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3

Marion le echó tres sobres de azúcar a su capuccino. Tomó la cucharita y comenzó a revolver con mucho cuidado, asegurándose de que el azúcar no quedara asentado en el fondo. Giordano sonrió, tomándole un trago a su expreso, por alguna razón había dejado las bebidas dulces desde que comenzó a vivir en Villa Rueda. Los turnos nocturnos le estaban matando lentamente, de no ser porque tenía vacaciones pronto, no habría podido aguantar el ritmo de los últimos días.

Frunciendo el ceño, miró su reloj y asintió satisfecho, aún faltaban dos horas para que entrara a trabajar. Podría quedarse un rato ahí sin preocuparse demasiado.

Giordano levantó la vista, encontrándose de frente con el rostro de Marion, quien le examinaba a conciencia y sin preocuparse por disimular ni un poco su interés. Las pestañas del muchacho eran tan largas, que cuando se ajustaba demasiado los lentes, amenazaban con chocar contra los vidrios.

—¿Has estado durmiendo bien? —le preguntó. Marion no podía ignorar las pronunciadas ojeras en el rostro de Giordano, quien a esas horas del día, por lo regular, ya se encontraba tomando una siesta.

—Lo normal —respondió encogiéndose de hombros. A Marion no le gustó su respuesta

Apretó los labios y se enderezó en su sitio, parecía a punto de echarle un sermón, sin embargo, al final negó con la cabeza, como si estuviera decepcionado.

—¿Al menos te tomarás unas vacaciones? Tu madre quiere que te vayas a quedar a la casa, sabes que se va de aniversario en dos semanas y quiere pasar un tiempo contigo antes del viaje —comentó mirando por la ventana, obviando el hecho de que Giordano llevaba casi dos años sin quedarse a dormir en casa.

Sandra había estado muy enojada cuando Gio decidió quedarse a vivir a Villa Rueda. Se mudó a la ciudad porque el papá de Marion había recibido una buena oferta ahí, pero no esperaba que su hijo prefiriese quedarse a vivir en el complejo vacacional, en lugar de la ciudad, con ellos. Giordano fue tan necio que incluso perdió un año porque no quiso inscribirse en la escuela, casi mete en graves problemas a su madre por culpa de su tozudez.

Al principio Sandra quiso obligarlo a dejar el trabajo, pero al final decidió hacer un trato con él; lo dejaría seguir con el trabajo si no descuidaba sus obligaciones en la escuela y pasaba a visitarla los fines de semana. Hasta ahora Gio llevaba calificaciones sobresalientes, además de no perderse ni un solo desayuno familiar los días de descanso.

Marion suspiró, viendo la enorme sonrisa en los labios de Giordano.

—Me tomaré unas vacaciones este verano, antes de iniciar la universidad, también estaré libre para navidad —dijo encogiéndose de hombros—. Para eso quería hablar contigo, me preguntaba si habría un sitio en la casa donde pudiera instalarme. Mi tío me dijo que, si quería, a partir del lunes podría ir a casa para pasar el rato con mamá —Giordano no le dijo que el hombre casi le había echado, amenazando con despedirlo si no pasaba tiempo con Sandra. De seguro ella había ido a reclamarle por retenerlo tanto tiempo en Villa Rueda. Como sea, aquello no era culpa de nadie más que del mismo Gio.

Marion sonrió.

—Vaya —de repente parecía complacido—. Qué bien, hablaré con tu mamá, ya deberías saber que siempre tenemos una cama libre en casa —comentó bajando la vista. Su rostro tenía una mueca divertida, el humor le había mejorado de repente.

—Estoy seguro de que mi hermanito me pondrá sabanas limpias para cuando llegue ¿Cierto? —Gio agitó las pestañas, fingiendo que lo miraba con aire coqueto. Marion negó con la cabeza, sin hacerle mucho caso.

—Las sabanas siempre están limpias, eres tú quien va a llegar a ensuciarlas —Se quejó en broma.

—Eres muy cruel con tu hermanito menor, como eres un viejo amargado tienes envidia de mi juventud —Se quejó poniendo una pose dramática, con los ojos cerrados y la mano sobre la frente. Gio abrió el ojo derecho para comprobar la reacción de Marion, quien levantó una ceja, evitando sonreír por poco.

—Nos llevamos tres días Dano, tres —recalcó señalando el numero con sus dedos.

—Y ya por eso me tratas como si fuera un bebé —se quejó, medio en broma y medio en serio. Giordano y Marion eran muy cercanos, del tipo que podía pasar meses sin hablarse, encontrarse un día y estar como si nada. De hecho, era lo que pasaba ahora que se habían mudado. Estaban en la misma escuela, en la misma ciudad, pero no pasaban tanto tiempo juntos como era de esperarse. De hecho, había semanas enteras en las que caminaban en paralelo dentro de la escuela.

