45
Verdad
—¿Qué estamos haciendo aquí? —preguntó Marion, sentándose en la tapa de la taza del baño para discapacitados. Por la ubicación del mismo estaba seguro de que los pies de ninguno de los dos se veían desde fuera, pues el cubículo era de piedra y sólo la puerta estaba suspendida sobre el suelo.
—¿Pasando tiempo de calidad juntos? —preguntó evadiendo el tema, ganándose una mirada de advertencia por parte de Marion—. Oye, suena a broma, pero aquí es privado y podemos hablar sin que nos interrumpan.
—¿Es en serio? ¿En los baños? —el tono de ironía era claro en la voz del chico al igual que su postura, cruzada de brazos y con el ceño fruncido.
—Si, además, mi mamá no me puede encontrar aquí, no quiero que me eche la bronca por lo de la foto, ella no es dramática en ese aspecto, pero seguro que me da un sermón sobre beber con responsabilidad —un suspiro salió de sus labios—. No gracias.
Una risita divertida salió de los labios de Marion al recordar la expresión de la mujer un momento antes. Se iba a poner habladora en cuanto atrapase a su hijo y sería divertidísimo.
—Creo que pagaría por ver eso —comentó, negando con la cabeza. Giordano soltó un resoplido.
—Pues fíjate que no te va a durar mucho el gusto, porque ahora que eres mi novio también te va a tomar a ti cómo objetivo —dijo, sintiéndose un poco orgulloso cuando pronunció la palabra "novio".
—No me preocupa —Marion se encogió de hombros—. Siempre he hecho bien mi papel de niñera —había cierto tono de burla en su voz, también era un poco travieso.
—Me ofendes —espetó llevándose una mano al pecho, fingiendo que aquellas palabras le afectaban de algún modo.
—Repítelo hasta que te lo creas.
Giordano estaba por decir algo, cuando Marion le hizo una seña con los dedos para que guardara silencio. Aunque dijera que no le preocupaba la verdad era que no quería ser arrastrado a ninguna charla de madre e hijo en ese momento, por lo que le advirtió a Giordano por si se trataba de su padre haciéndole de abogado del diablo. Gio pareció entender el mensaje, callándose de inmediato y quedándose quieto en su lugar, preocupado de que el repiqueteo de sus zapatos pudiese alertar al recién entrado.
Dos pares de pasos inundaron el silencio. Marion se preguntó si alguno sería su padre, sin embargo, estos tipos se quedaron en silencio por un momento, luego uno se ellos suspiró de manera ruidosa, hubo un sonido extraño y después el olor a cigarro inundó el lugar.
—¿Quieres? —la voz fue inconfundible. Era profunda y cansada, se trataba de Marcello, cuyo tono de jovialidad habitual había desaparecido.
—No gracias —respondió la otra persona, quien se escuchaba como un hombre maduro. Giordano abrió los ojos de par en par, él reconoció la voz antes que Marion.
—¿No hay nadie aquí cierto? —preguntó Marcello. Casi de inmediato pudieron ver la sombra de alguien asomándose bajo las puertas. Giordano retrocedió con mucho cuidado, observando a Marion con expresión confundida. Este volvió a encogerse de hombros, preguntándole por medio de señas y vocalización si debían salir de ahí. Gio se lo pensó un momento y luego negó con la cabeza, el tal Marcello era un metido y seguro no se aguantaría los comentarios disque graciosos sobre la situación. Marion asintió, retrayendo los pies para no delatarse.
—¿Y bien? —preguntó el desconocido—. ¿Hablaste con el muchacho? —la pregunta sonó cómo un asunto de gran importancia. Los chicos no pudieron evitar interesarse en la conversación.
—Hablé con él, con el novio, con el padre, con la santa madre —Marcello suspiró, Giordano casi pudo verlo dejando caer los hombros—. Hablé hasta con el maldito gato, pero eso es todo lo que voy a hacer, esta noche tomo un vuelo.
El silencio se hizo de nuevo.
—¿No vas a decirle? —cuestionó el desconocido.
—¿Qué voy a decirle? —La voz de Marcello sonaba esquiva, también un poco dolida.
—Que es tu hijo, que viniste para conocerlo, que escribiste la mitad de tus canciones pensando en él, un cuarto en su madre y el otro cuarto en la otra chica —aquello sonaba cómo un regaño, pero no lo era, al menos no del todo.
Las palabras de aquel hombre desconocido despertaron un mal presentimiento en Marion, aunque no estaba seguro de porqué.
—¿Qué sentido tiene ahora? —Marcello guardó un pequeño silencio antes de continuar hablando—. Ya pasó mucho tiempo, le prometí a su madre que no le diría nada —una risa amarga salió de su garganta—. Sandra me mataría si lo hago, ni se diga de Max.
Giordano se puso mortalmente pálido cuando escuchó las palabras de Marcello, parecía que estaba a punto de escupir sangre. Marion tragó duro, sintiendo cómo un nudo se formaba en la base de su garganta, lo primero que pensó fue "¿Están hablando de nuestros padres? ¿Estoy imaginando cosas?" Luego, al notar lo que implicaban aquellas palabras apretó los labios,
¿Qué clase de situación era esa? ¿Por qué esos dos hombres adultos estaban teniendo esa clase de conversación en un baño? ¡Diablos! ¡Él quería salir y estrangularlos a los dos! ¿Por qué decían palabras tan ambiguas frente a dos chicos que podían confundir todo con facilidad?
