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59

—Perdónalos, son hiperactivos —suspiró Adrià, cruzándose de brazos—. Es del lado de su madre.

—Son agradables —sonrió Isamu, intentando dar a entender que no le molestaba para nada la actitud de los hermanos mayores.

—¡Somos encantadores! —exclaman al unísono.

—Hey, ¿sabes? Solíamos hablar los tres a la vez —comenta Adriana, mientras empieza a caminar al comedor—. Yo iniciaba una frase...

—Y yo la seguía —sonrió Adrián.

—Y yo la terminaba —suspiró Adrien, rodando los ojos.

—¡Hey! ¡Aun podemos hacerlo! —rió, entrecerrando aquellos grandes ojos heterocromáticos.

Finalmente todos los presentes llegaron al comedor y se sentaron cada uno en una silla, claro. Isamu al lado de Adrien. Urie y Adriá en los extremos de la mesa.

—Ah, pero eres callado —señaló Adriana, una vez estuvieron sentados—. No haces muchas preguntas, ni te quejas demasiado...

—Como una esposa entregada —masculló Urie, mientras giraba su copa.

—Abusada, diría yo —sonrió Adrián.

Isamu se forzó a sonreír mientras sentía pequeños pellizcos en su pierna, justo debajo de la mesa, el responsable de estos claramente era Adrien.

Edeltrudis interrumpió el comedor con los platos de comida, los cuales cargaba hábilmente en una charola. Seguramente era genial tener una sirvienta como esa... No. Seguramente era genial el simple hecho de ser una sirvienta así, ¿cuánto ganaría? Montones, de seguro. No creía que le pagaran una miseria si podía cargar seis platos de una forma tan hábil.

Ah. Seguía borracho. Debía tener cuidado al abrir su boca.

La comida ciertamente lucía apetitosa. Deliciosa. Exquisita. Debía ser que simplemente tenía hambre por haber desayunado muy poco. O debía ser que los Campbell tenían un servicio de comida personal digno de cualquier restaurante con cinco estrellas.

Ahora que se daba cuenta, Adriana era la única mujer en la mesa. ¿Se sentiría sola estando por su cuenta?

—¿Puedo preguntar qué te pasó en la cara?

Ah.

Abrió la bocota.

Bien.

Fue sin querer, podría jurarlo. Solo esperaba que ahora la situación en la mesa no se volviera tensa e incómoda. Adrien lo regañó con un pellizco tan fuerte que le obligó a apretar con fuerza su tenedor y morderse el interior de la mejilla para no reclamar por el dolor.

—¡Oh! ¡Por fin preguntas! — sonríe ella.

Bien, esa no era la reacción que esperaba, pero era mejor.

—¿Sabes? Incluso mi novio se tomó varias semanas en preguntarlo, ¡si no lo hacías pronto iba a meter la conversación a la fuerza!

—Adriana ama contar la historia —suspira Adrián, mientras Edeltrudis se acercaba a Urie para servirle una copa de vino. Debería llenarla hasta la mitad o poco menos, pero el señor la motivó a llenarlo completamente.

—Verás, fue genial —ríe ella, mientras acerca su copa para que también sea llenada—. Fue en un invierno horrible, fatal. Papá había tenido un choque y estaba en el hospital, y mamá estaba nerviosa, pero de todas formas tomó el auto y nos llevó, a los tres. Yo iba en el asiento delantero, y Adrián detrás de mí. Y, ¡pum! Nos chocó un auto, justo al lado en el que íbamos Adrián y yo. Y eso no bastó, además nos chocó un auto por el frente. ¡Fue aterrador!

—Perdí el ojo —se lamentó Adrián—. Tenía un ojo color rojo, ¿sabes? De una tonalidad... un poco más intensa que la tuya... De todas forma era ciego de ese ojo, así que no hacía gran diferencia.

—Entonces, ese ojo... ¿es de vidrio?

—¿Quieres verme tocarlo?

—Por favor, no —masculló Adrien, cerrando los ojos.

—Adrien fue el único que obtuvo ojos... normales —señaló Urie, sonriendo levemente.

—Ojos feos —se lamentó el menor.

—Eriko, nuestra madre, tenía ojos rojos —sonrió la mayor—. Como los tuyos... más intensos, de hecho. ¡Pero te estaba contando del accidente! La cosa es que quedé atrapada entre el capó del otro auto y la guantera de nuestro auto. Logré cubrirme el ojo con la mano—levantó su mano, revelando que el dorso de esta también estaba quemada—, pero el vapor del otro motor me quemó el resto de la cara, el cuello y parte del brazo, ¡fue doloroso!

—Pero lo cuentas tan tranquila...

—Porque ahora es una cicatriz cool que llama la atención de chicos guapo —sonríe con burla, arrugando la nariz y enarcando una ceja—. Gracias a ella conseguí a mi novio, no voy a quejarme al respecto.

Isamu quería preguntar cómo fue eso posible, pero al sentir los pellizcos volverse cada vez más fuerte prefirió cerrar la boca y simplemente asentir.

—Tus ojos son lindos —comenta Adrián, llevando un trozo de comida a su boca—. ¿De qué parte de tu familia es?

—Mi madre —responde, agradecido de que la intensidad del maltrato baje poco a poco—. La línea de mi madre es albina casi en su totalidad. La mayoría tienen ojos rojos...

Urie dio largos tragos a su vino, como si no quisiera degustarlo. Adriana y Adrián le vieron de reojo, Adriana afligida por que su padre fuera a caer en un coma etílico, y Adrián divertido sabiendo por qué estaba haciendo eso.

—Ya que estamos hablando de cicatrices y esas cosas —interrumpe Adrià—. ¿Qué te pasó en las muñecas?

Oh.

Cierto.

Las muñecas de Adrien.

Estas se encontraban descubiertas, exponiendo las suturas. ¿Por qué no se las había cubierto?

—Cuatro puntos, eh. ¿Qué pasó?

Isamu tomó un fuerte respiro mientras sentía los pellizcos detenerse poco a poco.

No iba a poder verles el rostro otra vez si les decía lo mismo que le dijo al doctor.

—Me corté.

Oh.

¡Oh, eso había sido peor!

Podía cortar la tensión con sus largas uñas, incluso la atmósfera se volvió densa, la mirada de los presentes se oscureció, y todo el ambiente que la hermana mayor había logrado generar fue mandado a la mierda.

—Oh.

Sí. Oh. Esa era una reacción apropiada.

—¿Por qué?

Y esa era una pregunta mala. Una sin respuesta.

—A saber. Fue lo que me dijeron los doctores... También dijeron que si Isamu no hubiera estado ahí probablemente habría muerto.

—Gracias por no permitir eso —suspiró Urie, sirviéndose una copa más de vino como si fuera agua.

—No es nada —sonríe Isamu con cierta incomodidad, repitiendo lo que hace Urie y entendiendo por qué busca a toda costa embriagarse.

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