo una princesa. 

¡Hola!

Estuve por muchísimo tiempo tratando de traerles el primer cap y simplemente nada me convencía, al ser el primero se me hace más difícil que escribir cualquier otro capítulo, así que espero que no les haya parecido muy pesado. 

Hay algunas cositas que se han ido explicando así como otras que no tanto, pero no worries pq se irán abarcando más adelante. Desde ya quisiera decir que estos primeros capítulos tendrán algunos saltos de tiempo conforme Naara va creciendo, me pareció prudente comenzar esta historia desde que ella tiene sus once añitos para que la conozcan un poco más. <3

Also, me hice un canal de difusión por whatsApp por sí les interesa unirse, estaré soltando un par de datos por ahí así como avisaré más seguido cuando haya actualización. Si quieren link no duden en pedirlo. 

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