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Maratón 4/4


Unos meses después de la boda de Maximilian y Sandra, recibieron una llamada que movería el piso bajo sus pies.

Era André, el padre del Giordano, quien estaba pidiendo conocer al niño y rogaba por una segunda oportunidad al lado de Sandra.

—Esto no es cómo pensé que sería, cada día te extraño más y a cada momento me pregunto cómo será él ¿Sabes? El último año soñé contigo todas las noches, creo que me voy a volver loco, me vas a volver loco —se notaba que estaba tomado. Sandra no tenía idea de cómo había conseguido su número, ni tenía idea de lo que iba a hacer ahora. Aquellas palabras le habría gustado escucharlas años antes, pero ahora sólo le traían pesar ¿Qué pasaría si André decidía volver? Ella estaba entrando en pánico y había terminado llorando en brazos de Maximilian una vez más, tratando de decidir qué harían a partir de ese momento. Sin embargo, al día siguiente el hombre llamó diciendo que todo había sido una equivocación y que no pretendía inmiscuirse en su vida.

Sandra terminó hablándole de su matrimonio con Max y de la vida que ya tenía hecha. Le advirtió que no permitiría que pusiera su mundo de cabeza por un capricho y después colgó el teléfono.

Él no volvió a llamar.

En ese momento Giordano tenía diecisiete años y habían pasado dos desde entonces sin una sola seña del hombre.

Al menos hasta ese momento.

—¿Recuerdas lo que te dije cuando te marchaste? —preguntó Sandra, tratando de no demostrar el cansancio, debilidad y miedo que la estaban matando. Ella había dejado sus vacaciones de aniversario en cuanto supo la noticia y una vez que llegó a Villa Rueda se dirigió a la cabaña del hombre, dispuesta a enfrentarlo.

—Se lo que me dijiste Sandra, que no volviera a buscar al niño, que me alejara de ustedes —Él suspiró, tratando de ignorar la presencia de Maximilian en la cabaña. Ese ladrón que se había quedado con las únicas dos mujeres a las que había querido alguna vez. Él suspiró, sabiendo que no tenía derecho a guardar esa clase de rencor, aunque sin poder evitar sentirlo—. No pretendo meterme en su vida, no quiero destruir lo que construyeron, de verdad, sólo deseo conocerlo —sus manos jugaron con su cabello en una mueca de nerviosismo—. Ya no soy el mismo de antes Sandra, te juro que no quiero hacerles daño.

—¿Entonces por qué estás aquí? —espetó molesta.

—Ya te lo dije, quiero conocerlo, quiero pasar tiempo con él, no pretendo decirle quien soy ni tampoco quiero arrebatártelo —André se encogió de hombros—. En serio, él probablemente piensa que soy sólo un viejo loco —agregó, pareciendo un poco cansado.

Sandra se quedó en silencio, mirando a Maximilian, quien permanecía en silencio. Ellos ya habían hablado de la situación mientras estaban en el avión y ya sabían que hacer. Sin embargo, aunque Sandra ya tenía tomada la decisión, no se atrevía a expresarla en voz alta.

—No tienes que hacerlo si no quieres —comentó Max, tomándolo del hombro.

André los miró, sintiendo que el tiempo que le quedaba cerca de Giordano se veía amenazado.

—Te juro que no le voy a decir nada ni me voy a meter en sus asuntos se familia —rogó—. Sólo deja que pase estos días aquí, con él, sólo puedo verlo unos momentos al día y con eso es suficiente, es más de lo que pensé que tendría alguna vez, así que, no me lo quites —Él tenía las manos sobre su rostro. Parecía en verdad desesperado.

Sandra se quedó en silencio, ella no quería decir que sí, pero ella había decidido horas antes darle una oportunidad. Una pequeña, sin demasiadas opciones, sólo conocer a Giordano y si lo hacía bien entonces podría pensar en decirle al chico sobre su padre. Lo hacía por su hijo, más que por André, siempre tuvo el remordimiento de no haberle dicho al niño quien era su padre, sabía que a Giordano no le importaba tres carajos el tema, nunca le había preguntado al respecto y estaba satisfecho con su vida, pero también sabía que quizás en algún momento querría conocerlo y no quería que ese momento fuera un desastre. Entonces decidió que podía verlos convivir juntos, sólo un poco y asegurarse de que André no sería una total mierda con su hijo.

Ella tomó la mano de Maximilian con fuerza y aceptó, no sin antes advertirle lo que le pasaría si la cagaba.

—Dejaré que lo conozcas —fueron probablemente las palabras más difíciles que tuvo que decir en su vida. André le agradeció mil veces, con una sonrisa en los labios, ella no pudo mirarlo, no quería verlo feliz.

La sala se quedó en silencio y fue el momento de Max para intervenir.

—Te has cambiado el nombre —dijo.

—Pensé que sería buena idea, cómo un nuevo comienzo después de que las cosas no salieron bien con mi primer contrato —El hombre suspiró—. Marcello es mi segunda oportunidad, es un hombre nuevo, mejor que el que fui antes —explicó, mientras su mirada se perdía en la nada.

—Es un buen nombre, también le queda a tu nuevo color de cabello —agregó, observando lo diferente que se veía después de tantos años sin verse.

Max ya lo había perdonado mucho tiempo atrás por su estupidez. Él sabía lo que le había dicho a Marianne antes de irse y no quería juzgarlo por tomar una decisión que tal vez no le gustara a todo el mundo. Marianne también le perdonó por sus palabras, pero ninguno pudo olvidar la manera en que había abandonado a Sandra a su suerte. Él había sido su amigo, pero las cosas cambiaron y ahora sólo quedaba una fría cordialidad.

