31
Maratón 3/4
—¡Vamos a tener un bebé! —Maximilian se encontraba vibrante de felicidad cuando le contó la noticia a Sandra. Él la levantó del suelo y la giró en el aire, ignorando el pésimo estado de ánimo de su amiga—. Se que somos demasiado jóvenes, pero ya nos las arreglaremos, Marianne ya está preparando sus papeles ¡Nos casamos la semana que viene! —Él se llevó las manos a la cabeza, girando sobre su propio eje—. ¡Dios! ¡No tengo donde caerme muerto, pero no me importa! ¡Nosotros...! —Sin embargo, se interrumpió al notar a Sandra perdida en su propia mente, con una expresión tan triste que parecía que acaba de morir alguien—. Sandy ¿Estás bien? ¿Qué te ocurre? ¿Te peleaste con André? —preguntó, inclinándose hacia ella para tratar de ver mejor su cara.
—Yo también —dijo frunciendo el ceño.
—¿Tu qué? —le cuestionó, confundido.
—Yo también estoy embarazada —confesó, sin poder evitar que se le quebrara la voz.
El rostro de Maximilian se puso pálido, no supo que decir, para él la noticia había sido buena, sin embargo, no parecía ser el caso de Sandra.
—¿Ya se lo dijiste a André? —preguntó, tanteando el terreno. Él sabía que la relación de Sandra con el joven francés era muy nueva, apenas tres meses desde que el chico le rogó que fuera su novia. Por lo que supo André había transformado a Sandra en su confidente, su pañuelo de lágrimas y en base a eso confesó que se había enamorado de ella.
—Ha recibido una oferta, se irá a Paris para grabar un disco, no planea quedarse ni hacerse cargo del bebé, pero dijo que podía dar su consentimiento para que tuviera el apellido —explicó, jugando con sus manos. Maximilian la miró cómo si lo hubiese golpeado en la cara, él no creía lo que acababa de escuchar.
—¿Es en serio? ¿Va a marcharse? ¿No le has pedido que se quede? —conociendo a Sandra, Max estaba seguro de que no lo había hecho, pero aun así preguntó. Ella soltó un suspiro.
—No, le dije que se fuera —Sandra guardó silencio un momento, tratando de recomponerse—. Que más le valía tener éxito, porque no lo quería de regreso, y que, si alguna vez quería ver al niño recordara que fue él el quien lo abandonó —su voz sonaba firme y decidida, pero las lágrimas comenzaron a caer de sus ojos y Max la abrazó, tratando de confortarla.
—Voy a matarlo —murmuró, sintiendo cómo la espalda de Sandra temblaba. Él habló con André cuando comenzó a salir con la chica y le hizo prometer que no la trataría cómo al resto de sus conquistas. Y André había prometido que la cuidaría igual que a un tesoro mientras estuvieran juntos.
Evidentemente estaba mintiendo.
—Perdón —se disculpó Sandra—. Tu vienes aquí con buenas noticias y yo te amargo el día con mis cosas —Ella lo abrazó—. Felicidades.
De inmediato Maximilian se dio cuenta de lo irónico de aquella situación. Los dos hacían todo juntos, habían conseguido a sus parejas al mismo tiempo y seguido el camino más imprudente hasta llegar ahí, sin embargo, el final de cada uno fue muy diferente. Aquello lo hizo enojar, tenía ganas de estrangular al idiota de André, se dijo a si mismo que cuando lo tuviera enfrente le quebraría todos los huesos del cuerpo, pero en ese momento debía concentrarse en lo más importante: Sandra.
—Está bien —dijo, abrazándola otra vez—. Vamos a decirle a los viejos —agregó. Él no quería sumar más preocupaciones a su amiga, sin embargo, esperaba poder ser de ayuda y pasar los baches lo más pronto posible.
—Ya les he dicho —Sin darse cuenta comenzó a llorar con más fuerza—. Ellos no quieren volver a verme, esperan que al menos el niño sea reconocido por su padre, pero han dejado claro que no van a aceptarme dentro de su respetable familia.
Max apretó los labios.
—Eso explica su reacción cuando les conté de Marianne —murmuró bajando la cabeza.
Los dos se quedaron en silencio después de eso, Max esperó hasta que ella dejó de llorar para intentar encontrar una solución a todo aquello.
—¡Eres un estúpido! —gritó Marianne, dándole una cachetada al que fue su mejor amigo durante mucho tiempo—. ¿De verdad vas a dejarla?
—¿De verdad me estás preguntando eso? ¡Este es mi sueño! ¡Es lo que siempre he querido! ¡Es lo que siempre hemos querido! —la acusó, frunciendo el ceño—. También hay un contrato para ti Marianne ¿En serio vas a rechazarlo? —le preguntó, sin poder creerlo. Ellos habían prometido que iniciarían una carrera juntos, soñaban con la fama, la grandeza ¿Qué había pasado en los últimos meses? André miraba a su amiga y no podía reconocerla.
—¿Qué esperas que haga? ¿Qué me vaya embarazada? ¡Vamos! A esa gente no le importo yo, ni mis sueños, ellos solo quieren saber cuánto dinero pueden sacar de mi antes de votarme —exclamó, molesta—. ¿Sabes que me pidieron interrumpir el embarazo como condición para firmar? ¡No van a aceptarme así! —se quejó señalando su propio cuerpo.
