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54

Al cabo de un largo trayecto y preguntas de pareja, finalmente llegan a un barrio cercado, cuyo portal se abre para dejar pasar el imponente auto negro reluciente, elegante como el hombre que lo conduce.

Una mansión.

La casa no era una casa. Era una mansión.

Tomó un fuerte respiro mientras Adriá le ayudaba a bajar las maletas. Adrien pareció observar la morada casi con tanta sorpresa como él.

—El patio solía estar cubierto de flores—comenta el menor, señalando la entrada de la mansión—. Eran flores unas flores en forma campanas justo frente a la ventana. Se abrían cuando había sol al mediodía... casi no pasaba, pero cuando pasaba mamá le tomaba un montón de fotos... También había claveles, lilas y flores que necesitan poco cuidado... Las mejores estaban dentro de la casa.

—¿Qué les pasó?

—Adriana desarrolló una alergia a las flores luego de... la muerte de Eriko—masculle Adriá—. Tuvimos que deshacernos de todas. Además, sin Adrien en casa no hay nadie interesado en cuidar plantas.

—Ah... ya veo—murmura simplemente, y suspira fuertemente.

Al cabo de largo rato llegaron a la puerta principal, la cual fue abierta por Adriá. Cualquiera pensaría que los dejaría entrar por cortesía, pero detuvo a ambos con sus manos, indicando que él sería el primero en cruzar la puerta.

Detrás de él fue Adrien, y detrás de Adrien fue Isamu.

—¡Llegamos!—exclama el hombre con su potente voz.

—¡Adrien!—dos voces resuenan en la casa.

Y de inmediato dos personas, un hombre y una mujer bajan corriendo las escaleras a tropezones. Ambos rodean a su abuelo y se lanzan sobre su hermano, abrazándolo con fuerza, como si fuera un recién llegado de la guerra.

Entonces Isamu mira a los hermanos.

Y se da cuenta que nunca los había visto tan detenidamente.

Recordaba la notoria cicatriz en el ojo derecho de Adrián, grande, recorriéndole desde la barbilla hasta el cuero cabelludo, partiéndole la ceja, le da a su ojo un efecto caído, como triste.

Pero Adriana...

Oh, nunca había visto tan de cerca a Adriana.

Tenía el lado derecho de su rostro totalmente quemado. Marcado de por vida. Podía incluso sentir la textura de esa fea quemadura que le recorre desde el cuello hasta la mejilla y la frente, pasando incluso por su oreja.

Los dos pares de ojos se fijan en el asiático.

Estos se abren con suma sorpresa, y en sus rostros se pintan expresiones como de horror. Pálidos. Como si hubieran visto un fantasma. Se separaron un poco de su hermano. Adriana se acercó a él y le sujetó el brazo, como si quisiera comprobar que era real.

—¿Es...? —parecía tener dificultad para hablar— ¿Es esta tu persona especial?—pero finalmente lo logra, y se fuerza a sonreír una amplia sonrisa.

Isamu juraría que esa voz no se parece a la que escuchó en el sótano.

—¿Qué tiene de malo? —gruñó Adrien, ajustándose las gafas.

—¡Es chico! —rió Adrián, e Isamu supo que era para aliviar la tensión del momento— ¡Ja, ja! Cualquiera reaccionaría igual si perdiera tanto dinero gracias al género de una persona, ¡papá y Adriana apostaron dinerales a que era una chica linda!—se acerca al asiático y le sujeta los hombros, apartándolo un poco de su hermana— Es bueno conocerte por fin, "persona especial", nosotros somos Adrián y Adriana, los hermanos mayores.

—E-Es un gusto—sonrió también, intentado ignorar la tensión que se había presentado unos momentos antes—. Yo soy Isamu, el novio de Adrien.

—¡El novio de Adrien!—exclamó Adriana, sujetándose el rostro con las manos— ¡Qué cosa más curiosa de escuchar! ¡El novio de Adrien! Oh, Dios mío... creí que nunca nos encontraríamos en esta situación—se detiene unos momentos y se pone las manos en la cadera, intercambiando miradas entre el menor de sus hermanos y las parejas de este—, ¡Adrien, tienes novio!

—Ya nos quedó claro, Giselle—interrumpió Adriá, sujetando los hombros de su nieta—. Déjalos en paz de una vez más y mejor llévalos a la habitación.

—A la orden—suspiró, tomando una de las maletas entre sus manos—. ¡Oh, te va a encantar, Adrien! Papá no ha tocado una sola cosa de tu cuarto desde que te fuiste, ¿puedes creerlo? Claro, está ordenada, ¡pero! Todo sigue en su lugar. Supongo que dormirás con Isa, ¿cierto? Puedo decirte Isa, ¿no?

—Ah, sí, no hay problema.

—¡Bien!

Mientras más la oía más y más se convencía que esa no era la voz que escuchó en el sótano de casa.

El acento de la Adriana que lo hizo morderse el labio hasta sangrarlo era muy español, con el ceseo y la entonación de una española. El acento de la Adriana que ahora los encaminaba a la habitación se parecía más a algún acento latino, muy neutro, sin acento exacto, con las "r" muy marcadas eso sí, pero aparte hablaba más animada que la otra.

—Ah, es una lástima que ya no tengamos las flores —suspira Adrián, quien claramente los acompaña—. Pero, ¿sabes? Papá mantuvo el cajón.

Lo mismo sucede con el acento de Adrián. El del otro Adrián era un acento afeminado, también con el acento español, pero el que ahora los acompañaba, al igual que el de su hermana, tenía un acento muy neutro, sin las "r" tan marcadas como ella.

—¿En serio? —murmura Adrien, genuinamente sorprendido por el comentario del segundo hermano.

—Sí, es sorprendente, ¿no? —ríe el segundo hermano, subiendo la última escalera al segundo piso—. Hubiera jurado que luego de que te fueras lo demolería o algo así, o iba a dejar las flores marchitar, ¡pero no! Las cuidó. ¿No es genial?

—No sé que tan bueno puede ser eso para mi sanidad mental —masculle, arrugando la nariz.

La puerta al fondo del pasillo es abierta por Adriana, revelando una amplia habitación con una amplia cama y un amplio armario y una amplia ventana que iluminaba perfectamente toda la habitación... O casi perfectamente, porque Londres era sombría incluso en verano.

—¡Mira este lugar! —exclama la hermana mayor, señalando la habitación con las manos como si presentara algún producto de teletienda— ¡Igual que hace tres años! ¡Incluso dejamos intactos tus cómics y mangas y libros y todo lo friki! Queríamos dejar las flores, pero ninguno de los dos estaba dispuesto a cuidar de esas cosas por más de dos semanas, ¡pero el resto lo hemos dejado aquí!

—¿Dónde está papá? —inquirió Adrien, frunciendo el ceño y simplemente arrojando su maleta al lado de su cama.

—Debe estar en el cajón de flores, regándolas —Adrián señala la ventana, apuntando al cobertizo en la esquina del patio trasero—. A veces se pasa ahí dentro una hora, solo cuidándolas...

Adrien observó el pequeño cobertizo que rebalsaba en flores.

A su mente le llegó a la imagen de su madre cubierta en sangre.

Su cabeza devorada por gusanos.

Frunció los labios y se ajustó las gafas.

—Iré a saludarlo. 

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