—Las canas son mis peores enemigas —dijo suspirando, para después mirar a Sandra y hablar sin poder contenerse—. Una vez me dijiste que ni en un millón de años te fijarías en ese estúpido —Él no tenía idea de porqué había dicho aquello. Sandra sólo levantó una ceja ante sus palabras.

—Los dos dijimos muchas cosas entonces —respondió, recordando las promesas de amor que el hombre le había hecho. De inmediato Marcello se dio cuenta que no debía ir por ese camino y se retractó.

—Vi al niño de Marianne —comentó mirando a Maximilian—. Al niño que tuvieron juntos. Es tan raro, se parece a ella, se parece mucho a ella, pero también se parece mucho a ti —comentó, recordando el rostro de Marion, aquella carita tan linda, su nariz y su color de piel y ojos eran iguales a los de ella, pero la forma de los mismos y el cabello eran los de Maximilian. Para él fue un shock verlo y también lo fue cuando escuchó el apellido del chico. Nunca en su vida pensó que podría encontrarse a ese niño bajo aquellas circunstancias.

Marion Mattson era un chiquillo brillante, se notaba por su lenguaje y la perspicacia en su mirada. Y además su propio hijo estaba completamente perdido por él.

Era irónico, porque se trataba del mismo niño que le había sugerido a Marianne que abortara.

Tenía entendido que ella tuvo una buena vida. Fue muy feliz, aunque el tiempo que estuvo con su familia fue más corto de lo que esperaba. Ella tenía razón cuando dijo que la oportunidad que se le presentó era de las que sucedían una vez en la vida, porque si ella se hubiera ido, habría muerto sin poder tener la familia que tanto ansiaba.

En aquel entonces él tuvo problemas para entenderla. Pero ahora lo sabía, para Marianne la música era un escapé de su soledad y cuando ya no estuvo sola, ya no necesitó de ella. Así de sencillo.

—Marion sacó lo mejor de los dos —aseguró Maximilian, bajando la cabeza.

Marcello soltó un suspiro.

—A mi hijo le gusta tu hijo —él soltó un resoplido—. Nunca creí que diría esto —espetó, sintiéndose abochornado por lo irónica y complicada que resultaba la situación.

—Ugh —Max pareció tensarse en su sitio y de inmediato se levantó de su lugar—. Creo que ya es hora de irnos, hay que llegar a ver a los niños —comentó, moviendo las manos para apresurar a Sandra.

Esta no pudo evitar entornar la mirada ante su reacción y soltar un largo y aburrido suspiro.

—Claro, espérame un poco que ya voy —se quejó, recogiendo su bolso y sus maletas.

—Vaya, nunca pensé que Maximilian fuera del tipo sobreprotector —comentó Marcello, sorprendido. Entendiendo de inmediato la reacción del hombre.

Sandra asintió.

—También es del tipo exagerado —espetó haciéndole una seña de despedida—. Supongo que nos vemos por ahí.

Y luego de eso salió de la cabaña.

Cuando Marcello se quedó a solas suspiró, revolviéndose el cabello con frustración, iba a tener que ser muy cuidadoso si no quería que lo corrieran del complejo. Él sabía que Villa Rueda pertenecía al hermano de Sandra, así que tuvo que usar un nombre falso para llegar ahí y también utilizó la boda cómo excusa, sin embargo, parecía que nada pasaba sin que el dueño se enterase, porque estaba seguro de que fue aquel lejano hermano mayor quien le había dado a Sandra el número de su cabaña.

—¿Quiere que le prepare un té jefe? —preguntó Alessio, apareciendo de la nada, con una pequeña sonrisa en los labios.

Aquel jovencito tenía apenas algunos años más que su propio hijo y era la razón de todo ese problema. Marcello recordaba su estúpida depresión cuando él llegó a la casa después de que despidiera a su último asistente y lo había contratado después de leer su historial. Joven, hijo de madre soltera, había pasado muchas carencias durante su infancia, trabajó de medio tiempo para pagar sus estudios desde que tuvo la edad para hacerlo y salió adelante con su familia después de mucho esfuerzo.

De inmediato pensó en su hijo y terminó por contratarlo. No era tonto, sabía que lo había tomado cómo un sustituto, cuando el chico terminó con su novia se preguntó si su niño ya se habría declarado por primera vez. Cuando peleó con su madre y se quedó trabajando por todo un mes sin descanso trataba de hacerse una idea de donde iría su hijo cuando pelease con Sandra ¿Qué estaría haciendo con su vida? ¿Cómo sería? La curiosidad que de por si sentía se había multiplicado por mil hasta que vio aquella foto en el teléfono de Alessio.

El chico estaba tonteando en internet y le había mostrado la imagen diciéndole "¡Mire jefe! ¡Se parece a usted cuando era joven!".

Al final, la curiosidad mató al gato y él terminó encontrando algunas publicaciones con el rostro sonriente de Sandra en su perfil. No fue difícil sumar dos más dos, Giordano hablaba mucho sobre su vida en redes, así se enteró que cantaría en la boda de Romeo y Julian.

—¿Escuchaste la conversación Alessio? —le preguntó, sabiendo que su asistente estuvo todo el rato con la oreja pegada a la puerta.

—No, para nada —respondió, fingiendo demencia—. Mi habitación tiene paredes gruesas —agregó.

—Ya —suspiró Marcello entornando la mirada—. Al menos eres buen mentiroso.


 Y con este capítulo respondemos a la duda del capítulo 16 ¿Quien es Marcello? Varias personitas le atinaron, pero la primerita en hacerlo fue  @nahomi-0407 ¡Fue más rápida que el viento!

¡Eres la reina de la teoría Nahomi! xD

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