55
Pasa una mano por su cabello antes de salir de la habitación. Corre escaleras abajo sintiendo escalofríos en el cuerpo. Verá a su padre en el cajón de las flores. Hacía años no veía a su padre, y hacía años no entraba al cajón de las flores. Iba a tener un colapso mental solo pensando al respecto.
—¿Debería acompañarlo? —murmuró Isamu, luego de ver a su pareja abandonar la habitación.
—Nah —lo tranquilizó Adriana, sujetándole el hombro y empujándolo un poco—. ¿Por qué no vamos a la cocina y tomamos té mientras nos cuentas sobre tu relación con nuestro hermano?
—¡Estamos tan ansiosos por saber todo sobre ustedes! —incentiva Adrián, sujetando el otro hombro y ayudando a su hermana a empujarle un poco.
Por el rabillo del ojo, antes de ser sacado de la habitación, observó a Adrien de pie frente al cajón de flores.
El muchacho observó la puerta que se erguía frente a él.
Acercó la mano al picaporte, pero se detuvo de sostenerlo.
La cabeza de su madre siendo comida por gusanos.
Las flores cubiertas de sangre.
Estaba sujetando un martillo.
Se obligó a alejar su mano.
Una voz en su cabeza le dice que si hubiera seguido sus terapias en ese momento sería capaz de ingresar sin sentir que se le caía el mundo encima.
Tomó un fuerte respiro y sujetó el picaporte.
Las flores cubiertas de sangre.
Su madre tirada en el piso con el rostro deformado.
El rostro orgulloso de su padre.
Cerró los ojos con fuerza mientras desbloqueaba poco a poco la entrada.
Sentía que si la abría del todo se encontraría el infierno mismo.
O la entrada a este, que era casi igual de malo.
Eriko cubierta de sangre.
Y las flores devorada por gusanos.
No.
No era así.
Habían gusano subiéndole por las piernas.
A pesar de ver poco a poco la puerta separarse del marco, apartó su mano y la apretó en un puño.
Quería entrar a ese lugar.
Pero tenía tanto miedo.
Tomó un fuerte respiro y recordó a su madre abrazándolo y contándole historias fantásticas sobre personitas que vivían en las macetas y agradecían los buenos tratos haciendo crecer las plantas, que a su vez hacían crecer las flores.
Las flores.
Quería ver esas bellas flores una vez más.
Quería verlas sin sangre.
Quería ver una vez más el lugar que en algún tiempo fue un santuario para él y su madre.
Abrió la puerta y fue recibido por la pared de musgo español, tan espesa que parecía ser una segunda pared.
Introdujo su mano para apartar las cortinas, y detrás de esta pudo ver la silueta de un hombre regando las plantas.
Tomó un fuerte respiro para meterse de lleno al lugar.
Ah.
Las flores.
Amarillas, blancas, moradas, hojas verdes, algunas secas en el piso. Moradas, blancas, amarillas, las flores. Todas tan coloridas. Todas tan bellas. Tan preciosas. Como las recordaba. Sin rastro alguno de sangre.
Su mirada se encontró con el fuerte mirar de su padre. Un intenso verde esmeralda que parecía desnudarle el alma. Ojos profundos. Tan saturados que parecían mentira. A simple vista parecía ser la misma mirada de su abuelo, pero al examinarla detenidamente se podía ver que era totalmente distinto; eran más profundos, más intensos.
Más vivos.
Tenebrosos.
Y bellos.
—Ah, Adrien —dice el hombre, apartando la regadera y ofreciendo una sonrisa a su último hijo.
Sin decir nada se lanza sobre él para abrazarlo con fuerza. Como se abraza un recién llegado de la guerra. Como se abraza a alguien que acaba de salir de la cárcel luego de una sentencia injusta. Un abrazo fuerte.
—Todo este tiempo creí que me darías una paliza al volver a verme —habla con cierta ironía, devolviendo el abrazo, palmeando su espalda—. Pero esta es una reacción de la que definitivamente no voy a reclamar.
Él realmente quería darle una paliza a su padre.
Pero al final del día era su padre, y no lo abrazaba desde hace un montón. Desde hace más de cinco años, quizás.
—Yo... extrañaba este lugar—murmura, hundiendo su rostro en el espacio entre su cuello y su hombro, aspirando el fuerte perfume masculino de su padre—. Extrañaba al abuelo, y te extrañaba a ti...
—Y nosotros te extrañábamos a ti.
—Gracias por mantener intacto este lugar... y mi habitación.
—Es lo menos que podía hacer por ti —sonríe, acariciándole el cabello—. Siempre supe que volverías... aunque sea por unos momentos.
—Me conoces tan bien —ríe bajito, y por fin rompe el abrazo, sin romper el contacto del todo, pues se mantiene sujetándole los hombros.
Frente a él se irgue su padre, sonriéndole ampliamente.
—¿Traes contigo a tu persona especial?
—Sí. Ahora debe estar con Adriana y Adrián.
—Oh, no, seguro ya abrumaron a la pobre —de verdad creía que era una chica. Ojalá no se decepcione al ver a Isamu—. Vamos rápido con ella antes que la asusten.
—Sí... vamos.
Cuando están a punto de salir, Urie sujeta la muñeca de Adrien y lo detiene unos momentos. El menor gira el rostro, de pronto nervioso por la interrupción de sus pasos. Urie tira un poco de él y le aparta el cabello del rostro antes de plantarle un beso en la frente.
—Estoy feliz de que estés aquí, Adrien.
—Yo también estoy feliz de estar aquí, papá.
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