Claro, no era como si se hubiesen dejado de encontrar. Fueron juntos a las fiestas de disfraces en Halloween, trabajaron juntos en el baile, se ayudaron para descubrir a un idiota que había subido videos degradantes de algunos chicos de la escuela, pero, estaban en grupos separados y Giordano trabajaba en las noches. De modo que, a veces era difícil coincidir para salir a algún sitio los dos solos, como en los viejos tiempos.

Además de eso, Marion siempre se estaba preocupado por la salud de Gio. Era peor que su madre, porque al menos su madre tenía la decencia de comportarse como una histérica cuando se enfermaba, pero Marion apretaba los labios y le miraba de una manera acusadora que terminaba por matar sus nervios. Le hacía permanecer alerta por un regaño que nunca llegaba.

—No pongas palabras en mi boca, yo nunca te he tratado como un bebé —comentó cruzándose de brazos, luego sonrió tomando una servilleta y girándole el rostro para limpiarle la comisura de los labios—. Cuando termines asegúrate de lavarte las manitas y secártelas bien, nada de usar tu uniforme para eso ¿Entiendes?

Giordano soltó una carcajada, empujándole la mano.

—¡Dios! —exclamó—. Creo que pasé de tener dos papás, un hermano y una mamá, a dos papás y dos mamás —se quejó haciendo ademanes exagerados.

Marion se cruzó de brazos, sonriéndole con una mueca irónica.

—Esa boquita nene, más respeto ¿O quieres que te lave los dientes con jabón? —dijo continuando con el chiste.

—Este nene puede darle más usos a su boquita, si dejas que te enseñe —espetó, levantando las cejas y sin contenerse ni un poco. Marion soltó un bufido y le mandó a callar.

Ellos eran así, podían pasar horas hablando de cualquier estupidez. Cuando vivían en San Fernando, Giordano recordaba que se le había declarado a Marion una decena de veces y el padre de este le había perseguido por el pueblo con un garrote en la mano para que se alejara de su hijo, sin embargo, Marion lo conocía bien, sabía que no estaba hablando en serio y siempre se sentaba en el balcón de su casa para reírse cuando su padre arrastraba al muchacho de las orejas, lejos de él.

Antes de salir a la carretera con Romeo y Julian le había escrito un poema encima de la estatua del fundador del pueblo. Recordaba que Marion se había sacado las sandalias y metido los pies en la fuente donde Giordano realizaba aquella trastada, mientras se comía una paleta de hielo, muy quitado de la pena.

—¿Qué estás haciendo esta vez Dano? —preguntó ladeando el rostro.

—Escribo una declaración de apasionado amor —respondió en tono exagerado, inclinándose en una reverencia ante la estatua.

—¿A quién se la dedicas? —preguntó sin quitarle el ojo de encima a su paleta.

—¡Es para ti! —anunció extendiendo los brazos al cielo en modo de celebración. Marion se había reído de él y le había extendido la paleta.

—¡Que buen niño eres! ¡Y qué guapo! ¿Quieres un poco? Hace un calor del demonio aquí —comentó encogiéndose de hombros. Giordano se había inclinado hacia él, dándole una mordida a la paleta que se llevó más de la mitad de la misma—. ¡Oye! ¡Ladrón aprovechado! —se había quejado, echándole agua de un manotazo y levantándose, para después tomar sus sandalias y salir corriendo.

—¿A dónde vas Marion? —Le cuestionó, viéndolo escapar.

—¡Papá viene! —había dicho antes de ocultarse detrás de un puesto ambulante.

—¿Cómo? —gritó antes de sentir un jalón en el cuello su camisa. El comisario le había atrapado.

Gio sonrió ante el recuerdo, recostando la cabeza en la mesa del café, mirando a Marion desde su posición y enredando su dedo índice con el del muchacho.

—Eres un pésimo hermano mayor —se quejó, poniendo una mueca divertida—. Pero eres mi mejor amigo, tienes que hacer mucho espacio para mí en las vacaciones ¿Sí? Nada de andar por ahí tonteando con Drew —le reclamó fingiéndose dolido.

Marion apretó los labios en una mueca casi imperceptible. Miró a su alrededor y luego se recompuso, inclinándose hacia él con una mueca de fastidio.

—Oye, eres tú quien siempre está ocupado, yo sí que soy un buen amigo y tengo tiempo para ti cuando me lo pides —se quejó, frunciendo el ceño. Giordano se enderezó en su sitio.

—Entonces recuerda, todas las vacaciones serás mío —dijo inflando el pecho, golpeándoselo con el puño, como si fuera a persona más importante de la habitación.

—Bueno —Marion suspiró, tratando de no mirarle—. Pero más te vale que te pases por la casa.


Gente, oficialmente, pueden comenzar a shippear 9-6. 

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