En cambio, Giordano parecía que no podía pensar en nada, se veía cómo una especie de máquina descompuesta. Marion lo miró sin saber que hacer, preguntándose si deberían salir de inmediato.
Ajenos a la perturbación de los niños dentro del cubículo, los dos hombres continuaron hablando.
—Pienso que vas a arrepentirte de dejarlo, él es joven, pero ya te perdiste una parte importante de su vida, no deberías arriesgarte con lo que viene —el hombre hablaba con calma, parecía una persona confiable. Marcello se quedó pensando un momento antes de responder.
—No está bien que irrumpa en su vida de esta manera, es un chico increíble, pero él ya tiene su mundo completo sin mi inmiscuyéndome en él, cuando era un bebé no lo quise, ahora que lo quiero, no creo que el agradezca mi presencia —otro suspiro salió de sus labios.
—Giordano es muy talentoso, se parece a ti, creo que le vendería bien conocerte, puede que no esté súper emocionado por hacerlo, pero tienes esta oportunidad frente a tus ojos, quizás no vuelva a presentarse un momento tan propicio cómo ahora —aquel sonaba como un último intento por parte del hombre de convencer a Marcello y a juzgar por el silencio extraño en el lugar pareció funcionar.
—Nunca lo había escuchado cantar hasta ahora —murmuró, sonando perdido.
—Su voz suena cómo la tuya, cuando cerré los ojos los confundí durante un instante —opinó el extraño—. Aunque se ve mucho más simpático que tu —agregó con claras intenciones de reírse a su costa.
—Cuando tenía su edad me veía exactamente como él —comentó, dejando escapar un dejo de nostalgia en su voz—. Pero Sandra lo crio mejor de lo que mi padre me crio a mí —su voz pareció cortarse durante un momento. El extraño que estaba con él se río.
—Tu padre no te crio —espetó con cierta chulería en su voz—. Si mal no recuerdo, cuando te conocí eras un renacuajo de mal carácter que estaba enamorado de una bonita chica que tocaba el piano y ese renacuajo apenas y hablaba con sus padres cada fin de mes —agregó, como si estuviera hablando del clima.
—Viejo perro —gruñó Marcello. El hombre soltó una carcajada antes de continuar hablando.
—Tus circunstancias fueron diferentes, quizás menos acogedoras para un niño, pero ahora ya eres un adulto, tienes que dejar de actuar cómo un cobarde y aprender de tus errores —el hombre tosió un poco—. Y dejar de fumar por completo si no quieres arruinarte la voz.
—Aburrido —espetó Marcello, sin embargo, lanzó el cigarro a un lado y lo aplastó—. ¿Cómo lo hiciste tú? —preguntó de repente.
—¿Qué cosa?
—Decirle a tu hija que eras su padre —un carraspeo salió de sus labios antes de continuar hablando—. Ya sabes, ella estaba casada cuando la conociste.
—Mmmm —el tipo pareció pensar un momento—. Pues fue su marido quien me buscó, ella sabía de mí, pero yo no de ella. Fue lo único bueno que el tipo hizo mientras lo suyo duró...
Ellos parecían dispuestos a seguir destripando su vida en el baño cuando alguien entró y los interrumpió. Una vez que hubo espectadores salieron del lugar.
Giordano, sin embargo, estaba ajeno a lo que pasaba afuera que no le importó en lo absoluto escuchar a un extraño orinando ruidosamente mientras murmuraba cosas sobre hacer formas con sus fluidos. Marion lo miró preocupado, parecía que estaba a punto de desmayarse.
Sin poder evitarlo se levantó de su sitio, tomándolo del hombro.
—Dano —murmuró—. Dano.
Pero el chico no respondió, su mirada estaba perdida, parecía enfermo, se veía hasta mareado. Marion apretó los labios sin saber que decir, permaneciendo a su lado cómo una especie de apoyo silencioso.
—Dano... —su voz se escapó una vez más después de un largo rato, consiguiendo que la mirada de Giordano se centrara en él.
—¿Cuántos Giordanos crees que haya en esta ciudad? —preguntó—. ¿Cuántas Sandras y cuantos Max? —su expresión estaba en blanco. Afuera, el extraño ruidoso salió del baño.
Marion le miró, acariciando su mejilla sin saber que decir. Cuando Giordano se dio cuenta de lo que había preguntado, cuando notó cómo estaba a un paso de negar la realidad igual que siempre se sintió molesto e hizo a Marion a un lado, saliendo del cubículo. Una vez afuera se miró en los espejos, recargándose de los lavabos.
Cuando vio su reflejo le pareció cómo si todo su mundo hubiese cambiando sus colores. Marion, desde la puerta del cubículo, vio lo mismo que él: los rizos abundantes, la nariz recta, la forma de la cara, la altura poco común, las pecas que con el tinte de Marcello resaltaban menos sobre su piel y los ojos, pero los verdes e intensos eran idénticos: era imposible negarlo, Giordano sintió que se le encogida el estómago.
Marcello era su padre.
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