5._Rey
En aquel salón con pilares esculpidos en la misma piedra que conformaba cada rincón del palacio, sentado en una silla de madera tallada estaba el monarca cuya corona le dijo a Mary en que época del año estaban, pues recordaba bien que en otoño aquella prenda era hecha de bayas y hojas rojas, mientras que en primavera era forjada con flores del bosque como las que portaba en ese momento. No esperó verlo así. Era un cambio pequeño, pero que le causó una sensación de incertidumbre muy grande a la muchacha que no pudo evitar examinarlo con la mirada, sin encontrar otra cosa diferente a como se suponía él tenía que ser. Su cabello rubio, sus oscuras cejas, sus ojos profundos y enigmáticos...todo estaba ahí. Incluso su cetro de roble tallado en su diestra.
Los elfos que escoltaron a la mujer hasta ahí se retiraron con una beña del rey que miró a la prisionera con un poco de curiosidad. Le habían hablado lo suficiente de ella como para despertarle cierto interés, sin embargo, pareció perderlo rápidamente. O eso pensó Mary al ver la expresión apática que se apoderó del rostro del rey que le hizo una pregunta inesperada, aunque bastante a lugar si ella hubiese sido conciente de lo insolente de su mirada.
– ¿Es la primera vez que estás ante un rey?
– Sí– contestó Mary con cierta torpeza y no agregando nada más logrando dar a su respuesta un toque honesto y hasta un poco de cándido.
El resultado fue espontáneo, pues tal y como sugirió su declaración al no haber estado antes ante un rey, Mary no sabía las imprudencias que estaba cometiendo, así tampoco como aquello acentuaba esa aura de estar fuera de lugar que el rey percibió bastante bien. Mary, en aspecto, era una mujer como muchas. Pero al mismo tiempo no lo era. El efecto que causaba la mujer en los elfos era semejante a ver una naranja en un cesto de mandarinas.
– Me han contado que te encontraron deambulando en el bosque– le dijo el rey viéndola de pies a cabeza– Y que cuando te preguntaron que hacías ahí contestaste que allí despertaste, negandote a dar detalles respecto de quien eres y de donde vienes.
Mary guardo silencio. Él no le había hecho ninguna pregunta así que no había nada que responder. Cuando la mujer lo vio ponerse de pie y descender por la escalinata hacia ella, le pareció Thraduil era más alto que todos los demás elfos allí y un tanto intimidante, sobretodo por la severa mirada que posó en sus cansados ojos.
–¿Por qué motivo escondes tu origen y tus intenciones? Por nada bueno tengo que suponer– continúo el rey y comenzó a caminar entorno a ella, a paso lento, observandola con curiosidad– Responde– le ordenó cuando quedó a su espalda.
– Yo no me negué a dar detalles, solo no estaba y no estoy segura de como dar esos detalles... señor– contestó Mary dando a su voz un tono seguro, pero no insolente– Tal y como le dije a sus guardias...yo solo desperté en el bosque e ignoro como llegué ahí.
La mujer giro su rostro a su costado encontrándose con los ojos del rey que estaba regresando a su posición inicial.
–Este mundo es...muy extraño para mí– agregó Mary.
–¿Este mundo?– repitió el rey.
–Sí, este mundo. Un mundo de elfos– señaló Mary dándole a su voz un tono de incredulidad, de sorpresa– En mi hogar los elfos no existen. Son solo leyendas en las cuales son descritos de una forma un tanto diferente a la... a como ustedes se ven.
A Mary le hubiera tomado mucho trabajo lograr describir la expresión que tomó el rostro del rey en ese momento. No podían culparlo por lucir un tanto espantado después de oír a esa mujer negar la existencia de él y su gente. Sin embargo, aquella declaración, tan bien estudiada de parte de Mary, despertó interés en el monarca pese que hasta ese momento no le dio la merecida importancia a lo dicho por esa ella, pues incluso en ese mundo algunos hombres podían llevar a considerar a los elfos seres míticos debido a que jamás habían visto uno.
–¿Y cómo debería ser un elfo según esas leyendas?– preguntó Thraduil con un movimiento señoral.
–Pequeños– exclamó Mary con una sonrisa– No más grandes que un muñeco. De piel pálida, dorados cabellos, vestidos de musgo y hojas y dicen bailan a la luz de las estrellas, descalzos sobre las hierbas en el bosque para desaparecer con el alba...
Atónito. Así quedó el rey Thranduil ante aquella declaración. Y es que habían unas coincidencias en esa descripción, pero también su mayoría era insólita como que los elfos fueran más pequeños que un enano o un hobbit.
–Los elfos son criaturas muy sabias, pero también muy peligrosas, dicen esas leyendas– continúo Mary– Pues les gusta burlarse de los hombres haciendo que se pierdan en los bosques o les lanzan conjuros para que se les caiga el cabello o no puedan hablar con fluidez– agregó.
Esa mujer se estaba inventando todo eso o estaba completamente loca. Eran las únicas opciones que pasaron por la cabeza del rey y, sin embargo, la forma en que ella expreso eso no dejaba mucha cabida a esas posibilidades. Thranduil volvió a su silla sin quitar los ojos de la mujer que una vez acabo de decir lo que tenía que decir se callo.
– ¿Quieres hacerme creer que vienes de un mundo diferente donde mi pueblo y yo somos leyendas?– le cuestionó.
–Entiendo que mis palabras puedan parecerle inauditas, pero así mismo es como su existencia y este mundo es para mí- declaró Mary.
