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9._Resolución


Mary se quedó un tanto anonadada con aquella declaración. Guardo silencio un instante, luego y con cierta incredulidad le dijo:

-¿Quieres que te lleve a mi mundo? Pero...no sabes como es el lugar del que provengo.

-No puede ser peor que este- contestó el elfo con gravedad.

-¿Cómo lo sabes?- cuestionó Mary, con seriedad, mientras descansaba una mano en la pared.

-No puedo imaginar una tierra más detestable que esta- contestó él con despecho en la voz.

Obviamente Mary sabía a lo que ese elfo se refería, pero tenía que fingir ignorancia al respecto teniendo que hacer una pregunta ingenua nacida no solo de la farsa que sostenía, sino también de la curiosidad suscitada por la petición de aquel elfo. Él le contestó que estaba cansado de vivir luchando. Que desde que recordaba siempre había una sombra sobre esa tierra impulsando la guerra, causando la guerra. No había un pueblo allí que conociera la paz, que escapara de la muerte, el dolor y la tragedia. La paz era inexistente. La calma que su rey y su pueblo protegían no era más que un respiro en la infinita contienda y el precio por esos intervalos de serenidad engañosa eran demasiado grandes.

-Mí padre, mi hermano...
murieron peleando. Me he quedado solo. Mi madre también pereció. Aunque la forma en que lo hizo es mucho menos digna que la de ellos- le dijo el elfo cayendo en un silencio tan triste como la última nota de su voz que a lo largo de su respuesta paso del resentimiento a la melancolía.

Mary se quedó callada al amparo de ese ángulo oscuro. Todos sabían que pensaban los grandes señores de la Tierra Media, pero ella siempre se preguntó que pensaba su pueblo. El elfo vulgar, en enano corriente, el hombre sin dorada cuna; los que leales partían a la guerra siguiendo una orden ¿realmente estaban de acuerdo con eso? Posiblemente si. Los ideales eran fuertes, pero el tiempo, las heridas y perdidas les debían pesar en el corazón. A unos más que a otros obviamente. Oír aquello de un elfo, de alguna forma difícil de explicar, era más doloroso. Tal vez porque la idea que prevalecía de ellos era la sabiduría de sus acciones, la perfección de su aspecto y su constante lucha contra el mal, aunque Mary bien sabía que ese pueblo guardaba historias menos nobles. Muestra terribles de su ambición, celos y arrogancia.

-Todo lo que dije a mi señor Thranduil es verdad- habló de nuevo el elfo- Así fue como llegaste a este mundo.

Mary que había agachado la mirada, vio hacia el pasillo como si hubiera querido encontrarse con su interlocutor.

-Si me llevas contigo juro servirte hasta el último día de tu vida- insistió con un poco de ansiedad.

-No hay elfos de donde vengo- le dijo Mary con un tono de advertencia- Solo hombres. Serás allí un extraño. No solo por ser de un pueblo distinto, sino también por la forma en que ahí se vive en mi mundo la que podría resultarte escandalosa- le explicó Mary.

-¿Hay bosques?- le preguntó con añoranza.

-Sí...

-¿Y se pueden ver las estrellas?

-Sí...

-Es todo lo que necesito. Un bosque verde, tranquilo, bajo las estrellas...

Mary no pudo evitar sonreírse al escuchar eso. Le pareció dulce, pero también ingenuo, triste y algo desesperado. Como cuando te cuelgas de un sueño que te ampara de la realidad.

-Mí mundo tampoco está a salvo del mal. Creeme allí también ocurren cosas espantosas- le dijo la muchacha con una voz afable.

Una luz les hizo saber que alguien se acercaba por lo que el elfo se escabullo rápido de ahí y Mary volvió a su cama para fingirse dormida.

Después de esa breve charla le fue difícil conciliar el sueño. Una angustia indómita se apoderó de su corazón, tras la cual llegaron las memorias de su hogar en ese momento lejano. Calculaba llevaba una semana ahí. A esas alturas posiblemente habrían advertido su ausencia, pero dudaba la estuvieran buscando. Tardarían un poco en hacer tal cosa. Cuando por fin de durmió la asaltó un sueño en que las arañas gigantes la perseguían por el bosque y en su desesperada carrera, ella caía a un río caudaloso que la llevaba muy lejos. Despertó con la sensación de estarse ahogando y viendo el hermoso rostro de una mujer elfo que estaba reclinada sobre ella. Parecía haberla estado despertando. La sostenía por los hombros y la miraba fría, como una muñeca.

