48
Isamu tenía un inyección de adrenalina en todo el cuerpo mientras Adrien le abría la puerta del auto y lo dejaba entrar al asiento al lado del conductor. Las manos le temblaban, sentía que podía romperse a llorar en cualquier momento.
Había contradecido a su madre. Le había dicho que no. Que no iba a volver a su casa, se lo había dicho de una vez por todas. Ya no tendría que soportar sus golpes, ni sus reclamos, ni pasar encerrado en el cobertizo al fondo de la florería cada vez que hacía algo malo... ¿Siquiera hacía algo malo para merecerse estar ahí? Empezaba a creer que simplemente le desagrada a su madre.
Como sea, se sentía como si se hubiera quitado un gran peso de encima.
Pero Adrien a su lado no lucía de tan buen humor.
Tampoco lucía molesto, simplemente era imposible descifrar la expresión en su rostro. No porque presentaba una mueca desagradable, o complicada, sino porque justamente no tenía expresión alguna.
Tomó un fuerte respiro y apretó sus manos en puños.
¿Debería preguntar si le sucedía algo malo? ¿Debería preguntar qué le pasaba? ¿Debería preguntar si era su culpa? Definitivamente era su culpa. Seguramente era su culpa. Había hecho algo malo, definitivamente había hecho algo malo, había sido su culpa. Que Adrien estuviera de mal humor era su culpa.
El viaje a casa pasó en silencio.
Ni siquiera había música.
Silencio.
Al llegar a casa ya estaba totalmente resignado a que recibiría una paliza o algún castigo de cualquier tipo.
¿De verdad había escapado de su madre pensando que lo que le daría Adrien sería mejor?
Necesitaba aprender a comparar correctamente sus opciones.
Es decir, su madre era una mierda, pero no era una asesina...
Adrien salió del auto sin decir nada, bajando las compras él solo y metiéndose a la casa, dejando solo a Isamu.
El asiático frunció los labios y se estrujó un poco la camiseta, nervioso.
¿Estaba enojado?
Con inseguridad salió del auto y caminó a la casa, empujando cuidadosamente la puerta abierta y adentrándose al recibidor poco a poco, siendo bienvenido por las hojas y pétalos tirados en el piso.
Ahora que lo pensaba, nunca había visto limpio ese piso. Quizás podría barrerlo como una forma de disculpa. Solo no quería que Adrien estuviera enojado con él o por su culpa.
Adrien acomodó los comprados en la cocina y en silencio se encaminó al baño, apenas fijándose en el asiático de pie frente a la puerta principal, quien lo siguió con la mirada en todo momento. Le decía algo, pero era incapaz de oírlo.
Estaba teniendo uno de esos malditos momentos de disociación en los que su cuerpo no era ni suyo ni de nadie. Solo sabía que estaba ahí, pero no sabía dónde, ni qué había a su alrededor.
Pero en ese preciso momento solo sabía que sentía que el mundo le iba a caer encima.
Una doctora.
"¿Qué está mal contigo?"
Sentía que la cabeza se le iba a caer.
Como si fuera comida de dentro hacia afuera por gusanos.
El cosquilleo al lado izquierdo del rostro podría ser señal de que estaba apunto de tener un derrame cerebral, y juraba que eso sería mejor a seguir sufriendo por preguntas sin respuestas.
Esas cosas de verdad lo ponían mal.
Se arrodilló frente al váter y dejó salir los reflujos en su estómago, el ardor en su garganta le hizo recordar que estaba vivo.
Que asco.
Que asco.
Que asco.
Que asco, que asco, que asco, que asco, que asco, que asco, que asco.
Que problemático.
Todo era un problema.
La doctora Ford.
¿Quién mierda era la doctora Ford?
¿De verdad lo había atendido luego de lo sucedido con su madre?
¿Por qué lo había atendido a él y no a sus hermanos, a su padre?
Habían recuerdos al fondo de su memoria. Bien al fondo de su memoria. Al lado de otras cosas que preferiría dejar ahí, bien profundas, bien escondidas incluso de si mismo.
Podía morirse si las desataba.
De verdad podía morirse si las desataba.
O al menos quisiera que eso sucediera al desatarla.
Pero todavía tenía una duda en su cabeza:
¿Cómo era el rostro de su madre?
Tomó un fuerte respiro y se puso de pie.
Isamu lo veía nervioso desde el marco de la puerta, sintiéndose incapaz de cruzar la línea que separaba el baño del recibidor.
Era su culpa.