El rey la miró fijamente. La mujer era demasiado elocuente para estar loca.
–Entonces provienes de otro mundo– exclamó Thranduil casi como si creyera en lo que ella le decía– ¿Puedes decirme cómo es ese otro mundo?– preguntó con cierto desdén.
–Vasto y dominado por la tecnología– contestó Mary– En mi mundo domina la máquina. Los hombres hemos evolucionado en base a la máquina llegando a creer una tecnología muy sofisticada. El uso de lámparas y antorchas es para nosotros algo rudimentario, obsoleto. Lo mismo el gobierno en base a la monarquía. No hay reyes de donde provengo.
Las palabras de Mary hicieron sentir un poco incómodo al rey elfo que pese a eso le pidió le contará más de ese supuesto otro mundo. Desde luego Mary obedeció poniendo mucho cuidado en lo que le contaba, pero sobretodo en el vocabulario que usaba. Y es que las palabras que una persona emplea pueden decir mucho de ella. Su estatus económico, la educación que tuvo y hasta el lugar de orígen. Y mediante su discurso, Mary reafirmaba no provenía de ninguna región sobre esa tierra. Lo que al principio era insólito, comenzó a verse bastante real para Thranduil quien no comprendía muchas cosas de las que ella le hablaba por lo que experimento un fuerte recelo y una fuerte saturación.
–Suficiente– exclamó al perder la paciencia ante ese torbellino de información que estaba recibiendo– Todo esto que dices no puede ser verdad.
–Le juro que es cierto– insistió Mary.
– ¿Dime a qué has venido a mis tierras? ¿Tu gente te envío aquí como un emisario o eres un espía?
–Ni lo uno ni lo otro– contestó Mary un tanto preocupada por el exaltado ánimo del rey.
–Me hablas de máquinas imposibles, en un mundo donde los elfos no existen y me pides te crea que llegaste al bosque sin ninguna razón...
–¿Entonces me cree?– le preguntó Mary con una ligera esperanza.
–Sin importar de dónde vengas has cometido una falta al entrar en mi reino sin mi permiso y por ello permanecerán aquí hasta que esté seguro de quién eres y cuáles son tus intenciones– respondió el rey poniéndose de pie.
Mary estaba agotada. Estuvo cinco días encerrada en un calabozo totalmente sola, sin luz de sol, sin aire fresco, temiendo por su suerte y lidiando con su terror a los lugares cerrados. Al oír al rey decir que ella permanecería ahí sintió pánico de volver al calabozo y su estrés llegó al límite. La voz de Thranduil se distorsiono y vio borroso antes de desplomarse violentamente sobre el duro suelo.
Cuando Mary recuperó la conciencia se descubrió en una cama de sábanas blancas de cara a una ventana o eso le pareció. Que alivio sintió al despertar en su habitación y dejar atrás aquella experiencia desagradable que solo fue un sueño, pero no. Estaba en una recamara elfica con una lámpara de luz rojiza que le hizo pensar era una hermosa ventana que daba al exterior. El lugar era sencillo. Posiblemente destinado al descanso de quienes servían en el palacio. Mary no reflexionó mucho y se levantó buscando una puerta. No había tal solo un corredor estrecho que hacía una curva dejando la habitación a resguardo y con privacidad. Se asomó a ver qué había en el pasillo. No vio nada así que decidió continuar, pero a paso lento. Todavía tenía su pijama y estaba descalza por lo que sus pisadas no hacían mucho ruido.
No había avanzado más que unos metros cuando un elfo ataviado de forma elegante apareció haciéndola retroceder.
Pronto Mary se enteró de que ese elfo era el mayordomo del rey y no llego solo a esa recamara. Lo acompañaba Mellon. El mayordomo le explicó de forma breve que el rey le había permitido a ella permanecer en ese lugar sin ser considerada una prisionera, sin embargo, tenía prohibido intentar abandonar el palacio sin la autorización de Thranduil y también debía acudir a su presencia inmediatamente si él lo ordenaba. Y en vista de su "desorientado" estado, se le asignó un guardian.
–Meldon te escoltara mientras permanezcas aquí– acabo por decir aquel elfo que antes de retirarse le susurro algo a quien Mary conocía como el carcelero.
–Así que tú nombre es Meldon. Mellon me gusta más– le confesó Mary una vez ellos quedaron solos– Yo me llamo Mary, aunque a nadie aquí parece importarle– dijo como pensando.
Meldon le señaló a la muchacha que lo siguiera. La llevaría con las mujeres encargadas de confeccionar los atuendos. Eso le pidió el mayordomo. Después de todo no era apropiado que ella se anduviera paseando por ahí con tan escasas ropas. Mary lo siguió de buena gana. El rey le mostró un poco de consideración al no regresarla al calabozo en las entrañas de su palacio, pero no confiaba en ella lo suficiente para dejarla libre por ahí. Eso era bueno. Lo último que Mary quería era dejar aquel lugar. Sin embargo, la maniobra de ponerla al cuidado del único elfo que era incapaz de repetir lo que ella pudiera decir le sembró ciertas suspicacias a la mujer. Después de todo Meldon, sabía ella estaba en conocimiento de más de lo que decía. A Mary le costaba creer que pasará por alto esos detalles que tontamente dejó escapar en presencia de él.
–Hay que ver a estos tipos. Quizá me hubiera ido mejor con los enanos– pensó Mary.
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