-El rey quiere verte- le dijo sentandose en la cama, junto a ella para ponerle en el regazo, a Mary, unas prendas nuevas de color castaño.

La muchacha se levantó un poco confundida. El sueño fue horrible, pero su charla con ese elfo le parecía otra proyección onírica de su cabeza e igual de inquietante que las arañas. Esa mujer se quedó ahí para ayudarla a arreglarse, pese a que Mary le dijo que podía hacerlo sola. El nuevo calzado era más fino. Destinado a las estancias reales supuso Mary, pero ella prefirió las botas y se las puso en un descuido de la elfa, ocultandolas debajo del vestido y metiendo los otros zapatos bajo el tapete.

Fuera de la habitación la esperaba Meldon para escoltarla ante el rey. Se saludaron de la forma acostumbrada y luego se perdieron por el corredor. La muchacha lucía más meditabunda de lo habitual, por lo que el elfo se las arregló para preguntarle si había descansado bien a lo que ella contestó que tuvo un sueño extraño, luego le consulto si sabía para que la había mandado a llamar el rey. Meldon no lo ignoraba. Pronto Mary descubrió iba a desayunar con Thranduil. Para cualquiera aquello hubiera sido un gran honor, para Mary fue terrorífico sentarse en esa pequeña mesa atendida por el mayordomo que le dió una mirada de desdén.

Para empezar la pobre muchacha no supo como interpretar ese gesto, pues si bien el rey sostenía ella no era una prisionera, no se podía considerar que Mary era libre. Del mismo modo, no siendo ella precisamente una invitada, tampoco se le podía considerar digna de sentarse a la mesa del rey del bosque. Si Thranduil se había propuesto confundir a la mujer, lo había logrado. Mary se sentía como estando de pie en medio de un lago congelado. Un paso en falso y podía terminar en el fondo del estanque. Pese a su desconcierto, Mary le mostró sus mejores modales a su anfitrión, sin embargo, aun teniendo bastante hambre no se atrevía a tocar nada, limitándose a permanecer en silencio y, por primera vez, no hacer contacto visual con el monarca que acaparó todo el escenario, haciéndole ver el privilegio que le había otorgado al sentarla en su mesa. Mary se lo agradeció por segunda vez, mas en esa oportunidad, con cautela, le consultó de forma indirecta a que se debía ese honor.

-A que mis dudas respecto a tu origen se han disipado- respondió Thranduil que con un delicado ademán, la invitó a probar los platillos dispuestos en la mesa- Tú no perteneces a este mundo. Vienes de una tierra distante y muy diferente, por lo que tienes que estar muy confundida. En vista de tus circunstancias te muestro mi generosidad al brindarte asilo en mi reino.

-Gracias- exclamó Mary, pero con un aire dubitativo.

-No te precipites- le advirtió el rey- Mi generosidad tiene que ver más con tu mundo que contigo. Quiero evitar cualquier conflicto que perturbe la paz de mis tierras. Paz que ha requerido de mi constante vigilancia, una que los tuyos podrían burlar con bastante facilidad según parece.

Mary escuchó con atención dándose una idea muy clara de adónde iba Thranduil con esas palabras. El calló un momento para comer uno de los bocadillos. Mary esperó a que siguiera hablando, pues era obvio que todavía tenía bastante que decir.

-Cuentame- exclamó el rey- ¿Quién eres en tu mundo? Imagino debes tener una familia que cuidar.

Mary se sonrió. Supuso que el monarca le hizo ese comentario debido a  que en ese mundo las mujeres de su edad solían estar casadas. Él le había hecho antes esa pregunta, pero en ese momento se oyó con una intención muy diferente a la anterior.

-Yo me dedico a la logística- contestó con calma- Amm... básicamente coordino las llegadas y salidas de mercancía a un almacén que luego las reparte a pequeños pueblos.

-¿Eres un mercader?- le cuestionó Thranduil.

-Supongo que sí...- contestó Mary y le explicó de manera consista de que iba todo ese asunto.

-Eso explica la manera en que hablas- le dijo el rey que asumió que la muchacha adquirió su elocuencia debido a que como mercader debía saber negociar y hablar con todo tipo de gente.