André se quedó en silencio y la observó, su expresión se endureció.
—Podrías hacerlo, nadie se daría cuenta, será como lanzar el equipaje fuera del auto, aligerará la carga —Él no le había dado aquella opción a Sandra porque sabía que ella no tenía nada que perder ¿Pero Marianne? Ella tenía un futuro brillante ¿Acaso era justo que lo perdiera todo por un desliz? André estaba a punto de decir algo más, cuando Marianne volvió a darle una cachetada. Esta vez fue tan fuerte que le giró el rostro.
—No te atrevas a siquiera sugerir algo así otra vez —le advirtió con la mirada llena de rabia. Él jamás la había visto así hasta ese momento. Pero, aunque no quisiera darse cuenta, era lógico que estuviera molesta, después de todo ella se había cansado de hablarle de sus sueños de tener una familia, hijos, un marido. Eran aspiraciones modestas para alguien como André y él había pensado que la chica se olvidaría de ello cuando consiguiera su primer contrato.
Estaba equivocado.
—¿Por qué no? ¡No me digas que quieres tenerlo! ¿Acaso ese chico a nublado tu juicio? ¿Por qué estás renunciando a todo por un don nadie que conociste hace menos de un año? ¡Por dios! ¡Esta es una oportunidad que sólo ocurre una vez en la vida! —exclamó frustrado. Si hubiera sabido que su año de intercambio terminaría así, habría convencido a la chica de que no se fueran.
—Mira, puede que no lo entiendas, pero estoy enamorada de Maximilian y tengo a este bebé en camino, así que voy a quedarme aquí porque este momento, con estas maravillosas personas son mi oportunidad de "una vez en la vida" —explicó, aun sabiendo que André nunca alcanzaría a comprender su decisión.
Ella había crecido en una atmósfera fría, con padres lejanos, que sólo estaban interesados en su maravillosa hija mayor. Marianne era la más joven y la música era lo único que la mantenía viva. Sin embargo, ahora había conocido a alguien que la hacía feliz, que la quería cómo era, sin su música o su dinero, a Maximilian no le importaba nada de eso, él la amaba y ella sabía que, incluso aunque en el futuro lo suyo no funcionará, ella no se arrepentiría de intentarlo.
—Dios ¿Te estás escuchando? ¡Tienes veinte años! ¡Tienes una larga vida por delante! ¡Conocerás más hombres y mucho mejores que él! ¡Podrás tener otro bebé si quieres! ¡Pero este contrato, una vez que lo rechaces, no volverá! —espetó, tratando de que ella entrara en razón.
—No quiero ese contrato, no quiero otro hombre, ni otro bebé —aseguró ella, negando con la cabeza.
Ellos se miraron, sabiendo que no había nada que decir para cambiar la decisión del otro, ellos eran demasiado testarudos cómo para hacerlo y también supieron en ese momento, que esa amistad de años se había acabado para siempre.
Era triste, pero había llegado el momento de tomar caminos separados.
Después de aquel desastre las cosas sólo siguieron su curso. Marianne se casó con Max y Sandra dejó la escuela para conseguir un trabajo con una conocida suya. Ellos no volvieron a ver a sus padres, aquella pareja tan tradicional los veía cómo una terrible decepción en sus rostros, así que perdieron el contacto de manera casi inmediata. Claro, ella aún seguía hablando con su hermano mayor, quien a menudo le mandaba dinero para ayudarse en sus gastos.
Max a veces llamaba a Sandra para saber cómo estaba, pero ella no parecía tener mucho tiempo en sus manos y prefería estar lejos, así que se hablaron poco en los primeros años. Sin embargo, cuando los niños cumplieron tres años Marianne y Max volvieron a su pueblo, al igual que Sandra, cuyos padres habían muerto en un accidente. Max y Sandra habían llorado cómo bebés con la noticia, no importaba lo que hubiese pasado antes, esas personas habían cuidado de ellos cuando eran niños y habían sido buenos la mayor parte del tiempo.
Después de eso Sandra se había quedado en la casa donde creció, también con parte del dinero del seguro, mientras que uno de los terrenos de la familia fue a parar —para sorpresa del muchacho— a Max, junto con cierto porcentaje de la herencia. El resto de las propiedades del matrimonio, terminaron en manos del hermano mayor de Sandra, Josué, quien además se quedó con casi todo el dinero.
Sin embargo, para Sandra lo que le tocó era suficiente y tomó aquello como un nuevo comienzo. Max hizo lo mismo.
Ellos hicieron todo lo que tuvieron que hacer, trataron de ser más felices cada día hasta que ocho años después la tragedia tocó sus puertas una vez más, como si no se cansara de hacerles daño.
Max, quien había perdido a sus padres, a sus abuelos y a aquellos que fueron cómo un par de generosos tíos para él, ahora también perdía a su esposa por una repentina enfermedad que se complicó.
A veces, durante los primeros meses después de la muerte de Marianne, Maximilian llegó a pensar que estaba maldito y mientras veía su hijo jugar el pequeño "Torbellino Evangelisti" se preguntaba cuantos días y noches faltaban para que él también le fuera arrebatado.
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