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Y luego de largas horas de lavado de cabello con vinagre y agua tibia y vitamina c y bicarbonato de sodio y otro montón de cosas que Adriana encontró en internet, su cabello había vuelto considerablemente a su tonalidad natural: castaño claro, y ahora la hermana mayor lo recortaba un poco para descubrirle las orejas y la nuca.

—Luces bien —halagó Adrián, apoyado en el lavamanos del baño.

—Gracias —sonrió Isamu, mientras Adriana le terminaba de secar el cabello.

—¿Por qué te lo teñiste de naranja? —inquiere quien ha hecho de peluquera.

—Porque se veía bien.

—Seh. No puedo argumentar contra esa lógica.

—Ahora solo esperamos a ver cómo reacciona ese idiota cuando te vea —suspiró el menor, ajustándose las gafas.

—Mientras no me golpee...

—Si esta situación fuera diferente te juro que llamaría a la policía, pero no quiero a mi hermano preso...

—Como sea, no te dentremos si eres tú quien quiere llamarles.

Isamu observó su reflejo en el espejo. Hacia rato no veía su color natural de cabello, cinco años quizás. Y hacía rato que tampoco se cortaba el cabello, se lo quería dejar crecer lo suficiente para hacerse una coleta. No le gustaba tener las orejas descubiertas, pero apuesto que Adrien pensaría que se veía lindo...

Como un idol.

—No quiero que nada malo le pase a Adrien —sentenció, frunciendo los labios.

—Papá no está aquí, cuéntanos con sinceridad qué le ves a Adrien —ordenó Adriana, apagando la secadora y dejándola a un lado, observándose a través del espejo en la pared— ¿Es por el dinero? ¿Te tiene amenazado con algo? ¿Te chantajea de alguna manera?

—No... yo... solo... él realmente me gusta mucho.

—¿Por qué? —se lamentó Adrián.

Isamu tomó un fuerte respiro y apretó sus manos en puños.

—Me gusta sufrir —se confesó finalmente.

—¡Eres un masoquista!

—De los peores.

—¡Yo también lo soy! —reclamó Adrián, tirando un poco del cuello de su camisa para mostrar mordidas y moretes en su cuerpo— ¡Pero no dejaría a mi novio golpearme de forma tan brutal!

—Yo... estoy un poco enfermo —admitió, desviando la mirada levemente—. Disfruto todo tipo de dolor, e incluso intento provocar a Adrien para que me golpee... No me importa realmente, acabo disfrutándolo... Es decir, da miedo, pero es placentero.

—Cuando venga la doctora Ford la haré revisarte a ti también —sentenció la hermana mayor—. También tienes un serio problema mental, definitivamente.

—Sí, soy muy consciente de eso.

—Pero ahora haces más sentido el por qué estás con Adrien. Sus enfermedades mentales parecen encajar demasiado bien... como si fueran hechas una para la otra...

—¡Qué miedo!

—Es... problemático.

Hubieron largos momentos de silencio en el baño.

—¿Adrien volverá?

—No llevó dinero con él y no conoce a nadie cerca, así que debe volver a menos que piense pasar la noche en el parque —suspira Adriana.

—Además, el abuelo fue con él. Si no viene a las buenas, vendrá a las malas —aseguró Adrián—. Nadie le lleva la contraria al abuelo.

—¿Qué sucederá en el evento de Eriko-san? —el "-san" se le salió casi sin querer.

—Nos vestiremos de negro e iremos al cementerio a dejarle alguna de sus flores favoritas. Iremos a la iglesia también y nos sentaremos con una taza de té a hablar sobre lo buena que era.

—¿Es esa buena idea? Uno de los Adrien la odia, ¿no?

—Deja que te explique algo, Isa: siempre hay una forma de hacer retroceder a las personalidades. De traer a la que sea de tu preferencia, por así decirlo. El Adrien agresivo no hace ni acto de presencia al momento de empezar a hablar sobre Eriko, a hablar seriamente me refiero, como a recordar lo buena mujer que era y esas cosas. El Adrien tranquilo tomará el control dependiendo de qué tan bien se sienta el original. Si el abuelo ya logró "triggerearlo" estaremos bien.

—Yo... creí que esta clase de personas se dirigía a si mismos como "nosotros"...

—No le gusta pensar que está loco. No puedes culparlo... culparlos al respecto.

—Solo esperemos que el Adrien que venga no quiera darnos una paliza —masculló Adrián.

—¿De verdad quieres seguir con él?

"No estoy seguro, pero realmente no tengo lugar al que ir y si estoy en su contra me va ha echar a patadas y voy a tener que dormir en el parque."

—Sí —ojalá él tuviera una personalidad que dijera todo lo que él nunca se atrevía a decir—. Sí, estoy seguro.

Mentira, mentira, mentira, mentira, mentira, mentira.

Mentiroso.

Era un mentiroso.

Sí.

Eso era.

Un puto mentiroso masoquista.

Y Adrien era el único que lo amaba a pesar de ello.

Bueno, a ver si lo amaba con su nuevo estilo de cabello. Desde los veintiuno no tenía el cabello tan corto, y Adrien nunca lo había visto así. Es decir, debía suponer que tenía algún color distinto de cabello, las raíces castañas podían vérsele fácilmente...

—Bien, por fin siento que mi hijo no está saliendo con mi mujer —interrumpió Urie, apoyándose en el marco de la puerta, con una copa de vino en una mano y la botella de dicha bebida en otra—. Me gusta más ese estilo.

—Gracias —sonrió de lado, levemente preocupado por que al hombre le acabara dando un come etílico o algo parecido—. Le puedo asegurar que mi cabello no volverá a ser naranja.

—Aun con esas, te pareces mucho a ella —suspira, y da un largo sorbo a su vino—. No por ser ambos asiáticos, claro. No tolero a la gente que dice que todos los asiáticos son iguales. Lo digo por tus ojos... ella tenía esos ojos... Y esos pómulos tan marcados... Y esos labios que parecían ser eternamente rojizos —le da otro sorbo a su bebida, y por la mirada que le dedican sus hijos sabe que está hablando de más—. También tu nariz.

—Ya entendimos —gruñó Adrián—. Amabas a Eriko, vete antes que te enamores de Isamu.

—Prefiero los cuellos delicados sin manzana de Adán —aseguró, acabándose el resto del alcohol en su copa y seguidamente sirviéndose una más—. Creo que Adrien también los prefiere...

—Adrien odia a las mujeres —murmura Isamu, sintiendo como con cada trago que da Urie su acento se vuelve más y más marcado—. Dijo que todas le parecen repugnantes... a excepción de Adriana, pero ahora no sé a cuál de las dos se refería.

Urie suspiró con fuerza y observó su copa por largos segundos.

Entonces dio largos y grandes tragos desde su botella.

—¡Papá, no!

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