Estaba mal desde que Isamu se presentó a su vida.
Si no tuviera que cuidar de él podría seguir asesinando chicas como si nada.
Si no fuera por él nadie le habría preguntado qué sucedió con su madre, si él la había asesinado, si algo estaba mal con él. Si no fuera por Isamu no se encontraría haciendo preguntas estúpidas.
Era culpa de Isamu.
Simplemente era culpa de Isamu.
—¡A-Adrien!—la sofocada voz del asiático lo obligó a volver a su consciencia.
Lo estaba ahorcando, apresándolo contra la pared, levantando aquel lamentable cuerpo e impidiendo que sus pies tocaran el piso.
Tenía las manos llenas de su propia sangre, la cual derramaba de las heridas hechas por las largas y fuertes uñas de Isamu.
No logró si no ponerlo de mal humor.
Que ganas de arrancar esas uñas.
Apuesto que no le molestaría. Gemiría mientras sentía el cartílago desprenderse dolorosamente de la piel. El ardor.
Pero no quería lastimarlo.
Es decir...
Si lastimaba a Isamu seguramente querría irse de su lado.
Y no quería que Isamu se alejara de él.
Ah.
La pérdida de sangre era tan brutal que hasta se sentía mareado.
Le había lastimado las muñecas.
—¡Adrien, tus muñecas!—se afligió Isamu, poniéndose de pie, pues había sido tirado al suelo— ¡L-Lo siento mucho! ¡Yo no...! ¡Yo no quería lastimarte! ¡Es solo...! ¡Tenía miedo! ¡Discúlpame!
Pero Adrien no respondió.
Las flores se estaban manchando de sangre.
Chorros caían al piso y salpicaban.
De hecho, no era mucha, no era tanta como él juraba, pero sentía como si nadara en su propia sangre.
Cerró los ojos y tomó un fuerte respiro.
Al abrirlos estaba sentado en el sofá, con Isamu acurrucado frente a él, vendando firmemente sus muñecas con las vendas que Adrien siempre mantenía en su botiquín.
—Deberíamos ir al hospital—sugirió el asiático, viendo fijamente aquellos grandes ojos heterocromáticos—. No sé si esto bastará para detener el sangrado, porque es demasiado, un doctor debería...
Adrien frunció los labios y cerró los ojos con fuerza una vez más.
No quería oír de doctores.
—Sí—masculló, arrugando la nariz.
Pero tampoco quería morir desangrado.
Y ahora estaba en el auto. Isamu conducía.
Y antes de darse cuenta, se encontraba en el hospital.
Una enfermera le suturaba las heridas.
Oh, eran brutales.
Ahora podía verlo.
Se había llevado montones de piel y carne, al punto en que al ser suturadas parecía tirar un poco de la piel, como cuando se cose un pantalón y al momento de tirar de la aguja se ve como se arrastra la tela.
—Eres realmente fuerte al soportar esto sin anestesia —halagó la mujer claramente mayor.
—Sí... eso parece —masculló, pero de pronto el dolor lo empezaba a invadir.
No solo en el cuerpo.
No solo un dolor externo o muscular.
Le dolía el alma.
Ah. Estaba diciendo estupideces, que bien.
—Ya estarás mejor —la mujer sonrió cálidamente, y Adrien intentó no ver los gusanos comiéndole el lado izquierdo del rostro.
—¿Puedo irme ya? —inquiere, cerrando los ojos y tomando un fuerte respiro.
—De hecho... el doctor quisiera hablar con usted antes de dejarlo ir.
Iba a huír.
—Bien.
—Solo espera aquí unos momentos.
Y la mujer se retiró.
Isamu se encontraba su lado.
Se sentó junto a él y le sujetó la mano, entrelazando los dedos.
—Lo siento —susurró, apoyando la cabeza en el hombro.
—Ni lo digas —masculló, cerrando los ojos otra vez, esperando que al abrirlos se encontrara acostado en su cama, con Isamu abrazándolo y preocupándose por nada más que tomar un vuelo a Inglaterra en menos de veinticuatro horas.
O más.
A saber.
¿Qué hora era?
Observó el reloj en la pared. Casi las 16:00.
Un hombre de cabello teñido en canas, con gafas pequeñas, una bata y una tabla entre sus manos, la cual leía mientras se colocaba frente a ambos varones.
—¿Adrien Fyodor Campbell?
—Eso creo —murmuró, aunque de inmediato se arrepintió de su respuesta ante la mirada del doctor.
Ugh.
Doctores.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro