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Que dolor.

Que problema.

¡Que caos!

Quería irse de ahí.

—¡Sabes qu-!

—¡No voy a ir a un puto manicomio, Adrián! ¡Joder! Cállate de una puta vez.

—Quizás el manicomio si es demasiado —masculló Adriana.

—¿Y te pones de su lado? —reclamó el segundo hermano.

—¡Claro que sí! Estás gritando idioteces porque estás molesto. ¡Tú tampoco quieres verlo encerrado otra vez! Adrien no se equivoca cuando dice que esos lugares son horribles, ¡ya estuvo ahí dos años!

—Bueno, ¡no fue gratuitamente! No es como si un día llegara todo el mundo acusándolo de loco sin razón.

—Así fue —masculló Adrien, viendo molesto a Urie, quien arrugó la nariz con desagrado.

—Asesinaste a Eriko.

—No lo hice.

—¡Estuviste encerrado con su cadáver una semana entera sin hacer nada!

—¿Por qué habrá sido? —gruñó irónicamente, rodando los ojos.

—¡Porque estás mal de la cabeza! Deja de hacerte el idiota.

—Oh, vida mía, soy un idiota. Un grandísimo idiota que sacrificó la nula sanidad que le quedaba, obligando a esta a quedar en número negativos, por unas pocas palabras bonitas.

—¿De qué mierda hablas?

—¡Si te digo simplemente no me creerías!

—¡Muchachos, basta! —regañó Urie.

—¡Oh! ¡No! ¡No vengas tú a decirme que me detenga! —reclamó el menor, irguiéndose en su asiento finalmente.

—Bueno, si tan importante es, entonces dinos —exigió Adrián.

—No tienes que decirnos —masculló Adriana, sujetando a su hermano de los hombros, porque era más fácil detenerlo a él que a Adrien.

El menor frunció los labios.

Oh, que ganas de decirlo todo.

Con lujo de detalles, si era posible.

Pero no podía.

No le dejaba abrir la boca.

Ah, ¿en qué momento se les ocurrió que era buena idea no tener algún árbitro que diera el control? No. Era la ley de la selva: el más fuerte se come al más débil. En su caso, el más fuerte era Adrien, pero el mencionado no se encontraba despierto y a saber cuándo se despertaría. Luego de Adrien se supone que debía estar Fyodor, ¡pero era mentira! Fyodor solo era el más sensato.

Oh, pero cuando se lo proponía podía causar problemas...

Solo era cuestión de ver sus manos.

Es más: solo era cuestión de ver cómo había manipulado sus recuerdos y pensamientos.

Solo era cuestión de ver cómo no le dejaba hablar.

—No puedo decirlo—gruñó, apretando sus manos en puños.

—¿Por qué?—gruñó Adrián también.

Frunció los labios.

—De verdad no puedo —murmuró, desviando la mirada.

—¿Por qué? ¡Debe haber una razón!

Ah, si lo decía...

No, no podía decirlo. Probaría su punto.

Tomó un fuerte respiro.

Empezaba a creer que si lo decía sonaría como una película de terror sobre posesiones demoníacas.

Oh.

¿Qué tal si no estaba enfermo y realmente lo que le sucedía era una posesión? En todo caso necesitaría un exorcista y no un psiquiatra.

—¡Entonces! ¿Por qué no puedes decirlo, Adrien?

Frunció los labios.

Ah.

Tenía que decirlo.

—No me dejan.

—¿Qué?

—No me dejan, Adrián —gruñó—. Mis problemas mentales no me dejan, Adrián.

El segundo hermano frunció los labios y apretó sus manos en puños.

—Solo nos quieres molestar, ¿no es así? Solo estás jodiendo.

—No es así...

—¡Claro que sí!

—¡Claro que no!

—¡Suficiente, ustedes dos! —regañó Adriá finalmente— Están peleando por mierda, maldita sea. ¿Entienden eso? ¿A qué están llegando con esta discusión? A ver. Vamos, díganme, porque yo no lo sé.

Ambos hermanos fruncieron los labios.

—Pero es que...

—No. Respondan. ¿Qué ganan con todo esto? ¡Venga! ¡Estoy ansioso por oírlos! "Que deberían encerrarte" "Que no, jódete" "Que nos jodiste" "Que no es verdad", ¡y así llevan ya una puta hora! ¿Qué les pasa? ¿A qué llegan con todo esto? ¿Qué quieren oír del otro?

Silencio.

—Díganlo. ¿Qué quieren oír del otro?

—Solo quiero que deje de acusarme de joderle la tarde —masculle el menor.

—Yo quiero que se disculpe por jodernos la tarde —gruñó el segundo hermano.

Adriá tomó un fuerte respiro.

—Dorofei, ¿entiendes que Fyodor no puede realmente controlar todo el tiempo lo que le sucede? No pudo controlar lo que le sucedió en las manos, lo que, en principio, él mismo se hizo en las manos. Y tú, Fyodor, ¡estuvo mal que golpearas a Urie! Por eso sí deberías disculparte.

Ambos fruncieron los labios.

—Perdón por joder la tarde con ese golpe a papá —masculló finalmente el menor—. Estaba alterado, no supe controlarme bien. Pero...

—Hasta ahí llega, hijo mío—lo detuvo el abuelo, sabiendo que era mejor que no siguiera hablando—. Ahora, Dorofei...

Adrián tomó un respiro.

—Perdón por molestar con lo de encerrarte y todo eso —masculle finalmente, desviando la mirada—. No quiero que te lleven a un manicomio otra vez... solo estaba molesto. No creo que p-

—Alto ahí tú también —detuvo una vez más el señor.

Urie suspiró de alivio.

Ah.

Si su padre no estuviera con él ya habría matado a esos tres...

—Yo también quiero disculparme por el puñetazo de antes —interrumpió Adriana, desviando levemente la mirada—. Tú también quedaste marcado de por vida... aunque de una forma diferente.

—Cierto. Perdón por desvalorar sus cicatrices, no es que crea que sean poca cosa.

Ahora fue Adrià el que suspiró de alivio.

—Urie...

—¿Qué? —gruñó.

—No me digas "qué", discúlpate también.

El hombre tomó un respiro.

—Perdón por ser un padre de mierda y solo llegar a echarle leña al fuego. ¿Bien?

El señor rodó los ojos. Era mejor que nada.

—Magnífico. Ahora cada uno a hacer su vida. Dejen en paz a su viejo antes que me de un paro o algo por el estilo.

Y así, cada uno se retiró a su habitación.

Al entrar a su habitación, Adrien se encontró a Isamu revisando los papeles del escritorio.

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