Mary no lo corrigió. Él indagó más. Estaba interesado en ella y no en su mundo. Por supuesto la muchacha lo advirtió de manera que cuido sus palabras para evitar despertar más suspicacias. De todo lo que Mary le relato, Thranduil entendió que las mujeres tenían un rol muy activo en esa sociedad y que al parecer se casaban a mayor edad. También que había una enorme variedad de ocupaciones y que una persona podía dedicarse a más de una a lo largo de su vida. Muy diferente a lo que pasaba allí, incluso entre los elfos. Pero también terminó por confirmar que esa mujer no era alguien especial en su mundo tal y como se lo había dicho antes.

Mary tuvo que comer, pese a que la comida apenas bajaba por su garganta. No podía despreciar al rey. La comida era buena, abundante y variada, pero no conseguía disfrutarla debido a esa convención y a que la petición del elfo pelirrojo le seguía dando vueltas en la cabeza. También a que esperaba la oportunidad de plantearle algo a Thranduil quien parecía vigilar sus modales que estaban más o menos a la altura de la de un rey como él.

Cuando Mary estuvo más relajada, el monarca llamó a uno de los elfos que le servía y le susurro algo al oído después de señalarle se acercará. El joven elfo se retiró y volvió un rato después con una bandeja de plata entre las manos en la que Mary observó tres objetos que reconoció de inmediato.

-Una de las tropas que envié al bosque en busca de indicios de tu llegada descubrió esto- le dijo el rey.

-Mí cuaderno de dibujo- murmuró la muchacha que por poco se levantó de su silla, pero no llego a hacerlo.

Eso confirmaba que los artículos eran suyos.

Mary recordaba que estaba tendida en la cama dibujando. Posiblemente se durmió mientras lo hacían. Se había cubierto con aquella manta cuando sintió frío. El elfo que sostenía la bandeja se aproximó a ella para que recuperará sus cosas y Mary las tomó apretandolas contra su pecho. Mantuvo la compostura, pero los ojos se le humedecieron y aquello fue imposible de disimular. Es que durante todo ese tiempo, Mary no había  no se había permitido pensar demasiado en su hogar. En su pequeña casa, con su cuarto y la gata durmiendo en su cama. Ni en su familia lejana, ni sus escasos amigos que pronto se preguntarían dónde estaba. Extrañaba la música, el sabor del pan de la panadería de su barrio, el ruido incesante de los automóviles en la calle, las campanas de la iglesia al medio día. Extrañaba absolutamente todo.

-Jamás había estado tan lejos de casa, ni tan perdida- murmuró antes de que las lágrimas se derramaran de sus ojos.

Al diablo con el rey y su mesa, con los elfos y el bosque; al diablo con todo ese maldito mundo. Ella necesitaba llorar. No porque estuviera triste. La tristeza era la última en la lista de causas de su llanto. Sucedía que como pocas veces en su vida, Mary estaba totalmente desorientada y bajo la voluntad absoluta de alguien más. Alguien que la observó impasible, pero que no fue tan indiferente a esa espontánea respuesta.

-Es una lastima que no conozcas la forma en la que llegaste hasta aquí- le dijo el rey- Porque tristemente sin ese conocimiento me temo no podrás regresar a tu mundo.

-¿Usted... no me puede ayudar?- le preguntó Mary con la voz bañada de llanto.

-Hay cosas que escapan de mi poder- respondió Thranduil poniéndose de pie- Pero puedes permanecer a salvo en mi palacio. Allá afuera hay peligros que no podrías imaginar- el rey hizo una pausa- Desde este momento te consideraré una invitada y mientras no rompas mis leyes así será. Siéntete libre de ir y venir como te placa. Pero no intentes abandonar está fortaleza. Lo consideraré una ofensa a mi generosidad y tendrá que pagar las consecuencias de ello.

A Mary no le pareció que su estatus hubiera cambiado demasiado, sin embargo, el rey sono más gentil pese a su advertencia. Finalmente tenía la certeza de que él le creía y eso era un alivio. Pero parecía no saber como ayudarla lo que la desanimo un poco. Antes de dejar ese lugar Mary pudo recuperar su amuleto lo que le saco una leve sonrisa que se borró al cruzarse con Vëon, que paso frente a ella en el pasillo. Iba con un grupo de elfos hacia la entrada. La muchacha apartó la vista de él y fue con Meldon.

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